viernes, 29 de agosto de 2014

Música Sefardí



     Las vacaciones de verano empezaron con un concierto en el Jardín Botánico de Córdoba. Mi madre me había avisado, semanas atrás, de la celebración de este concierto. No es la primera vez que aterrizamos en Málaga, conducimos o nos conducen hasta Córdoba y, sólo unas horas más tarde, ya estamos duchados y mudados de ropa para asistir a un concierto.
     Fue una noche de mucho calor. Suerte que mi hermano nos prestó el coche y nos ahorramos así la caminata hasta el Botánico. La suerte también me hizo de guía. Después de tantos años sin conducir por el centro y de tantos cambios en la circulación; fue casi un milagro que llegase a las puertas del Botánico sin perderme en el camino. Un "gorrilla" me indica donde aparcar y me asegura que no hay problema con la dudosa señal de tráfico que queda a mi izquierda. Con una voz anegada por la droga o el intento de rehabilitación - quién sabe - me dice que el mío está bien aparcado, que él ya se va porque no hay más sitio ahí, que si llega otro y aparca a mi lado se lo lleva la grúa. Le doy un euro. Más por desconfianza en mí que en él, miro y miro la dudosa señal y medio me convenzo de que estoy a salvo de la grúa. Estas son las dudas que han quedado de las vacaciones de Navidad. En aquella ocasión, por cansancio, por no dudar y por no hacer caso de mamá, una mañana descubrimos que el coche no estaba donde lo habíamos dejado la noche anterior. El cansancio, el no dudar y, sobre todo, no hacer caso de mamá nos costó un buen pellizco.
     Casi convencido del todo de que el coche está perfectamente aparcado entramos al Botánico. Tu abuela Matilde, querido Matías, se ha adelantado para comprar las entradas. Hace mucho calor, apenas corre viento, pero el lugar está precioso. Cuántas ganas de estar aquí. Cuánto se echan de menos este calor y estos olores.





     Intentamos sacarle el máximo partido a todos los actos culturales con los que algún santo o el universo tienen a bien hacernos coincidir. Llegamos temprano y podemos elegir un buen sitio, centrado y cerca del escenario. Me voy a comprar unas bebidas y en corto trayecto hasta la barra improvisada que hay al final, le agradezco a los santos o al universo que tuvieran a bien hacerme coincidir hoy aquí con un Festival de música sefardí, que desconocía se celebrase en mi ciudad, en compañía de ti, de tu mamá y de la mía. Falta poco para que empiece el concierto, el lugar está casi lleno y yo soy casi feliz. Y este último casi es mucho.





     Aunque hasta hoy no le había visto tocar en directo, yo ya había escuchado alguna vez a Luis Delgado. Para mamá, para la abuela y para ti es la primera vez. La abuela me asegura que no, pero yo creo que sí, que alguna cabezadita ha dado. Sé que vino más por nosotros que por ella, pero a pesar del calor y de que esta no sea el tipo de música que ella escuche, sé que se alegra de estar aquí. A mamá sé que le ha gustado mucho el concierto. Ella es súper crítica con las películas y los conciertos, ya te irás dando cuenta, querido Matías. Pero hoy, a pesar de un calor que "la mata" ha disfrutado del concierto. 
Yo soy bastante menos crítico. A mí me ha parecido espectacular. Y no sólo la música. Por Dios, qué bien habla Luis Delgado, que manera de exponer, de explicar, de argumentar;  qué capacidad para narrar las pequeñas historias que contienen las canciones que, pocos segundos después, interpretará César Carazo con una voz inesperada y prodigiosa. 
   





     Hacía el final del concierto dice Luis Delgado que han traído con ellos una maletita de CDs. Comenta que tal como están las cosas en esto de la música, puede que ésta sea una de las últimas oportunidades para conseguir algunos de estos trabajos que difícilmente volverán a ser editados. 
Miro a mamá y su mirada me confirma que le ha gustado el concierto y que da por muy bien empleados los euros que gaste en algún CD. Me pide, eso sí, que intente comprar uno en el que se incluya la canción de Ximena. Sigilosamente me levanto de mi asiento y me acerco hasta el lado derecho del escenario, donde una mujer tiene preparada una mesita con los CDs anunciados por Luis Delgado. Ella no sabe cuál es la canción de Ximena. Yo tampoco. Sólo sé que la canción habla de Ximena pero no conozco el título. Al final me arriesgo y compro este Cantares de Tetuán de la foto que hay más abajo. 
La mujer que me lo vende me dice que al final del concierto podemos preguntarle a Luis si aquella canción de Ximena está o no en este disco. Al final del concierto un chico con pinta de estudiante de música se nos adelanta. Mamá y yo esperamos unos minutos para preguntarle por la canción y para pedirle un autógrafo a Luis Delgado. El chico con pinta de estudiante de música hilvana pregunta tras pregunta. Pasan los minutos, Tú estás cansado y hace mucho calor. Mamá y yo desistimos. Camino del coche mamá lee los títulos de las canciones. Ni rastro de Ximena. Por un momento hacemos el amago de regresar para confirmar si la canción está o no está. A mamá le gusta tanto la canción que, si no estuviese, vería justo y necesario invertir unos euros más en comprar otro CD. Desistimos de la idea de volver. Yo le prometo a mamá conseguir la canción. Mamá me recuerda las palabras de Luis Delgado sobre la difícil que será a partir de ahora conseguir algunos de sus trabajos. Yo me encomiendo a D. Bosco. 

     El caso, querido Matías, es que al día siguiente probé el CD y descubrí que en la segunda canción (Bernardo del Carpio) estaba nuestra Ximena. Yo suspiré y mamá quedó feliz.






     Además de éste, querido Matías, compré otro CD para tu colección. Es un CD muy especial, muy desconocido y muy difícil de conseguir del que te contaré en otro capítulo de este cuaderno virtual.

      No he podido encontrar un vídeo con nuestra canción de Ximena, pero dejo éste para disfrutar de la música medieval, el verbo de Luis Delgado y la voz de César Carazo.




                                



miércoles, 27 de agosto de 2014

La bibliotecaria de Auschwitz



     Mamá y yo hemos tomado la costumbre de gastar, comprando libros, ediciones de bolsillo, en el aeropuerto; las últimas monedas o billetes pequeños que quedan en los bolsillo en el último día de vacaciones, en los minutos que faltan antes de embarcar rumbo a Bjørkelangen. 

     En el Prat a mamá le llamo la atención este libro. Yo no había leído nada de Antonio G. Iturbe. La verdad es que ni siquiera conocía su nombre. Fue mamá la que lo compró. Quizá lo empezó a leer en el avión. Pero mamá no tarda en quedarse dormida siempre que sube a un avión. Hasta ese viaje, tú, querido Matías, también te quedabas dormido de inmediato. Sin embargo, en el, viaje de vuelta de este verano ya había suficientes cosas nuevas por ver, tantas que apenas pegaste ojo y apenas dejaste pegar ojo a mamá. 

     Yo terminé de leer esta historia de, quizá, la biblioteca más pequeña del mundo y su joven bibliotecaria, hace unos meses, poco antes de las vacaciones. No había leído nada de Antonio G. Iturbe, ni siquiera conocía su nombre. Me gustó su libro. Me gusto su forma de contar esta historia, hilvanada con crueles fragmentos de realidad, con nombres terribles: Auschwitz (un lugar terrible en el que una vez estuve y al que alguna vez iremos juntos), Mengele, Höss, Eichmann (hombres que representaron lo peor que se puede esperar de los hombres).

     Al final del libro hay una Etapa final que me gustó especialmente y de la que copio ahora estas líneas. 

     "Habrá quien no comparta esa fascinación por que algunas personas se jugaran la vida para mantener abierta una escuela secreta y una biblioteca clandestina en Auschwitz-Birkenau. Habrá quien piense que es un acto de valentía inútil en un campo de exterminio, cuando hay otras preocupaciones más perentorias: los libros no curan las enfermedades ni pueden utilizarse como armas para doblegar a un ejército de verdugos, no llenan el estómago ni quitan la sed. Es cierto: la cultura no es necesaria para la supervivencia del hombre, únicamente lo es el pan y el agua. Es verdad que con el pan para comer y el agua para beber sobrevive el hombre, pero sólo con eso muere la humanidad entera. Si el hombre no se emociona con la belleza, si no cierra los ojos y pone en marcha los mecanismos de la imaginación, si no es capaz de hacerse preguntas y vislumbrar los límites de su ignorancia, es hombre o mujer, pero no es persona; nada lo distingue de un salmón, una cebra o un buey almizclero".

     Por eso, querido Matías todos los tiranos temen los libros, por eso, querido Matías es tan importante que, igual que ahora acabas de aprender a caminar y ya no quieres dejar de dar un pasito tras otro, el día  que aprendas a leer, leas y leas y leas más y más y nunca en tu vida dejes de hacerlo. 

     "En Internet hay toneladas de información sobre Auschwitz, pero la documentación solamente te habla del lugar. Si quieres que un lugar te hable a ti, has de ir allí y quedarte el tiempo suficiente para escuchar lo que tenga que decirte. Para buscar algún vestigio del campo familiar o alguna huella que seguir, viajé hasta Auschwitz. No sólo hacían falta los datos cuantitativos y las fechas, era necesario sentir la vibración de aquel lugar maldito".

     Por eso, querido Matías, algún día visitaremos juntos Auschwitz para rezar una oración y no olvidar a veces los hombres son capaces de hacer todo lo peor que puede hacer un hombre. Por eso, querido Matías, le tenía un sincero afecto y cariño a aquel profesor de Historia, D. Germán, al que no le importaban tanto los datos y las fechas. 

     





     Si alguno de los familiares o amigos íntimos que lean este capítulo ha leído ya La bibliotecaria de Auschwitz, o, si no habiéndola leído, quizá ni conociendo quién es Antonio G. Iturbe, siente en este momento la necesidad irreprimible de dirigirse a la librería o aeropuerto más cercano y comprarlo; por favor no dejen de comentarme qué les pareció el libro. 






martes, 26 de agosto de 2014

Hala Madrid y nada más.


     Ayer, lunes,  empezó el Real Madrid, mi Madrid, su andadura por esta Liga 14/15. Se estrenó frente al Córdoba en el Bernabéu.  Qué guionista podría haber imaginado un inicio así, enfrentando a mi equipo y al equipo de mi ciudad. El partido no fue brillante. Sorprendió el Córdoba con su firmeza atrás, su saber estar en un campo enorme al que no rendía visita desde hace 42 años. Su último partido de Liga allí fue en 1972, el año en que yo nací. Llegó incluso, este Córdoba recién ascendido, a poner en algún aprieto a la defensa del Madrid. Sólo un imponente disparo de CR7, cuando el partido entraba en sus minutos finales, salvo al Madrid de la apatía o el cansancio y a los aficionados de un sufrimiento innecesario. De este partido resultan muchas dudas en el Madrid y un futuro de esperanza para el Córdoba. Yo, quedo contento por la victoria de mi Madrid y feliz por la buenísima imagen del Córdoba.

   




     La temporada arranca con esta lógica victoria en Liga, pero viene precedida de un título y una derrota. Ganamos la Súpercopa de Europa contra el Sevilla y perdimos la Súpercopa de España frente al Atlético de Madrid.
     En la victoria sentí envidia de la afición del Sevilla que, pese a ir perdiendo, no dejó nunca de cantar su himno de El arrebato. Y es que suena tan bien eso de "... y es por eso que hoy vengo a verte, sevillista seré hasta la muerte..." Cuántas veces, querido Matías, le he cambiado la letra a este maravilloso himno que Javier Labandón compuso para su Sevilla.
     Más que la derrota contra el Atleti, me fastidió ver a su afición rendida a su equipo, eufórica, dejándose la garganta en cada jugada.
     Te reconozco, querido Matías, que las pocas veces que he estado en el Camp Nou, siempre por razones de trabajo, he sentido envidia del poderoso ímpetu tribal de su himno. Sería muy estúpido no reconocer que impresiona escuchándolo cantar a más de 90.000 gargantas.

     Te cuento todo esto porque una las cosas que más feliz me hizo, después de conseguir La Décima, fue escuchar el nuevo himno "de guerra" del Madrid. Digo "de guerra" porque el himno oficial, el de verdad, será siempre el de las "mocitas madrileñas". Cómo no me va gustar ese himno si es el de mi infancia, el que me enseñó a gritar, a latir "Hala Madrid", el que le cantaba a mi padre, tu abuelo. Claro que me gusta, lo amo. La versión flamenca de él, que canta José Mercé, pone los pelos de punta. Sin embargo no se lo escucho cantar al Bernabéu.
     Después llegó el himno del Centenario, cantado por Placido Domingo, espectacular, pero imposible para el resto de gargantas mortales.
     Hasta pocos días antes de la final te estuve cantando aquello de "cómo no te voy a querer, cómo no te voy a querer si eres campeón de Europa por novena vez". Esta cancioncilla, del Dioni de Camela y Toñín el Torero, se hizo popular en la grada rápidamente y tomó categoría de himno oficioso. Pasadas apenas unas horas de la final de Lisboa, la cancioncilla ya estaba corregida y hablaba de La Décima.
     Además de todo esto hay decenas de canciones que improvisan los más jóvenes de la grada temporada tras temporada y canciones con las que madridistas, como los de Mago de Oz, cantan su amor por el Madrid.

     Todo lo anterior son señales evidentes de que al Madrid le faltaba un himno de guerra, algo parecido al "nunca caminarás solo" del Liverpool; algo que meta el miedo en la piel de los rivales antes del pitido inicial y que borre el cansancio de las piernas de los nuestros en los minutos finales.
     Al tiempo que te escribo todo esto, recuerdo las noches de  las remontadas,  el miedo escénico y las diez Copas de Europa;  y pienso que tal vez no haya nada que envidiar a los demás. Que no necesitamos ninguna canción de guerra.

     Pero, sea como sea, te reconozco, querido Matías, que me encanta este "Hala Madrid y nada más", que te lo he puesto montones de veces y que me alegró escucharlo antes del partido contra el Córdoba. Ojalá que cale y que llegue a ser cantado por más de 80.000 gargantas y paralice a nuestros rivales y haga volar a los nuestros.
   


                                  



domingo, 24 de agosto de 2014

Cuando vuelva a Sevilla en primavera



     El Sol no dilata este verano noruego, apenas ha lucido en las dos últimas semanas. La lluvia, que dilata los días de verano con su repiqueteo en el suelo del porche y en las ventanas, reduce y encoge este verano de norte. Me sirvo, ahora que está llegando a su fin, de los recuerdos de un verano andaluz para hacer salir el Sol en mi memoria y para que la lluvia suene a música. Me sirven estos ratos de escritura para dilatar un corto verano noruego.

    A mediados de junio tomamos un avión con destino Málaga. Era sábado. El vuelo fue plácido. Tu tito y padrino nos esperaba en el aeropuerto. Si no me falla la memoria, tú, querido Matías, y mamá os quedasteis dormidos antes de llegar a Antequera. Mi hermano y yo no hablábamos mucho. Yo iba buscando cazar en un fotografía la "cabeza del indio" que se ve desde la carretera poco antes o pocos después de Antequera.

     Creo que fue antes de Benamejí cuando mi hermano cambió el CD. Puso el de Jose Manuel Soto y sonó "Y cuando vuelva a Sevilla en Primavera". Entonces, justo en ese preciso instante, me sentí de nuevo en casa.



     Siempre me ha gustado José Manuel Soto. Con 15 ó 16 me compré uno de sus discos, un vinilo que, confío, estará guardado en el altillo del armario del dormitorio. Siempre me ha gustado cantar sus canciones, imitar un poco su sevillana y limpia voz. Seguro que en los años venideros te canto más de una de sus canciones de amor. Mamá dice que suenan triste, que todo son penas. A mí me gusta. A tí, ya veremos.

     Fue camino del Rocío. Estábamos a punto de llegar, pasado Almonte, carretera entre pinares. Fue durante la Semana Santa de 2012. Tu tito y padrino conducía. Llevaba gafas de sol, camisa y jersey marrón con cuello de pico. Yo llevaba una camisa a cuadros, la medalla de la Virgen y un fular azul que él me había prestado antes de salir de Córdoba. Mamá estrenaba su chaqueta rociera de rayas azules y blancas. La abuela Matilde dormía en el asiento de atrás.
     Estábamos muy cerca. El cielo, plagado de nubes entre el blanco y el gris, buscaba huecos por los que colarse con su azul limpio y claro. Los verdes pinos de las arenas nos escoltaban en esos últimos kilómetros. El tito rebuscó cerca del freno de mano, sacó un cd, lo puso y sonó la sevillana voz del Soto. Era el cd de un concierto en directo, un concierto homenaje en la Maestranza de Sevilla por sus 25 años en la música. El cd se llama "Soto y amigos".
    Estábamos muy cerca del Rocío y sonó el "Cuando vuelva a Sevilla en Primavera". El tito y yo conocemos muy bien la canción. Cantamos, Cantamos en voz alto. Como si también estuviésemos en la Maestranza de Sevilla.

     Desde aquel viaje al Rocío, no hay viaje en coche junto a tu tito y padrino, mi hermano, en el que no volvamos por un rato a Sevilla, en el que Sevilla no esté en primavera y desde el coche paseemos por Triana mientras pensamos en el pasado y en el futuro.
     El pasado nos trajo a este presente en el que está tú, y está mamá y tus hermanos. Este presente en el que estoy lejos de Córdoba y Sevilla, lejos de "mi gente", este presente en el que soy feliz. El futuro quizá nos traiga un viaje de vuelta, tal vez nos premie no sólo con una primavera en Sevilla. Mamá quiere pasar todo un año allí. Por estar con ella, yo también. Y Sevilla, con todo lo que ahora me gusta, está bien cerca de Córdoba, que es mucho más, mucho, mucho más, porque no sólo me gusta.

     Estamos cerca de Benemejí y el tito a puesto la canción. Se escucha la sevillana voz del Soto y las nuestras acompañándolo y, a veces, compitiendo con la suya. Canto y pienso que ti tito y padrino, mi hermano en realidad me está diciendo: bienvenido a casa, te he echado de menos, qué ganas tenía de verte...; y yo cantándole a Sevilla con la voz de otro en realidad le estoy diciendo: qué ganas tenía de estar aquí, qué ganas de verte y cantar contigo, qué ganas de decirte que te quiero.
    Lo que decimos, lo que escuchamos es que "cuando vuelva a Sevilla en primavera, volveré a mis veinte años recorriendo sus callejas..." Pero, en realidad, yo estoy escuchando y diciendo otra cosa.

     En estas vacaciones que recién comienzan este sábado de junio, cerca de Benamejí, no hay planes de volver a Sevilla. Queda tan poco para que termine la primavera. Seguro que en uno o dos años regresamos y hacemos noche en Sevilla para verla iluminar la noche desde la orilla de Triana, para tomar un tinto de Morales y una manzanilla sanluqueña. Para mirarnos todos los que estemos y desear regresar siempre a Sevilla en primavera.
   


                          



     Pocos días más tarde, en Benalmádena, actuó José Manuel Soto. Fue la primera vez que le vi en directo. Actuaba en la caseta municipal. Nuestros días en Benalmádena coincidieron con la Feria de San Juan. Tú, querido Matías, estabas muy cansado y los horarios andaluces son bastantes tardíos. Mamá compró un mojito poco cargado. Hicimos tiempo, junto a tu abuela Teresa, tu tía Gissella y tus primos. Cuando empezó a entrarte sueño, Fernando y yo te dimos una vuelta en el carrito. Te quedaste dormido. Cuando regresábamos escuché la sevillana voz del Soto y corrí contigo a la caseta. Fernando fue a avisar a los demás. Mamá, la más sevillana de las chilenas, llegó con Fernando y tus hermanos. Para cuando llegaron, tú ya estabas despierto y bailabas en mis brazos una de las tristes canciones del Soto. Estabas cansado. Sólo nos quedamos a un par de canciones más. No dio tiempo a escuchar "Y cuando vuelva a Sevilla en primavera". No importa. Sin tu tito a mi lado hubiera sonado diferente.
Tenemos un concierto pendiente. Seguro que algún día algún Santo o el Universo nos hace coincidir y lugar y fecha oportuna.



sábado, 23 de agosto de 2014

Futbolín





     Kevin regresó ayer de su paseo de Leirskole. Llegó cansado y afónico. Hoy todavía arrastra el cansancio y parece que tiene un poco de fiebre. Caramelo tras caramelo y te tras te, está combatiendo el dolor de garganta. Su cansancio y su afonía son la prueba de que lo pasó realmente bien.
   
     Hoy empieza La Liga. Es una buena tarde de sábado para ver Futbolín. Mientras Kevin y yo vemos la película en el salón, mamá y tú estáis en la cocina. Mamá te está fabricando una especie de plastilina especial, apta para bebés. El color es verde. No quedaba ni rojo, ni rosa en el Rema. La masa moldeable es el resultado de mezclar unos cuantos ingredientes comestibles y el colorante elegido o el colorante disponible en el Rema en este caso. Y el verde es un color bonito, verdad? Lo primero que has hecho, después de superar la prueba del tacto, ha sido llevártela a la boca. Aunque es comestible, su sabor es muy salado. La idea es jugar con ella, no comérsela. El juego de hoy ha sido bastante simple: mamá y yo te hacemos pelotas y las dejamos en tu mesa, tú las tiras al suelo, nosotros las recogemos y las volvemos a poner en tu mesa, tu las vuelves a tirar al suelo...

     Creo que a Kevin no le ha gustado mucho la película. Puede que sea el cansancio. Puede que no. A veces su cara expresaba un profundo aburrimiento. Se está haciendo mayor. Está en esa edad en la que ya no le interesan las películas de dibujos animados, pero tampoco es recomendable que vea películas muy violentas o de miedo. por ejemplo. La verdad es que últimamente está siendo bastante difícil el asunto de las películas.

     El inicio me pareció interesante, pero si te soy sincero en la primera parte de la película yo también me aburrí un poco. Al final, la cosa se arregla. Un partido de fútbol desigual, con tintes épicos, el rico contra el pobre, David contra Goliat... siempre engancha. Igual no acabo de entender cómo le dio a Campanella (Juan José Campanella es un director de cine Argentino que a mamá y a mí nos gusta mucho) por hacer está película. Probablemente es un enamorado del futbolín. Quizá pasó su infancia jugando. Eso lo justificaría todo.

     No sé, querido Matías, si para cuando tú seas un poco más grande quedarán futbolines. Cuando yo era un niño había un par en los bares del pueblo. Reconozco que era malísimo, pésimo; pero me gustaba jugar contra mi padre. Sabía que se dejaría marcar un par de goles que a mí me pondrían muy feliz. Ahora que pienso esto, me da un poco de vergüenza no haberme dejado yo un par de goles este verano, cuando jugué al futbolín con tus hermanos. La verdad es que se pusieron muy vacilones, pero a mí no me hubiera costado nada hacerme el distraído en un par de pelotas. Ya le dije a mamá, que mi padre, tu abuelo Joaquín, era mejor padre que yo. Quizá es por eso que me gusta recordar mi infancia, para aprender de él. Seguro que la próxima vez que vayamos al Berrocal y juguemos al futbolín gano de otra manera.

     Cuando tenía trece o catorce años ya no era tan malo jugando al futbolín. En aquel tiempo había salones enormes, llamados "Recreativos",  llenos de videojuegos, también enormes comparados con los de ahora; de billares, de mesas de ping pong y de futbolines. Los Recreativo eran uno de nuestros lugares preferidos para pasar las tardes de los viernes. Allí aprendí a jugar, moneda tras moneda. La pareja que gana sigue jugando sin pagar, los que pierden ceden sus mandos a otra pareja y dejan una moneda en la mesa esperando que vuelva a llegar su turno. Cuanto más bueno eras más rato podías jugar sin pagar.
     No sé si en el pueblo quedan futbolines en los bares, hace mucho tiempo que no vamos. En Córdoba no queda ya ninguna sala de recreativos con videojuegos enormes, billares, mesas de ping pong y futbolines.

     A partir de los 15 años, en el Instituto, ya no pasábamos las tardes de los viernes en los Recreativos del Alpargate. Pero en los recreos íbamos a unos más pequeños, con sólo cuatro futbolines, que había frente a Salesianos. Allí el nivel era muy alto. Las partidas se hacían larguísimas. El tiempo alcanzaba para que jugaran sólo un par de parejas. Los demás comíamos pipas, muchas pipas.
     De aquellas partidas en tiempo de recreo me quedó un golpeo fantástico desde el muñeco delantero más alejado de mí. el extremo izquierdo. Se trataba de colocar la bola entre sus piernas, juguetear un poco con ella, quizá pasársela al delantero centro y un par de veces y, cuando notases una bajada de atención en el contrario, pegar un tirón oblicuo, como un latigazo, al palo corto de la portería rival.
     La última vez que recuerdo haber estado jugando "en serio" al futbolín fue durante el rodaje de un corto en un pueblo del Pirineo ilerdense. Fue en invierno. El pueblo era muy pequeño, más o menos como Tójar, pero con menos bares. Quizá no hubiese más que uno y por eso terminamos allí una noche que el rodaje dio una tregua. Había un futbolín, un precioso futbolín enorme y antiguo. Al principio todos lo miramos un poco de reojo. Después de un par de cervezas, alguien se acercó y echó una moneda. En un instante se formaron cuatro o cinco parejas al azar. Yo caí con alguien del equipo de cámara que jugaba muy bien atrás. Aquella noche descubrí que el golpe del extremo izquierdo es como montar en bicicleta: por muchos años que hayan pasado no se olvida. Aquella noche jugamos al menos un par de horas, aquella noche pagamos muy pocas monedas.

     Quizá a tu hermano Kevin le hubiese gustado tener un futbolín en su paseo de Leirskole. Mañana le pregunto. Ojalá que para cuando tú, querido Matías, llegues a poder asomarte al terreno de juego queden futbolines para que podamos jugar juntos. Prometo ser como mi padre, tu abuelo, y dejarme un par de goles sin que se note mucho. Ojalá que para entonces el Berrocal siga abierto y el futbolín siga frente a la barra.

     He disfrutado mucho jugando al futbolín, al de verdad, al grande. Los pequeñitos que venden para jugar en casa son una porquería que no sirve para nada. No creo que alguna vez tengamos una casa tan grande como para tener un futbolín de verdad, de los grandes. Y si alguna vez la tuviéramos, mamá y yo no somos de los de instalar una sala de juegos en casa. Quizá el futbolín corra un serio peligro de extinción, si así fuese y el espacio no fuera un problema y el dinero no fuera otro problema; mirándolo como una antigüedad, como una reliquia de un tiempo feliz;  no estaría mal conservar uno de los de verdad, de los grandes. Pero igual yo soy de los que piensa que el habitat natural de los buenos futbolines son los buenos bares.


 
                           


   

miércoles, 20 de agosto de 2014

Quedaos en la trinchera y luego corred



     Mi nota en el examen de historia de la prueba de Selectividad es un 2. Este resultado es algo anormal, teniendo en cuenta que la historia me gusta y me interesa y que en otras asignaturas de la misma prueba saqué varios 9'5. Concretamente esa fue mi puntuación en el examen de Historia del Arte. La diferencia entre un examen y otro no fue de gusto o interés, tampoco de capacidad o tiempo de estudio; la diferencia estuvo marcada por la forma en la que nos prepararon para afrontar esos dos exámenes.
      Ya habrá tiempo para escribir unas líneas hablando de Arte y recordando a mi magnífico profesor de Salesianos, D. Juan Manuel Palma. Pero ahora le toca el turno a la Historia.

     Como decía unas líneas más arriba, siempre me ha interesado la Historia. En la EGB la asignatura de Historia es obviamente algo muy básico y el programa final siempre queda a medias. Al menos en mi época nunca se llegaba al final del libro en octavo, nunca se hablaba de la Guerra Civil española, de la Revolución Rusa o de las dos Guerras Mundiales. 
     Yo suponía que en el Instituto la cosa cambiaría. De hecho pensaba que en primero de BUP continuaríamos el guión de la Historia que habíamos interrumpido en octavo de EGB, y mi mayor preocupación era saber si nos saltaríamos las partes del libro de octavo que se suponía ya habíamos debido estudiar. En ese caso tendría un pequeño problema. Cuando, a principios de septiembre compré los libros de todas las asignaturas, no esperaba que el libro de Historia empezase en la Prehistoria y que llegase poco más allá del período árabe en la Península Ibérica. Empezar de nuevo otra vez, pero en esta ocasión a un nivel menos básico.

     En tercero de BUP, tengo que reconocer que se me atragantó un poco la Historia de España. Tal sucesión de reyes a cada cual más enfermo o más inútil. Nunca supe poner en un correcto orden cronológico aquella letanía de nombres reales. Ese año tampoco pudimos llegar al final del libro, con la salida de Alfonso XIII, triste de él, hacía el exilio se nos agotó el tiempo. En clase, algunos,  no pudimos disfrutar de la proclamación de la II República.

     Cuando, a principios de septiembre, compré los libros de COU, tenía el temor de encontrarme de nuevo en la Prehistoria al abrir el libro de Historia. Temor sin fundamento esta vez. El grueso libro de Historia de COU llevaba por título en gruesas letras también: Historia Contemporánea. Ojeando el libro se podían ver capítulos dedicados a la Revolución Rusa, a las dos Guerras Mundiales, a Vietnam e incluso a la Revolución Cubana. El prometedor inicio de curso no tuvo continuidad y la asignatura terminó muriendo en las trincheras de la I Guerra Mundial. Sin rastro de la II República Española y la Guerra Civil y con apenas un esbozo de la II Guerra Mundial.

     Pocos días después de terminado el examen de Selectividad, cuando aún estaba esperando recibir la nota; me crucé en el patio del colegio con el profesor de la asignatura. Me preguntó, ansioso, por las preguntas que habían caído en el examen. No pude mentirle en exceso y le comenté que no esperaba un gran resultado. Permaneció unos segundos en silencio y después de una, imagino, profunda reflexión, elaboró una complicada teoría según la cual, con lo que habíamos aprendido en clase y echándole un poco de lógica e imaginación, no deberíamos haber tenido problema en contestar las preguntas del examen. Según él las fechas exactas, por ejemplo, no era algo importante. Me preguntó por las respuestas que yo había dado. Se las intenté reproducir. Me dijo que estaban cargadas de lógica e imaginación. Quizá se convenció a sí mismo de que yo obtendría un buen resultado. Yo continué siendo pesimista.

     Mi profesor de Historia en COU era don Germán, un sacerdote Salesiano, al que cariñosamente habíamos apodado Don Pimpón. Era un buen hombre y no dudo de que en otro curso, sin un examen de Selectividad acechando a comienzos de verano,  hubiera sido un buen profesor. A pesar de la hora y media que pasé intentando combatir la ausencia de fechas y fronteras con lógica e imaginación, a pesar del 2 que me gané en el examen; le tengo cariño a D. Germán. Aquel 2 me bajó un poco la media, pero todavía iba sobradísimo para entrar en la Facultad de Derecho. 

     Le tengo cariño a D. Germán porque realmente intentó hacer de la Historia una asignatura interesante para los que no tenían interés en ella. Quizá fue por eso por lo que invirtió tanto tiempo en la Revolución Rusa, quizá por eso no le dio importancia a las fechas, los mapas y las fronteras. Decía, don Germán, que lo importante a la hora de fabricar una mesa es que tenga un tablero y cuatro patas, que las cuatro patas asienten bien y resistan, los adornos vienen después y suelen ser innecesarios. Qué cada uno se haga la mesa más bonita o más fea, pero que tenga cuatro patas y asienten bien. Esa mesa, imaginaria y básica, era todo cuanto debíamos retener, el resto se podía rellenar con una buena dosis de lógica e imaginación. Don Germán se adelantó a su tiempo. Mucho antes de que apareciese IKEA y sus manuales de instrucciones para montar una mesa básica, D. German, nos permitió usar en sus exámenes un esquema básico para conseguir un aprobado por los pelos. 
     Tal vez, a pesar del fracaso colectivo en Selectividad, consiguiese D. Germán parte de su objetivo. Quizá aquellos que no tenían interés en la Historia, recuerden todavía, 22 años más tarde, el esquema básico de la Revolución Rusa y de la I Guerra Mundial.

     Le tengo sincero cariño a D. Germán porque además de lo de la mesa, solía contarnos parte de su historia personal. Hijo de un ferroviario, rodeado de muchos hermanos y viviendo con gran sencillez en su infancia y juventud. Nos contaba, D. Germán y los ojos se le iluminaban y parecía volver a ser un chiquillo, que el mejor regalo que le pudo hacer su padre fue la posibilidad de subir al tren usando unos bonos gratis y viajar y viajar y aprender viajando. 

     Muchas gracias, querido D. Germán, por el esfuerzo y la dedicación, por el entusiasmo, por sus historias y por la Historia básica que a todos nos enseñó. 

    Con el tiempo he reconocido que la culpa de aquel 2 en el examen de Historia de Selectividad no la tuvo D. Germán. Con 18 año tenía la capacidad para haber construido una mesa mucho mejor. La única responsabilidad de D. Germán fue no habérmela exigido. Pero su responsabilidad en esta cuestión es mucho menor que la mía.

     Sea como fuere, el caso es que con 42 años tengo un gran desorden histórico en mi cabeza. Todavía no soy capaz de poner en orden cronológico la letanía de nombres reales que mal gobernaron España. He ido rellenando como he podido los huecos que los años de colegio e instituto  dejaron en blanco o no se atrevieron a nombrar. Llegó, por fin,  la II República y en cuanto al asunto de las diferentes guerras tengo una idea básica pero firme del quiénes y el porqué las provocaron. Tengo también la idea clara de que los libros de Historia, escritos en su mayoría por los vencedores, no pueden ocultar la terrible tragedia que cada guerra representa. Es imposible enterrar el cifras, en fechas, en conquistas, mapas y fronteras todo el sufrimiento que soportaron los nombres que no aparecen en los libros de Historia.

     Quizá por todo esto que acabo de escribir me gustan tanto las novelas históricas. Con algunas fechas exactas, un poco de lógica y algo de imaginación algunos autores consiguen contarnos la verdad de la Historia. 




     Este Quedaos en la trinchera y después corred de John Boyne no ha tenido que pasar apenas por la estantería. Junto a Una arruga en el tiempo, encontró un hueco en la maleta de mi hermana y viajó de Barcelona a Córdoba y de Córdoba a Bjørkelangen. Lo he leído casi de un tirón aprovechando los últimos días de Sol de este corto verano noruego.
     La historia de Alfie tiene lugar en Inglaterrra, algunos años antes de la historia de Bruno. La historia de Alfie, al igual que la de Bruno, tiene relación con la historia de sus padres. La historia de Alfie, como la de Bruno, es triste, pero su final no es tan sombrío. Lo peor de la historia de Alfie es saber que su historia y tantas otras historias que tal vez no encontraron un autor con suficiente lógica e imaginación para darles luz, no sirvió para evitar la terrible historia de Bruno.

      Gran libro que cierro con cariño, libro que no dudaré en recomendar a Erik y Kevin y que intentaré guardar a salvo de mudanzas y termitas hasta que Matías tenga edad para leerlo.
     Si alguno de los familiares y amigos íntimos que lean este capítulo, también ha leído la historia de Alfie, por favor, no dude en compartir sus impresiones.




     Las novelas de John Boyne no han rellenado las lagunas que dejaron las clases de Historia. La confusión o la ausencia de fechas sigue presente y todavía soy incapaz de dibujar el mapa de los avances y retrocesos en cualquiera de la dos Grandes Guerras. Pero gracias a las novelas de John Boyne he podido viajar al Londres de la Primera Guerra Mundial, a los últimos años de la Rusia del Zar, a Berlín y a Auschwitz. Gracias a sus novelas he podido ver con claridad el mapa básico de los básicos sentimientos humanos.



lunes, 11 de agosto de 2014

Barnehagegården



     Querido Matías:

     Esta mañana has empezado en la guardería y ayer por la noche empezaste a caminar. Puede que tú, cuando lees estas páginas virtuales, no le des mucha importancia a este hecho. Pero yo sí. Justo antes de verte aparecer por la puerta sin puerta del salón, haciendo equilibrios con tus pequeñas piernas y sin nada alrededor que te sirviera para apoyar las manos; yo estaba pensando en que lo más probable era que, imitando a los demás bebés, algo mayores que tú; empezases a caminar en la guardería. Concretamente estaba pensando que un día llegaría a recogerte y alguna de las cuidadoras me diría, en noruego, que ya habías empezado a caminar. Concretamente estaba pensando que me alegraría y que también me daría un poco de rabia haberme perdido esos primeros pasos. Y estando con estos pensamientos concretos, vi aparecer por sorpresa tus piececitos haciendo equilibrios por la puerta sin puerta del salón. Qué grande, chiquitín.

     La foto que viene a continuación la hemos tomado esta misma mañana. Estás sobre el suelo de la cocina, preparado para tu primer día de guardería. Con los pies bien firmes en el suelo, preparado para repetir esos cuatro pasitos vacilantes que tan felices nos hacen a mamá y mí.




     Antes de salir de casa el día estaba lluvioso, pero, poco antes de subirte al coche, el cielo se ha despejado el tiempo justo para que a la llegada a la guardería te pudiese hacer un par de fotos. En la guardería tienen lo tienen todo listo para tu llegada. Tu nombre, Matías sin h y con acento en la í, está perfectamente escrito en los lugares en los que tenemos que dejar tu cosas: pañales, ropa de lluvia, botas de agua..., tienen también un globo amarillo de cartulina con tu nombre y la fecha de tu cumpleaños.




     Ahora que me fijo en el globo, veo que te han puesto el acento en la otra dirección. Detalle sin importancia.
     Hoy hemos llegado a las 10.00. Los demás niños de tu grupo "HØNEPØNE" ya estaban allí. Al principio te has asombrado un poco al ver tantos niños de tu estatura en una misma habitación. Mamá y yo te hemos dejado en el suelo y, después de señalar en todas direcciones, has gateado hasta la estantería de los juguetes. Una de las cuidadoras, aquí las llaman "tias", sin acento, se ha hecho cargo de ti. Mamá y yo hemos dado un paso atrás y hemos visto como jugabas con los juguetes y como, poco a poco, te ibas acercando a los demás niños. Las coletas de una niñita rubia, unos meses mayor que tú, han sido una tentación a la que no has podido resistirte. Dos veces se las has tironeado. Mamá y yo nos hemos mirado sabiendo los dos que algo así podía pasar. Tanta novedad, tantos niños. (A la vuelta las cuidadoras nos han asegurado que no ha habido ningún incidente más y que te has portado muy bien).

     Al poco rato has empezado a aburrirte y has decidido cruzar, gateando, dos habitaciones hasta llegar a la cocina. Allí había niños de tres años que intentaban armar un carril de madera para unos cochecitos también de madera. Tu llegada a la mesa ha hecho imposible su misión. Mientras tú les ibas tirando los coches al suelo, la cuidadora nos ha preguntado por la comida que te gusta. Mamá y yo hemos vuelto a mirarnos sabiendo los dos que el asunto de la comida va a ser un poco difícil. Después de enterarnos de cuáles van a ser tus rutinas y de la ropa que sí o sí tenemos que comprarte, mamá y yo te hemos dado un beso y te hemos dicho "hade". Tú nos has sonreído y has seguido tirando al suelo los coches de los niños de tres años.

     Para que te voy a negar que mamá y yo además de mirarnos varias veces en el corto camino de la puerta al coche, nos hemos ido con un poco de preocupación, y deseando que superes las tentación de la perturbadora coleta rubia y que la paciencia de los niños de tres años sea infinita. Sentados en el coche, mamá y yo nos miramos y los dos sabemos que no vas a comer ni dormir.
     Mamá y yo hemos pasado una hora y media en Aurskog tomando un café y un bocadillo, haciendo tiempo para regresar a buscarte. En este primer día sólo te hemos dejado solo una hora y media.

     A la vuelta te hemos encontrado en el mismo sitio que te dejamos. Estás en la cocina con dos cuidadoras. El resto de "HØNEPØNE" están durmiendo y los niños de tres años están jugando en el patio. Verte allí, jugando entre las cocinitas de juguete nos confirma algo que mamá y yo ya sabíamos: no has dormido. Una de las cuidadoras nos confirma otra cosa que mamá y yo también sabíamos: no has comido nada.  Tampoco has llorado, no ha habido más incidentes que tengan que ver con el pelo de otro niño y te alegras de vernos. Nos sonríes y rápido y directo le reclamas a mamá tu comida con un perfecto "MAM".

     Mamá y yo nos reímos y respiramos tranquilos de que toda haya ido bien en tu primer día de guardería.




     Este primer año sólo irás dos días a la semana a la guardería. De momento puedo hacer compatible mi trabajo y cuidarte. Mi deseo es que no sea sólo este año, yo quiero que, hasta que empieces el colegio, sólo tengas que ir a la guardería un par de veces a la semana. Pronto aprenderás que los adultos tenemos que trabajar para conseguir dinero, y que el dinero sirve para comprar cosas. Ojalá que en los próximos años las cosas sigan como van y el trabajo que tengo sea el justo y necesario para poder darte casi todas mis mañanas, para poder comprar el mayor tiempo posible junto a ti. Mamá tiene un trabajo fijo, y gracias a eso yo puedo ser freelance y trabajar a mi ritmo, o al tuyo. No me importa grabar cientos de obras de teatro, cientos de vídeos para youtube, cientos de bodas; no me importa madrugar los sábados y domingos, y trasnochar alguna noche si así puedes pasar más tiempo jugando conmigo en el salón de casa que al cuidado de otros brazos.

     Mamá y yo sabemos que es necesario que vayas a la guardería, sabemos que te hará bien el contacto con otros niños, también el contacto con otros adultos. Pero igual nos da, después de algo de trece meses en los que siempre estuvo a tu lado uno de los dos, algo de vértigo saber que con este primer día de guardería ha empezado una parte de tu vida de la que no seremos espectadores, una parte de tu vida que queremos nos vayas contando día a día para así no perdernos nada.

     Esta última foto es un recuerdo de este primer día, un recuerdo de las habitaciones que desde hoy has empezado a hacer tuyas, habitaciones que estos años serán tan importantes para ti y de las que el tiempo borrará casi todos los recuerdos que no conservemos en papel, haz de luz o letra.
   
   


    Feliz primer día de guardería, querido Matías.




domingo, 10 de agosto de 2014

La condesa descalza



     Hoy es un domingo perezoso. Mucho trabajo pendiente y pocas ganas de trabajar. Qué fácil es culpar al destino cuando el perezoso, hoy, soy yo. En mi descargo tengo la boda de ayer. Después de seis años vuelvo a grabar una boda. Había olvidado que, desde el paseo hasta el altar de los todavía novios hasta la fiesta de los ya casados, las horas, muchas, pasan muy lentamente para los no invitados.

     Los domingos, y si son perezosos como éste con más motivo, son días de películas clásicas. Hoy me apetecía mucho ver La condesa descalza.




     Estamos preparando un viaje a Barcelona para mediados de octubre. El motivo principal del viaje es familiar. Hace ya más de medio año que no veo a la familia de mi hermana. La idea, después de pasar unos días en Barcelona, era volver a viajar a nuestro Sur. Motivos presupuestarios desaconsejan ese viaje de Catalunya a Andalucía.

     Buscando cosas por hacer y nuevos lugares que visitar, me acordé de Tossa de Mar. De inmediato me vino a la cabeza la imagen de Ava Gardner en Tossa. No fui capaz de recrear la imagen nítida de alguna secuencia en Tossa, pero el perfil de la playa con la fortaleza al fondo estaba claro en mi mente.

     En mis años de juventud era un fiel oyente del programa de radio Polvo de Estrellas. Ocupaba un espacio en la madrugada, justo después del programa deportivo de José María García, y lo conducía Carlos Pumares. El señor Pumares hablaba del cine con pasión y hacía gala de una memoria cinéfila descomunal. Adornaba además, el señor Pumares, su fantástico programa, por el  que era felicitado con efusividad en el inicio de casi todas las llamadas que recibía; con un puntito de ironía y mala leche contra aquellos oyentes que tuvieran la desgracia de hacerle una pregunta estúpida.
     Cada madrugada eran muchas las llamadas que, tras la felicitación de rigor y el reconocimiento en muchas ocasiones de ser la primera vez que el temerario oyente se atrevía a llamar; describían la secuencia de una película olvidada, esperando que el gran Carlos Pumares acertase con el título de la película que tanto le había gustado al oyente, pero que como la vio de pasada o hace tantísimo tiempo, había olvidado el título por completo.
     Decía Carlos Pumares, en más de una ocasión, que casi todos somos capaces de recordar el final de una película que nos ha gustado; pero que muy pocos son los que pueden recordar la secuencia inicial de esa misma película. Mi caso es singular en este sentido pues, muchas veces, olvido también el final.

     De La condesa descalza, sin embargo recordaba perfectamente la primera secuencia: lluvia en el entierro de María Vargas, un puñado de paraguas negros y al fondo Bogart con una gabardina marrón mojándose y empezando a contar en off la historia de María.
     Vuelvo a disfrutar viendo la película. Me sorprenden los diálogos de las primeras secuencias. Son brillantes. No recordaba los cambios de punto de vista en la narración en off. Poco a poco va llegando otra de las secuencias que más me impresionaron cuando vi la película por primera vez. Es la secuencia que viene después de la boda de María. Ella, el conde, su primer amor, el amor de su vida y un desgraciado secreto de guerra que nubla por completo la noche de bodas. Pero, y Tossa?
     Hasta mitad de película no había caído en la cuenta de todavía no había aparecido el poderoso perfil de la fortaleza de Tossa. Conforme van pasando los minutos empiezo a inquietarme y a desconfiar de mi memoria. Con las últimas secuencias ya tengo clarísimo que Tossa no está en está en esta película que, tan bien, creía recordar.

     Antes de empezar a buscar la filmografía de Ava Gardner en busca de un rodaje en Tossa, recuerdo algo curioso que me pasó antes de empezar a ver la película. Bajando por la lista de títulos apreté el play en La caja de Pandora. Empezó una película en blanco y negro dirigida por Pabst. Después de un momento de desconcierto la paré y seguí bajando por la lista hasta llegar a La condesa descalza. No sabía cómo había confundido los dos títulos. En realidad mi subconsciente había asociado mejor que mi memoria. La película de Ava Gardner en Tossa que yo, tan bien, creía recordar, es Pandora y el holandés errante.

     En cualquier caso me alegré de que este fallo de memoria, poco alarmante, me diese la oportunidad de volver a ver y disfrutar de La condesa descalza.
     La secuencia que dejo a continuación es, para mí, la peor de la película, pero es la única que he encontrado. Al principio, en el bar de Madrid, no vemos bailar a María, sólo vemos sus manos y la reacción del público. La secuencia es magnífica. No entiendo cómo Mankiewicz, no encontró una forma mejor para filmar este inclasificable intento de baile de Ava Gardner.



                                   


     Si alguno de los familiares y amigos íntimos que lean este capítulo ha visto y recuerda La condesa descalza, no duden en darme su opinión.



jueves, 7 de agosto de 2014

A puerta fría






 
     Un par de meses antes de las vacaciones, aprovechado una siesta mañanera de Matías, vi esta película solo. Un par de semanas después de haber vuelto de las vacaciones, aprovechando las últimas noches sin rutinas de Matías, la he vuelto a ver junto a Nathaly. Mi idea era que Erik también la viera. Me hubiera que gustado que viera ésta y otras muchas películas que cuentan trozos de una vida que seguramente él no todavía no sospecha que existe. Pensaba decirle que la viera con nosotros, incluso le comenté a Nathaly que la peli que quería ver por la noche era buena para Erik. Conforme fue pasando la tarde cambié de idea. Erik, pleno de juventud, seguro que no está interesado en ver este espejo de una realidad que todavía no conoce.

     Me encantó cuando la vi por primera vez y me ha vuelta a encantar en este segundo visionado. Nathaly, menos cinéfila que yo y experta en anticiparse y pinchar malos guiones, está, por esta vez, de acuerdo con mi opinión.

     La película es realmente extraordinaria, llena de pequeños matices que apuntalan la realidad que nos narra. Es dura, filuda, es un retrato de perdedores y de aspirantes a perdedores. Es una película de actores, de maravillosos actores que hacen creíbles los papeles que interpretan. Es una película de guión, de un guión que bebe de la vida cotidiana en todas sus frases.

     Salva, el protagonista (maravilloso como casi siempre Antonio Dechent) se lamenta al final de la película: "Qué es lo que ha cambiao, que yo no me he enterao". Salva podría ser el padre de alguno de mis compañeros de EGB, el padre de alguno de los amigos del barrio,  hombres que trabajaban de comercial, que eran muy buenos en lo suyo, que conocían a la perfección el arte de camelarse al cliente, hombres que no dudaban en poner horas y horas, copas y copas, putas si hacía falta, por llevar a cabo una buena venta. Hombres que con el tiempo quedaron obsoletos porque el comercio, las ventas, las cifras, los beneficios, al final no entienden de lealtad; porque en los negocios no hay amigos. Hombres a los que el cambio les pilló confiados en una falsa seguridad ganada cliente a cliente, trato a trato, copa a copa; el cambio les pilló desprevenidos y no se enteraron del final de la partida. Al final, el poderoso, el capital, es el único que puede permitirse un órdago, sabedor de que sus cartas están marcadas porque es suya la baraja.

     Decía que es una película realmente extraordinaria y que lo es por sus matices, por sus personajes, por sus diálogos. Es una película de los actores, del guión, pero sobre todo es una película de director.
     Xavi Puebla, director de A puerta fría, y yo compartimos, con unos años de diferencia, escuela y profesor estrella. Cuando yo empecé mis estudios de cine en Barcelona, él estaba en el último año o, tal vez, ya había terminado. Coincidíamos en los pasillos y en los cine forum de las madrugadas de viernes. Formaba parte del grupo de alumnos de último curso o ex alumnos que iban a realizar o habían realizado un corto en 35mm. Los alumnos de primer curso mirábamos a aquel grupo con una mezcla de admiración y envidia. En aquel grupo de alumnos o ex alumnos aventajados había más de uno que parecía caminar sobre las aguas y estar predestinado a reinventar el lenguaje cinematográfico; no era el caso de Xavi Puebla.
     Cuando yo era todavía un alumno dirigí la fotografía de un documental dirigido por el director de la escuela. Por ese motivo, imagino, dejé de ser invisible. Coincidí con Xavi Puebla en los pasillos y, alguna vez, en el despacho de la jefa de estudios. Siempre reconocí en él a un tipo normal, un tipo humilde ilusionado por hacer películas.

     A mi profesor, que también lo fue de Xavi Puebla, le gustaba decir que todo, todo, absolutamente todas las ideas que hay en una película, todo el mérito, todos los aciertos son del director, porque en última instancia es éste quien, venga la idea de donde venga, tiene la última palabra. Imagino que Xavi Puebla también recordará esta frase de mi, su, nuestro profesor estrella. No sé que pensará él, yo no comparto, como no comparto otras muchas opiniones que se formularon como dogma absoluto, esta forma de entender el papel de director en una película. Pero viendo A puerta fría sí que pienso que esta película es de Xavi Puebla y que sólo él podía haberla hecho de esta manera. Seguro que dentro de la película hay ideas de la gente que trabajó en ella, seguro que los actores aportaron matices al guión; pero la esencia de la película, su estilo, lo que la define como una obra única es la firma de Xavi Puebla. Y esa firma, esa forma de contar, esa forma de entender y querer a tus personajes, esa forma de conducirlos por una historia que es tuya y esa necesidad de contarla; todo eso es algo que, pienso, no se puede ni enseñar ni aprender.
     He sido alumno y he sido profesor, Xavi Puebla ha sido alumno y todavía es profesor. No sé si tendrá una opinión parecida a la mía. Será difícil que en el futuro nos crucemos por los pasillos de una escuela y si nos cruzáramos en una calle de Barcelona probablemente él no reconociera a otro ex alumno que entró en la escuela cuando él estaba en el último año o, quizá, cuando él ya había terminado. Pero en el caso de que coincidiéramos y me reconociera me gustaría decirle: coño, qué buena, qué buenísima que has hecho, qué buena es A puerta fría.

 
 

                            


     Si alguno de los familiares y amigos íntimos que visitan este cuaderno virtual lee este capítulo y ha visto esta película, me encantaría que compartiesen conmigo su opinión.



martes, 5 de agosto de 2014

Luces errantes.


   
     Querido Matías: hoy cumples 13 meses. Para no liarnos con tanto número a partir de hoy lo escribiré así: 1.1. El primer número son los años y el segundo los meses que tienes. En este primer mes después de tu primer cumpleaños hemos regresado a casa, y casa, ya sabes que ahora y por mucho tiempo será Bjørkelangen. Eso sí, te has traído en la piel casi todo el Sol de Andalucía.
     En este mes has empezado a dar tus primeros cuatro pasos solito. Lo de cuatro pasos es literal, ese es el número exacto de pasos que has dado. El lugar que elegiste para ésta, tu primera gran hazaña, fue la farmacia de mamá. Desde los brazos de mamá hasta los míos, que te esperaban, diste tus primeros cuatro pasos solito. De nuestras manos, las de mamá, las de Erik, las de Kevin y las mías, has caminado por la arena de la playa, por el césped del jardín, por las calles de Córdoba y por nuestro suelo de madera de pino; antes de dar estos primeros cuatro pasos en solitario por las losas de la farmacia de mamá.
     Además de cuatro pasos, ya tienes cuatro dientes: los dos de abajo que ya conocíamos y dos nuevos arriba.



     Mamá ha vuelto al trabajo en la farmacia y yo tengo todavía tres meses de medio permiso de paternidad. Estos días mamá intenta que te vayas a dormir un poco antes. Estamos intentando que tengas algunas rutinas. (Cuando seas adulto, algún día te confesaré que eso de la rutina suele ser algo negativo, pero ahora que eres un bebé de un año y un mes, parece que lo de las rutinas es algo necesario).
     Mamá se va al trabajo y yo espero en la cama hasta que tú te despiertas. Como yo suelo despertar bastante temprano, a veces, mientras miro cómo duermes tú, me vuelvo a quedar dormido. En esas ocasiones eres tú quién me despierta a mí, dándome un golpecito o diciéndome "hei". Aunque hemos trasladado la cuna que hasta ahora no has usado a nuestro dormitorio, sigues durmiendo con nosotros. Cuando despiertas te gusta intentar coger todo lo que yo tengo en la mesita de noche y encaramarte al cabezal de la cama. Después de jugar un rato en la cama,  bajamos a la cocina y tú pides miguitas del pan con mantequilla que yo como. Jugamos un rato en la alfombra, te cambio el pañal y te doy un biberón de leche. Cada vez tengo que luchar más contigo para ponerte en tu carrito, sólo consigo que te quedes tranquilo abriendo la puerta para que estés seguro de que vamos a salir a pasear. Hay días, los que has madrugado un poco, que te quedas dormido de inmediato. Entonces doy media vuelta y te  dejo dormir a mi lado mientras yo escribo o trabajo un poco en algún vídeo. Pero la mayoría de los días el paseo dura hasta la farmacia. Mientras duermes, yo tomo un café y leo un rato. Cuando despiertas mamá hace una pausa en su trabajo y te da de comer. Cuando has terminado le damos ciento y una vueltas a nuestro diminuto centro comercial. Cada día que pasa te gusta más llamar la atención de la gente que pasa a nuestro lado. Ya conoces perfectamente a Liv Toril que trabaja en el Vinmonopolet y tiene un perro que se llama Tommy. Antes de volver a casa, otra de de las cosas que te encanta es que te suba en el carrito de la compra y que nos paseemos por el REMA.

     En casa tenemos que esperar un par de horas hasta que mamá llega. Si están los hermanos te cuidan ellos y así yo puedo trabajar un rato en el ordenador o en el jardín. Si estamos solos, jugamos, cantamos, bailamos... La foto de abajo es de hoy mismo. Has pasado un buen rato tocando el xilófono como si fuese una batería. Te pones muy contento cuando ves llegar a mamá. En ese momento te relajas y sueles quedarte dormido mientras comes.

     Este mes 1.1 es el primero en el que tengo que comentarte un par de cositas que a mamá y a mí no nos gustan. Te encanta morder. Bien porque estás muy feliz, bien porque estás enfadado, te encanta tirarte contra nuestras rodillas, nuestros muslos o nuestra cara y darnos un bocadito que cada día es más doloroso. De vez en cuando ya tenemos que empezar a ponernos serios y decirte que eso NO se hace. Y no te gusta nada, pero nada, nada, que te llamemos la atención. En estos últimos días, justo cuando pensábamos que ya habías perdido el interés por acercarte a la tele, te ha dado no sólo por acercarte sino por aporrearla con cualquier cosa que tengas a mano. Esta misma tarde estábamos viendo la película Carolina se enamora y, después de levantarnos del sofá un montón de veces para retirarte de la tele; hemos tenido que poner pausa o apagarla cada vez que le has dado un golpecito. Al final parece que has entendido que si le das se para o se rompe y has dejado de hacerlo.




     Querido Matías: como cada vez que cumples un nuevo mes, además de contarte un poco lo que has ido haciendo y descubriendo, te regalo una canción. Para este mes tenía preparada una canción especial, una canción de Ismael Serrano que se llama Nana para un niño indígena. Desde antes de que nacieras ya soñaba con poder cantarte esa nana algún día.
 
     Pero las cosas que están pasando en una parte del mundo han hecho que cambie la canción que quiero regalarte este mes. La canción que te regalo se llama Luces errantes y también es de Ismael Serrano. Muchos días, antes de lo que ahora está pasando, he llorado, solo en el coche, escuchándola. Algunas noches, antes de quedarme dormido, me gustaba imaginar un escenario inmenso en el que un niño palestino empieza a cantar bajo una luz que lo arranca de la oscuridad.  El niño camina, recorre todo el escenario mientras canta su estrofa. Al otro lado, a oscuras, lo espera Ismael Serrano quien, al empezar a cantar coge a nuestro pequeño niño palestino de la mano. El escenario poco a poco se va iluminando. Al final, un coro de niños palestinos felices, sonrientes, alborotados y alborotadores, plenos, como deben estar siempre los niños, aparece por la parte trasera del escenario y lo llena todo con sus voces y sus sonrisas. Me encantaba quedarme dormido imaginando esas sonrisas, escuchando sus voces en sueños.

     La canción es preciosa, terriblemente preciosa, pero yo la tenía guardada para más adelante. Hoy la he puesto mientras empezaba a escribirte este capítulo y has escapado del salón. Te has acercado a mi escritorio, gateando a toda velocidad, y te has encaramado a mis rodillas. Mamá, que venía detrás tuya, me dice que has escuchado cantar a unos niños y has salido corriendo. Qué universal, que simple, que maravilloso es el lenguaje de los niños.

     Querido Matías, tú no sabes nada de política y yo cada día sé menos. Lo que está pasando en un rincón del mundo que, por haber nacido allí Jesucristo, debería ser un lugar sagrado, es que cada día están muriendo niños palestinos; niños a los que yo imaginé subidos a un escenario haciendo de este mundo un lugar mejor. Cada día mueren niños palestinos porque un gobierno poderoso ha decidido lanzar sus bombas contra escuelas, hospitales y casas. Cada día mueren niños palestinos porque hay muchos gobiernos que piensas que todas las vidas no tienen el mismo valor. Estos, mi querido Matías, son hechos incuestionables. Están muriendo niños, un gobierno, unos soldados los están matando y el resto del mundo no se decide a hacer nada.
     Ojalá, querido Matías, que cuando seas mayor vivas en un mundo en paz, pero hasta que esa paz llegue ojalá que canciones como ésta te llenen los ojos de lágrimas, ojalá que el sufrimiento ajeno no te sea indiferente, ojalá que huyas de los que juegan a ser políticos sólo para lucrarse, ojalá que seas capaz de pedir, de exigir que paren de una vez, que paren , que PAREN, que no maten más niños, que no siembren más odio, que no hieran de muerte y desesperanza a tantos padres. Cada luz que apagan, cada sonrisa que borran es un crimen contra toda la humanidad.

     Esta noche, antes de quedarme dormido, no imaginaré un escenario inmenso, pensaré en una escuela o un hospital o una casa palestina que se salva de las bombas, imaginaré que todas las voces poderosas de buena voluntad piden de una vez que PAREN.

     Esta es la traducción de lo que cantan estos niños palestinos que yo imaginé subidos a un inmenso escenario junto a Ismael Serrano.

Voló una cometa.
Voló alto como una paloma.

Voló una cometa.
Voló alto como una paloma.
Soñamos con vivir seguros
y con que caiga este muro opresivo.
Soñamos con la paz.

La luz del futuro nos hará olvidar 
las sombras del pasado.

Míranos, soñamos, respiramos
a pesar de todo nuestro agotamiento.

Seremos refugiados hasta que 
un día volvamos (a nuestra tierra).
...............................................................

Se ha adornado todo nuestro cielo
con nuestras esperanzas y nuestros sueños.
Voló una cometa.
Voló alto como una paloma.

Soñamos con vivir seguros
y con que caiga este muro opresivo.
Soñamos con la paz
en nuestra tierra.
...................................................................

Qué bello se ha adornado
nuestro cielo
con nuestras esperanzas 
y todos nuestros sueños.
Mirad cómo ha volado
esta cometa!
Ha volado lejos, como
una paloma

Cada día soñamos.
Soñamos con vivir seguros.
Siempre soñaremos
con la paz
en nuestra tierra.



                               



     Tú, querido Matías, estuviste, unos meses antes de nacer, en un concierto de Ismael Serrano en el Gran Teatro de Córdoba. El concierto fue largo, casi tres horas, pero Ismael no cantó Luces errantes. Estaba incluida en su último trabajo pero no la cantó. Sin las voces, sin las sonrisas de los niños palestinos junto a él, no tenía sentido cantarla.


lunes, 4 de agosto de 2014

Una arruga en el tiempo



     En alguna de las obras crónicas que cada verano había que afrontar en nuestra estrecha casita del pueblo, aprendí lo que era una junta de dilatación. Mi padre me enseñó que era necesario dejar unas pequeñas ranuras en el suelo de cemento para que en verano, cuando por efecto del calor el material se dilatase y expandiese, el suelo no quedase deformado.

     Los veranos de mi pueblo, Fuente Tójar, son tremendamente calurosos. Tanto que hasta el tiempo parece que se dilata y expande por efecto del calor. Antes de que se abriese la piscina municipal, antes de que los chavales de mi edad empezaran a trabajar en la carpintería; el día no empezaba hasta las 11 (los lunes de mercadillo y los sábados en Priego eran una excepción). A partir de esa hora los críos nos íbamos juntando en el pletín de la Anita para jugar apostando estampas de fútbol. Tras un corto paseo a donde la hornera para comprar el pan recién hecho nos sentábamos a comer. Nuestra estrecha casa, de pared medianera casi más ancha que ella misma, era un buen refugio. El Sol era despiadado a la hora de la comida. Nada que hacer hasta las 6 o las 7 de la tarde. A esa hora los chiquillos empezábamos a juntarnos y, si éramos un número suficiente, nos íbamos a la era de las Hortega a jugar un partido de fútbol. De vuelta a casa cansado y con algunos rasguños, una ducha ocasional y una cena rápida, quizá un bocadillo; y vuelta a la calle para darle ciento y una vueltas al pueblo o pasar la noche en la Fuente,  comiendo pipas junto al quiosco del Manolito.
     Cuando se inauguró la piscina, el día empezaba exactamente a las 12, cuando Agustín, el primo de mi madre, abría la taquilla. El pan se compraba en el camino de vuelta a casa, con el bañador húmedo todavía, la siesta se echaba en el césped de la piscina, jugaba más al tenis que al fútbol y, después de una ducha imprescindible y una cena rápida, quizá un bocadillo; ya no dábamos ciento y una vueltas al pueblo, ya no comíamos pipas junto al quiosco del Manolito; nos conformábamos con la mitad de vueltas y tomábamos un tinto sin alcohol en el bar de la piscina.
     Cuando todos los chavales de mi edad empezaron a trabajar en la carpintería, los cromos ya eran cosas de chiquillos, en la piscina pasaba el día con las niñas, los partidos de fútbol sólo se jugaban los sábados y domingos y a última hora de la noche tomábamos una cerveza en el reservado del bar de Manolo, después de que a las niñas se les agotase el permiso paterno para andar solas por la calle.

     El verano en mi pueblo se dilataba, se expandía tanto, que corría el riesgo de deformarse, de terminar siendo un verano aburrido, rutinario, feo. Mi junta de dilatación para evitar la deformación del verano eran los libros. Tumbado en la cama enorme del que había sido dormitorio de mis abuelos o sentado en el sillón del pasillo-comedor, me pasaba horas leyendo. Mi día, en realidad, no empezaba a las 11 con las estampas o a las 12 en la piscina; antes de salir a la calle con mi bañador y mi camiseta de algodón, con mi taco de estampas o mi radiocasete, ya había leído una buena parte de un libro. Muchas tardes, dando continuación al libro empezado por la mañana, retrasaba el momento de irme a la piscina. Muchas noches, después de la última cerveza con los chavales del pueblo, no me acostaba hasta terminar el libro. Suerte que no necesito muchas horas de sueño para estar descansado.

     La editorial Alfaguara había sacado una colección de libros juveniles que se compraban en los quioscos de prensa. Cada semana aparecía un nuevo título. Si no me falla la memoria cada libro costaba 350 pesetas. En aquel tiempo yo ya ganaba mi propio dinero dando clases de inglés y del resto de asignaturas a niños de EGB. Me compré, semana a semana y usando mi propio dinero, la colección completa. Formaban parte de ella títulos como: Momo, Rebeldes, La Historia Interminable, Charlie y la fábrica de chocolate, El pequeño Nicolás, La ley de la calle, El caso de Cristof, El nuevo Noé...

     A finales de agosto, cuando el verano parecía haber llegado ya a su límite de dilatación, pasaba más o menos las mismas horas en la piscina pero estaba más rato en el césped que en el agua. Como las conversaciones con las niñas también parecían agotadas, empecé a llevarme el libro del día a la piscina. Una de esas tardes de piscina terminé de leer Una arruga en el tiempo. Cuando iba a guardar el libro en mi bolso y a darme un baño, un amigo me pidió que se lo pasará. Mi amigo no era aficionado a la lectura, imagino que su junta de dilatación le había fallado y su verano estaba ya a punto de deformarse. Cuando volví de darme mi baño mi amigo ya había empezado a leer las primeras páginas. Me dijo que parecía interesante, que si se lo podía prestar. Le dije que sí. Pensé que el libro estaría de vuelta en un par de días, tres o cuatro como mucho. Tal vez mi amigo, esa misma noche, desistiera de la idea de leer un libro y me lo devolviese al día siguiente. La realidad es que no volví a ver mi libro hasta Navidad. Dos semanas más tarde de haberlo prestado y viendo que mi amigo no leía en la piscina y no me había dicho nada más del libro, directamente le pregunté por él. Me contestó que lo estaba terminando, que iría por la mitad pero que la semana siguiente, antes de que regresáramos a Córdoba para el inicio de las clases me lo devolvería. El día antes del regreso le volví a preguntar por el libro y su respuesta fue que una prima suya lo había visto y se lo había pedido prestado. Entre el verano y la Navidad pregunté por mi libro insistentemente cada fin de semana que pasé en el pueblo. La prima de mi amigo tardó un par de meses en leerlo y después se lo prestó a otra amiga que finalmente me lo devolvió en Navidad. Me lo entregó con una sonrisa y toda la tranquilidad del mundo. Me pareció increíble que se pudiera maltratar tanto un libro. Ella debió captar rápidamente la expresión, mezcla de sorpresa y furia, de mi cara y se apresuró a decir que a ella se lo habían pasado así. Con un poco de fixo intenté arreglar un poco las pastas y me prometí pensarme muy bien, en adelante, eso de prestar libros.

     Pasados un par de veranos, aquella colección juvenil de Alfaguara ocupaba un lugar en mis estanterías que yo necesitaba para otros libros. Puse la colección entera en un par de cajas de cartón y las guardé en la cochera, pensando que algún día tendría espacio suficiente para poder devolver los libros a una estantería y guardarlos para cuando tuviese hijos. Algunos años más tarde, reordenando la cochera, descubrí con espanto que mis libros de juventud habían sido atacados por las polillas. Tuve que tirarlos todos y me prometí pensarme muy bien, en adelante, eso de guardar libros en cajas en una cochera.

     Hace pocos meses el Círculo de Lectores decidió incluir en su catálogo Una arruga en el tiempo. Lo pedí de inmediato. Este fue uno de los dos libros que encontraron acomodo en la maleta de mi hermana. Viajó de Barcelona a Córdoba y de Córdoba a Bjørkelangen. Nada más deshacer las maletas me puse a leerlo. El verano en Bjørkelangen, aunque más corto y menos intenso, que el de Fuente Tójar, también necesita una junta de dilatación.





     En esta ocasión he tardado más de un día en leerla, pero he disfrutado igual que la primera vez con esta novela juvenil de Madeleine L´Engle. Se trata de una novela mitad fantasía, mitad ciencia-ficción, con toques de física cuántica y con toques religiosos. Es una aventura en la que dos de los hermanos Murry, Meg y Charles Wallace, acompañados de su amigo Calvin y ayudados por las señoras Qué, Cuál y Quién; emprenden un viaje por el tiempo y el Universo para rescatar a su padre y escapar de la cosa oscura. Gracias a su lectura he hecho mi propia "arruga en el tiempo" y he viajado a aquél verano eterno de mi pueblo, y me he visto tumbado en la cama de mis abuelos, cabeza abajo, leyendo con los brazos estirados la edición de Alfagura que estaba en el suelo de cemento del dormitorio.

     Busco información después de terminarlo y descubro que se publicó por primera vez en 1962, que no se editó en España hasta 1988 y que actualmente está descatalogado. Descubro también que hay varios libros más con las aventuras de los hermanos Murry y Calvin que no llegaron a editarse nunca en España.

     Las tres ilustraciones de abajo pertenecen a la edición de Círculo de lectores que tengo y que intentaré guardar y conservar en perfecto estado  hasta que mi pequeño Matías tenga la edad adecuada para viajar por una "arruga en el tiempo".