Reconozco que hasta que llegué a Barcelona, desconocía el sabor de un buen café. Fue más o menos a los 20 cuando empecé a tomar café con cierta asiduidad. En aquella época, en realidad, me gustaba más una buena taza de te; pero mi madre no perdonaba su dulce de sobremesa, su brasero en invierno y su café. Por el gusto de acompañarla en aquel modesto ritual y, también, por alargar hasta las tres (hora a la que empezaba Diálogos con la música) el terrible momento de subir a mi cuartillo en la azotea, donde, después de escuchar a Ramón Trecet me dedicaba a perder el tiempo con un libro de Derecho abierto sobre mi mesa; me fui acostumbrado a aquel cafe de sobremesa.
Por más que nos empeñamos en utilizar distintas cafeteras, filtros de papel para aumentar la presión, usar café en grano recién molido en casa o usar distintos tipos de café; al final líquido que obteníamos no era más que un flojo café de puchero que acompañábamos con un bollo y una charla sobre mis estudios en la que intentaba tranquilizar a mi madre y con la que sólo conseguía desequilibrarme más a mí mismo.
Cuando el engaño ya no dio más y con un café de sobremesa reconocí ser terriblemente infeliz en la Facultad de Derecho, empezó a fraguarse mí huída a Barcelona. Recién llegado a la Ciudad Condal, una de las primeras cosas que hice fue tomar un café con mi amigo Juanma. De entrada me sorprendió el tamaño de la taza, diminuta, y cuando el camarero dejó la taza sobre nuestra mesa, me sorprendió todavía más que la diminuta taza estuviese medio vacía o medio llena (allá cada cual con su forma de ver la vida y los vasos o tazas). Yo había llegado a Cataluña sin prejuicios, bueno, intentando no tener prejuicios; pero viendo aquella ridícula taza de café medio llena, no pude evitar pensar en ciertos tópicos. Por si fuera poco, el precio era excesivo para mi economía de estudiante, y además era más caro si, como nosotros, te tomabas el café sentado en una mesita que si te lo tomabas en la barra. Y estoy hablando de pesetas, que meses después con el dichoso euro...
Señalado todo esto, tengo que reconocer que, ya con el primer sorbo, descubrí que lo que había estado bebiendo hasta ahora no tenía nada que ver con el precioso y escaso (como todo lo precioso) contenido de aquella diminuta taza. En ese momento, empecé a aficionarme de verdad al buen café. Tanto, que en mis tiempos de estudiante de cine, llegue casi a tener una oficina en el bar que había junto a la escuela. Allí me citaba con otros estudiantes que café tras café querían convencerme de que el corto que estaban preparando, y en el que querían que me encargase de la dirección de fotografía, era sin duda el mejor proyecto de aquella promoción y merecedor, sin duda, de todo mi tiempo.
Nada más llegar a Noruega, me di cuenta de que aquel café de puchero y sobremesa, que compartía con mi madre en la cocina, ascendía al grado de delicioso si lo comparaba con el agua oscura y sin vida que se sirve aquí en cualquier sucedáneo de panadería; el mismo que te ofrecen y ofrecen y ofrecen en cualquier reunión del tipo que sea.
Conociendo, y habiendo fomentado, mi afición por el café, mi madre me trajo en su primer viaje una cafetera nesspreso. Al menos, ahora, puedo tomar un buen café cada mañana, antes de salir de casa o cuando regreso después de limpiar la farmacia, entre una entrega de paquetes y otra. No soy de los que se confiesan "no persona" hasta no haberse tomado uno o dos cafés, para nada. Puedo pasar perfectamente todo el día sin tomar ni siquiera un sorbito. Pero sí que soy de los que no conciben un café con prisa, en realidad ni un café, ni una copa, ni casi nada. Soy de los que ven en la prisa un irreconciliable enemigo de la felicidad.
Aunque el nesspreso está rico, obviamente no es lo mismo. La publicidad que dice que es como el de una buena cafetería es sólo eso: publicidad. Por eso, cuando viajo a Barcelona siempre me doy el pequeño capricho de disfrutar de un buen café. Y allí, uno de mis lugares preferidos es el Francesco de Paseo de Gracia.
Me decía mi amigo David un día que, después de haber probado el café en un pueblecito de Colombia, nada de lo que pudiese tomar en Barcelona le parecía que fuese un buen café. Es muy probable que tenga toda la razón, pero el hecho es que, como ni he viajado a Colombia ni tengo planes de hacerlo en un futuro próximo; mi mejor café del mundo es el Blue Mountain. Como tampoco tengo planes de viajar a Jamaica, me conformo con el que sirven, en una taza diminuta y hasta no más de la mitad, en Francesco.
Cuando conocí a Erik, hace algo más de cinco años ya, me llevó a un chiringuito de playa y me hizo comprarle un "Blanco y negro". Se suponía que tenía permiso para beber café. En cuanto Nathaly y Kevin se unieron a nuestra mesa de paseo marítimo en Lo Pagan, Nathaly miró entre extrañada, divertida y enfadada lo que estaba tomando su hijo. Erik se limitó a decir: "me lo ha comprado Javier".
Poco más de cinco años después, Erik está a pocos días de cumplir los 16 y, ahora que tiene permiso para tomar café algunos días, parece que con disfrutar del privilegio ya le es suficiente. Ahora que va creciendo, muchas veces hablamos de café y vino (para lo segundo, todavía no tiene permiso). En el próximo viaje a Barcelona, le tengo prometido una taza, diminuta eso sí, del mejor café del mundo. Kevin está más o menos en la edad en que conocí a Erik, por lo que es fácil deducir que no tiene el permiso-café vigente y además, de momento, no tiene ningún afán por saltarse la regla.
No sé cuanto se demorará nuestra próxima visita a Barcelona, pero ya tengo reservados en la barra (recuerden que es más barato) tres asientos. Aunque Kevin no pueda o no quiera tomar café, bien puede tomarse el Cacaolat que tanto le gusta. Nathaly y Matías creo que optarán por la opción mesita y, desde allí, mirarán como disfrutamos de nuestro café.
Si algún familiar o amigo íntimo conociese en Córdoba un lugar donde sirvan Blue Mountain, estoy seguro de que Erik prefería probarlo esta Navidad y dejar el Francesco para más adelante. Erik es de los de "más vale pájaro en mano..."
No hay comentarios:
Publicar un comentario