miércoles, 11 de diciembre de 2013

Nysnø

   

     Recuerdo dos cuadros en el salón de mi infancia: unas bailarinas de Degas y un paisaje campestre, difuminado en mi memoria, pero, sin duda más cerca de la pradera inglesa que de nuestra campiña. Cómo llegaron esos cuadros al salón de mis padres y dónde están ahora son dos misterios que trataré de resolver en los próximos días junto a mi madre en Córdoba.

    Uno de los peores recuerdos de mi infancia tiene que ver con un dibujo, mejor dicho, con un intento de dibujo. Fue en segundo de EGB. D. Juan, el profesor titular estaba enfermo y vino una profesora sustituta. No recuerdo que hicimos durante las primeras dos horas, pero no me cuesta imaginar el pequeño follón que armaríamos valiéndonos de la ausencia de D. Juan y su temida regla "Felisa". Al sonar la campana que anunciaba el recreo, los nervios de la sustituta deberían estar ya al límite, y bien puedo imaginar que, durante nuestra media hora de bocadillo y fútbol al pelotón, ella se dedico a concebir un plan para tenernos tranquilitos el resto de la jornada. Su plan maestro consistía en hacernos abrir un libro de lectura por una página que mostraba a un hombre vestido de flamenco y contorsionándose a página completa. Cuando todos teníamos el libro abierto por la página señalada, ella pronunció la terrible frase que puede resumirse en un: quiero que me copiéis este dibujo en una hoja en blanco.
     Para mí fueron las dos horas más terribles de la EGB.
     Desde "Parvulitos" estaba acostumbrado a ser muy rápido y muy bueno leyendo, tanto que abrumaba a los profesores titulares, y a ser bastante rápido y bastante bueno con las sumas y restas, y a tener una caligrafía legible, cosa que a esa temprana edad tiene bastante mérito. Como contrapunto, que nadie puede ser bueno en todo, era un perfecto inútil a la hora de dibujar. Creo que ni calcar se me llegó a dar bien. Me recuerdo al borde de la histeria, luchando contra las lágrimas y el papel, y terriblemente sorprendido y frustrado al ver que era incapaz de lograr dibujar algo que al menos tuviese el aspecto de cuerpo humano. Tengo que reconocer que todavía me frustró más, casi hasta el punto de depresión infantil, ver que algunos de mis compañeros de los del grupo "balbucea cuando lee, suma con los dedos y se equivoca, caligrafía abstracta" había hecho una copia casi perfecta de aquel idiota que se había puesto a bailar, vestido de flamenco, para amargarme el día.

     Por suerte, esta terrible experiencia no llegó a traumatizarme más allá de la desconfianza que, desde aquel día,  le tengo a cualquier sustituto.

     A pesar de mi manifiesta inutilidad para la creación, y quizá por eso mismo, admiro profundamente en otros la capacidad para crear belleza de la nada, para ver la realidad de otra manera, interpretar, ordenar, dar sentido, redescubrir el mundo, su mundo; y plasmarlo en pinceladas con el poder de conmover a quien, sin prisa, se detiene frente a ellas.
   
     Lo poco que sé de arte, se lo debo agradecer a D. Andrés y D. Juan Manuel, profesores de Historia e Historia del Arte en Salesianos. Ellos me enseñaron a mirar y descubrir la belleza y el significado que contenían los monumentos, esculturas y pinturas que estudiaba. Y además, sabían hacerlo de forma divertida.

     En el salón de mi casa materna, ya no están aquellos cuadros-copia de mi infancia. Adornan el nuevo salón un par de cuadros de la Virgen, de un pintor que tiene su taller a pocos metros de nuestra casa, una costurera del mismo autor, y la litografía de la Torre de la Mezquita que le regalamos a mamá por nuestra boda. Sin embargo, yo, que ya he habitado varios salones propios, nunca conseguí encontrar un cuadro que colgar de sus paredes, entre otras cosas porque me negaba a poner cualquier cosa para tapar el vacío y porque me repele colgar un cuadro-copia o un cuadro Ikea. Sólo dos cuadros: uno que pintó para mí, enmarcó y me regaló mi hermano y otro, muy simple, sólo seis espigas de trigo simétricas y sobre un lienzo basto, pintado por una aficionada y comprado en una feria de verano en el Bygde Tun de Hemnes; tuvieron para mí el valor necesario para completar un espacio.

     Sin embargo, tras esta larguísima introducción, tengo que asumir la compra de un cuadro-copia. Intentaré, a partir de ahora, justificar esta decisión.

     A pocos metros de nuestra nueva casa, hay una tienda de artículos de segunda mano, ASVO. Los beneficios que se obtienen de las ventas van destinados a personas discapacitadas, con problemas de adicción...
     Cada mañana, cuando salimos a pasear a Matías, pasamos junto a los escaparates y miramos desde la calle, por si vemos algo nuevo. Una mañana, hace unas semanas, un cuadro nos llamó la atención. Por lo poco que sé de arte, no identifiqué la obra. Pensé que, quizá, era de un pintor local aficionado que, con lo poco que se de arte deduje, le había dado un estilo Munch a su pintura. Como el paseo de ese día fue por la tarde, la tienda estaba cerrada y no pudimos entrar para ver el cuadro de cerca. A la mañana siguiente comprobamos que la pintura no era más que una lámina,  y que el estilo era tan Munch como que se trataba de uno de sus cuadros. Inmediatamente le anuncié a Nathaly mi firme resolución de no poner ninguna lámina de un cuadro conocido en la pared de mi salón. Nathaly no quedó nada conforme con mi firme, firmísima, decisión. Un día después, coincidiendo con nuestro paseo matutino, vimos a una pareja, mucho más madura que nosotros, mirando el cuadro con mucha, muchísima, atención. En ese momento, dos pensamientos cruzaron mi cabeza a la velocidad del rayo: si ellos compran el cuadro, Nathaly me lo va a estar recordando toda la eternidad; pero, si nosotros, que somos una pareja bastante menos madura, aceleramos el paso, les adelantamos por la derecha, y Nathaly entra mientras yo bloqueo la puerta con el carrito de Matías; llegamos al cuadro antes que ellos. Dicho y hecho. Reconozco que me subió un poco la temperatura cuando la cara de la señora, tan simpática ayudándome con el carrito de Matías en la puerta, se congeló al ver a Nathaly venir hacia mí con el cuadro bajo el brazo.

     Además de esta serie de acontecimientos nada frecuentes, debo señalar, en mi defensa, que el cambio en mi firme, firmísima, decisión se ve atenuado porque se trata de una obra desconocida, desconocidísima, del autor de "El Grito"; porque Munch es un pintor Noruego, y Noruega tiene tan poca población que cualquiera de los genios que ha dado esta tierra nórdica, puedo ser considerado un autor local, porque escucharle a Nathaly aquello de "por tu culpa no compramos aquel cuadrito" toda la eternidad, no tendría ninguna gracia;  porque, pensándolo bien, aquel cuadro había estado colgado del salón de alguien durante muchos años, y eso, quieras que no, ya le da valor de antigüedad; y, por último, porque, qué carajo, el cuadrito a mí también me gustaba un montón.





          Después de llegar a casa y reírnos un rato de nuestras carreritas mal disimuladas por la tienda, le encontramos un modesto rinconcito al que, espero, sea el único cuadro-copia de mi salón. Eso sí, ya le he avisado a Nathaly de que si algún día me da por colgar un cuadro-Ikea, debe llevarme inmediatamente al psiquiatra.





     Este año, la nieve se ha hecho esperar más de lo habitual, no hace más de cuatro días que hizo su aparición en nuestra calle. Cosas del cambio climático, supongo. Qué miedo me da de pensarlo. Esta es nuestra pequeña avenida. Verdad que se parece un poco a la del cuadro, quizá por eso nos gustó tanto. Ojalá que, toda la eternidad,  esta diminuta avenida de pueblo se llene de nieve en invierno,  y los hijos de los hijos de Matías. Kevin y Erik, estén donde estén, puedan mirar estas fotos y reconocer el paisaje, y puedan seguir disfrutando rodando por la nieve, haciendo muñecos gigantes o entablando feroz batalla de inofensivas bolas blancas. 




     Este año toca Navidad cordobesa, cuento los días y los cafés que me faltan para aterrizar en Málaga y llegar a Córdoba y comerme una Delicia y una Logroñesa y cachito de El Almendro y cantar villancicos de Manolo Escobar y Yerbabuena y pasear y tomarme un fino y decir Feliz Navidad,  ir a la misa del gallo y hartarme de ver nacimientos...
     El año que viene, si Dios quiere, celebraremos la Navidad junto a nuestro maravilloso abeto, que no me canso de mirar cada día desde mi ventana.




lunes, 9 de diciembre de 2013

Blue Mountain



     Reconozco que hasta que llegué a Barcelona, desconocía el sabor de un buen café. Fue más o menos a los 20 cuando empecé a tomar café con cierta asiduidad. En aquella época, en realidad, me gustaba más una buena taza de te; pero mi madre no perdonaba su dulce de sobremesa, su brasero en invierno y su café. Por el gusto de acompañarla en aquel modesto ritual y, también, por alargar hasta las tres (hora a la que empezaba Diálogos con la música) el terrible momento de subir a mi cuartillo en la azotea, donde, después de escuchar a Ramón Trecet me dedicaba a perder el tiempo con un libro de Derecho abierto sobre mi mesa; me fui acostumbrado a aquel cafe de sobremesa. 

     Por más que nos empeñamos en utilizar distintas cafeteras, filtros de papel para aumentar la presión, usar café en grano recién molido en casa o usar distintos tipos de café; al final líquido que obteníamos no era más que un flojo café de puchero que acompañábamos con un bollo y una charla sobre mis estudios en la que intentaba tranquilizar a mi madre y con la que sólo conseguía desequilibrarme más a mí mismo.

     Cuando el engaño ya no dio más y con un café de sobremesa reconocí ser terriblemente infeliz en la Facultad de Derecho, empezó a fraguarse mí huída a Barcelona.  Recién llegado a la Ciudad Condal,  una de las primeras cosas que hice fue tomar un café con mi amigo Juanma. De entrada me sorprendió el tamaño de la taza, diminuta, y cuando el camarero dejó la taza sobre nuestra mesa, me sorprendió todavía más que la diminuta taza estuviese medio vacía o medio llena (allá cada cual con su forma de ver la vida y los vasos o tazas). Yo había llegado a Cataluña sin prejuicios, bueno, intentando no tener prejuicios; pero viendo aquella ridícula taza de café medio llena, no pude evitar pensar en ciertos tópicos.  Por si fuera poco, el precio era excesivo para mi economía de estudiante, y además era más caro si, como nosotros, te tomabas el café sentado en una mesita que si te lo tomabas en la barra. Y estoy hablando de pesetas, que meses después con el dichoso euro...

     Señalado todo esto, tengo que reconocer que, ya con el primer sorbo, descubrí que lo que había estado bebiendo hasta ahora no tenía nada que ver con el precioso y escaso (como todo lo precioso) contenido de aquella diminuta taza. En ese momento, empecé a aficionarme de verdad al buen café. Tanto, que en mis tiempos de estudiante de cine, llegue casi a tener una oficina en el bar que había junto a la escuela. Allí me citaba con otros estudiantes que café tras café querían convencerme de que el corto que estaban preparando, y en el que querían que me encargase de la dirección de fotografía, era sin duda el mejor proyecto de aquella promoción y merecedor, sin duda, de todo mi tiempo.
     





     Nada más llegar a Noruega, me di cuenta de que aquel café de puchero y sobremesa, que compartía con mi madre en la cocina, ascendía al grado de delicioso si lo comparaba con el agua oscura y sin vida que se sirve aquí en cualquier sucedáneo de panadería;  el mismo que te ofrecen y ofrecen y ofrecen en cualquier reunión del tipo que sea. 
     Conociendo, y habiendo fomentado, mi afición por el café, mi madre me trajo en su primer viaje una cafetera nesspreso. Al menos, ahora, puedo tomar un buen café cada mañana, antes de salir de casa o cuando regreso después de limpiar la farmacia, entre una entrega de paquetes y otra. No soy de los que se confiesan "no persona" hasta no haberse tomado uno o dos cafés, para nada. Puedo pasar perfectamente todo el día sin tomar ni siquiera un sorbito. Pero sí que soy de los que no conciben un café con prisa, en realidad ni un café, ni una copa, ni casi nada. Soy de los que ven en la prisa un irreconciliable enemigo de la felicidad. 

     Aunque el nesspreso está rico, obviamente no es lo mismo. La publicidad que dice que es como el de una buena cafetería es sólo eso: publicidad. Por eso, cuando viajo a Barcelona siempre me doy el pequeño capricho de disfrutar de un buen café. Y allí, uno de mis lugares preferidos es el Francesco de Paseo de Gracia. 




     Me decía mi amigo David un día que, después de haber probado el café en un pueblecito de Colombia, nada de lo que pudiese tomar en Barcelona le parecía que fuese un buen café. Es muy probable que tenga toda la razón, pero el hecho es que, como ni he viajado a Colombia ni tengo planes de hacerlo en un futuro próximo;  mi mejor café del mundo es el Blue Mountain.  Como tampoco tengo planes de viajar a Jamaica, me conformo con el que sirven, en una taza diminuta y hasta no más de la mitad, en Francesco.





     Cuando conocí a Erik, hace algo más de cinco años ya, me llevó a un chiringuito de playa y me hizo comprarle un "Blanco y negro". Se suponía que tenía permiso para beber café. En cuanto Nathaly y Kevin se unieron a nuestra mesa de paseo marítimo en Lo Pagan, Nathaly miró entre extrañada, divertida y enfadada lo que estaba tomando su hijo.  Erik se limitó a decir: "me lo ha comprado Javier". 

     Poco más de cinco años después, Erik está a pocos días de cumplir los 16 y, ahora que tiene permiso para tomar café algunos días, parece que con disfrutar del privilegio ya le es suficiente. Ahora que va creciendo, muchas veces hablamos de café y vino (para lo segundo, todavía no tiene permiso). En el próximo viaje a Barcelona, le tengo prometido una taza, diminuta eso sí, del mejor café del mundo. Kevin está más o menos en la edad en que conocí a Erik, por lo que es fácil deducir que no tiene el permiso-café vigente y además, de momento, no tiene ningún afán por saltarse la regla. 

     No sé cuanto se demorará nuestra próxima visita a Barcelona, pero ya tengo reservados en la barra (recuerden que es más barato) tres asientos. Aunque Kevin no pueda o no quiera tomar café, bien puede tomarse el Cacaolat que tanto le gusta. Nathaly y Matías creo que optarán por la opción mesita y, desde allí, mirarán como disfrutamos de nuestro café. 




     Si algún familiar o amigo íntimo conociese en Córdoba un lugar donde sirvan Blue Mountain, estoy seguro de que Erik prefería probarlo esta Navidad y dejar el Francesco para más adelante. Erik es de los de "más vale pájaro en mano..."



sábado, 7 de diciembre de 2013

Sagrada Familia





     Sagrada Familia ha sido, durante 11 años, mi barrio en Barcelona. Desde Bailén con Diagonal, hasta Mallorca con Padilla, y pasando por Marina y Provença; siempre he orbitado en torno al templo inacabado de Gaudí. Hubo momentos en los que me tentó la idea de mudarme a Gracia o a la Barceloneta. Sin embargo, hasta esta última mudanza fuera de Barcelona, de Catalunya, de España; seguí viviendo en Sagrada Familia.

     Ha pasado poco más de un año desde nuestra última visita. Hace un año viajamos a Barcelona para celebrar nuestro aniversario. De vuelta, tenía la intuición de que éramos tres los que hacíamos el viaje de regreso. Pocas semanas después se confirmó la intuición, y hoy regresamos a Barcelona junto a Matías. 




     Yo fui el primero, pero durante unos años toda mi familia vivió en Sagrada Familia. Mi hermano inició el camino de regreso a Córdoba, hace pocos meses le siguió mi madre, y todos deseamos que pronto haya una etapa más en ese retorno. 

     Matías está a punto de cumplir 5 meses, obviamente es muy pequeño, y de este primer viaje no le quedará recuerdo alguno más allá de estas líneas y fotografías. Cada mañana pasamos delante de La Sagrada Familia para coger el metro. Cada mañana en el corto trayecto desde el hotel al metro, Matías se queda dormido.




     Si no me falla la memoria, en sólo dos ocasiones visité el interior del templo: la primera con mi madre, aprovechando una visita gratis de primer o último domingo de mes, la segunda acompañando a mi amigo Fernando. Nathaly y yo, vistas las enormes colas de turistas que siempre rodean el monumento, hemos ido aplazando la visita año tras año. 

     Aunque toda la familia se mudase a Córdoba, volveremos a Barcelona en más de una ocasión. Nathaly y yo tenemos buenos recuerdos, algunos amigos y algunas visitas pendientes. Quizá en el próximo viaje, Matías ya no se quede dormido tan pronto, y puede que en otro viaje, la cola y los turistas no nos asusten y entremos juntos a visitar La Sagrada Familia.




     Cuando Dios, el destino o algún santo tuvo a bien cruzar nuestros caminos, Nathaly se alojaba en el Hotel Sagrada Familia. Desde entonces, y ya han pasado 6 años, en cada visita a Barcelona nos alojábamos en el piso de mi madre en Mallorca con Padilla. Con el regreso a casa de mamá, el piso se alquiló y, ante la necesidad de buscar un hotel en Barcelona, decidimos que el mejor barrio y el mejor hotel posible para este primer viaje con Matías no podían ser otros. 




     Cada noche, al regresar al hotel, Matías se activa y canta y da grititos y rueda por la cama y no para de reirse. Matías está feliz y nosotros felices, felices de verlo crecer tan feliz. Este modesto, pero correcto, hotel de barrio ha sido su primer hotel.







     Quién sabe dónde estaremos dentro de veinte o treinta años, quién sabe si Barcelona será o no la capital de otro país, quién sabe si tus primos vivirán en el "país de Jaume" o en la tierra de Rocío... quién sabe tanto. Sé que, a pesar del turismo y la humedad, nos gusta volver a Barcelona, sé que te enseñaré un poco de catalán, porque no es difícil y porque es un idioma hermoso (hasta mamá ha terminado por cogerle cariño), sé que algún día, en un viaje de vuelta, veremos el cielo limpio de grúas en La Sagrada Familia. 




viernes, 6 de diciembre de 2013

Siguiendo una Estrella

   
     Matías cumplió ayer 5 meses. En estas últimas semanas ha crecido mucho. Ya se da la vuelta él solo, y más de una vez lo hemos encontrado sobre las tablas del suelo, a unos centímetros de su manta. Le encanta estar en el suelo dándose vueltas y llevándose a la boca todo cuanto tiene a su alcance (su Sophie, sus mantas y algún que otro juguete blando). A veces también se queda un rato tranquilo y mira la televisión con curiosidad. Los ruidos fuertes y repentinos le asustan todavía. Matías apenas llora, sólo reclama un poco cuando se aburre y quiere que le tomemos en brazos y juguemos con él.
     Cada día tiene más control sobre sus manos, ya consigue dirigirlas hacia donde quiere y logra coger los objetos que tiene a su alrededor. También está aprendiendo a utilizar sus pies, de momento sólo consigue gatear un poco hacia atrás. Poco a poco se va descubriendo, le gusta mirar sus pies y tocarse los dedos con las manos. Desde hace unas semanas Matías ya es uno más en la mesa. No le gusta quedar al margen de las comidas. Protesta cuando nos mira desde el suelo y nos ve a todos sentados a la mesa. Nathaly ha conseguido desarrollar una técnica perfecta que le permite comer y cuidar de que Matías no coja nada peligroso, no se lleve nada a la boca, no arrastre el mantel... yo soy bastante inútil en esta cuestión y si lo tengo en brazos tengo que dejar de comer.

    Entre muchas otras cosas, dice su abuela Teresa que Matías tiene una mirada que derrite corazones, y dice su abuela Matilde que parece un niño de postal, entre muchas otras cosas. Yo sigo diciéndole aquello de "es que te tengo que querer". Se lo digo porque es mi hijo y porque se lo merece,  porque es mucho más de lo que yo hubiera podido imaginar.






     Este último mes ha pasado rapidísimo. A la vuelta de nuestro viaje a Barcelona para el bautizo de Vera, y aunque seguimos esperando la nieve; la Navidad ha llegado a nuestro pueblo en forma de adornos en las calles y ventanas. Este año será una Navidad sin Storsenter, sin ribbe, sin Julenisse... una Navidad sin nieve, salvo gran sorpresa en la falda de Sierra Morena. Esta Navidad viajamos al Sur. Pasaremos la Navidad enterita en Córdoba, en casa. Las pequeñas tiendas sustituirán al gran centro comercial, tendremos huevo hilado y turrón en la mesa, correrá el vino, Papa Nöel dejará paso a los Reyes Magos, veremos más nacimientos que árboles de Navidad y no faltaremos a la Misa del Gallo. Esta Navidad, querido Matías, es especial, la celebramos en casa rodeados de la gente que te quiere. Es una Navidad nueva para todos:  para ti porque es la primera, para tus hermanos que nunca pasaron una Navidad cordobesa y para nosotros porque es nuestra primera Navidad contigo.

     En esta ocasión tú canción de cumplemes no es una nana. En esta ocasión tenía que ser un villancico, un precioso villancico de nuestros amigos del Coro Yerbabuena, un puñado de buena gente que conocimos mamá y yo en una Navidad cordobesa a la que el mal tiempo y los aviones le robaron la Nochebuena. Fue especial aquella noche de villancicos y patios, tanto, que unos meses después organizamos un trueque con Yerbabuena: yo les grababa unos vídeos y ellos cantaban en nuestra boda. Aquellas noches de grabación no pueden considerarse trabajo, y el último día consiguieron arrancarnos alguna lágrima. Tenerlos en nuestra boda fue emocionante. Esta Navidad te los presentaremos y les verás cantar en una nueva noche de villancicos y patios.



                               



     No puedo dejar de escribirte que ayer murió Nelson Mandela. Dentro de unos años te contaré quién fue este hombre que acaba de morir cuando tú estas empezando a gatear.  Entre otras muchas cosas te diré que fue un ejemplo y una inspiración, que fue alguien que dignifica la palabra humano. Tiempo tendremos, querido Matías, para hablar de Mandela y de otros que también murieron dejando su ejemplo para construir un mundo mejor,  otro mundo posible.


   

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Sophie, la jirafa


     La historia oficial cuenta que:

     Érase una vez, una historia muy sencilla...
    La jirafita nació el 25 de mayo de 1961. Día de Santa Sofía, Sophie en francés.
     En aquella época, los juguetes que representaban animales eran exclusivamente figuraciones de animales domésticos o familiares procedentes del mundo de la granja...
     Por este motivo, un día, en Francia, un señor llamado Rampeau, que había integrado el concepto de rotomoldeado del caucho a los juguetes, tuvo la idea de diseñar una jirafa, cuya figuración exótica sería una primicia en el mercado y cuyo tamaño y forma serían ideales para la prensión del bebé.
     La fabricación de Sophie, la jirafa, tal como la conocemos hoy, comenzó un jueves 25 de mayo, lo que explica el origen de su nombre.
     Tuvo un éxito inmediato. De entrada, las mamás jóvenes reconocieron en ella un juguete indispensable para su hijo. Cuando empiezan a salirle los dientes, el bebé deja de llorar gracias a Sophie la jirafa.
     Entonces, simplemente "de boca en boca" se estableció la notoriedad de la pequeña jirafa.
     Desde ese momento, varias generaciones de niños en Europa disfrutaron y disfrutan escuchándola chillar cuando aprietan su vientre o su cabeza.
     La sociedad VULLI, situada en Rumilly, Alta Saboya, conserva celosamente el secreto de fabricación de este fantástico juguete. 
     Sophie se sigue fabricando "artesanalmente" ya que se requieren más de 14 operaciones manuales para realizarla. Su composición a base de caucho procedente de la savia de hevea es 100% natural.
    



      Nuestra historia particular empieza el día en el que Sophie llegó a Boots Apotek Bjørkelangen, la farmacia de mamá. A tu primo Quim le quedaba poco para nacer y yo estaba buscando algo especial para regalarle. Era la primera vez que veía una Sophie y, por todo lo que leí sobre ella, me pareció un buen regalo para Quim. La compré y se la envié a tu tita Rocío. Cada vez que pasaba junto a las estantería de las Sophie en la farmacia, soñaba con poder comprar un día una para ti.

     Y pasaron, y pasaron, y pasaron los meses. Yo seguía mirando las jirafas sonrientes cada vez que pasaba el mocho junto a su estantería. Pasaron tantos meses que por un momento pensé que quizá no llegaría el día en que pudiese coger una Sophie de la estantería y llevármela a casa.
     En esos días tristes, vi una triste película que había aplazado varias veces. De la peli, te cuento otro día. Lo que viene al caso es que la protagonista de esa película es una mujer que, recién pasados los cuarenta, y después de varios intentos que no salieron bien, se queda embarazada cuando ya no lo esperaba. Al final de la película vemos que nuestra protagonista tiene una hija preciosa y durante unos segundos, nuestra jirafa, Sophie, juega un pequeño papel en la historia. Pocas semanas más tarde, tú ya estabas en camino.

     Tus primeras semanas, protegido en el vientre de mamá pero ya con a nosotros, estuvieron llenas de esperanza, pero, para qué negártelo, también de mucho temor, noches casi en blanco y amaneceres preñados de incertidumbre. Yo acompañaba a mamá a la farmacia cada mañana y le ayudaba con las cajas de mercadería para que ella no tuviera que levantar peso alguno. Después de una muy mala noche, con todo el miedo en el cuerpo y cita con la doctora Kinne para unas horas después; al llegar a la farmacia y abrir la primera caja me encontré con la carita de la jirafa Sophie sonriéndome. El miedo se esfumó, supe de inmediato que todo iba a estar bien. Supongo que cuando leas esto ya sabrás que tu papá no cree en las casualidades y que ya te habré hablado un montón de D. Bosco.

     Unos pocos meses después, tienes ya fuerza y agilidad suficiente para coger a tu pequeña Sophie y llevártela a la boca mientras estás tumbado en el suelo del salón, junto a la chimenea. A mamá y a mí se nos cae la baba mirándote.




     Que por qué tienes dos Sophie y una de ellas está muda... eso es una historia para otro día.

   

lunes, 25 de noviembre de 2013

El hijo de la novia

   

     Hubo un tiempo en el que devoraba películas. En el Lucano, en el Isabel la Católica, en el Góngora, en el Alcázar, en el Arcángel, en la Filmoteca. Hoy, sólo el Arcángel, terriblemente maltrecho, y la Filmoteca sobreviven. Hoy he olvidado muchas de aquellas películas, pero un buen puñado de ellas se hizo fuerte y permanece atrincherado en mi memoria.

     Hubo un tiempo en el que todo cuanto tuviera acento argentino poseía la capacidad de hacerme perder la objetividad. Así empecé a tomar mate, así se me empezó a escapar más de un "vos" por un "tú", así empecé a descubrir boludos en la facultad, y así empecé a amar a Gardel y Piazzolla. Lástima que sea un inútil para el baile.

     Hubo un tiempo en el que pensaba que había un montón de cosas que debían, que tenían que cambiarse. Pensaba en aquellos años que era posible cambiar lo que debía, lo que, por fuerza y por justicia, tenía que cambiarse. Así me enamoré del cine de Aristarain, Piñeyro, Subiela...

     Hoy, no tengo tanto tiempo para devorar películas y, muchas veces, al llegar la noche, el cansancio es grande y la capacidad de prestar atención sólo me alcanza para mirar alguna tontería de súper héroes o la penúltima comedia romántica que se estrenó. Hoy, me sigue gustando el acento argentino, sigo amando a Piazzolla y Gardel y, por desgracia, sigo descubriendo boludos; pero ya no se me escapa ningún "vos". Hoy, mantengo que hay un montón de cosas que deberían, que tendrían que cambiarse; pero ya me he dado cuenta de que es muy difícil que alguien se atreva a cambiarlas. He entendido que con cada crisis, con cada refundación, el capitalismo se vuelve, en realidad, más poderoso; que cada cambio de caras en mi partido trae una efímera esperanza que terminará corrompida con el uso de poder.

     Sin embargo, esta noche, el cansancio queda aplazado unas horas y la capacidad de atención es suficiente para volver a ver una gran película. Esta noche me vuelve a emocionar el acento y el tono y la forma. Esta noche confirmo mi amor por Alterio y Darín, también por Campanella. Esta noche pienso que quizá no es tan tarde, que puede que Ismael Serrano y Julio Anguita tengan razón, que el ser humano es utópico por naturaleza, que otro mundo es posible si mantenemos, más que el cansancio, la desesperanza a raya, y si somos capaces de prestar atención a todo lo que nos rodea, si dejamos de ser  bolados empeñados sólo en descubrir y criticar a otros boludos.
     Qué buena es la noche que termina o que empieza con una buena película.





     Amanece y más allá del acento, de la interpretación que sabe a verdad, del tono y la forma, del compromiso, de las ganas de construir un futuro menos violento, menos asesino, menos capital para mis hijos; descubro que el motivo por el que escribo no es otro que el miedo. Escribo porque tengo miedo a dejar de ser, miedo a no estar más, miedo a que se me nuble el entendimiento, miedo a que me roben los recueros, miedo a no poder contarte, querido Matías, quién fue tu abuelo y cómo era una Navidad en el pueblo. 
     Me levanto, miro por la ventana, intento sacudirme el miedo antes de que él me deje tumbado, inerte en la lona. Escribo para seguir pensando, para seguir vivo, para encontrarme y reencontrarme con mi gente, mi buena gente. Para no perder, aunque sea una estúpida batalla contra poderosos, invencible molinos de viento, escribo.

 
                                                      

viernes, 22 de noviembre de 2013

Bok-Espok



     Uno de los pocos lujos que me permití en mis primeros años en Barcelona fue comprar una butaca, en la primera fila del Palau de la Música, para ver a Kepa Junquera. Detrás de aquella entrada había un saco de coliflores enormes, compradas 2x1 en el Penny Market de Bailén con Roselló. El sacrificio de comer y cenar coliflor durante días mereció la pena.
     Me recuerdo de pie, en estado de euforia, aplaudiendo como loco al terminar el concierto. Uno de los temas estrella era Bok-Espok. En aquel concierto especial,  Hedningarna estaba tocando junto a Kepa. Dulce Pontes y un montón de invitados más también actuaron aquella noche en el Palau, desgranando sin prisa los temas de Bilbao 00:00h. Enorme concierto!




     Cuando estaba montando el vídeo promocional del Skøytefestival de Setskog pensé que Bok-Espok quedaría espectacular con las imágenes que había grabado. Monté el tema de forma provisional y se lo mostré a Per Lorentzen. Quedó encantado. En un primer momento pensamos que conseguir los derechos sería caro y difícil. Per y yo tuvimos una reunión con un músico local. Vimos juntos el vídeo en su estudio y desde el primer momento reconoció que para él era imposible componer algo parecido, también nos reconoció que la música de Kepa era espectacular. Aún así Per le pidió precio por componer algo, aunque fuese distinto. Al terminar la reunión el músico me regaló tres de sus CD y me dijo que si encontraba algo que le pudiese ir al vídeo lo podía utilizar gratis. Escuché los CD en el coche y me gustaron, pero no para este vídeo. Por si alguien tiene curiosidad, el grupo se llama The Loch Ness Mouse y su último disco New Graffiti.
     Pasados un par de meses desde aquella reunión, Per me llamó por teléfono para decirme que no podía dejar de ver el vídeo y que ya no podía verlo con otra música. Había que intentar contactar con Kepa y conseguir los derechos de Bok-Espok. A través de Resistencia, la discográfica de Bilbao 00:00h, conseguí el mail de Kepa. Pocas horas después de escribirle recibí respuesta. Kepa se mostraba encantado de que su música nos gustase y me ponía en contacto con su manager para tramitar el contrato de cesión de derechos. Entre la vacaciones y otras historias el papeleo se demoró un poco más de lo que esperábamos, pero finalmente, hace unos días recibimos los contratos de cesión de derechos del master, propiedad de Resistencia, y de autor, propiedad de Kepa. El precio ha sido una auténtica ganga. Gracias a Iñaki, Javier y por supuesto Kepa, ayer por fin estrenamos el vídeo de promo del Skøytefestival. Per y yo estábamos muy felices y al final del acto recibimos la felicitación del Presidente  de la Federación de Patinaje Noruega.
   
     Deseando que mucha gente vea el vídeo y que guste mucho, estamos preparando ya un proyecto más ambicioso para el año que viene.


                             

jueves, 21 de noviembre de 2013

Kreps





     El otro día me dijo Fernando que soy algo así como un  "Doctor en Alaska" español.  La verdad es que nunca vi la serie,  y que no tengo más imágenes de Alaska que las que vi en algún documental de aquellos de sobremesa en La 2.  Con las sobremesas ya se sabe: entra un poco de sueño y uno se acomoda en el sofá y acaba pegando una cabezadita y al final el documental podría estar hablando de Groenlandia o de la Antártida. De todas formas es fácil suponer que este paisaje del sur de Noruega se parece bastante más a Alaska que la campiña o la sierra cordobesa.




     Tampoco soy doctor. No tuve ni valor ni vocación, y todos sabemos que un médico sin valor ni vocación termina por perder los escrúpulos y la vergüenza. 
     A mis alumnos solía decirles que nuestro trabajo es mucho más sencillo, que no se creyeran "alguien" por saber manejar una cámara ( en realidad más de uno sólo sabía transportarla dentro de la funda ). Les decía que no éramos médicos, ni construíamos puentes, que teníamos la suerte de no tener la vida de nadie en nuestras manos, y que de vez en cuando podíamos cagarla. Al mundo no le iba a pasar nada por nuestro error, y lo normal es que el mejor plano que pudiésemos hacer o imaginar tampoco serviría para salvar vidas, en estos tiempos casi ni para remover conciencias. 
     Sin embargo, les añadía, nuestro trabajo es un lindo oficio. Trabajar como camarógrafo (odio lo de cameraman) o como realizador nos da la posibilidad de conocer aspectos de la vida de otra personas que de otra forma ni siquiera intuiríamos. Con una cámara al hombro se nos abren las puertas de muchas vidas y sus protagonistas nos invitan a mirar y participar activamente en lo que hacen. Nuestro trabajo es estar atentos, ser honestos y escribir con nuestra cámara el relato de lo que ocurre.





     Madrugo esta mañana otoñal para empezar un nuevo proyecto en mi Kommune. Hace frío y fina capa de niebla cubre el lago, la humedad es intensa. No traigo la mejor ropa para la ocasión. 
     El proyecto consiste en realizar dos vídeos sobre la especie autóctona de cangrejos que, como tantas otras especies en el mundo, está en peligro por nuestros malos usos. 
     Con la llegada de Matías, este verano nos pasó volando. De pronto la temperatura del agua no era la más recomendable para meter la cámara en agua y observar la vida del cangrejo. No nos queda otra que esperar al próximo verano. Para ir ganando tiempo, y para tener más variedad en el paisaje, aprovechamos este día de otoño para ir al lago con unos chavales del instituto, y ver cómo preparan las jaulas y capturan los cangrejos. La idea es enseñarles que, si el cangrejo no tiene el tamaño adulto, debe ser devuelto al lago.

     Las jaulas quedaron sumergidas ayer al atardecer, y hoy toca ver cuantos cangrejos cayeron en el trampa.
     Subo a una barca, resbaladiza y helada, para seguir a los chicos. Por suerte, el tipo que me acompaña ha sido más previsor que yo, y ha colocado una chaqueta vieja en mi asiento para que no se he hiele el culo mientras grabo. Al subir pensé que la grabación de hoy sería una pesadilla, pero el tipo maneja muy bien los remos y comprende cuándo y cómo quiero acercarme a la barca de los chicos. Desde la distancia consigo muy buenos planos generales de aproximación a la otra barca. 
     Las primeras jaulas están vacías. Llego a pensar que el rodaje va a ser inútil, un día perdido. Si no hay cangrejos, las imágenes de hoy no sirven para nada. El tipo que maneja la barca está tranquilo. Sabe, quizá, que los cangrejos aparecerán en las jaulas que están más cerca de las rocas. El día no está perdido. Los chicos sacan cangrejos de varios tamaños y, después de medirlos, ponen algunos dentro de un cubo y devuelven los más pequeños al agua. 

     Cuando tengo material suficiente, regreso a la orilla, desde allí grabo los últimos planos generales del día y aprovecho para tomar estas fotos. La cámara y yo ya estamos a salvo en tierra.







     El día termina con un desayuno en el bosque. Animados por el café y los bollos, con la cámara ya en su funda, los chicos se interesan por mi trabajo y, a pesar de la dificultad del idioma, podemos hablar un buen rato antes de apagar el fuego y levantar el campamento. El próximo verano volveremos al lago a grabar. Antes de eso, cuando llegue la primavera, vendremos toda la familia a pasear por este rincón del bosque recién descubierto.




     
  



martes, 19 de noviembre de 2013

Bésame mucho



     El día 9 de octubre le pusieron a Matías sus primeras vacunas. La ATS encargada de ponérselas, siguiendo el protocolo establecido,  quería que le diésemos agua con azúcar. Según el protocolo y ella, el agua azucarada obraría el milagro de mitigar el dolor de los pinchazos. Nathaly se negó. Matías tomaría el pecho mientras le vacunaban. La ATS nos recordó lo del protocolo, y amablemente nos indicó que estábamos comportándonos extraprotocolariamente. 
     Matías, agarrado al pecho, feliz, apenas se enteró del primer pinchazo. La ATS, algo sorprendida, nos avisó de que era el segundo el que más dolía. Matías cambió de pecho y siguió comiendo mientras le ponían la segunda vacuna en el otro muslito. Esta vez, Matías sí que se enteró, debió dolerle más de verdad. Matías dejó de comer y empezó a llorar. Nathaly me lo pasó y yo empecé a cantarle una canción de Luis Fonsi, una que escuché mil veces por tener que montarla en una boda y que empieza diciendo: "Me quedo callado, soy como un niño dormido que puede despertarse con apenas sólo un ruido..." En mis primeros meses en Noruega, Erik, Kevin, Nathaly y yo cantábamos esta canción en el coche, cada mañana, camino del colegio; y la letra casi olvidada y la melodía desafinada volvieron  a aparecer cuando Matías empezó a mirarme con ojos atentos. A Matías pareció gustarle mi desafinación, y así pasamos muchos ratos, él tumbado en nuestro viejo sofá y yo de rodillas cantándole y dejándole a él hacer los coros. 
     Matías sigue llorando cuando empiezo a cantarle, pero a la segunda estrofa detiene el llanto y me dedica una mueca entre el puchero y la risa. Ya no llora más. Le acuno en mis brazos y repito y repito la canción. Nathaly nos sonríe y la ATS hace un comentario final acerca de la posibilidad de cambiar el protocolo.
    
     




     En un mundo ideal no deberíamos haber olvidado cómo cuidar de nuestros hijos, no deberíamos necesitar un libro como éste, para recordarnos cosas tan elementales, cosas tan instintivas, conocimientos tan atávicos. En un país decente, el dinero de nuestros impuestos debería invertirse en mejorar la vida de los ciudadanos, y no sería un mal comienzo entregar un ejemplar de un libro como éste a todos los padres primerizos. Como, por desgracia, no es el caso,  políticos, banqueros y otros pájaros sin escrúpulos, roban nuestro dinero, nuestro tiempo y nuestro futuro. En una sociedad despierta,  el boca a boca debería ser un arma eficaz para compartir conocimientos, para ayudarnos unos a otros a recordar las cosas esenciales que una poderosa minoría quiere que olvidemos.

     Por sorpresa, mientras todavía estaba leyendo "Un regalo para toda la vida", encontré este nuevo libro de Carlos González en una pequeña librería de Nerja.
     "Bésame mucho" pone desde el inicio sus cartas boca arriba. Es un libro escrito absolutamente a favor de los niños. Nos recuerda que los niños son:
 desinteresados
 generosos
 ecuánimes
 valientes
 diplomáticos
 sinceros
 sociables
 comprensivos
 y saben perdonar.

     Se atrevería alguien a decir lo mismo de cualquier adulto, de nosotros mismos?


     Dicen algunos padres agradecidos: "El otro día mi mujer y yo encontramos el libro de Carlos González y... qué cambio, qué delicia, un libro que explica cómo funcionan los niños, por qué hacen lo que hacen, en definitiva, una espléndida guía de comportamiento infantil con consejos y observaciones bien documentados. Muy recomendable".
                                                              "Creo, sinceramente, que los padres lo harían mucho mejor si no hubieran existido todos esos manuales que incitan a desconfiar de los niños y a tratarles con total desprecio".
                                                               "Nos introduce en el respeto al bebé, nos enseña a respetar a nuestro hijo como persona y como ser humano, a no dejarlo llorar, a cogerlo en brazos, amarlo y besarlo. Nos lo demuestra con estudios en la mano, referencias bibliográficas y con un toque especial de ironía y humor".


     Desde que nació Matías soy más padre que hijo, desde que nació Matías entiendo mucho mejor a mis padres. Ellos no necesitaron leer un libro como éste para saber que ser padre es amar hasta que duele, que lo del "tiempo de calidad" es autoengañarse o mentirle a tus hijos porque no hay mejor regalo para un hijo que el tiempo de sus padres y porque todos los minutos, absolutamente todos los minutos que pases con tu hijo son el mejor tiempo de tu vida. Mis padres nunca necesitaron dejarnos en brazos abuelos, chachas, vecinos... para disfrutar de una escapadita, de un descanso. Cómo iban a querer mis padres descansar de nosotros, cómo íbamos a querer Nathaly y yo descansar de Erik, Kevin y Matías.

     Doctor González, gracias por darnos más seguridad para rebatir algunos "consejos", por hacernos saber que no estamos locos.
     Mamá, papá, gracias por todo el amor, el cariño, los besos, los brazos y los abrazos, por todo el tiempo que nos regalasteis.
     Erik, Kevin, Matías, gracias por hacer que cada día sea especial, gracias por cada minuto junto a vosotros, gracias por dar sentido y felicidad a nuestra vida.


viernes, 15 de noviembre de 2013

Rocío de la fe

                         




     Mañana es un día grande en Córdoba, mañana llega hasta a Córdoba un viento salino y la Campiña se inunda de Marisma; mañana llega a Córdoba el Sinpecao de la Hermandad Matriz de Almonte. Mañana es un día grande en mi ciudad y mañana, al igual que tantos días grades que están por venir, nosotros estaremos lejísimos.
     Pero en esta casa rociera del sur de Noruega, mañana, mientras vamos recibiendo fotos por whatsapp, imaginaremos que estamos de traje y tacón,  paseando por una Cordoba otoñal que se ha echado a la calle para recibir y celebrar a la Virgen del Rocío que habita en el corazón de todos los rocieros, en el de todos los cristianos de corazón, aquellos que intentan vivir su vida conforme al mandato de Amor que Cristo nos dejó. Y como no hay amor más grande que el de una madre por su hijos, mañana Córdoba se echa a la calle para cantar, para decirle guapa, guapa, guapa, y bonita, bonita, bonita, para pedirle y pedirle, y para darle las gracias a Nuestra Madre, María.

     Mañana Córdoba y Huelva caminan juntas, y Córdoba con Cabra, Priego, Puente Genil y Lucena y con toda la gente de la provincia y con toda la gente de Andalucía; se abraza con Almonte para agradecerle el cariño con el que cada año acoge a los peregrinos y el amor inmortal con el que cuida de su Virgen.

     Mañana culmina un trabajo duro, un trabajo de muchos meses, un trabajo que ha llenado de ilusión a todos los rocieros que, mañana,  se volverán un torrente de lágrimas por las calles de mi Córdoba,  cuando Cantares proclame al cielo cordobés el Rocío de la Fe.

 
                                


      Desde esta enorme distancia, dejamos este granito de arena marismeña en forma de vídeo.  El día antes de empezara a editarlo, seleccionando las fotografías, se me escapó un llanto que me llevaba a los Rocíos del pasado, los que veo en las imágenes, y al Rocío próximo, con el que no dejo de soñar. Gracias a estas fotografías y a la música de los Hermanos Ortigosa y Cantares, pero sobre todo gracias a la fe de tantísimos andaluces ha sido posible este vídeo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Vive la vida




     Para gran disgusto de mi amigo Juanma, éste fue el primer disco que compré con mi propio dinero.
El plan, perfectamente urdido por mi amigo, era salir una tarde, pasarnos por Fuentes Guerra,  y comprar un par de LP´s. El primer problema fue que en Fuentes Guerra no tenían el disco que yo buscaba, el segundo que, cuando le dije a Juanma que yo estaba buscando el último disco de Manolo Escobar, casi le da un bahío. No recuerdo si él compró su LP en Fuentes Guerra o no, pero si que me acuerdo de que fue todo el camino hasta SIMAGO (en mis tiempos Córdoba era una ciudad de la categoría "sin Corte Inglés), dándome la tabarra. Allí, por fin encontré mi disco,  y me lo compre con gran felicidad por mi parte y estupor y cabreo por la parte de Juanma. Él se compró un disco de The Communards, dúo inglés del que hasta ese momento yo desconocía su existencia.
     El cabreo de Juanma se debía a que él quería un 2x1 (me compro el mío y me hago una copia del tuyo),  y con mi compra estrafalaria le había arruinado el plan. Para él era impensable, inimaginable y de todo punto incomprensible, que a un "tío" de 15 años le pudiese gustar Manolo Escobar, que encima se gastara el dinero en un disco suyo, debía parecerle merecedor de prisión preventiva por lo menos. El caso es que para mi tampoco hubo 2x1 porque ni tenía idea de quienes eran esos Communards ni, después de escucharlos, me gustaron.
     Afortunadamente Juanma y yo nos perdonamos nuestros respectivos malos gustos musicales y seguimos siendo unos de los "mejores amigos para toda la vida" hasta el día de hoy. Mierda de enorme distancia!




     En casa gustaba Manolo Escobar, gustaba bastante. Teníamos algunos discos suyos y mis padres solían ponerlos cuando yo era pequeño. Supongo que de aquellos años de tierna infancia me quedó el gusto por las canciones y la voz de Manolo Escobar. Había dos discos a los que le tenía un cariño especial: uno de canciones de películas y otro de villancicos. Me entusiasmaba aquello de "Manuela la de Motril, ay Dios, ay Dios y que le aproveche, tiene en un viejo barril, trágala,
 franchutes en escabeche..." y aquello otro de "por el espacio infinito un niño bendito con una estrellita, cruzando los cielos se anuncia en Belén..."

     Mi familia era un familia humilde que vivía en una barriada humilde de Córdoba, y supongo que en muchos pisos de familias humildes había dos o tres discos de Manolo Escobar. Porque en aquel tiempo gris la gente humilde necesitaba refugiarse en la amnesia colectiva, necesitaba olvidar que hubo una guerra de poder, una guerra de clases, una guerra de ricos contra pobres en la que perdieron los que siempre tienen todas las de perder. Una guerra cruel en la que la mayoría del ejército se alió con el capital, con los terratenientes y con una gran parte del poder eclesiástico para derrocar un gobierno democrático, libremente elegido por una mayoría de gente humilde. Terminada la guerra se perpetuó la injusticia y la mayoría de humildes familias españolas se decidió a seguir viviendo, vivir con el miedo pegado a la solapa, pero seguir viviendo cada día; intentando ser felices con su cine de barrio en la última fila, con un pasodoble de Manolo Escobar "bien agarrao" o con su cafelito con aguardiente, su tertulia de bar o de vecindario, con las Copas de Europa del Real Madrid, con la certeza de que todo tiene un final y no hay salud que resista cien años, por muy Dictadorísimo que se sea; con el sueño de un futuro mejor para sus hijos.

     Soy hijo de una familia humilde, de una barriada humilde de Córdoba. Crecí con las canciones de Manolo Escobar. Con 15 años gasté mi dinero mensual en su último disco, y llegué a casa con la ilusión de escucharlo yo, pero también de ponérselo a mis padres, y decirles de esa manera que lo habían hecho muy bien, que ahí estaba yo con 15 años queriéndolos y orgulloso de las cosas que me habían enseñado, cantando a todo dar eso de "la vida tienes que tomarla igual que el vino, igual que el vino, a tragos para que te dura y andar felices por el camino..."

     Pasaron los años y me fui a Barcelona y claro que me siguió gustando Manolo Escobar, faltaría más. 
Tuve la suerte de poder verle en directo en el Gran Teatro de Córdoba, y ahora le canto a Matías algunas de sus canciones.  
     Manolo Escobar murió hace unas semanas, poco antes del último "clásico"; culé confeso lo disfrutaría desde el cielo. Aunque mi Madrid perdió, yo disfruté el partido en casa de una humilde familia portuguesa que también vive en esta distancia enorme. Manolo Escobar ya no está más entre nosotros pero su música sigue viva en un montón de corazones y hogares humildes que, aunque guardan el mejor de los recuerdos, saben que no todo tiempo pasado fue mejor. Este año, como el estudiante, el militar y el turrón, volvemos a casa por Navidad y nos vamos a hartar de cantar villancicos del Coro Yerbabuena y de Manolo Escobar. 







domingo, 10 de noviembre de 2013

La Delicadeza



     Poco antes de que naciera Matías, mi amigo Fernando y yo estuvimos unos días enviándonos por whatsapp fotos de los libros que estábamos leyendo o que íbamos a leer próximamente. Entre foto y foto se nos coló alguna pregunta, alguna recomendación y algún recuerdo.
     Estos mensajes instantáneos me dejan un sabor agridulce: agradezco poder compartir, aunque sea instantáneamente y en pocas palabras el poso que me dejó un libro; pero me fastidia que esta distancia enorme no nos permita regresar a aquellas tardes de viernes en las que Fernando regresaba de Sevilla cargado de Bandas Sonoras y le echaba un vistazo a la colección de libros "Círculo de Lectores" que yo iba juntando. Esa enorme distancia convierte en un "este está bien" o un "a mí me gustó bastante" lo que podría haber sido una buena conversación junto a un café o una copa de fino.
     Recuerdo que una ociosa mañana de domingo, antes de la llegada de Matías, a propósito de la recomendación de "Into the wild" de John Krakauer, Fernando me comentó que se le hacía muy difícil leer un libro si ya había visto la película y viceversa. No es mi caso. Desde los tiempos en los que el cine fue mi primera huída, me gustaba la idea de leer un libro y después ver la película,  o viceversa. Reconozco que en la mayoría de los casos, si la lectura del libro precedía a la película, el resultado de ésta solía ser decepcionante. A pesar de ello, sigo viendo adaptaciones de libros que leí y comprando libros de películas que vi.

     Desde esta enorme distancia, mantengo mi suscripción al Círculo de Lectores. Cada dos meses ojeo el catálogo digital y envío mi pedido bimestral por mail. Unas semanas más tarde mi agente del Círculo, le deja los libros a mi hermana, y ella me los guarda hasta que nos encontremos en Córdoba o Barcelona. Sucede que a veces, cuando, por fin, recibo mis libros, he olvidado cuáles había comprado. Alguna vez, incluso, olvido porqué compré alguno de ellos. Así sucedió con La Delicadeza.

     La primera vez que lo tuve en mis manos, antes de quitarle el plástico protector, me pregunté si realmente yo había pedido ese libro. Nombre del autor, desconocido. Portada, poco sugerente. Título...
Como no recordaba si lo había pedido o no y tampoco es fácil reclamar desde esta enorme distancia, lo coloqué en la estantería de los libros solitarios (no tengo ningún libro más de ese mismo autor, y tampoco tiene acomodo entre libros siguen una misma temática). Poco tiempo después, buscando un libro no muy denso, me doy cuenta de que ese título, La Delicadeza,  me suena de algo. Recuerdo un cartel de una película, la cara de Audrey Tautou en primer plano y de perfil. Pienso que probablemente sí que pedí este libro. De momento no lo leo. Elijo "Tú y yo" de Niccolo Ammaniti.

     Con Matías ya entre nosotros, y después de un montón de semanas sin tiempo para leer, necesito encontrar otro libro no demasiado largo, no demasiado complicado. Es el momento de La Delicadeza.
A pesar de que todavía no tengo mucho tiempo ocioso, lo termino en tres días. Es un libro ligero, fácil de leer, escrito con un lenguaje cercano que huye de la pomposidad. La historia, es una increíble historia de amor, de dos amores en realidad, narrada alternando la voz de varios de sus protagonistas, personajes increíbles que rozan lo sublime y lo ridículo, y que hacen que la novela funcione, que me atrape, que me crea su historia, que por momentos tenga ganas de llorar y que muchas veces me ría en el sofá. Si esta enorme distancia no fuese tan enorme, y me pudiese tomar un café o un fino con mi amigo Fernando, se lo recomendaría; y si por aquellas casualidades de la vida, ya lo hubiese leído, sin ánimo de ejercer de críticos de nada, sería un gusto alargar el café o pedir una segunda copa de fino y compartir opiniones.




     Pocos días después de terminar el libro, veo la película: decepción. Ya no me creo esta increíble historia de amor, a ratos no tengo ganas de llorar, ya no me río, a ratos me muevo irritado en el sofá.
Me preguntó porqué no han buscado un rostro nuevo para Nathalie, un rostro que nunca será el que miles de lectores hemos imaginado para ella, pero que al menos no será la cara de Amélie, con los gestos y la forma de hablar de Amélie. En la película Nathalie no roza lo sublime y más de un personaje está hundido en lo ridículo.
     Pobre François, pobre Nathalie, pobre historia de amor inmortal resumida en una secuencia de ridículas fotografía dando la vuelta al mundo.
     El plano secuencia final de la película me sorprende, es casi lo único que me gusta, es casi lo único que me recuerda al libro. 
     



     Termina la película y busco información sobre el director: sorpresa. Escritor y director son la misma persona: glups. Para ser exactos, el escritor escribió en solitario y el director dirigió a dúo con su hermano. Escribir es difícil, escribir bien es muy difícil, conseguir emocionar escribiendo es terriblemente difícil. David Foenkinos me emocionó con su novela.

     Cuando estudiaba, dirigí sólo un cortometraje, pero hice la fotografía de más de 20. Dirigir una obra de ficción es muy, muy difícil, dirigir bien es terriblemente difícil, conseguir emocionar, conseguir una obra de arte es una proeza al alcance de muy pocos. No pertenezco a ese selecto grupo, por eso empecé a hacer documentales.
      No puedo evitar preguntarme qué pensaría David, el escritor, cuando lápiz en mano, mutilaba su propia obra, redactando el guión de la película; qué imagen le devolvería cualquier espejo del set de rodaje, a David, el escritor, cuando se mirase en él entre toma y toma. Dirigir una película es una aventura llena de peligros para la autoestima. Sólo el hecho de llegar vivo al último día de rodaje es suficiente para ganarse mi sincero aplauso. Pero pienso que David, el escritor, quizá piense que David, el director, y su hermano, quizá debieron ceder la novela a otro director o tal vez debieron darse mucho, mucho más tiempo, antes de convertir las palabras en unas imágenes que a mí no me emocionaron.


David Foenkinos.

      Si mi amigo Fernando, o mi amigo David, que compartió clases de cine conmigo, hubiesen visto la película y leído el libro, el café podría alargarse o las copas multiplicarse; en el caso, claro está, de que esta distancia enorme no fuese tan enorme. Si bien es verdad que, a pesar de la distancia,  pocos minutos después de escribir que sería bastante difícil conseguir un ejemplar de "La Virgen del Rocío entró en Triana", mi amigo Fernando me envió un whatsapp diciéndome que acababa de encontrarme varias ediciones de segunda mano. Sentados en el Gran Teatro, antes de que empiece el Concierto de Carlos Núñez, podré echarle un vistazo al libro que, quizás, gracias a la distancia fue tan fácil de conseguir. 



 




miércoles, 6 de noviembre de 2013

Nana de lluvia



      Ayer, 5 de noviembre, Matías cumplió cuatro meses. Cada día que pasa descubre cosas nuevas con las que sorprendernos. Esta feliz la mayor parte del día y ha empezado a soltar sus primeras carcajadas. Para él, reírse es abrir la boca todo cuanto puede y clavar sus preciosos ojos chispeantes en los nuestros. Tumbado en el sofá o un su cuna portátil, a veces empieza a hablar sólo,  y su soliloquio comienza siendo el canto de un pajarillo y de a poco va cogiendo fuerza y al final, cuando ve nuestras cabezas asomadas encima de la suya, se deshace por alargar las vocales, y con la babita que le llena la boca, consigue unos graciosísimos sonidos burbujeantes.
     Hace unos meses Matías era un poco más impaciente con el tema de la comida, y si su primer tímido reclamo era desoído, la cara y el cuello se le ensanchaban como preludio de un llanto inminente. Ahora Matías ya no me hace "marlonbrandos", nunca se enfada, casi nunca llora, es más paciente; y sólo con  jugar un poco con él, cantarle y dejar también que él cante o subirlo a nuestras rodillas... es suficiente para que espere su comida unos minutos. 
     A Matías cada vez le gusta más estar con nosotros, cada vez se siente más parte de esta familia. Acaba de descubrir la mesa, después de mirar un ratito como los demás comemos, empieza a soltar tosecillas o grititos reclamando que lo tomemos y lo sentemos con nosotros a la mesa. Desde su trono, en nuestras rodillas, mira todas nuestras caras y sonríe, después se concentra en las cosas que hay sobre la mesa,  intentando descubrir qué será todo aquello que nos vamos llevando a la boca. 
     En este mes, Matías, ha descubierto los baños de espuma, y también que con sus piececitos puede provocar un tsunami que desborda su bañera, nos moja la ropa y el suelo, y nos hace morirnos de risa.
     Empiezan a picarle las encías, suponemos que sus primeros dientes ya están próximos,  y en estos días su mejor juguete es cualquier trapo o baberola que pueda llevarse, con ansia, a la boca. 
      Matías es un bebé feliz que nos llena de felicidad a todos los que estamos junto a él.




     Querido Matías, este noviembre que recién empezamos, es el mes que menos le gusta a nuestra amiga Maite. A noviembre le robaron una hora de luz, y es el prólogo lluvioso del duro invierno que nos espera en esta latitud. A noviembre, los centros comerciales intentan robarle su austera personalidad disfrazándolo de una Navidad de destellos multicolores. Quizá nuestra amiga Maite esta en lo cierto y noviembre es un mes triste, pero en este norte ningún mes resiste la comparación con un recuerdo andaluz.
     Desde hace tiempo tenía guardada esta "Nana de lluvia" para este mes. La tenía guardada desde antes de saber que el 14 de diciembre Dios o el Universo han tenido a bien hacernos coincidir en lugar y tiempo oportuno con un concierto de Carlos Núñez, la tenía guardada incluso antes de intuir que nos mudaríamos de casa casi por sorpresa. La tenía guardada para este mes sólo por su título.
     Hace unos días, cuando cogí el CD de Carlos Núñez, me encontré con que esta nana no es una nana para un niño: "El mismo mar que da la vida es el que se la lleva. Da de comer y come. Realidad delicada y monstruosa... Carlos se encontró en un concierto en Catania (Italia) con varios familiares de marineros muertos en una de tantas tragedias en el mar. Esta canción cuenta una de esas historias. Un amigo de Carlos le trajo esta letra dedicada a los que se quedan en el mar... y a los que se quedan solos en tierra"
     Después de leer este párrafo pensé en cambiar la nana que había elegido para celebrar tu cuarto mes.
La melodía es preciosa y la letra una maravilla. La nana es triste, pero sin momentos de tristeza no conoceríamos el valor de la alegría. Este noviembre arranca lluvioso, pero desde las ventanas de nuestra casa nueva no me parece un mes triste.
     Tu tío Jose me envía la foto del ramo del día de los difuntos. A tu abuelo no se lo llevó el mar, somos gente de secano, pero su marcha provocó un tsumani en nuestras vidas. Tantos años después y siento que todavía estamos braceando intentando alcanzar no sé bien qué orilla. Me asomo a las ventanas y, llueva, luzca el tímido Sol de este otoño o empiecen a caer los primeros copos de una nieve que apareció, escasa y repentina, hace unas horas; veo a tu abuelo y le cuento que seguimos nadando, señal de que estamos vivos, que te empiezan a picar las encías, pero que a mí mirándote, se me cae más la baba que a ti. Le pido que, aunque el mar no se lo llevara, encienda la luz de un faro próximo y nos ayude a llegar a la orilla. Te miro y te digo, ahora que sólo tienes 4 meses, que escuches la flauta de Carlos Núñez -si Dios quiere el mes que viene le verás tocar en el Gran Teatro de Córdoba-  ; te digo que, cuando seas un poco más grande, te explicaré la letra de esta "nana de lluvia" que no es para un niño,  y te contaré y te contaré y te contaré de tu abuelo que mientras estuvo con nosotros no permitió que la tristeza atravesase nuestras ventanas.