martes, 21 de mayo de 2013

Se buscan héroes.

Afirma Javier Cercas en su "Anatomía de un instante" que: "Ningún español que tuviera uso de razón el 23 de febrero de 1981 ha olvidado su peripecia de aquella tarde, y muchas personas dotadas de buena memoria recuerdan con pormenor -qué hora era, dónde estaban, con quién estaban- haber visto en directo y por televisión la entrada en el Congreso del teniente coronel Tejero y sus guardias civiles, hasta el punto de que estarían dispuestas a jurar por lo más sagrado que se trata de un recuerdo real. No lo es: aunque la radio retransmitió en directo el golpe, las imágenes de televisión sólo se emitieron tras la liberación del Congreso secuestrado, poco después de las doce y media de la mañana del día 24..."

Reconozco que la lectura de este párrafo fue para mí un alivio porque, aunque a la edad de nueve años no sé si podría considerarme o no un "español que tuviera uso de razón"; sí que poseía el recuerdo perfecto de haber visto en la calle, rodeando el cordobés cuartel de Lepanto una hilera de militares jóvenes que, metralleta en mano, mantenían el rostro impasible ante las miradas de ingenua curiosidad que los críos les dedicábamos. Es más, juraría recordar incluso que nos habían dejado salir antes de clase por motivo del golpe. El caso es que ese recuerdo infantil se fue aferrando a mí o, tal vez, fui yo el que me fui aferrando a él con el paso del tiempo. Hasta creía recordar el momento en que, Don Francisco Molina daba por terminada la clase y nos dejaba salir antes de la hora para que llegásemos a casa lo antes posible, porque algo gordo estaba pasando. El recuerdo se fue solidificando en el fondo de mi memoria y no fue hasta hace un par de años cuando, con motivo del 30 aniversario del golpe,  viviendo ya en Noruega y leyendo el libro de Javier Cercas; caí en la cuenta de que había algo que no encajaba en esta historia. Mi recuerdo de caminar, como en un travelling, mirando en primer plano las metralletas a las puertas de Lepanto seguía siendo un recuerdo perfecto, pero la realidad era que nuestro horario lectivo terminaba a las 17.30 y que el teniente coronel Tejero y sus guardias civiles irrumpieron en el Congreso a las 18.30. Con estos dos datos horarios es fácil deducir que ningún profesor nos dejó salir antes de clase, que aquella tarde del 23-F de 1981 caminé a casa como cualquier otra tarde de la semana, probablemente acompañado por mi abuelo; aunque de él no consigo acordarme, porque por mucho que rebusque en mi recuerdo, ahora claramente imperfecto, sólo consigo ver como en un travelling una hilera de soldados en el perímetro de Lepanto y un montón de primeros planos de las metralletas que sostenían.

Javier Cercas sí parece guardar un recuerdo perfecto y sincero de aquella tarde, afirma así que: "Yo había sido un héroe porque aquella tarde, después de enterarme por mi madre de que un grupo de guardias civiles había interrumpido con las armas la sesión de investidura del nuevo presidente del gobierno, había salido de estampida hacía la universidad con la imaginación de mis dieciocho años hirviendo de escenas revolucionarias de una ciudad en armas, alborotada de manifestantes contrarios al golpe y erizada de barricadas en cada esquina; yo no había sido un héroe porque la verdad es que no había salido de estampida hacia la universidad con el propósito intrépido de sumarme a la defensa de la democracia frente a los militares rebeldes, sino con el propósito libidinoso de localizar a una compañera de curso de la que estaba enamorado como un verraco y tal vez aprovechar aquellas horas románticas o que a mí me parecían románticas para conquistarla; nadie había sido un héroe porque, cuando aquella tarde llegué a la universidad, no encontré a nadie en ella excepto a mi compañera y a dos estudiantes más, tan mansos como desorientados: nadie en la universidad donde estudiaba -ni en aquella ni en ninguna otra universidad- hizo el más mínimo gesto de oponerse al golpe; nadie en la ciudad donde vivía -ni en aquella ni en ninguna otra ciudad- se echó a la calle para enfrentarse a los militares rebeldes: salvo un puñado de personas que demostraron estar dispuestas a jugarse el tipo por defender la democracia, el país entero se metió en su casa a esperar que el golpe fracasase. O que triunfase".

A mí, mi corta edad -la mitad de los años que tenía Javier Cercas cuando había salido de estampida hacia la universidad- me salvó de no ser un héroe y me salvó, sobre todo, de saber que mis padres -como los padres de todos mis compañeros de clase- tampoco fueron héroes aquella tarde. Mis padres, como casi todos los padres de aquella España del inicio de los ochenta,  permanecieron toda la noche en vela, esperando noticias en la radio, con pocas luces encendidas en la casa, con muchos paseos del salón al dormitorio, con el miedo de que todo volviera a ser igual que antes o con el miedo de que todo cambiara otra vez.

Nadie o casi nadie fue un héroe aquella tarde, aquella noche larga; pero seguro que son muchos los padres, los adolescentes, los abuelos de aquella España del final de la transición,  que creen recordar que en alguna conversación con un familiar, con un vecino de escalera, compartiendo un pitillo con un compañero de trabajo, o de universidad, en el apresurado camino a casa; pronunciaron algunas palabras a media voz o gesticularon con algo de teatralidad impostada contra los golpistas, contra esta vergüenza de país incapaz para la democracia. Después del golpe casi todo el mundo estuvo contra el golpe, casi todo el mundo olvidó que sólo unas horas el miedo les había paralizado, después del golpe casi todo mundo justificó su inactividad apelando a la imposibilidad de que una "charlotá" como la del teniente coronel Tejero tuviera éxito, lo cual hacía innecesaria la salida a la calle en defensa de una libertad y democracia, que fracasado el golpe, casi todo el mundo juzgó nunca corrió peligro. Mi corta edad me salvó de no ser un héroe aquella tarde y me salvó, sobre todo, de tener que inventar un recuerdo -más allá de la inocente salida de clase antes de tiempo- que me acercase a la categoría de casi héroe por un instante, por una frase a media voz o por un gesto teatral.

Sin embargo, estoy convencido de que algunos de los protagonistas de aquel instante, que con tanta maestría disecciona Javier Cercas, se creyeron héroes en algún momento; puede que, si nos dejamos llevar por alguna de las muchas y subjetivas definiciones de héroe que podemos recordar, nosotros mismos encontremos rastros de heroicidad en alguno de los protagonistas de aquel instante.

Quizá Suarez, Gutiérrez Mellado y Carrillo se creyeron héroes porque no se tiraron y porque vieron como el resto de diputados sí se ovillaba, cuerpo en tierra, en un vano gesto de protección contra las balas que silbaban camino del techo del Congreso. Si las balas hubiesen buscado el cuerpo de Sus Excelencias, de poco o nada habría servido la madera del escaño que ejercía de improvisada trinchera.

Suarez no se fue al suelo porque un Presidente del Gobierno no se tira. Carrillo, quizá desobedeció el humano instinto de protección, pensando que el Presidente del Partido Comunista tampoco se tira. El General Gutiérrez Mellado recordó, quizá,  que cuando tenía 24 años se puso del lado de los golpistas para intentar derrocar un gobierno legítimo y un sistema democrático similar al que ahora le tocaba defender.
El posible que el Rey se creyese un héroe aquella noche porque su intervención fue decisiva para frustrar el golpe, y así lo creyó una gran parte del pueblo español que no dudó en proclamar al día siguiente su adhesión a la Corona por el coraje y la vocación democrática que el Monarca había demostrado en las largas horas en que el Congreso estuvo secuestrado.
Incluso el Teniente Coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, se creyó un héroe en su papel de defensor de la patria y puede que aún más, cuando se vio abandonado por todos los que lo habían animado a ejecutar el golpe, el giro de timón, el corte de bisturí imprescindible para recortar la recién estrenada democracia.
Quién sabe si, al mediodía del 24-F, ya con el Congreso liberado y en mitad de la euforia de la liberación, nuestros padres, hermanos mayores, abuelos... también se sintieron héroes por haberse quedado en casa sin rescatar de algún viejo baúl viejos retratos y símbolos infames, sin haberse esforzado mucho por recordar la letra de un himno militar que aprendieron de memoria y recitaron tan obligados como indiferentes en sus mañanas escolares.

Javier Cercas cita un diálogo con Roberto Bolaño en "Soldados de Salamina" preguntándose qué es un héroe: "No lo sé -dijo-. Alguien que se cree un héroe y acierta. O alguien que tiene el coraje y el instinto de la virtud, y por eso no se equivoca nunca, o por lo menos no se equivoca en el único momento en que importa no equivocarse, y por lo tanto no puede no ser un héroe, quien entiende, como Allende, que el héroe no es el que mata, sino el que no mata o se deja matar. No lo sé. Qué es para ti un héroe?
                  No lo sé. John Le Carré dice que hay que tener temple de héroe para ser una persona decente.
                  Sí, pero una persona decente no es lo mismo que un héroe -replicó en el acto Bolaño-. Personas decentes hay muchas; son las que saben decir no a tiempo; héroes, en cambio, hay muy pocos. En realidad, yo creo que en el comportamiento de un héroe hay casi siempre algo ciego, irracional, instintivo, algo que está en su naturaleza y a lo que no puede escapar. Además, se puede ser una persona decente durante toda una vida, pero no se puede ser sublime sin interrupción, y por eso el héroe sólo lo es excepcionalmente, en un momento o, a lo sumo, en una temporada de locura o inspiración. Ahí está Allende, hablando por Radio Magallanes, tumbado en el suelo en un rincón de La Moneda, con la metralleta en una mano y el micrófono en la otra, hablando como si estuviera borracho o como si ya estuviera muerto, sin saber muy bien lo que dice y diciendo las palabras más limpias y más nobles que yo he escuchado nunca."

El problema hoy no es que andemos faltos de héroes, que de éstos nunca sobraron, el verdadero problema es que estamos empezando a quedarnos sin personas decentes. Cuando el ciudadano se queda sin opciones de voto, porque tristemente ha llegado a la conclusión de que sólo está eligiendo el color e ideología de los que harán todo lo contrario a lo que prometieron, de los que intentarán sacar el máximo provecho de su cargo siempre en beneficio propio; cuando alguien se ve estafado por el "directorcillo" de la entidad bancaria donde depositó los ahorros de toda su vida, al que consideraba poco menos que un amigo y presumía de tratar por su nombre de pila; cuando el obrero ve al empresario descapitalizar su empresa, desviar fondos, pagar comisiones, lucrarse en tiempo de crisis; sólo le quedan dos opciones:  convertirse en un pequeño héroe que se rebela, que se amotina, que denuncia, que protesta, que busca soluciones, que se pone de parte del débil, que acampa en una plaza, que se incinera, que se arroja por un balcón... o convertirse él también en una persona indecente que busca desesperadamente hacerse con el último paracaídas sin importarle lo que le ocurra al resto del pasaje.

En 1989 publicó un texto de Hans Magnus Enzensberger, se titulaba "Los héroes de la retirada" y en él exponía un modelo de héroe que lo es por traicionar un modelo en el que hasta ahora creía o del que hasta ahora formaba parte, bien por descubrir la injusticia del mismo, bien por la necesidad de buscar un nuevo modelo para construir un futuro mejor. Javier Cercas hace referencia a los "héroes de la retirada" y piensa que Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo bien pudieron serlo, ya que todos ellos traicionaron parte de sus ideales, hasta se traicionaron en parte a sí mismos, para desmontar el franquismo, para conseguir una democracia imperfecta, pero una democracia factible en un país con una larga historia de convulsiones políticas y golpes de estado, en un país que acababa de dejar atrás una dictadura que a veces pareció eterna.

Transcribo de Anatomía de un instante el siguiente párrafo referente a la Transición: "Hablando en general, al transición -el periodo histórico que conocemos con esa palabra equívoca, que sugiere la falsedad de que la democracia fue una consecuencia ineluctable del franquismo y no el fruto de una voluntariosa e improvisada concatenación de azares facilitada por la decrepitud de la dictadura- consistió en un pacto mediante el cual los vencidos de la guerra civil renunciaron a ajustar cuentas por lo ocurrido durante cuarenta y tres años de guerra y dictadura, mientras que, en contrapartida, tras cuarenta y tres años ajustándoles las cuentas a los vencidos los vencedores aceptaban la creación de un sistema político que acogiese a unos y otros y que fuese en esencia idéntico al sistema derrotado en la guerra civil. Este pacto no incluía olvidar el pasado: incluía aparcarlo, soslayarlo, darlo de lado; incluía renunciar a usarlo políticamente, pero no incluía olvidarlo".

Aunque sea necesario pasar página, aunque sea imprescindible la renuncia al ajuste de cuentas, aunque empiece a ser tarde para remover el pasado de los vencedores y sus herederos; es vital conservar la memoria. Porque el peligro no reside en olvidar los detalles, las horas, las fechas, algunos nombres... el drama es repetir los errores, lo injusto es olvidarse de aquellos que de verdad se jugaron el tipo, de aquellos que perdieron la juventud, la familia, el futuro o la vida para defender la justicia.

Ahora, más que nunca, necesitamos héroes, incluso héroes en retirada, que den un paso adelante para buscar un futuro más justo y equitativo, que den un paso atrás para renunciar a privilegios heredados, para renunciar a una corona, para renunciar a un sobre corrupto, para renunciar a una la idea "única" en que se organiza un territorio y las personas que lo habitan.
Es necesario que la generación que no vivió la transición, que no vivió la noche del 23-f, que no fue salvada por el Rey, se haga oír y busque nuevas fórmulas de convivencia, un modelo de representación donde no sea tan fácil para los poderosos estafar a los ciudadanos, donde no sea una utopía querer y poder ser una persona decente.

Además de necesario, es un enorme placer leer a Javier Cercas.








miércoles, 1 de mayo de 2013

Rømskog Spa & Resort


En mis años en Barcelona, convertido ya en un buen cámara y, poco tiempo después, en un aprendiz de realizador, descubrí que la mejor manera de viajar es, sin duda, trabajando. La ventaja, además, de un trabajo como el mío, es que la gente te abre sus puertas y también sus vidas y te muestra paisajes y te cuenta historias que, de cualquier otra manera, serían muy difíciles de ver o escuchar.

Fue trabajando, como Madrid se convirtió en una ciudad familiar a la que cada año en fecha indeterminada y siempre por pocos días tenía que peregrinar desde Barcelona, fue así que atravesé el sur de Francia y el norte de Italia hasta llegar a Auschwitz, como aterricé en Nepal, como crucé el Estrecho para pasar un mes en Larache, como descubrí Euskadi o como recorrí Catalunya, pueblo a pueblo, en más de cien viajes.

Trabajando tomé un avión por primera vez, por primera vez conduje una furgoneta por media Europa, volé en parapente, en globo, hice rafting, aprendí cómo se fabrican montones de cosas, escuché lenguas que no entendí y vi cosas que comprendí a la primera. Trabajando he visto mundos muy distintos para descubrir cuánto nos parecemos los seres humanos más allá de los colores y costumbres que nos adornan.

Cuando regreso a España, suelen preguntarme por la belleza y espectacularidad de los fiordos noruegos, obligándome de inmediato a reconocer que no he visto los famosos fiordos mas que en fotografías o programas de televisión. Vivo en Noruega, pero no soy turista. De momento los fiordos, el Cabo Norte, Laponia... tendrán que esperar. Todavía pienso que me gusta viajar trabajando, conservo intacta la capacidad de asombro y disfruto cada oportunidad que me da la cámara para conocer algo nuevo, para descubrir la historia de un lugar.

En Noruega me tocó empezar de nuevo y nuestros trabajos, por el momento,  apenas nos llevan a la capital un par de veces al año: llevamos 4 años celebrando el Día de la Independencia de Pakistán, hemos grabado algún concierto importante y hemos subido a la torre de la catedral de Oslo. Sobre todo trabajamos alrededor de Bjørkelangen, en un paisaje de lagos y pinos silvestres que, Nathaly y yo, hemos contemplado desde un helicóptero; también hemos navegado por el Glomma y hemos aprendido bastante sobre agricultura ecológica.

Antes de viajar a Córdoba por Semana Santa, pasamos un día en el Rømskog Spa. Estuvimos trabajando, pero con tiempo suficiente para disfrutar de un baño mientras nevaba, de una deliciosa comida, y de la suite en la que nos alojaron. Realmente nos sentimos muy bien tratados por todos los trabajadores del hotel.


Ubicado a la orilla de un lago, el paisaje que se puede ver desde cualquier punto del hotel es espectacular; es un lujo poder relajarse en la piscina de agua caliente, mientras cae la nieve sobre tu cabeza y ves arder unos troncos junto a la piscina; el olor, inconfundible, trae recuerdos de la infancia e inviernos tojeños.

El vídeo está terminado y el cliente tan satisfecho que mencionó nuestro trabajo en el periódico local. En verano haremos un nuevo vídeo para ellos y, gracias a este trabajo, el ayuntamiento de Rømskog se ha puesto en contacto con nosotros para un nuevo proyecto.
El resultado del rodaje de un viernes de marzo ya puede verse en la web del hotel.

http://www.romskogspa.no/



Estoy convencido de que algún día llegarán proyectos más grandes y saldremos de viaje y aprovecharemos que yo me muevo con mi cámara entre las gentes, para hacer preguntas, para conocer personas, para aprender nuevas costumbres y para descubrir nuevos lugares. Siempre que pueda intentaré que viajemos juntos, porque estoy tan convencido de que la mejor manera de viajar es trabajando como de que el viaje sólo tiene sentido si es compartido con las personas a quien amas.
Trabajando veremos los fiordos, llegaremos al Cabo Norte y de vez en cuando regresaremos a España.