domingo, 12 de abril de 2015

Interstellar


Hace unos años conocía el nombre de un montón de directores de cine. Hasta el nombre de los mediocre. Estudié cine y empecé a retener sólo los nombres de los clásicos.

Christopher Nolan

Relación Padre hijo
Relación con nuestro planeta
El espacio / tiempo
Futuro…esperanza










                          

jueves, 9 de abril de 2015

Los colores de Córdoba



     Hace ya casi, o más, de un año, me llegó por whatsapp las fotografías con la portada de este libro y una dedicatoria de la autora para nuestro pequeño Matías. Desconozco el dónde y el cómo, pero el caso es que mi madre coincidió con la presentación de este cuento cordobés y tuvo a bien comprarlo y obtener una dedicatoria de la autora, Eva María Aguilar, para nuestro pequeño futuro lector.




     Ahora que acabamos de regresar a casa, después de pasar unas extendidas vacaciones de Semana Santa en Córdoba, decido que es un buen momento para leer este cuento cordobés que, he podido comprobar, se publicita y vende en las librerías y tiendas de turismo de mi ciudad.
     Cuenta, el cuento, que la pequeña Gimena, gracias a una buena acción, obtuvo una semillas mágicas, y que ella, bondadosa y solidariamente, las fue repartiendo por la empobrecida provincia. Cuenta que de las semillas brotaron los olivares de la Subbética, los viñedos de Montilla-Moriles y los naranjales de Palma del Río y los encinares al norte de la provincia. Agradecidas, las gentes de los pueblos, le trajeron a Gimena los productos que, gracias a ella, les habían devuelto la abundancia. Le regalaron también semillas florales de todo tipo con las que Gimena y sus amigos adornaron la que ahora se llama Calle de las Flores.

     Los cuentos, aunque no todos, son para niños y yo hace ya bastantes años que dejé de serlo. Pienso en Matías y creo que la abuela acertó comprándole este cuento cordobés. Porque, como casi todos los cuentos para niños, es un cuento sencillo, ingenuo, irreal y bondadoso. Un cuento para hablarle, después de leerlo, sobre algunas cosas que los que ya no somos niños quizá hace tiempo que olvidamos: la generosidad y el desprendimiento.

     Confío en que este sea un año importante, un año para empezar a dar forma, en palabras o imágenes, a algunas historias, algunos cuentos, relatos breves, guiones… que llevan ya bastante tiempo esperando que despierte del letargo. Fue bueno que me anticipase a Matías leyendo este Los colores de Córdoba para recordar que algunas historias tienen que ser sencillas, algo ingenuas, con un toque de magia y un puñado de buenas intenciones.

martes, 7 de abril de 2015

Påske Krim



     Ya de regreso de la Semana Santa cordobesa, entre el avión y el sofá de casa, leo las últimas páginas de Tatuaje, magnífica novela negra del magnífico Vázquez Montalbán. Para esta Semana Santa andaluza, cordobesa y de larga duración decidí seguir en la distancia una de las tradiciones de la Påske noruega. Como todos los familiares y amigos íntimos, que leen estas páginas virtuales, pueden imaginar, las tradiciones que seguimos en Andalucía y las que se siguen, aquí en Noruega, en los días de Semana Santa o Påske son bien diferentes. Lo que quizá no puedan imaginar es que además del color amarillo inundándolo todo, los huevos de chocolate y la sobredosis de sofá y chucherías con las que compensar las salidas campestres (esto último sólo si el buen tiempo hace acto de presencia); una de las tradiciones estrellas para estos días es la lectura y visionado de novelas y películas de género "negro", policiaco o de crimen.

     Para esta Semana Santa andaluza y cordobesa elegí una novela noruega, que Nathaly me regaló en su empeño por acercarme a la cultura del país que habito, y la relectura de Tatuaje.




























     Si no recuerdo mal, Nathaly me regaló Headhunters en un aeropuerto, en uno de los último viajes de regreso a Noruega. Aunque Jo Nesbø es un autor muy popular en Noruega y en gran parte del mundo, reconozco que hasta ahora no lo había leído y que, viendo sus abundantes portadas en las librerías noruegas, dudaba de que sus libro pudieran interesarme. Error. Desde el comienzo me engancha el argumento, el pulso narrativo, los giros que hacen avanzar la historia y la sorpresa final. Además, me hace gracia comprobar lo familiares que me resultan ya algunos de los lugares de Oslo y algunas de las costumbres nórdicas (como ésta de leer novela negra y ver películas de crímenes en Påske) descritas en el libro de Jo Nesbø.

     Tatuaje es, en cambio, una relectura. Antes de que el diario El Público tuviese sólo una edición digital, solía regalar con la compra del periódico un libro en edición, obviamente, barata y de bolsillo. Gracias a su colección de novela negra desterré los prejuicios que tenía sobre este género y disfruté leyendo algunos buenos ejemplos. Poco tiempo después El Público dedicó también una pequeña colección al escritor barcelonés Manuel Vázquez Montalbán. Tengo que reconocer que por una concatenación de infantiles prejuicios los libros de Vázquez Montalbán no llamaron mi atención de lector adolescente. Error, error grande, enorme! Durante muchos años Vázquez Montalbán no significó para mí otra cosa que un rostro redondo, enmarcado por unas grandes gafas y un bigote intenso, y las imágenes de erotismo ochenteno que aliñaban los capítulos de una serie de TVE basada en el detective Pepe Carvalho, personaje protagonista de muchos de los libros de Vázquez Montalbán.
     Gracias a mi mentor y amigo, Nacho Garassino, tuve la oportunidad de grabar una entrevista con Vázquez Montalbán en su casa de Vallvidrera en Barcelona. Nos recibió el escritor, ya sin el intenso bigote que le recordaba, y nos condujo hasta su biblioteca. Allí, recuerdo,  nos enseñó una colección de matrioskas rusas de la que sentía bastante orgulloso. En aquella conversación improvisada y en la entrevista posterior sobre el tango en Barcelona descubrí a un Vázquez Montalbán culto, muy culto, y sensible y de mundo. Descubrí que el escritor barcelonés no se correspondía con la prejuiciosa imagen que durante mi adolescencia tuve de él. Pese a la fascinación que causó en mí aquella larga entrevista en su casa, ni compré ni leí alguno de sus libros.

   Fue bastantes años más tarde cuando gracias a la colección de El Público empecé a leerlo y, nuevamente sorprendido, descubrí una prosa rica y ágil en la que puedo reconocer al escritor culto y sensible, enamorado de su ciudad, Barcelona, y gran viajero al que escuché con deleite hablar con pasión durante un par de horas sobre Gardel, Cadícamo, El Raval, y la desdibujada Barcelona post olímpica. Formaban parte de de aquella modesta colección de diario los siguientes títulos: Tatuaje, Galíndez, Pigmalión y otros relatos, Erec y Enide, El estrangulador, Mis almuerzos con gente inquietante, La soledad del manager, Los demonios familiares de Franco y Autobiografía del General Franco. Excepto los dos último los he leído y disfrutado todos. A mi madre, encargada de comprarme, obviamente por los libros, el diario cada día durante mis primeros meses en Noruega; se le pasó alguna entrega por ejemplo la primera parte de La autobiografía del General Franco. A pesar de esta falta, es de agradecer la dedicación que mi madre tuvo durante aquellos meses y, quizá, gracias a la cual he podido descubrir al excelente escritor que había detrás del hombre afable, culto, sensible y gran conversador a quien disfruté grabando durante un par de horas en su casa de Vallvidrera en Barcelona.

     Quedan pendientes nuevas relecturas y nuevas compras, esta vez en ediciones algo menos modestas que aquellas con las que el diario El Público intentó fidelizar lectores a su línea editorial.
     Lo más probable es que el año próximo nuestra Semana Santa sea una Påske noruega, quizá en una cabaña con la rutina del paseo por el bosque, la buena comida, el buen vino y el exceso de chucherías y chocolate. Por llevar la contraria o, quizá, por compensar, el año que viene en lugar de novela negra lea algún Caballo de Troya o El Evangelio según Jesucristo de Saramago.




domingo, 5 de abril de 2015

Credo


     Hoy, 5 de abril, Domingo de Resurección, celebras, querido Matías, tu cumplemés 1.9. El día no ha resultado como esperábamos porque llevas ya dos días enfermo, con bastante tos, mocos y fiebre durante la noche; y hoy hemos decidido no sacarte a la calle para que, entre hoy y mañana, mejores y el martes podamos volar a casa. Mamá y yo pensamos que fue en la noche del Viernes Santo cuando, al tenerte en manga corta de procesión en procesión, te resfriaste. Nos quedaba por ver hoy la salida del Resucitado pero tenemos que conformarnos con escuchar a lo lejos las campanas de Santa Marina.
     Este mes ha sido intenso y variado. Muchas de las cosas que has ido haciendo se han convertido en capítulos de este cuaderno virtual. Quizá ha sido éste mes en el que has descubierto la libertad. Te gusta  correr libremente por cualquier espacio abierto: la plaza a la que se asoma nuestra casa, el Zoo, las calles cordobesas convertidas en peatonales durante la Semana Santa, los jardines de Colón… Mamá y yo, juntos o por turnos, no te quitamos ojo de encima o seguimos tus pasos entre la multitud con los que, intuimos, buscas sentirte tan grande como los niños que te sacan un par de años y que corretean entre los nazarenos pidiéndoles cera. Mamá y yo te miramos, nos miramos después, y se nos cae la baba viendo como tu cabecita no deja de absorver colores, olores, formas, y nuevas sensaciones. Mamá y yo tenemos la impresión de que emocionalmente has crecido muchísimo en este viaje a la Semana Santa cordobesa, a la que siempre será tu ciudad y tu Semana Santa. Y no sólo emocionalmente, con tu forma de prestar atención, con tu manera de copiar la realidad que miras, con tu forma de ser cariñosa, tan cariñosa, con tus ganas por liberarte del carrito o nuestra mano y salir corriendo tras una pelota o una paloma; también pensamos que has crecido físicamente.
     Todo el mundo te encuentra alto o grande para tu edad. Una noche a la vuelta de procesiones, en nuestra plaza, tu corrías hacía la puerta de casa mientras un abuelo cuidaba a su nieto. Mamá cruzó alguna frase con el abuelo y a mí, algo alejado de la conversación sólo me llegó la edad del nieto: dos años y medio. Una mirada fugaz al pequeño me bastó para interrumpir tu carrera hacia la puerta de casa y llevarte de la mano junto a aquel pequeño meses mayor que tú y de igual estatura y tamaño. Mamá advirtió mi intención y no pudo reprimir una cómplice sonrisa. Así de tontos nos volvemos los padres, querido Matías, cuando la más mínima sonrisa, un gesto nuevo o un centímetro más nos ilumina el día más nublado.




     Como en cada cumplemés, querido Matías, te dedico una canción. Hoy rescato para ti este Credo en la voz de Elsa Baeza que yo, de pequeño, casi me sabía entero de memoria. Te dedico, hoy, esta canción porque forma parte de mi infancia y porque, más allá de las tradiciones y el bonito espectáculo de luz, olor y sonido que despliega la Semana Santa cordobesa, yo creo en Jesús, en su vida, en su obra y en su mensaje. Yo creo en ese Cristo obrero del que habla esta canción y creo también en los millones de seres humanos: arquitectos, ingenieros, albañiles, labradores… que hacen cada día de nuestro planeta un mundo mejor. Yo creo y no he perdido la esperanza en los seres humanos porque sé que en ellos late el espíritu de Dios. Mamá y yo queremos que, desde pequeñito, más allá del bonito espectáculo de luz, olor y sonido que la Semana Santa cordobesa despliega cada año, estemos o no presentes; Jesús forme parte de tu vida. Queremos que tú, querido Matías, también sepas ver en Él a ese amigo que siempre está cuando se le necesita; que tú también, querido Matías, sepas reconocerle en tu sonrisa, en tu forma de ser cariñosa, en tu corazoncito generoso y en los corazones de la multitud de chiquillos que corren pidiendo cera y en los de los mayores que, mirándolos, recuperan su inocencia.