miércoles, 23 de octubre de 2013

Bajo tu manto





     Día grande, enorme! Gracias a la insistencia de mi hermano, a su amigo Miguel Ángel y a Juana, su madre; el lunes, 16 de septiembre, pasan a Matías por el manto de la Virgen del Rocío.

     Día tan grande que los nervios nos hacen olvidar, en casa, tu bolsito con todas tus cosas. Desayunamos en ruta, en la Campana, y llegamos a Sevilla con el tiempo justo para un paseo antes de comer. Lo que más urge es comprarte pañales. Además de los pañales, en el bolso olvidado quedó la ropita con que te íbamos a vestir para presentarte a la Virgen. Una ropa sencilla, que nuestra Madre no lleva esas cosas en cuenta.  La abuela Matilde te regala un trajecito para hoy, un trajecito que ya te quedará pequeño pasado mañana. No importa. El traje de hoy, el traje que toca el manto de la Virgen, ni se viste más, ni se lava. El traje de hoy te lo guardaremos con toda la devoción que hasta aquí nos trajo para contarte dentro de unos años como fue tu primer día en la Marisma.

     Antes de comer en Los Coloniales, me escapo un segundo y me paso por el FNAC. Te compro la "Edición Vespertina" de "Todo acaba y empieza en ti" y un cómic de Superman. A mitad de camino del Rocío tenemos que parar un momento, el calor es intenso y tú tienes mucha hambre.
     Con el tiempo justo llegamos a la Ermita, allí nos esperan Miguel Ángel y Juana. Rápido y en volandas, te cambiamos la camisetita por el trajecito que te regaló la abuela y entramos en la Ermita.





   
      En el interior de la Ermita, nos espera el santero y los padres de una niña que comparten nuestra misma ilusión. En fervoroso silencio subimos, todos,  al camarín de la Virgen. Nos colocamos en semicírculo y el santero acciona el mecanismo que nos descubre, en un momento mágico, la espalda de la Virgen.
     Mientras el santero pasa a la niña por el manto, hay mil imágenes que se me empiezan a amontonar. Cuando el santero te toma de mis brazos, el amontonamiento es tal que, queriendo rezar una oración, una Salve, soy incapaz de hacerlo. Fugazmente miro a tu mamá, miro a tu padrino, a tu abuela, a nuestros amigos de Almonte, fugazmente porque no quiero que vean que el amontonamiento ya se me ha echo agua en los ojos y amenaza con un desborde inmediato.
     Mamá y yo te vemos hecho un huevito en brazos del santero que, lentamente, te va pasando varias veces por el manto de la Señora. Quiero rezar y no rezo, no quiero llorar, pero lloro. Lágrimas de felicidad, por supuesto, lágrimas por tenerte con nosotros y ver que lo que tantas veces soñamos se va cumpliendo. Lloro recordando el tiempo en que parecías llegar y, sin embargo, teníamos que seguir esperando. Lloro recordando aquella salida de la Virgen que, en la pequeña pantalla de un iPad, vimos en directo, tu mamá y yo, en la web de Canal Sur. Lloro recordando cuantas veces en los últimos años me agarré a la reja que está más abajo pidiéndole que llegaras. Lloro sabiendo cuánto ha llorado tu madre y cuánto tu abuela y tus tíos junto a nosotros. Lloro de felicidad recordando aquello que decía Don Bosco, y en lo que yo creía, y creo,  con una fe absoluta: "Ella lo ha hecho todo", y lloro pensando en lo que dice mi hermano y tantos, tantísimos rocieros: "La que todo lo puede".
     Cuando vuelves a mis brazos, sigo llorando, qué más puedo hacer. Los hombres también lloran, hijo; y no es malo que lloren, sobre todo si es de felicidad.

     El momento que hemos vivido queda para nosotros. No hay fotos. Sería una falta de respeto. No son necesarias. La memoria es frágil, pero es un músculo sano que, bien entrenado y con la ayuda de las palabras, se convierte en un amigo tan fiable con la mejor de las fotografías.
     Casi toda la familia es rociera y en casa guardamos nuestras medallas y un par de vídeos del momento en el que nos las pusieron. Esta es nuestra fe y así te la iremos contando. Cuando seas un poco más mayor, si tú quieres y cuando tú quieras, si compartes nuestras creencias; estaremos junto a ti el día en que te pongas la medalla. Queremos que ese día sea grande para ti y que lo recuerdes siempre sin necesidad de que nosotros tengamos que contártelo. Y si tú camino es otro, también estaremos acompañándote en la ruta que elijas.




     En estos, tus primeros años, tu mamá y yo tenemos que tomar las decisiones más importantes. Cada paso que damos, lo hacemos pensando y volviendo a pensar en lo mejor para ti. Queremos verte feliz y en nuestra vida, Jesús y María, han sido muy importantes y con Ellos de nuestro lado somos felices. Por eso, querido Matías, en su momento decidimos que queríamos bautizarte. Agarrado a la reja, prometí una vez que, cuando llegaras, te bautizaríamos ahí mismo; después mientras tardabas en llegar, no perdí la fe, puse en Sus Manos lo que tuviera que pasar y te liberé de todas las promesas. Tú tito Jose, tu padrino, tuvo toda una noche, todo un camino, para hablar con Ella, seguro que también para echar unas lágrimas y pedirle, y pedirle. En su honor, por él, la promesa sigue viva y el 21 de diciembre a las seis de la tarde te bautizas en el Rocío. 
     Nos gustaría que ese día que para nosotros es tan, tan grande, todos los familiares y amigos que son y han sido importantes en nuestra vida y que, de alguna manera también lo serán en la tuya; estuviesen junto a nosotros a los pies de la Blanca Paloma. 

     Antes de regresar a casa, pasamos por Almonte. Es la primera vez que piso sus calles. Quedo sorprendido. El pueblo, indudablemente andaluz, onubense de trazado, me gusta más de lo que esperaba, me recuerda al Moguer de mi infancia y no me cuesta imaginar que aquí puede ser fácil encontrar una felicidad tranquila al atardecer.

     Antes de regresar a casa, una nueva visita a la Aldea para dejar fijado tu bautizo. Ya tenemos entregados los papeles. Sólo nos queda pendiente asistir en la Iglesia Católica de Lillestrøm, junto a tu tía Gissella, tu madrina, a los cursillos preceptivos, y llevar el certificado el día del bautizo.   

    



     En los primeros días, cuando estabas recién nacido, me costaba dormir, me pasaba las horas mirándote, vigilando tu respiración, tus gestos, cualquier detalle. Cuando, poco a poco, el sueño me iba doblegando, le rezaba a la Virgen y te imaginaba protegido bajo su manto. Cuando estoy despierto La llevo siempre a mi lado, y cuando duermo La dejo al mando, protegiéndote y cuidándote.


   

lunes, 21 de octubre de 2013

Vía Crucis Magno de la Fe





     Desde que empezamos a preparar este primer viaje de Matías a Córdoba,  esta fue siempre una cita ineludible. Llevamos dos años pasando toda la Semana Santa en Córdoba y la última vez nos acompañaron Erik y Kevin, y también Matías, aunque él todavía estaba dentro de la barriguita de mamá. 
     Los dos años disfrutamos mucho viendo los pasos y, en más de una ocasión, nos emocionamos. Para Erik fue una novedad ver tanta, tantísima, gente en la calle todo el día, y Kevin se vistió de nazareno, pero una lluvia inoportuna impidió que procesionara. De Matías sólo podemos intuir algunas cosas: pensamos que le gusta escuchar la música de las bandas que acompañan a los pasos. Era escuchar alguna marcha y ponerse a patear tan contento. Fue llegar el Domingo de Resurrección y quedarse mucho más tranquilo, tanto que incluso una tarde nos dejó un poco preocupados. Poco después de la medianoche,  pasaba bajo nuestro balcón un paso entoldado que iba camino del cocherón, donde permanecerá hasta que los costaleros se vuelvan a calzar las zapatillas, y ceñir la faja, y ajustar el costal para los ensayos de la Semana Santa venidera. Para intentar calmar nuestros nervios, salimos al balcón. Fue oír la voz del capataz y Matías empezar a decir aquí estoy yo. 
     A poco que se parezca a su tito, Matías hará todas las cábalas posibles para ver cuando nos toca Semana Santa en Córdoba. El 14 de septiembre, Matías apenas pasaba de los 2 meses y no conservará recuerdo del primer Vía Crucis Magno que tiene lugar en Córdoba. Nathaly y yo le contaremos dónde estuvo y porqué para nosotros esta era una cita ineludible. 




     Tenemos silla reservada en Carrera Oficial, así que salimos un poco tarde de casa pero confiados.  Al llegar a la Cruz del Rastro,  el embotellamiento humano es tan desmesurado que me entra un poco de miedo y llego a pensar que, tal vez, lo mejor es darse la vuelta y de camino a casa ver algún paso y nada más. Yo tomo a Matías en brazos, Nathaly se hace cargo del carrito y mi madre, entradas en mano y con la ayuda de un guardia de seguridad, nos abre paso. Detrás de la valla de acceso a Carrera Oficial, se puede caminar con tranquilidad y Matías regresa a su carrito. Nos llama la atención que no se vean sillas, incluso oímos el comentario de alguna señora que, extrañada como nosotros, se pregunta si no habremos pagado por un metro cuadrado en la calle.
     Después de caminar un poco por fin vemos aparecer las dichosas sillas. Lo de la línea recta es algo puramente indicativo que las filas de sillas se niegan a respetar.  Cuando llegamos al primer sector, comprendemos a primera vista que en aquel amontonamiento de sillas es imposible encajar el carrito de Matías, incluso para colocar nuestras piernas, tendremos serias dificultades. Un amable señor de Barcelona, al que yo tomo por maño, se ofrece amablemente a echarle un ojo a nuestro carrito, que queda abandonado junto a un naranjo, unas filas más atrás.
     Una vez que conseguimos contorsionar nuestras piernas hasta hacer que quepan entre nuestra segunda fila y la primera, recibimos en la nariz el olor inconfundible de un cigarro. La mujer que tenemos delante, acompañada de su hijos, es una chimenea humana que, compinchada con la inoportuna dirección del viento, nos está haciendo tragar las, más o menos, mil sustancias tóxicas que contiene el veneno que ella se está metiendo en los pulmones, y que tan generosamente nos está regalando a todos los que la rodeamos. Como no estamos dispuestos a que Matías respire ese tufo, me giro y le ofrezco un ventajoso cambio de silla al señor de Barcelona y su acompañante. Ellos aceptan el cambio encantados, y mi madre no tiene problema en sacrificar un poco de salud por poder ver a las imágenes desde su segunda fila. Se queda acompañada por los dos señores de Barcelona -un poco más tarde se confesaran "capillitas" de toda la vida a pesar de su catalanidad- y nosotros nos vamos a la última fila.
   
     El día anterior el diario Córdoba publicó que estaban vendidas todas las sillas, sin embargo yo miro a derecha e izquierda y veo que hay un montón de gente que, o va a llegar tarde o se ha dado la vuelta en la Cruz del Rastro; considerando una misión imposible acceder a su silla.
     Para que podamos tener el carrito de Matías junto a nosotros, una familia se corre un poquito a la derecha y nos deja dos sillas junto al acceso. En eso, un señor de unos 60 años, camisa abierta y look de cansadísimo, que ha visto nuestra última maniobra con las sillas, nos pregunta si nuestro sector es el de ese color. No lo dudo. Le digo que sí. Yo que leche sé de qué color es nuestro sector y además qué importa habiendo tantas sillas vacías.
     Al poco llegan un par de señoras mayores. Ellas tampoco tienen idea de dónde está su sector y, viendo tanta silla vacía y considerando que ya está a punto de llegar la primera imagen, deciden sentarse aquí mismo. El señor cansado les niega el paso porque qué pasa si a última hora viene todo el mundo, y entre todo ese mundo el propietario legítimo de la papeleta de silla que ellas quieren ocupar, qué pasa entonces, eh, que la culpa es del currante. Él lo siente mucho pero no pueden pasar.  A mí me da igual estar de pie que sentado y además sospecho que tarde o temprano Matías querrá brazos y que lo pasee por la ribera del río. Les cedo mi asiento, que el señor cansado tiene por legítimo,  y Nathaly discretamente se echa a un lado para liberar otro asiento.
     Como estoy de pie, el señor cansado empieza a hablarme. Eso es lo bonito de Córdoba, lo fácil que es que un desconocido empiece a hablarte. El hombre está cansado porque lleva más de 12 horas montando sillas y en cuanto pase el último paso tiene que empezar a recoger, y todo por 70 euros de mierda. Ingenuamente le pregunto por las horas extras. Está tan cansado que ni le da la risa. Un tercer desconocido se nos une, y después el hijo del hombre cansado que es fontanero, pero que hoy también está con lo de las sillas. Entre paso y paso, entre señal de la cruz y oración,  entre pañal y brazos de Matías, ponemos a caer de un burro al Gobierno, a la Junta, al Ayuntamiento, al Obispado, a los jefes y a los "chupapatas", y lástima que después ellos tengan tantas sillas que recoger y el tercer desconocido y yo, un poco de prisa, que para Matías esto ya no son horas; que si no, nos íbamos a tomar unas cervecitas a la salud de tanto canalla como hay suelto.
     Las señoras que acompañan a Nathaly resulta que son de Cabra - un pueblo cercano a Tójar y Priego - y resulta también que conocieron a mi tío Rufino y a mi chacha Encarna. Hay que ver lo pequeño que es mundo, lo diminuta que es Córdoba y lo hermoso que está Matías.  Por cierto que, a estas señoras egabrenses, todavía les debemos una postal de Noruega.

     Así, con el paso del Resucitado, el primer Vía Crucis Magno de Córdoba llega a su fin. Y yo que ya venía con toda la fe en Jesús, salgo con mucha más fe en el hombre de la que traía. Y me alegro de que en Córdoba sea tan fácil empezar una conversación, aunque sea para criticar a los de arriba, aunque luego no hagamos nada, aunque sólo sea hablar por hablar. En estos tristes días de aplicaciones móviles  en teléfonos inteligentes, poder hablarle a la cara a otro ser humano ya es bastante.




     Querido Matías, parece que va a ser difícil que el año que viene podamos regresar en Semana Santa. Si finalmente no puede ser, espero que podamos hacerlo pronto, y que puedas salir de nazareno con la Borriquita. Mamá y yo pensamos que te gustará, y pensamos que es importante que nuestro pueblo siga fiel a sus tradiciones, aunque a veces venga un estúpido reportero alemán a intentar poner a la gente sencilla en ridículo.

     Lo del próximo Vía Crucis, creo que tú sí podrás verlo, pero mamá y yo probablemente no estemos o no estemos para aglomeraciones o quizá, viendo como estaban las calles, los hoteles, las pensiones, los bares... deciden adelantarlo, y así no nos pilla tan viejos, tan viejos, y podemos alquilarnos una silla o un metro cuadrado en la Carrera Oficial, en el sector del color que más te guste.



     
   

domingo, 20 de octubre de 2013

Los mejores desayunos del mundo



     Es domingo y, como casi todo los domingos, desayunamos panecillos con mantequilla y salmón mientras en Canal Sur radio escuchamos a Pepe Da Rosa y su Calle de enmedio. El acento y la gracia andaluza hacen más llevaderos los domingos noruegos.
     Lo más probable es que este sea nuestro último desayuno de domingo en esta casa de Ileflaen, y por eso tal vez sea un buen momento para empezar una lista con los mejores desayunos de mi mundo particular.
     Una lista que no tiene orden de ranking, y que espero vaya creciendo en los próximos años y que nos alcance para conocer un mundo de sabores a primera hora de la mañana.


1.- La torta de frutas de San Pedro (Córdoba)

     Desde que nos mudamos al barrio de San Lorenzo, y después de una búsqueda exhaustiva, la cafetería San Pedro se convirtió en el lugar favorito de mi madre para desayunar, y como yo disfrutaba acompañándola y soy casi más de dulce que de salado; en poco tiempo esta cafetería también fue mi preferida.
     Ahora ya es un clásico de nuestras visitas a Córdoba, y cuando se va acercando la fecha del viaje, la boca se nos empieza a hacer agua pensando en el desayuno que nos espera. El primer desayuno en Córdoba siempre es en San Pedro. Nathaly que sí o sí es más de salado que de dulce prefiere el mollete con aceite, jamón y tomate; pero yo, que en realidad soy más de dulce, sin el casi que se me escapó más arriba; me pido la espectacular torta de frutas de San Pedro (nada que ver con el "snekker", o como se diga, que venden en Barcelona). 
     La torta de frutas de San Pedro es generosa en frutas escarchadas y tiene el corazón de cabello de ángel, la cocción es perfecta: el bollo está esponjoso, con un toque crujiente y un poco regado. Maravilloso. El cortadito es intenso, muy amargo, con el sabor inconfundible del café en Córdoba.
     





2.- Los domingos, el Jeringo de oro

     En Córdoba un domingo no es domingo sin un buen cartucho de jeringos, y digo jeringos, que no churros o porras, que aunque todos sean una masa frita, no son lo mismo, como bien me dijo la señora del Jeringo de Oro. 

     El jeringo es tan genuinamente cordobés como el flamenquín o el salmorejo, y la denominación sólo se usa en Córdoba y algunos pueblos de la provincia. La masa es más densa y elástica que la de los churros o las porras y su forma es un lazo círcular completo.
     Frente al cine Delicias a unos metros de la Iglesia de San Lorenzo está el Jeringo de Oro y el paseito tempranero del domingo merece la pena porque los jeringos están hechos sin prisa, con mucho cariño y uno tiene la oportunidad de charlar un rato de la vida en Noruega, por ejemplo. 
     Tengo que reconocer que además de dulce, también soy bastante de masa frita. Pero como sigo siendo más de dulce, lo que ya es la repanocha es mojar los jeringos en miel de caña de frigiliana. Qué maravilla!

     El último Domingo de Ramos se me ocurrió enviar a Erik a comprar los jeringos para desayunar. Le di 20 euros y el pobre se presentó con dos bolsas enormes y cara de no entender nada. Cuántos jeringos teníamos que comer cada uno o en cuánto tiempo teníamos que dar cuanta de tal brutalidad de encargo. Con los precios noruegos es fácil perder la perspectiva y olvidar que los jeringos son tan buenos como baratos.






3.- Mollete con aceite y tomate de mi pueblo en la cafetería Rio de Priego.

     Otro clásico. Si vamos a Priego hay que desayunar en el Río sea la hora que sea. Al Río la crisis no le afecta y llegues a la hora que llegues es obligatorio esperar un rato hasta conseguir una mesa. A Nathaly lo de esperar no le hace demasiada gracia y menos aún cuando ve que nadie en la cafetería, mayoritariamente ocupada por mujeres de mediana edad muy, pero que muy emperifolladas cualquier día de la semana; parece tener prisa por clausurar la tertulia y dejar libre la mesa.
     Si Nathaly tuviese mis recuerdos, le sería mucho más fácil entender que poder desayunar en el Río, aunque sólo sea una vez al año, para mí es un pequeño viaje de regreso a una infancia muy feliz en la que muchos, muchos sábados, en Priego empezaban con un desayuno en el Río.
     A pesar de mi amor por lo dulce en este caso hago una excepción. El mollete de mi pueblo (Priego, Tójar, qué más da) con aceite y tomate de mi pueblo es sencillamente lo mejor del mundo mundial porque tiene el sabor de mi infancia, un sabor que nunca podré encontrar en ningún otro lugar.




4.- Cualquier desayuno en ruta.

     El lugar es lo de menos, y es un crimen salir de casa ya desayunado. En cualquier viaje bien planificado tiene que haber tiempo para una paradita, en algún lugar de la ruta, para el desayuno. Los lugares de carretera desconocidos son como aquella caja de bombones de Forrest Gump, hasta que uno no pasa de la puerta, a veces hasta que no le llega el plato a la barra, es imposible saber si hemos triunfado o "si maldita la idea del que se le ocurrió parar aquí en lugar de unos kilómetros antes cuando pasamos por un sitio que...", o "unos kilómetros después, que total tanta, tanta hambre digo yo que no habría, donde hay un sitio que conozco y que...";  aunque sólo sea por poder estirar un poco el tiempo y sentir que no somos esclavos de la prisa ya merece la pena arriesgarse y probar un bombón desconocido.

     A pocos kilómetros de Málaga no hay peligro de errar: un buen mollete de Antequera con un aceite que bien podría ser de mi pueblo y tomate del tiempo y lugar. Tan sencillo como bueno.





     De a poco espero que esta lista se vaya haciendo más y más grande, señal de que no hemos perdido la capacidad de asombrarnos y señal de que seguimos viajando de vez en cuando y descubriendo nuevos lugares y gentes.
     Aquí o allí los mejores desayunos son siempre desayunos compartidos, desayunos en familia, ruidosos, desordenados, plagados de recuerdos y sueños.
   





sábado, 19 de octubre de 2013

Nerja


     Mis padres me contaron que, de pequeño, viví en Nerja unos meses. Por desgracia de aquel tiempo no me queda ninguna fotografía, ningún recuerdo. Menos pequeño, pero todavía niño, volvimos a Nerja varias veces en vacaciones. Por impulso salimos una madrugada de Tójar en compañía de mi tío Francisco, mi tía Rafi y mi primo Francisco Javier -no consigo recordar si mi primo Antonio estaba ya o no-,  y, con todos los hoteles y apartamentos ocupados, terminamos en casa de Dolores y Edelmira, quienes nos acogieron en su casa, en su patio, en sus comidas y en sus charlas como si fuésemos de su familia. Todos los buenos días que pasamos aquel verano en Nerja terminaban con una noche de "cinquillo". Nos lo pasamos tan bien en Nerja, casa de nuestras "viejas" que repetimos dos veranos más.   

     Desde entonces Nerja fue algo así como mi pueblo de playa, el único lugar que hubiésemos considerado si hubiésemos tenido el presupuesto y las ganas de tener un apartamentito en la playa. Cuando pienso en mi hermana siempre me viene a la cabeza aquella vieja fotografía del verano que pasamos en Nerja con mis tíos. Es la mejor fotografía de mi hermana cuando empezaba a dejar de ser un bebé. En mi memoria guardo la imagen de esa fotografía junto a un puñado de buenos recuerdos
     
     Yo quería enseñarle a Nathaly y a los críos los lugares que para mí han sido importantes, aunque lo fueran en un tiempo lejano, en el que ni imaginábamos que, sin andar buscándonos, andábamos para encontrarnos. Unos días antes de nuestra boda, con Erik recién aterrizado de su primer viaje de avión en solitario, pasamos unos días en Nerja. Quedan un buen puñado de recuerdos y la mejor fotografía que he hecho de Kevin. Está saliendo del agua y es la primera fotografía en la que se ve que poco a poco está dejando de ser niño pequeño. 

     Por todo esto, y muchas más cosas con las que no es momento de alargarme, para mí era muy importante que Nerja fuese el primer pueblo de vacaciones de Matías. 

     Nos alojamos tres días en un pequeño apartamento de la Calle Iglesia, mi madre nos acompaña y también recuerda los días que hace cuarenta años - según el tango son el doble de nada y cuántas cosas buenas y malas nos pasaron en mitad de esa nada doble - pasamos aquí y se empeña en buscar la casa donde vivimos y enseñármela, aunque yo no pueda recordar nada de aquel primer tiempo; también se empeña en ir a la casa de Dolores y Edelmira y ella consigue ubicarla a la primera, cosa que yo, pasando por esa puerta varias veces hace dos años, no fui capaz de hacer. Nathaly y yo recordamos que en el Sevillano y en la Taberna comimos muy, muy bien hace dos años y repetimos y repetimos cada almuerzo y cena de este nuevo viaje y al final los camareros ya nos conocen y nos invitan a alguna copita, algún bomboncito y vamos charlando de acá y de allá. 
     Cada vez que pasamos por la papelera que hay en una encrucijada junto al Balcón de Europa, nos reímos pensando que Erik y Kevin se liaron bastante en su primer paseo en solitario y que aquella papelera fue su fallido punto de referencia. 
     Fernando se acerca desde Marbella para conocer a Matías y cenamos juntos en la Taberna recordando inevitablemente nuestros tiempos de Salesianos y nuestras músicas y películas, celebrando que un año más podemos volver a encontrarnos aunque sólo sea por unas horas. 
     El último día, regresando de un paseo muy tempranero por la playa de Burriana, mamá no puede reprimir su deseo de tocar a la puerta de Edelmira. Dolores, su madre, murió hace pocos años, pero Edelmira sigue recordando con mucho cariño a "los cordobeses", el mismo cariño con el que nosotros recordamos aquellas noches de "cinquillo" con nuestras "viejas". 

     Matías todavía no puede bañarse en el mar pero sí ha podido pasar su primera tarde en la playa. 
     El año que viene queremos volver los cinco y poder salir temprano de casa y asomarnos al Balcón de Europa y bajar a Calahonda y bañarnos y jugar con Matías en la arena y acercarme con Erik y Kevin a ver la faena de los pescadores y comer un menú en el Sevillano y echarnos una siesta o bajar a la playa el Salón y arreglarnos y salir a pasear por el Balcón de Europa y hacernos fotos y comer un helado y quizá nos acompañen las abuelas, jubiladas o no, y los titos y primos y terminar cenando en la Taberna, donde Kevin sostiene contra viento y marea que se comen las mejores almejas del mundo... y mientras va pasando el día pensaré que estaría bien que algún fin de semana, cuando estemos en nuestra casa rodeada de nieve, hagamos un maratón de Verano Azul. 

















martes, 15 de octubre de 2013

El llanero solitario


         
     Bastante ruido, un poco de acción, alguna gracia que consigue arrancarme una risa y la sensación de estar viendo a un Jack Sparrow, cada vez menos simpático, disfrazado de indio. Poco más.
     En este caso la película era lo de menos y, sin embargo, esta película pasará a nuestra historia familiar como la primera película de Matías. En realidad no es ni más ni menos que la primera vez que Matías estuvo en un cine.
     Aunque mi deseo era que el primer cine de Matías fuese un cine de verano cordobés, siempre imaginé que sería en el verano próximo, alrededor de su primer año de vida, cuando lo llevásemos por primera vez a una sesión de "cine bajo la luna". Yo no tengo idea de cuando fue la primera vez que pisé un cine y nunca he interrogado a mi madre sobre este asunto. Pero sí que recuerdo muy bien que, más o menos con cinco años, era asiduo a las sesiones matutinas de cada sábado en un cine de Moguer, a las que, casi siempre, me llevaba mi abuelo Agustín. Teniendo en cuenta este primer recuerdo cinematográfico, llevar a Matías al cine con apenas un año ya era de una precocidad considerable.
     Sin embargo, Erik y Kevin empezaron a ir al cine a los 6 meses y, en principio, Nathaly no estaba muy por la labor de esperar todo un año para llevar a Matías a las sesiones de cine especiales para bebés que se dan en Lillestrøm.
     El conflicto entre el deseo de Nathaly y el mío quedó resuelto cuando, a nuestra llegada a Córdoba, descubrí que la temporada de cines de verano continuaba durante las primeras semanas de septiembre. Así, el primer cine de Matías sería el Delicias y, de regreso a Noruega, ya no pondría yo inconveniente en ir a todas las sesiones de cine para bebés que hicieran falta.
   



     Ya no existe casi ninguno de los cines "de invierno" en los que busqué refugio y en los que encontré la motivación necesaria para escapar de las leyes, decretos, normativas, catedráticos, profesores titulares, becarios de departamento, empollones de familia bien, apuntes a la carrera, fotocopias y tedio, mucho tedio y la ausencia de sueños que a punto estuvo de engullirme de una u otra manera. 
    Cerraron el Góngora, el Lucano, el Isabel la Católica, el Santa Rosa, hasta el Alcázar cerró. Ya no quedan cines en el centro de Córdoba. Sólo el Arcángel sobrevivió a la masacre, pero tan, tan deteriorado que apenas reconozco el cine en el que pasé tantas matinales y tantas "golfas". 
     A pesar de los precios, la crisis económica y la crisis de ideas, el capitalismo y la especulación; sobreviven en el centro de Córdoba cuatro maravillosos cines de verano, cuatro oasis que hacen soportable el tórrido verano cordobés, cuatro patios a la luz de la luna que hacen de las noches de verano cordobesas una delicia.
     Cuando la sola mención de la palabra vacaciones dolía, y los recuerdos de otros veranos en Nerja, en Roquetas, en Chipiona, en el pueblo, hasta en el "Berrecomosediga" o en Torreviaja, se hacían tan insoportablemente necesarios; cuando internet era inimaginable, yo hacía mi ruta cada mañana, temprano,  a la hora en la que el Sol de Córdoba es agradable porque las calles estrechas apenas le dejan paso; y me pasaba por los cuatro cines de verano para descubrir el nuevo estreno y decidir a cuál iría esa noche. 
   



      Y al final, la película era lo de menos, igual veía una repetida, que una que no se me debió escapar en la temporada de invierno, que la que me juré que no vería por nada del mundo y, sin embargo, ahí estaba yo, entregado a mi paquete de pipas y mi cerveza helada y el bocadillo que traía de casa, mirando la pared encalada que cobraba vida a la luz del proyector y tratando de olvidar que no era feliz, que no estaba donde quería estar y que no estaba cumpliendo lo que alguna vez soñé. 
     Y de vez en cuando, la película no fue lo de menos, y las pipas quedaron olvidadas en el asiento de al lado y la cerveza me quemó la garganta y el diálogo ofreció respuestas y la historia abrió una ventana por la que escapar y la noche en el patio de un cine de verano me devolvió un par de sueños que había estado a punto de olvidar.





     No podía ser de otra forma: tu primer cine, querido Matías, tenía que ser un cine de verano cordobés. Y no importa que sólo prestes atención a la pantalla durante los trailers de inicio -ya es mucho más de lo que yo imaginé- y que poco después de empezar la película tú ya duermas en tu carrito, ajeno a la feroz vigilancia con la que intento protegerte del posible ataque de un grupo de gatitos que intentan robar algo de comida, ajeno a que la cerveza helada sea como agua en mi garganta y a lo buenísimos que resultaron estar los bocadillos de lomo del Delicias, ajeno a la pausa "visite nuestro bar" que nos trae más cervecita y bocadillos, ajeno a esta mala película que ya forma parte de nuestra historia y que algún día volveremos a mirar con cariño.
    El año que viene volveremos con tus hermanos y con el tito y la abuela y quizá la tita y los primos también se puedan pasar unos días por Córdoba o, tal vez, ya hayan culminado su camino de regreso, quién sabe. El año que viene volveremos y seguirás siendo pequeño y la película será lo de menos y yo intentaré estar muy, muy atento y no perderme ni un gesto de tu cara para así poder contarte, muchos años más tarde, cómo fueron los primeros cines de tu vida. Porque como canta Luis Eduardo Aute: "Cine, cine, cine, cine, más cine por favor, que todo en la vida es cine, que todo en la vida es cine y los sueños cine son".




      En la Fnac de Sevilla he intento comprarte un comic de El Llanero Solitario para guardártelo de recuerdo y leértelo dentro de unos años. No he tenido éxito. De momento. Seguiré buscando. 





     A punto de cerrar nuestras vacaciones de septiembre volvimos al Delicias para ver "El hombre de acero". Fue la última película de la temporada, y si tardo dos minutos más en levantarme en la pausa, nos hubiésemos quedado sin los últimos bocadillos de lomo de la temporada.
     En la Fnac de Sevilla si tienen el cómic. Mejor película, pero no fue tu primera. Igual te compré el cómic.


viernes, 11 de octubre de 2013

Peluquería Ballesteros


     Va para 5 años que vivo en Noruega y todavía no he pisado una peluquería como cliente. El precio de un corte de pelo para hombre en una peluquería de Bjørkelangen es algo que no consigo asimilar. No puedo entender que, con el escaso pelo que me queda en la cabeza, me pidan entre 50 y 60 euros por pelarme. En una época de gran bonanza en Barcelona, se me ocurrió entrar en una peluquería italiana que había cerca de mi piso, muy fashion, muy cool, con peluquero italiano y acento y soniquete italiano incluído.  
     Como lo del pelo escaso es una verdad evidente, le pedí a aquel peluquero, cool y fashion, un corte simple, muy sencillo, a máquina y listo. Pero él se empeñó en complicarlo todo:  me lavó el pelo dos veces, una de ellas con un refrescante champú a la menta, me pasó la máquina como si en vez de cortar un pelo débil y escaso, estuviese asfaltando un circuito o dibujando un mandala, después, cuando yo pensaba que era imposible realizar alguna operación más sobre mi cabeza, se dedicó a jugar al escondite él solo, así se ocultaba detrás de mi nuca y, poco a poco, yo veía aparecer su pelo - tan escaso como el mío a pesar del uso frecuente, supongo, del champú a la menta -  y, poco después, sus ojillos, buscando, supongo, el último de los pelos indómitos y rebeldes que hubieran sobrevivido en mayor longitud a su cuidadosa operación. Poco más de 30 minutos después, salí de nuevo al parque de la Sagrada Familia, con un bote de champú a la menta y con el firme propósito de no volver a pagar en mi vida los 30 euros que me cascaron por aquel pelado cool y fashion - por supuesto que el bonito y escaso bote de champú a la menta no estaba incluido en el precio -. Desde entonces me basto y sobro para pasarme la máquina yo solito o con la ayuda de algún familiar. 

     Hace poco más de tres años, aprovechando que pasábamos la mañana en Priego y que la boda de mi hermana estaba a la vuelta de la esquina, quise, para tan señalado momento, regresar a la peluquería de mi infancia y juventud. 
     La Peluquería Ballesteros o "del pasaje", como la conocíamos todos en Tójar, era y es una pequeño negocio familiar situado en un pasaje al lado del ayuntamiento de Priego. No creo equivocarme al asegurar que es aquí donde más veces me han cortado el pelo en mi vida. Cada Navidad, Semana Santa, verano y muchos fines de semana pasábamos por aquí mi padre, mi hermano y yo para volver a casa "apañaos pa las fiestas" o "más fresquitos pal verano"



  
     Recuerdo la peluquería casi siempre llena y la voz del peluquero - qué rabia no saber su nombre - diciendo algo así como: "hay lo que ves y dos hombres más, si te pasas en una hora más o menos..."
Tiempo para desayunar en el Río, para ir a la plaza de abastos, para una visita a la Fuente del Rey, para una tapa en Juanico Pelusa... 
     En la peluquería había siempre una montaña del diario As que yo leía con devoción - era un tiempo en el que internet era una palabra desconocida, época de menos televisión y de todos los partidos menos uno el domingo a las cinco de la tarde -. Mientras miraba las fotografías del Real Madrid y leía las noticias con retraso, escuchaba hablar de la cosecha que se esperaba o de la cosecha que se estaba recogiendo y de cómo saldría el aceite este año. La política eran palabras mayores y quedaba reducida a temas muy locales y muy relacionados con el olivar. El otro gran tema era el fútbol y, como casi todos éramos del Madrid, se hablaba más del Córdoba, el Lucentino o el Atlético Prieguense. 

     De un lugar privilegiado de la pared, colgaba la fotografía del hijo del peluquero luciendo la camiseta del Córdoba. En un rincón, al fondo de la peluquería, yo leía la colección de As que se había ido acumulando en la repisa de la ventana. En aquella temprana edad, mientras repasaba la prensa deportiva, tenía claro que mi pericia futbolística era tan escasa como el pelo que ahora me queda; en aquella temprana edad tenía planeado ser "alguien", me gustaba la política y soñaba verme en la tesitura de, siendo "alguien", rechazar un peluquero oficial y acudir a pelarme donde siempre, donde hasta ese momento lo había hecho en mi corta vida, desde donde, después de visitar a los abuelos, regresaba a Tójar "apañaos pa las fiestas" o "fresquitos pal verano".

     Ahora que soy padre me es muy fácil imaginar a mi propio padre y al peluquero soñando con el mejor de los futuros para sus hijos, imaginando que el día de mañana serían mucho más que un empleado de telefónica o un peluquero de pueblo; soñando con un equipo de primera o algún ministerio, imaginando a sus hijos siendo "alguien". Qué buen padre no sueña el mejor de los futuros para sus hijos. 
     

     

     Hace poco más de tres años, días antes de la boda de mi hermana, volví a cruzar por el pasaje de Priego, temiendo encontrar al fondo una persiana cerrada, un tienda de zapatos o una peluquería cool y fashion. 
     Por suerte, y porque en los pueblos la vida no necesita de tantos cambios, al final del pasaje, a mano derecha, continuaba existiendo la misma peluquería de mi infancia y los cambios en el local se reducían al intenso nuevo color de las paredes y algún que otro detalle difícil de apreciar. 

     Fue inmediato el reconocer al hijo enfundado en el oficio del padre. Mientras me pelaba me veía en el papel de mi padre, hablando de mi vida en Noruega, recordando aquellos tiempos en los que soñábamos ser alguien, hablando de lo que cambió Priego, no mucho, en mi ausencia; de la crisis que vacía los pueblos y de las cosechas que, siendo buenas, no rinden no lo que tienen que rendir. Reflejado en el espejo veía a Kevin, representando mi papel de muchos años atrás, pero un poco más aburrido porque ya no quedan "Ases" en la peluquería. 
     
     Tres años más tarde regreso a mi peluquería y el joven peluquero - qué rabia no haberle preguntado su nombre - se acuerda de mí y volvemos a hablar de la crisis y de la cosecha que tendría que rendir más si se pusiera más iniciativa y voluntad y se le diese más valor añadido al mejor aceite del mundo y de mi vida en Noruega y de lo casi nada que cambió Priego en mi ausencia y de mi hijo que apenas tiene dos meses y de nuestros padres y de lo que soñaban para nosotros y de que al final no estuvo tan mal abandonar algunos sueños junto a la almohada y no haber acabado siendo "alguien". 

     Si Dios quiere, volveremos antes del bautizo de Matías y Kevin y yo nos pelaremos y puede que Erik también se anime y Nathaly y Matías esperarán a que los dos o los tres salgamos "apañaos pal bautizo y la Pascua".





     En esta silla recuerdo el tiempo en que yo era un chiquillo. Casi siempre me bajé feliz de esta silla de barbero; excepto aquel día que, quizá, se nos fue la mano con lo de "cortito, cortito, con máquina, que esté fresquito el niño pal verano". Aquel día me vi horroroso al mirarme al espejo y, después de visitar a  los abuelos,  fui callado todo el camino de regreso a Tójar y antes de pisar la calle me quise poner una gorra que no sé de dónde saqué y la gorra voló de un capirotazo que me dio mi padre y casi a patadas tuve que salir al Sol de julio a cabeza descubierta para curarme de golpe un estúpido complejo o una vanidad incipiente. 
     En aquella temprana edad todavía no sabía que estaba en el justo momento en el que casi todos los niños - siempre hay envidiadas excepciones - somos feos, feos, muy feos y que, en compensación a aquella borrosa fealdad la cabeza nos hierve de sueños.


lunes, 7 de octubre de 2013

Violeta se fue a los Cielos






     Hace días que buscamos un buen momento para ver "Violeta se fue a los cielos", la última película del chileno Andrés Wood, una biografía de Violeta Parra basada en el libro homónimo de Ángel Parra, hijo de Violeta.
     4 de octubre, noche de viernes. Matías se está quedando dormido, Erik y Kevin tienen semana con su padre y Nathaly y yo no tenemos que madrugar el sábado. Buen momento para ver "Violeta..."

     Independientemente de la obvia vinculación sentimental con el personaje, la película es buena, muy buena. Ángel Parra escribió "Violeta se fue a los cielos" con sesenta años y él mismo advirtió al director de la película y a todos los espectadores que, en los recuerdos de un niño la frágil memoria suele llenar lagunas con la ayuda de la imaginación y que, para escribir "Violeta...", no utilizó datos históricos sino sólo los momentos y detalles que él, desde su óptica infantil, recordaba de su madre.

     Digo que la película es buena porque emociona y poco más y nada menos se le puede pedir a una obra de arte. Por momentos emociona hasta las lágrimas, por momentos conmueve y duele, por momentos te roba una sonrisa y alguna vez te indigna.
     La dirección de fotografía y arte es más que notable y las interpretaciones son tan creíbles como dignas. De todo ello resulta una película veraz que responde esencialmente al quién fue Violeta Parra y al cómo fueron sus circunstancias.

     Violeta vivió la vida intensamente y su vida, como toda vida intensamente exprimida, alterna instantes de algo cercano a la felicidad con momentos de una terrible dureza. Violeta amó, cantó y sufrió intensamente, se reveló contra el machismo y la injusticia y dedicó su vida a la gente, evitando que el tesoro cultural de sus mayores cayera en el olvido y creando nuevas canciones que siguen dando luz tantos años después.

     Termina la película y Matías sigue durmiendo, Nathaly y yo asumimos que hasta hoy apenas sabíamos cuatro detalles de la vida de Violeta, yo hasta soy incapaz de ponerle otra cara diferente a la de Francisca Gavilán, la actriz que brillantemente le da vida en esta película. Mientras busco fotografías de la Violeta real, Nathaly ha encontrado un dato: Violeta nació un 4 de octubre y Mercedes Sosa murió un cuatro de octubre. Faltan unos minutos para que termine este 4 de octubre. Hace tiempo que dejamos de emplear la palabra casualidad.

     Nathaly enciende dos velas, por Violeta y por Mercedes y así alargamos un poco más la noche. Ajeno a este momento, Matías duerme.

     Quiero que Erik, Kevin vean pronto esta película; a Matías al igual que le cantaremos sevillanas y canciones de Ismael Serrano, de Serrat, de Sabina, de Duncan Dhu... también le cantaremos las canciones de Violeta y de Víctor Jara. Quiero que conozcan las canciones, los poemas, el folklore, la forma de hablar y la forma de decir las cosas, la gente y sus circunstancias, sobre todo deseo que conozcan la historia y que sean capaces de interpretarla; porque ellos también son chilenos y estás también son sus canciones, canciones que cuentan una parte de su historia.






Con unos días de retraso, allá donde estés, feliz cumpleaños Violeta.


sábado, 5 de octubre de 2013

Nana de la cigüeña





     Matías cumple hoy 3 meses. Duerme bastantes horas seguidas durante la noche y le gusta despertarse escuchando flamenco. Reconoce el ritmo y se le escapa una media sonrisa vergonzosa y adormilada, segundos más tarde empieza a patalear y a mover los bracitos al compás de la música. Nathaly dice que tiene pose flamenca el churumbel y, si eso es cierto, vete tú a saber de quién la habrá heredado. A mí me gusta mucho el flamenco pero de gracia y arte, pa qué vamos a engañarnos, voy justito, justito.

     El juguete preferido de Matías es su propia voz, lo que más le gusta es que le cante y no porque yo lo haga bien, Matías disfruta interrumpiéndome y ofreciéndome su propia versión de lo que le canto. Ya le ha cogido el tranquillo y hasta que no cantamos a duo tres o cuatro canciones no hay forma de hacerlo parar. Cuando termina su concierto no puedo más que mirarlo y decirle aquello tan de mi tierra de "es que te tengo que querer".

    Matías tiene una pequeña mancha roja, de nacimiento,  en el cuello, a esa manchita le llaman en Noruega "la marca de la cigüeña". Para ya, estamos esperando en la familia una nueva visita de la cigüeña, estamos todos deseando que aterrice de una vez en Barcelona y que Vera nos enseñe su carita.
Por todo esto y porque a Matías le gusta mucho el flamenco, hoy que cumple tres meses, le regalamos esta nana de Miguel Poveda.


Nana de la cigüeña - Miguel Poveda
                                  

     Cuando, muchos meses más tarde, llegue la edad de las preguntas, no creo que le respondamos a Matías que a los niños los trae la cigüeña, mucho menos aquello de que todos los niños vienen de París - imagínate un mundo lleno de niños parisinos o una Andalucía llena de afrancesados, no, no, ese cuento tampoco se lo vamos a contar-; pero sí que le contaremos el cuento de una cigüeña que un día le salvó la vida a un bebé y desde entonces regresa siempre al mismo campanario para ver desde su nido cómo va creciendo su niño. 

     Feliz tercer mes, querido Matías.