lunes, 23 de mayo de 2016

La Champions


     En mayo de 1998 ya vivía en Barcelona. Llevaba los suficientes meses en la ciudad como para poder moverme por ella con total comodidad. En mayo de 1998 el Real Madrid, mi Madrid, continuaba siendo el equipo con más Copas de Europa en su palmarés; y eso a pesar de no ganarla desde el año 66.
     En mayo de 1981 yo tenía 9 años y un madridismo incipiente e indoloro. En mayo de 1981 el Madrid volvió a jugar una final de Copa de Europa: el rival fue el Liverpool y el resultado 1-0 a favor del equipo británico. De aquella primera final de Copa de Europa de mi vida guardo el recuerdo claro de verla junto a mi padre en el salón de nuestro piso de la Calle Escritor Pedro Messia, y el recuerdo equivocado del momento y del autor del gol que nos derrotó. Siempre creí que el gol había sido al principio del partido y ahora descubro en google que fue exactamente en el minuto 82, y que fue un tal A. Kennedy quien nos marcó y no el "maldito"Kenny Dalglish como yo pensaba.

     Volviendo al mayo de 1998 en que el Real Madrid, mi Madrid, por fin volvía a disputar una final de Copa de Europa, recuerdo que yo había pasado todo el día paseando por Barcelona y buscando localizaciones para las prácticas finales de mi primer año en el CECC. Serían poco menos de las seis de la tarde cuando un compañero, dada la cercanía de la Filmoteca de Catalunya y lo asequible de su precio, propuso ir a ver una película. Intenté, sin mucho éxito, explicar que el Real Madrid, mi Madrid, jugaría poco menos de tres horas más tarde una final de Copa de Europa. Me despedí y enfilé por la Diagonal camino a casa. Caminé convencido de que la derrota era segura y de que en realidad eso no era el peor de los males si se producía de forma honrosa y no con una goleada de escándalo. Estaba convencido de que nuestro momento de gloria en esa Copa de Europa había sido la victoria en semifinales (momento que se produjo coincidiendo con un concierto de Kitaro en el Palau Sant Jordi al que acudí con transistor en el bolsillo y un pinganillo en la oreja). Con la tranquilidad que da la certeza de la derrota, llegué a mi piso de estudiantes, en el que por el mes de mayo de 1998 el ambiente era aún respirable, hasta tal punto lo era que un excéntrico compañero de piso me había ofrecido la posibilidad de colocar su televisión (la única que había en la casa) en la puerta-frontera de su dormitorio-reino para que yo pudiese ver el partido; evitándome así el bochornoso suplicio de ver nuestra segura derrota en algún bar de la zona, territorio obviamente culé.

     Con el paso de los minutos la certeza de una derrota se fue convirtiendo en la certeza, sólo, de un digno papel y en la posibilidad, en la esperanza, en el que quien sabe si... al final ganamos. Y con el crecimiento de esa posibilidad mis nervios se fueron disparando hasta hacer explosión décimas de segundo más tarde del momento que recoge la fotografía de abajo. Resultó que la todopoderosa Juve de Zidane no era invencible y un gol de Mijatovic en el minuto 67 dejó KO al equipo turinés. Me recuerdo perfectamente corriendo como un poseso pasillo arriba y abajo de mi piso de estudiantes y gritando como loco por la ventana que daba al patio comunal de la manzana de aquel piso de la Calle Bailén, entre Mallorca y Valencia.
     Terminó el partido con aquel solitario gol de Mijatovic, el Real Madrid, mi Madrid, ganó su Séptima Copa de Europa, yo me fui tranquilizando poco a poco, me duché, me vestí y me di el capricho de ir a la Fuente de Canaletas a celebrar en silencio que tras aquel partido en el Amsterdam Arena volvíamos a ser los mejores de Europa.




     En mayo del año 2000, hacía tiempo que el ambiente irrespirable de mi piso de estudiantes me había llevado a alquilar un piso en la calle Marina, también entre Mallorca y Valencia. En mayo del año 2000 Barcelona era como mi casa, me había convertido en un aspirante a director de fotografía con cierto prestigio entre mis compañeros y el Real Madrid, mi Madrid, había llegado de nuevo a una final de Champions.
     Esta vez el rival era el Valencia, merecido campeón de la Liga y un rival temible al que muchos daban por favorito para la final. Invité a unos cuantos compañeros de rodajes del CECC, todos manifiestamente culés y claramente antimadridistas. Recuerdo que preparé agua de Valencia y paella y que estaba absolutamente convencido de que íbamos a ganar. Décimas de segundo más tarde del momento que recoge la fotografía de abajo Raúl, eterno capitán de mi Madrid, marcaba el tercer gol y, por respeto a mis invitados, todos ellos en estado de shock y duelo; más que desatarme la euforia me dibujo una enorme sonrisa de felicidad futbolera que desarmó a alguno de los culés presentes en mi casa quienes,terminado el partido, me felicitaron de forma sincera.
     En mayo del año 2000 el Real Madrid ganaba la Octava en el Parque de los Príncipes de París.




     La Novena me pilló fuera de casa. En mayo del año 2002 yo estaba en Valladolid trabajando como ayudante de cámara en un vídeo promocional de Castilla León que sería proyectado en el Metropolitan de Nueva York. Mi relación con el director de fotografía nunca fue fluida por culpa de una serie agujeros en la lista de material que no llevé porque mi productora consideró innecesarios. La tarde de la final mi director de fotografía creo que con ánimo de putear, me dejó con el director grabando los últimos planos de la tarde en un convento vallisoletano, mientras él se iba a mirar una localización para el día siguiente. Intenté no pensar en la cascada de minutos que se despeñaba a gran velocidad hacia la hora del partido. Intenté ser paciente con los deseos del director y grabar el mejor plano posible. Ayudé a recoger a los eléctricos y auxiliares, obviamente todos culés; y al subir a la furgoneta de cámara me di cuenta de que el partido acababa de empezar. De camino al hotel con la radio a todo volumen llegó el gol de Raúl. Siendo Valladolid territorio en principio no hostil, saqué el cuerpo por la ventanilla de la furgoneta y sentado en la ventanilla grité como loco acompañado por los pitos de los coches y los gritos de celebración que salían de los bares. La alegría duró poco, sólo cinco minutos después empató el Bayern Leverkusen. Cuando llegué al hotel se cumplía la media hora de partido, el resultado era de empate a uno, yo me pedí una cerveza y busqué una silla libre para ver la hora que quedaba de partido.
     Pocos segundos antes del momento que recoge la fotografía de abajo, Roberto Carlos había enviado un melón (según su propia descripción del horroroso centro que hizo) y pocas décimas de segundo después Zidane convirtió el melonazo en una obra de arte que mi hermano me regaló en forma de figura de plástico y que Kevin guarda en su cuarto. Valladolid, territorio no hostil en los futbolero, y yo estallamos de júbilo. Al final del partido apareció la figura casi infantil de un portero de leyenda evitando el empate del Bayern en el Hampden Park de Glasgow.





     En mayo de 2014 Matías estaba a punto de cumplir su primer año y el Real Madrid, mi Madrid, volvía por fin a una final de Champions. En mayo de 2014, lo recuerdo perfectamente, la final coincidía con el día de María Auxiliadora, se jugaba en Lisboa y el rival era el Atlético de Madrid. Primera vez en la historia que dos equipos de una misma ciudad, Madrid, protagonizaban una final de Champions. Vinieron a compartir mesa y mantel, sobremesa, risas y nervios Jose y Mayte, malagueños y merengues; y Vitor y Lina portugueses y fans de Ronaldo.
     El partido se abrió con una cantada del portero de la novena, ya no tan niño, ya no tan ángel. Como quien no quiere la cosas, casi sin enterarnos llegó el descanso. En la segunda parte el Real Madrid salió con mas intensidad, encaró lo que quedaba de partido con mucho más empuje y juego y poco a poco fue acorralando al Atleti en su área. Los minutos iban cayendo, ahora sí que en cascada vertiginosa y el gol no llegaba. Se movía el partido en el territorio en el que Atleti se ha hecho experto. La pizarra del Cholo Simeone se imponía a la de Carletto Ancelotti. Por las continúas interrupciones y perdidas de tiempo del Atleti, el árbitro decretó 5 minutos de tiempo añadido.
Que si me acordé de mi padre, por supuesto, me acuerdo cada día. Pocos segundos antes del momento que recoge la fotografía de abajo, miré la fotografía en blanco y negro de mi padre joven y pensé en él, que quizá en el cielo estaría viendo el partido junto a Juan Gómez; y le dije a él y a Juanito y a María Auxiliadora también (pa que negarlo) que todo estaba bien, que lo más bonito y lo más grande ya lo tenía en casa, que fútbol es sólo fútbol y que, que coño lo bonito que sería ganar esta final. Pocos segundos después de este pensamiento tan ingenuo como sincero, Sergio Ramos marcaba el gol del empate y yo salía corriendo a la terraza gritando a pleno pulmón a la noche de Bjørkelangen.
     El Atleti se vino abajo en la prórroga y el resultado final fue de 4 a 1. No canté el resto de los goles porque Matías estaba dormido. Pensé que mi padre quizá lo estaría celebrando en el cielo con Juan Gómez y algún madridista más.




     El vídeo de abajo resume la historia de la Décima del Real Madrid. 


                       


Dijeron que pasarían años hasta que volviese a darse una final entre equipos españoles, que era muy difícil que una final entre dos equipos de una misma ciudad volviera a repetirse, que era casi imposible que Real Madrid y Atleti volvieran a enfrentarse para conseguir la Champios y, mira por donde, el sábado volvemos a tener, ahora en Milán, la final de Lisboa.