viernes, 7 de junio de 2013

Carola

     Desde que vivo en Noruega tengo la costumbre de mirar la programación del Gran Teatro de Córdoba con cierta frecuencia. Esta costumbre encierra un pequeño acto de masoquismo y su utilidad suele ser ninguna ya que nuestras posibilidades de viajar a Córdoba fuera de las fechas típicamente vacacionales son casi nulas. Además, por más que me esfuerce en recomendar algún espectáculo a mi hermano o a mi madre - yo iría al Gran Teatro casi a diario, no en vano en unos años mediocres y tristes en Córdoba, sus butacas de "paraíso" se convirtieron para mí en un refugio perfecto y asequible - no consigo que se acerquen a la taquilla y saquen un par de entradas.

     La mañana del sábado 19 de enero,  Kevin saltó del sofá cuando me oyó dar gritos de alegría y saltar y bailar por todo el salón a una hora en la que él no sabía que el Madrid estuviese jugando. El motivo de mi estado de euforia se debía al descubrimiento de que Ismael Serrano actuaría en el Gran Teatro el día 22 de marzo, viernes de dolores y día en el que nosotros ya estaríamos en casa, preparados para pasar nuestra segunda Semana Santa consecutiva y esta vez acompañados por Erik y Kevin. De inmediato llamé a mi hermano, a mi hermana y a mi madre para compartir con ellos mi alegría. Debo reconocer que la noticia les dio bastante igual y que me quedé compartiendo mi alegría conmigo mismo, porque, a decir verdad, Kevin tampoco me acompaño demasiado en mis alegres piruetas por el salón de casa. Una vez compradas las cuatro entradas para la segunda fila -en primera no quedaban- salí volando a la farmacia para darles la sorpresa a Nathaly y Erik. En este punto debo reconocer que la sorpresa se la di, pero más por entrar gritando en la farmacia que por el anuncio de la conjunción planetaria imprescindible para que, tantos años después, un concierto de Ismael Serrano aconteciese en lugar y momento oportuno.


     Es la tercera vez que Nathaly pisa el Gran Teatro y, siendo sincero, de momento la suerte no la acompaña: el concierto de Gospel de Navidad le resultó aburridísimo y, justo un día antes del concierto de Ismael Serrano, descubrimos que todo un gran coro de Ucrania es capaz de perderse en Córdoba, llegar tarde al concierto y hasta traer a algún componente con, quizá, alguna copita de más. Tendremos que comprar el CD de Carmina Burana para comprobar si al tenor en cuestión se le fue la mano con el fino cordobés o su tremendo "gallo" fue producto de una magnífica interpretación, siguiendo el método "stanislavsky",  de un borrachito feliz.

     Yo, todas estas cosas, las perdono con suma facilidad. Como señalé un poco más arriba: en los años oscuros, atrapado entre el código civil, el penal, la ley de enjuiciamiento, el derecho administrativo y algún catedrático misógino y fascista; el Gran Teatro y la Filmoteca de Córdoba resultaron lugares en los que emprendí la huída a Nunca Jamás y tomé impulso para el futuro.

     Fue Javier Bergia, el gran Javier Bergia - como suele presentarlo Ismael Serrano en sus conciertos -quien desde el mismo escenario del Gran Teatro animó a su propio público a acudir al concierto de Ismael Serrano al día siguiente. Atrapados en azul acababa de publicarse y Javier Bergia hablaba con pasión de este nuevo y joven cantautor, quien a su modo de ver hablaba en sus canciones de las cosas que importan, de las cosas que nos quieren hacer creer que ya no importan, de nosotros, de quienes fuimos y del peligro de convertirnos en quien nunca soñamos en nuestra infancia.


 
     Después de aquel primer concierto llegaron muchos otros, en Córdoba o Barcelona, en acústico o con toda la banda, a veces incluso, conciertos de la misma gira y, aún en este caso, siempre salí con la certeza de haber presenciado un espectáculo único.
     En mis primeros años en Barcelona, reconozco haber dado el coñazo a diestro y siniestro a los recién conocidos - a los familiares y amigos íntimos ya llevaba un tiempo dándoles el mismo coñazo - con las canciones de Ismael Serrano. Hasta conseguí, en aquellos primeros meses de exilio voluntario, que mi amigo David me acompañase alguna vez en una desafinada pero emotiva versión de "Últimamente". Precisamente a David tengo que agradecerle el regalo de gestionar que pudiese grabar y verlo tocar de cerca en un acto promocional en el FNAC de Plaza Catalunya. La última vez que le vi, antes de este reencuentro en Córdoba, la conjunción planetaria o la buena voluntad de algún santo había tenido a bien hacer coincidir su concierto en el Auditori con la presencia de Nathaly y esta primera visita que lo llenó todo hizo que se me escapase un delator "cariño" a destiempo y que, con algunos años más y bastante menos pelo siga disfrutando los Sueños de un hombre despierto.



     Irremediablemente, los años han seguido pasando, si bien el pelo que quedó de momento parece querer mantenerse;  cuarentón, con dos niños creciditos y un bebé en camino, regreso al Gran Teatro con la misma ilusión de las primeras veces.
     Empieza, Ismael, citando y desobedeciendo a Sabina, por aquello de que "uno nunca debería regresar a los lugares en los que ha sido feliz". Me consta que, desde los tiempos en que la ciudad de Córdoba era la única capital de provincia con un ayuntamiento gobernado por IU, el cariño entre el publico cordobés que llena el Gran Teatro y el cantautor de Vallecas es recíproco.
     Avisa, Ismael, que sus conciertos suelen ser largos. Una chica de La Rambla llega tarde y se lleva la regañina desde el escenario y el privilegio de convertirse en protagonista improvisada de las pausas entre canción y canción. A pesar de la que está cayendo o quizá por la que está cayendo, Ismael habla menos de política, pasa de puntillas por la crisis como pensando que bastante tenemos ya con escuchar cada día las tristes noticias de este país cada día más triste. Se permite, incluso, hacer chanzas sobre algunos comentarios con bastante mala leche que le han twiteado, un ejemplo es aquel que sostiene que si te guardas un CD de Ismael Serrano en el bolsillo se te duerme la pierna.
     Tres horas y cuarto de concierto que a mí se me hacen cortas pero que, para Erik, son demasiada dosis de Serrano en un día. Kevin no puede entender que la gente pida otra y aún menos que, si te han pedido otra, tú salgas y cantes dos; y ya el colmo es que la gente vuelva a pedir otra: de verdad que no se cansan? Nathaly me dice que Matías no dejó de moverse en todo el concierto, quizá le gustó, pero también es posible que estuviésemos demasiado cerca de los altavoces.

     En la foto que sigue, no puedo evitar echar de menos al gran Javier Bergia y a Fredi Marugan.



     Era la Festa del Partido Comunista de Barcelona, Avant 98, Ismael Serrano compartía tarde de escenario en el Parc de les Tres Xemeneies con el chileno Daniel Viglietti (en un principio se anunciaba la presencia de Silvio Rodríguez, pero al parecer, herido por las flechas de Cupido, declinó la invitación  a última hora y decidió no salir de Cuba).
     En aquella tarde de junio, Ismael ya había publicado su segundo trabajo, La memoria de los peces; cuando abandonó el escenario por vez primera sólo le quedaban dos canciones por cantar: Caperucita y Ana. El público asistente, fiel seguidor del, en aquel tiempo joven cantautor vallecano, pedía otra y coreaba el título de las dos canciones olvidadas; Ismael regresó al escenario y cantó Caperucita, volvió a despedirse y el público clamó: Ana, Ana, Ana... Cuando el joven Ismael volvió al escenario, levantó su mano y se despidió; yo juraría haber intuido el brillo de unas lágrimas incipientes en su mirada. Ismael abandonó el escenario sin cantar Ana. Uno más, entre el público entregado de los conciertos de los años siguientes, siempre estuve esperando a "Ana" y, muchos años más tarde, en el Auditori de Barcelona, le escuché decir en un bis, tras la petición insistente del público: "ahora puedo volver a cantarla". Con la letra de la canción y el silencio mantenido durante años por el, ya menos joven, cantautor y, sobre todo, con el momento en que "Ana" volvió a la vida en su voz;  inventé una historia que, al no haber podido comprobar su certeza, omito en estas líneas. En cualquier caso, cierta o no, más o menos alejada o próxima a la realidad, la historia de "Ana" en la letra de una canción, el silencio de un artista, el paso del tiempo, quizá el perdón o el reencuentro con el que uno fue o... es una historia que me acompañó durante un buen tiempo.

     Con los cuarenta ya cumplidos, ocupando mi butaca de la segunda fila, veo que el tipo que tengo delante agita un sobre amarillo, desde el escenario Ismael percibe la llamada anónima, al terminar un tema se dirige al desconocido y le pregunta si quería entregarle algo. El tipo de la primera fila le entrega el sobre y le dice que ya intentó dárselo en su concierto en Málaga y que cumple con ello una promesa. Ismael recoge el sobre y agradece el gesto, aunque desconoce el contenido que esconde el regalo.
Después del siguiente tema Ismael le dice al desconocido de la primera fila: "Así que cumpliendo una promesa". El tipo le dice que es argentino pero que lleva 8 años en Córdoba; "medio cordobés entonces", le dice Ismael. Cuando le pregunta de qué parte de Argentina, se produce un diálogo confuso porque el desconocido parece nervioso y manifiesta ser de Mendoza y de la Córdoba argentina; como esto es imposible, termina aclarando que nació en Mendoza pero estudió en Córdoba. "Cómo el Che, no? o era al revés? pregunta Ismael y recuerda a la la buena gente y los buenos tiempos que pasó aquellas ciudades. El desconocido toma impulso y le pregunta a Ismael si recuerda a Carola. En el teatro se hace el silencio. "Carola, de acá o de allá", pregunta el músico. "De allá" responde el desconocido. Ahora el silencio es más intenso y la frase: "hay una niña, se llama Carola, tienes tres añitos", estalla en el patio de butacas. El concierto, largo, brillante, especial -presencia del cantautor sevillano Manuel Cuesta incluida- continúa, pero Ismael no vuelve a hablar con el desconocido. Desde mi posición privilegiada de segunda fila espío cada movimiento, cada detalle, cada gesto del desconocido que tengo delante; éste canta cada canción de Ismael y no deja de aplaudir en todo el concierto; ha cumplido una promesa, una promesa que todo el teatro desconoce, pero con la que ahora especulan todo el publico. Termina el concierto, al final del primer bis, Ismael regresa corriendo al escenario y, sin disimulo, retira el sobre de entre sus partituras y saluda con gesto amable y concentrado al desconocido de la primera fila. Terminó el concierto, regreso a casa sin el deseo de adivinar el contenido de aquel sobre amarillo que ahora estará leyendo el ya maduro cantautor. Quedo a la espera de una futura canción que me cuente la historia de Carola, de aquel sobre amarillo y de aquella noche en Gran Teatro de Córdoba.



     De regreso en Noruega descubro que Ismael Serrano ha publicado una "Edición especial vespertina" de Todo empieza y todo acaba en ti. De cada lugar que visitamos, Erik colecciona vasos de chupito y Kevin, dedales, a mis sobrinos Christian y William les regalamos pins y a Quim le voy juntando llaveros. Al llegar a su fin estos días en Córdoba, Nahtaly y yo decidimos empezar para Matías una colección de música. Erik y Kevin tienen montones de vasos de chupitos y dedales, Matías de momento sólo tiene dos CD: Tierra de Vicente Amigo y Última Gira de Carlos Cano. En el próximo viaje a España, si no se nos adelanta algún familiar o amigo íntimo, sumaremos esta "Edición especial vespertina" a la pequeña colección de nuestro pequeño Matías.

     Tengo la esperanza de que Matías herede o aprenda algunos de mis gustos y unas pocas de mis fobias. Confío en que se acostumbre a la voz de Ismael y a la voz de su padre desafinando alguna de sus canciones, me gustaría que algún día, quizá Nathaly y yo cincuentones y Matías niño; las leyes del universo o algún santo benévolo tuvieran a bien hacernos coincidir en lugar y hora oportuna con un concierto de Ismael Serrano.

     En Córdoba, Ismael no cantó "Luces errantes", quizá sin las voces de los niños palestinos no tenía sentido.

www.luceserrantes.com