viernes, 25 de abril de 2014

El coronel no tiene quien le escriba



     Si sólo pudiese regresar a Barcelona por un sólo día, elegiría un 23 de abril, el día de Sant Jordi, el día del libro y la rosa.  Me gustaría volver a pasear una mañana por Rambla Catalunya, antes de que por la tarde la inunde una marea humana y, sin prisa, elegir la mejor rosa. Comer, por ejemplo en 4 Gats y esperar con el postre, el paquete que envuelve un nuevo libro. Subir de nuevo por Rambla Catalunya y, cámara en mano, fotografiar la multitud que, recién salida del trabajo, hace cola para obtener una firma en su libro o para elegir la segunda mejor rosa. Seguro que algún santito o el universo    me hace coincidir en tiempo, 23 de abril, y lugar, Barcelona; alguna próxima primavera.

     Mientras llega ese día, me conformo con elegir las mejores rosas del REMA y esperar con mucha ilusión el paquete de LIBRIS. El año pasado Nathaly olvidó hacer el pedido a tiempo, olvido que compensa este año regalándome dos libros: 12 cuentos peregrinos de García Márquez y Salir a robar caballos de Per Petterson, un escritor noruego que vive en nuestra kommuna y que es cliente en la farmacia de Nathaly. 

     




     Para mi cumpleaños, Nathaly me regaló esta edición de El coronel no tiene quien le escriba. Con este y los 12 cuentos del Sant Jordi pasado que llegaron con un año de retraso, ya casi tenemos la obra completa de García Márquez. Creo que sólo Relato de un naufrago falta en la estantería.

     No suelo leer los libros en el mismo momento en el que los compro o me los regalan. Sé que es una estupidez, que los libros no maduran; pero me gusta tenerlos un tiempo en la estantería y retrasar el momento de empezar a leerlos. Reconozco que con el Ulises de James Joyce me estoy pasando un poco, el pobre y grueso libro, con reputación de obra maestra y fama de difícil, lleva más de 30 años esperando su momento. Reconozco también que por ser una relectura, por ser corto, y un poco por mala conciencia, al coronel ni siquiera llegué a ponerle bien puesto en la estantería antes de leerlo.

     El caso es que tenía bastante mala conciencia, en realidad, porque los dos últimos libros de García Márquez que empecé a leer los dejé a medias. A mí, que me cuesta dejar de ver una película por mala que sea, que no recuerdo si alguna vez he dejado de leer un libro antes de la palabra FIN, no se me ocurre otra que devolver dos libros de García Márquez a la estantería antes de tiempo. 
     Con El amor en los tiempos del cólera tengo un poco de excusa. Empecé a leerlo después de ver la horrible película que protagoniza Javier Bardem, y, obvio, el libro era infinitamente mejor que la horrible película; pero para mi sorpresa pasada la mitad del libro (no recuerdo en qué pagina) había una falla de impresión de la que resultaba la repetición de algunos capítulos y la falta de otros. Cuando, tras ponerme en contacto con mi agente del Círculo, reclamar y devolver el libro, me enviaron uno nuevo; habían pasado unos pocos meses, había olvidado la página donde lo dejé y me parecía una falta de respeto retomar la lectura al tuntún; tampoco tenía ganas de empezarlo de nuevo. Después de quitarle el plástico y confirmar que este ejemplar estaba en perfecto estado, lo coloqué en su lugar de la estantería. Ahí empezó la mala conciencia.
     Un poco tiempo después, ya con Matías entre nosotros, decidí, arrastrando un poco lo de la mala conciencia, que era un buen momento para volver a leer Cien años de soledad. Saqué el viejo libro (más o menos del tiempo de mi Ulises sin leer), le quité un poco de polvo y me dispuse a volver a disfrutar con la historia de la fundación de Macondo y de la saga de los Buendía. Pocos días más tarde me di cuenta de que estaba perdido en las calles de Macondo y en el árbol genealógico de los Buendía. Me pareció una falta de respeto terminarlo por terminarlo y mirando de reojillo a mi pequeño Matías no tuve ganas de empezarlo de nuevo. 
     
     Por eso, este coronel que espera y espera una carta que nunca llega, este coronel que cría un gallo de pelea, este coronel digno, resignado, estoico, olvidado por la oficialidad, este coronel que necesitó setenta y cinco años de su vida para, sintiéndose "explícito e invencible",  responder a la pregunta "Dime, qué comemos" con un corajudo, explícito e invencible: "Mierda". Por eso, digo, este coronel de García Márquez, me libera de mi mala conciencia. 




     La triste noticia de la muerte de García Márquez me pilla sentado en el sofá de una cabaña en Sjusjøen. Esta fotografía representa la imagen que tengo de un escritor al que admiro, del que volveré a leer cada uno de sus libros, empezando por estos 12 cuentos peregrinos que me acaban de regalar por Sant Jordi y con el que me hubiese encantado coincidir en algún curso de guión en San Antonio de los Baños, al que hubiese querido conocer lo suficiente para ganarme el derecho a llamarle "Gabo".


miércoles, 16 de abril de 2014

Las galletas de la prima Lidia





     Tengo pendiente para el verano un ciclo completo con las películas de Sánchez Arévalo. Quiero volver a verlas todas e invitar a Erik, que ya tiene edad a verlas con nosotros. Nathaly y yo nos hemos reído mucho viéndolas.
     Cuando terminé de ver "Primos" recuerdo que pensé que hubiera sido buenísimo tener un par de primos para formar un trío calavera como el de la peli. Más por edad que por distancia, no fue posible.
Gracias al whatsapp y a tu llegada he recuperado el contacto con algunos de ellos, en especial con la prima Lidia, a la que recordaba siendo una niña, más pequeña que mi hermana y que, como mi hermana, ya es toda una mujer.

    Sé que la prima Lidia se alegró muchísimo de tu llegada y sé que le hubiese gustado mucho estar en tu bautizo, pero tenía que trabajar. Lástima que no pudiese presumir de la maravillosa tarta que te hizo y que, con gran cuidado y sacrificio, la tita Paqui consiguió llevar casi intacta hasta el Rocío.

   



    Por edad, más que por distancia, mi pequeña prima y yo hemos hablado y nos conocemos menos de lo que me hubiese gustado. Me cuentan que es muy, muy trabajadora y sé que es una excelente cocinera. Ojalá que un día se anime, y si ese es su sueño,  termine de aprender algún truquillo entre fogones; y la ilusión y las fuerzas le alcancen para montar un pequeño restaurante.

     La prima Lidia te regaló estas galletas como recuerdo de tu bautizo. Sé que están hechas con todo el amor del mundo. Algún invitado las probó; seguro que, además de preciosas, están buenísimas; pero mamá y yo preferimos guardar las nuestras para que te queden de recuerdo. Muchas, muchas gracias, pequeña prima.

   


     La próxima vez que vayamos a Lucena y nos encontremos con la prima Lidia seguro que tiene alguna galleta para que podamos probarlas y ver los buenas que están.

21 - XII - 2013


     Este año toca Semana Santa fuera de casa, este año echaremos de menos el olor a incienso y azahar que recorre las calles de Córdoba, echaremos en falta la bulla, las pipas, la espera, el leve dolor de pies al volver a casa de madrugá, echaremos en falta tambores y trompetas, la saeta de Machado y Serrat, y la voz del capataz.
     Esta Navidad tuve la ocurrencia de comprar incienso en Sevilla. El plan consistía en guardarlo hasta el Domingo de Ramos y, llegado ese día grande, enorme en mi tierra; encender fuego bien temprano y, cuando sólo quedasen ascuas, tirarle un buen puñado encima. La idea era que toda mi calle, en este Bjørkelangen tan lejano de San Lorenzo, oliera a salida de La Borriquita. Tengo que reconocer que, a pesar de levantarme a las seis de la mañana y ejecutar el plan según lo imaginado en las calles de Sevilla, el resultado fue un tremendo fracaso. Salí a la calle y, como cada mañana, sólo olía a Bjørkelangen.

     Jesús y María se pasean estos días por las calles de toda Andalucía, echaremos de menos todo lo que los rodea, sobre todo,  la buena gente que improvisa una conversación mientras acompaña la espera. A Jesús y María, sea cual sea el rostro que les puso el imaginero para fervor de un barrio o un pueblo, no les echamos de menos porque también habitan en este Bjørkelangen tan lejano de San Lorenzo. Por eso, quizá sea este un buen momento para hablarte de tu bautizo.

     Empezaré respondiendo por adelantado a tres preguntas que quizá algún día quieras hacernos.

     1.- Por qué. 
       
     Esta es la primera, la más importante y la más fácil de contestar porque, aquí, mamá y yo estamos totalmente de acuerdo. Mamá y yo somos creyentes, tenemos fe y queremos contarte desde pequeñito la historia del hombre más grande que pisó la tierra para decirnos que todos somos hermanos porque todos somos hijos de Dios, y que como tales deberíamos amarnos.
     Mamá y yo creemos en Jesús y en su palabra, pero también creemos que el Dios padre que Él nos anunció es el mismo en el creen todos los seres humanos que tienen fe. Creemos que el mensaje de Jesús es válido en cualquier rincón del mundo. Mamá y yo respetamos todas las formas de creer en Dios y sabemos que ningún grupo, orden o pensamiento religioso tiene la verdad absoluta. Mamá y yo respetamos de igual manera a las personas que no creen. Pero mamá y yo sí creemos, y queremos enseñarte desde pequeñito a hablar con Jesús en los buenos y los malos momentos. Así nos lo enseñaron a nosotros, esta es la tradición del lugar del mundo en el que nos tocó nacer y podemos asegurarte que, en los buenos y en los malos momentos, Jesús y María siempre estuvieron para compartir la alegría o para consolar en la pena.
     Por todo esto, siendo plenamente conscientes de que tomamos por ti una importantísima decisión, hemos decidido bautizarte como cristiano
     
     2.- Por qué católico.

     Ésta ya es un poco más difícil. Tendría que explicarte que, por distintos intereses, la humanidad que creía en Jesús se fraccionó y que, creyendo todos en Jesús y su palabra, hay cristianos católicos, ortodoxos, protestantes, anglicanos, mormones, testigos, evangelistas... Cuando yo era joven hablé con representantes de casi todos los grupos y lo único que descubrí era que todos aseguraban ser la única fe verdadera. Mi corazón y mi cabeza no pueden estar de acuerdo con alguien que asegura tal cosa. Jesús dijo bien claro que todos somos hermanos, hijos de Dios Padre;  y puedo asegurarte que ningún padre le daría a alguno de sus hijos la única verdad absoluta dejando a los demás en la ignorancia.
     Yo estudié en colegios católicos, Trinitarios primero y Salesianos después, y fueron precisamente ellos los que me enseñaron a hacerme preguntas, los que me enseñaron a cuestionar. Cuando era un adolescente las preguntas me llevaron a cuestionarlo todo. Descubrí los crímenes de la iglesia católica y las guerras que se habían librado en nombre de Dios. Descubrí también que en muchos casos aquellos que predicaban, con gran soberbia, desde el púlpito, obraban de manera bien distinta al inequívoco mensaje de Jesús. Descubrí una iglesia rica, intolerante,  machista y poderosa. Busqué durante un buen tiempo hasta que descubrí en las palabras de otros credos los mismos defectos. Salí huyendo y durante un buen tiempo me mantuve alejado de la iglesia.

     Poco a poco fui recordando lo que los humildes curas trinitarios me enseñaron, recordé que la alegría de D. Bosco no tenía nada que ver con la riqueza, la intolerancia, el machismo o el poder, recordé conversaciones con el Padre Emilio, con Eusebio, con Teodoro. Volví. Decidí que tan llena de defectos como las demás, mi casa era aquella iglesia de mi infancia. Hay muchas alfombras que levantar, mucho polvo que sacar, mucho por barrer, hay que pedir perdón por millones de crímenes, hay que erradicar la pobreza, dejar que las personas se amen como quieran, dar a la mujer el mismo papel que a los hombres y encontrar al Dios que nos une y no al que nos separa. Con todos sus defectos, con todos sus pecados, ésta es la religión de mi infancia, la que me enseñó a hablar con Jesús y María, la de algunos amigos sacerdotes que me enseñaron a pensar, a cuestionarme cosas y hacer preguntas.
     Por todo esto, y con la esperanza de un nuevo Papa que pide pobreza y humildad a la jerarquía y opinión y ayuda a los fieles; he decidido bautizarte en la iglesia católica.

     Digo, he decidido,  porque esos son mis motivos, los de mamá, también católica, son otros. Mamá, en realidad hubiera querido bautizarte en la protestante iglesia noruega. La infancia de mamá no fue como la mía. Por algunas de las cosas que le conté, por la ilusión que sabe que me hace y por el amor que me tiene, mamá también decidió bautizarte en la iglesia católica.

     3.- Por qué en El Rocío. 

     Los Salesianos decimos que "Ella lo ha hecho todo". Y no lo decimos a la ligera. D. Bosco nos enseñó a ver a María como a una madre a la que se le puede contar todo, a la que todo se le puede pedir, una madre en la que confiar siempre, una madre que, como todo madre, nos regala una amor incondicional. Y todo se lo contamos y en Ella confiamos y en Ella siempre, siempre, encontramos auxilio. A María, con la ropa con la que la quieran vestir, con el rostro con el que la quieran pintar, con el apellido del lugar que le quieran poner; a María, como a nuestra madre, que no nos la toque nadie.

     María está en la capilla del colegio, en la Marisma, en la iglesia de mi pueblo, en las barcas de los pescadores, en las dos orillas de Sevilla y en todos los corazones, porque todos sabemos lo que es una madre. Estando María en todas partes, el lugar de tu bautizo no era lo más importante. Con Ella, siempre presente, podríamos haberte bautizado en la capilla del colegio, en San Lorenzo o en la iglesia del pueblo.
     Tu tito Jose, tu padrino, es tan salesiano como yo y igual que yo quiere a María; sabe, como yo, que María no hay más que una, pero tu tito Jose, tu padrino, es rociero (mamá, tus hermanos y yo también lo somos, pero de otra manera) y su lugar en el mundo es El Rocío y cuando piensa en María sólo ve la cara de la Virgen del Rocío.

     Cuando tardabas en llegar, tu tito Jose, tu padrino, se pegó un viaje de ida, desde el Rocío hasta Almonte, acompañando y hablando con la Virgen para que no tardases mucho más en llegar. Cuando ya te estábamos esperando y faltaban pocas semanas para que nacieses, tu tito Jose, tu padrino, se pegó un viaje de vuelta, desde Almonte hasta el Rocío, acompañando y hablando con la Virgen, dándole las gracias por tu venida y pidiéndole que todo saliese bien.

     Por eso, por la ilusión que mamá sabía que le hacía al tito y por el amor que me tiene, mamá decidió que tu bautizo fuese en el Rocío.

    




     Así que aquí estamos, el 21 del diciembre de 2013, la fecha que da nombre a este capítulo, una preciosa mañana de sábado, en la casa de la Hermandad de Córdoba, para bautizarte a los pies de la Blanca Paloma.

     Hemos llegado poco antes del mediodía. La casa está limpia y en orden y la candelita encendida. El tito, el Curri y Ricardo se han encargado de que todo este perfecto a nuestra llegada. El tito, además de padrino, hoy ejerce de anfitrión, es el encargado de ir dando la llave del cuarto a los invitados que poco a poco van llegando.
     Tus dos abuelas se dan a la fuga para comer solas. Tienen la mala suerte de que nosotros, después de saludar a la Señora, elijamos el mismo bar para comer. Descubiertas infraganti, el intento a destiempo por sentarse en nuestra mesa recibe un "no" por respuesta. Después de las risas, las sardinas, el salmorejo, las papas fritas y los postres, Fernando se hace cargo de la cuenta.
     Por la tarde terminan de llegar los invitados y mientras se terminan de repartir los cuartos y nos vamos poniendo guapos para el bautizo, improvisamos un partidillo con una pelota de espuma en el patio de la Hermandad. Jugamos Curri, tus hermanos, Erik y Kevin, tus primos Christian y William y los amigos Gonzalo y Mario. Tus primos Quim y Vera son demasiado pequeños, como tú, para jugar. Seguro que la próxima vez os apuntáis los tres al peloteo.





     La foto de arriba fue tomada minutos antes de que empezara la ceremonia. Es casi perfecta. Falta mamá.  Resume toda la esperanza y toda la fe que siempre tuvimos en tu llegada. Con esta foto el amigo Curri se redime por su osadia al negarse a utilizar el flash como yo le dije.







     El Santurario está precioso, la presencia de la Virgen, lleve el manto que lleve, lo llena todo y le otorga un carácter mágico al espacio. La ceremonia de hoy es importante, pero mamá y yo nos movemos entre el presente y el recuerdo de la primera vez que estuviste ante Ella. Han pasado pocos meses desde que nosotros cumplimos con la promesa de traerte a su presencia y otros cumplieron con la promesa de ponerte junto a su manto. Aquel momento fue único, irrepetible, para nosotros aquel momento fue un bautizo en privado en que le dijimos a Ella muy, muy de cerca, un GRACIAS inmenso. Imposible contener las lágrimas de agradecimiento mientras le explicamos en silencio que haremos todo lo posible por enseñarte, con su ayuda, a ser un buen hombre.
     El día de hoy es importante, la ceremonia, aunque no esté oficiando Teodoro, ha sido bonita; pero igual para mamá y para mí el día que tuvimos la suerte de estar junto a su manto siempre tendrá en nuestro recuerdo la magia de una primera vez en la que, como en casi todas las primeras veces, la memoria perfecta suple la ausencia de fotos.
     La abuela Matilde tradujo a la perfección los deseos de mamá para tu hacerte tu precioso traje de bautismo. Intentaremos conservártelo en perfecto estado, junto con el que te regaló para pasarte por el manto de la Virgen. Ojalá que algún día tú quieras utilizarlo para bautizar a tus hijos con lazos azules o rosas en la forma de creer católica, protestante, rociera... que tú sientas libremente como tuya.












     De tu bautizo queda, para ilustrar el recuerdo, un puñado de fotos que el osado amigo Curri se empeñó en tirar sin flash y un vídeo que grabó Fernando y del que aún no he visto ni una imagen. Sirven estas fotografías para tener la lista casi completa de invitados (en esta falta, por estar haciéndola, Paco Pacheco y, por no gustarle mucho las fotos, Miguel Ángel).
      Todos los que están en esta fotografía tenían que estar, no sobra nadie. Faltan, eso sí, algunos familiares y amigos íntimos que sabemos deseaban acompañarte y acompañarnos en este momento especial, pero a los que por distintas circunstancias les fue imposible hacer el viaje hasta el Rocio. Sabemos que querían estar, les echamos en falta y esperamos verlos pronto.

     Todos los que estuvieron hicieron un esfuerzo grande por estar junto a ti y junto a nosotros. Empezando por tu abuela Teresa y tu tía Gissella, tu madrina, que volaron desde Noruega y renunciaron a su "ribbe" navideña para estar hoy junto a ti, tu tita Rocío y el tito Jaume llegaron desde Barcelona, tus chachos Francisco, Rafi, Rafa y Paqui vinieron desde Montilla y Lucena, Fernando llegó desde Marbella, Juana y Miguel Ángel vencieron su timidez para celebrar tu bautizo y hacerte un regalo muy especial, el tito Jose, tu padrino, los amigos Curri, Ricardo, Paco y Magdalena llegaron desde Córdoba para abrirnos la casa de la Hermandad y hacernos sentir como en nuestra casa. A todos ellos les damos las gracias por hacer de este día algo único e irrepetible. De corazón esperamos que el esfuerzo, el viaje y el cansancio, merecieran la pena.





     Después de las coronas noruegas que el padrino tira a la bullica sobre la arena, siguiendo la tradición tojeña, improvisamos una forma de dar las gracias a nuestros invitados. En un arrebato compro una vela por cabeza para que, juntos, nos acerquemos a la capilla construida junto al Santuario para esta ofrenda. Cada vela es un deseo, una conversación con la Virgen, un momento de recogimiento personal, un momento para hablar con Dios mientras baila la llama y se empieza a derretir la cera. 
     



     La cena en la Hermandad la sirve "El Tamborilero" del Almonte. Erik disfruta y comparte su fuente de croquetas especial para él. Tu chacho Francisco saca un barril de buen vino de Montilla, sin química, para que no haya resaca. El salón tiene tres zonas: una muy, muy caliente, junto a la chimenea, una fresca que se vuelve fría cuando se acaba el butano, al otro lado de la mesa, y una tercera con fuertes vientos gélidos que hacen aparición cada vez que el camarero descorre la cortina.
     Hablamos un poco de todo, compartimos el momento, lo pasamos bien y bebemos un poco para calentar el cuerpo.

     A las doce se apagan las velas y cantamos la Salve frente al cuadro de la Virgen. El salón queda para los jóvenes, el resto nos retiramos a descansar, agradeciendo que la humedad y la temperatura no sean tan terribles como en algún momento pensamos. 




     Despierto temprano, salgo a buscar desayuno, descubro lugares en la aldea por los que nunca había paseado. Repetimos el paseo todos juntos, cada cual charlando de sus cosas, disfrutando de este día de Sol en la marisma. Tus hermanos y tus primos suben a caballo, a ti te subo en un pony sólo por la foto.
Comemos y nos despedimos de la Virgen.
     Todavía no nos hemos ido y ya suena en mi cabeza aquella sevillana de los Cantores que dice así: 


Volver, yo quiero volver, volver,
volver a desandar caminos
siendo peregrino 
Tú eres mi destino
lléname de fe
yo quiero volver
ver tu cara marismeña
al amanecer.




miércoles, 9 de abril de 2014

Somewhere






   
     Primera secuencia: Día. Plano general fijo de lo que podría ser un circuito ovalado o una encrucijada de caminos. Sólo vemos dos rectas, las curvas quedan fuera de plano. Un coche, modelo deportivo pasa a gran velocidad tres veces. En la cuarta vuelta el coche se detone en la recta que queda en primer término del encuadre. Un hombre joven sale del deportivo. Se detiene junto al capó y mira al infinito. Corte a negro y Título.

     Última secuencia: Día. Travelling en plano general siguiendo por una autopista al coche deportivo de la primera secuencia. Cambios de plano por corte, siempre con movimiento de travelling que sigue al deportivo por una autopista. En el cuarto corte el deportivo aparece en una carretera de doble sentido, en el quinto está en una solitaria carretera rural. El deportivo sale del asfalto y se detiene. Primer plano en escorzo del hombre que conduce, nuestro protagonista. Plano detalle de la mano sacando la llave del contacto. Plano medio del hombre saliendo del coche y cerrando la puerta. Plano general dorsal de nuestro protagonista dejando el coche abandonado en el margen de la carretera y caminando hacia el horizonte. Plano medio frontal con travelling de Johnny Marco caminado frente a la cámara, carretera y coche abandonado de fondo, leve sonrisa de Johnny. Corte a negro. Créditos.

    Lo que hay entre la primera y la última secuencia es una película enorme que parece no contar nada y, en realidad, lo cuenta casi todo acerca del vacío interior, de la banalidad, de la insatisfacción y de las cosas que parecen importar cuando en realidad no importan nada.

     Johnny Marco es un famoso actor de Hollywood que conduce un deportivo por Los Angeles, vive en un hotel de lujo, contrata prostitutas de alto standing por partida doble, viaja por el mundo, recibe premios en Europa y tiene una hija preadolescente que no vive con él.

     Sofia Coppola retrata la vida de Johnny con secuencias aparentemente intranscendentes, con una estética austera y con una mirada serena. Sofia Coppola nos muestra llana e implacablemente el vacío en el que habita el famoso actor, el hastío y la insatisfacción con la que lleva una existencia tan extraordinaria para nosotros, la gente de a pie, como rutinaria para él.
     En algún lugar, perdido quizá, puede que escondido, hay un Johnny que no es personaje, que es real, que no tiene que fingir ser otro. Para llenar el vacío, para encontrarse puede que baste con dejar el deportivo abandonado en una carretera solitaria y empezar a caminar sin rumbo fijo, porque en algún lugar tiene que estar el yo perdido; sólo hay que buscarlo.


     Puedo imaginar que Sofia, durante el tiempo que acompaño a su padre (un monstruo, uno de los más grandes)  pudo ver y estudiar a muchos Johnny Marco. Por eso, tal vez, su mirada es tan sincera.
No somos famosos, pero no hay que ser un actor de Hollywood para estar perdido, para no encontrar ese lugar en alguna parte.

     Si alguno de los familiares y amigos íntimos que leen este cuaderno virtual ha visto esta película estaría encantado de conocer su opinión y los que no la hayan visto: a qué están esperando.




                              


lunes, 7 de abril de 2014

Peluquería Ballesteros 2



     Antes de Navidad, antes del bautizo de Matías, Kevin y yo necesitábamos un corte de pelo. Mi plan, urdido desde nuestro anterior regreso a Priego en el mes de septiembre, era esperar hasta este nuevo regreso para pasarnos una mañana por mi peluquería de toda la vida, para que allí nos dejaran bien apañaditos para el bautizo de Matías y la Nochebuena.
     Como a mí me queda más bien poquísimo pelo, no me supone ningún sacrificio esperar unos meses. El caso de Kevin es un poco diferente, él sí que tiene buen pelo de niño y buen pelo chileno; un pelo, además, que crece rápido, rápido. Reconozco que me costó un poco convencerlo de que la Peluquería Ballesteros de Priego era el mejor lugar posible para quedar bien, bien apañadito, para el bautizo de Matías y la Nochebuena. Al final, entre ir unas semanas antes a una peluquería turca o iraní en Lillestrøm o esperar unas semanitas para cortarse el pelo en Priego, Kevin terminó por elegir la segunda opción.
     En realidad, tengo que confesar que había una tercera opción. Lo que de verdad quería Kevin era pelarse nada más bajarse del avión. Quería llegar a Córdoba y pelarse, antes de ver el partido del Madrid o antes del concierto de Carlos Núñez, en la peluquería "Demode". Yo había prometido llevarlo, si la peluquería estaba abierta, ese mismo sábado por la tarde, antes del partido del Madrid o antes del concierto de Carlos Núñez. Pero los sucesivos retrasos que fuimos sufriendo en el vuelo y recogida de coche no hicieron posible esta tercera opción.
     En honor a la verdad, tengo que decir que Kevin aceptó sin problemas aplazar su corte de pelo hasta el lunes.





     Como confesé en un capítulo anterior de este cuaderno virtual, no sabía el nombre de mi peluquero de toda la vida, tampoco sabía el nombre de su hijo, mi peluquero de ahora; y me daba rabia no habérselo preguntado en septiembre. Ahora ya sé que padre e hijo se llaman Juan y que en Priego tienen el apodo de "los gorriones". Juan, el hijo, además de decirme su nombre y su apodo, me cuenta que su padre sigue bien, que los pies lo dirigen cada mañana a la peluquería; me cuenta que tiene fotos antiguas, de cuando ni yo había nacido, porque ésta es una de las peluquerías más antiguas de Priego. Quizá un día me envía esas fotos y escribimos otro capítulo en este cuaderno. 

     Llegados a este punto tengo que hacer un paréntesis en la narración para señalar que esto de los apodos es algo muy común en los pueblos de la comarca. Lo de los apodos puede ser un poco como una lotería que siempre toca pero que no siempre te toca uno bueno. Algunos que ahora me vienen a la memoria son: gordo, torrenno, pelusa, pulguillas... En la lotería del dinero nunca sacamos premio, pero en la lotería de los apodos no podemos quejarnos:  a mi abuelo Agustín se le conocía como Agustín el del cerezo y mi madre era la cerecilla; mi abuelo Frasquito era el electrecista y mi padre, el hijo del electrecista. En honor y recuerdo de esta tradición de Tójar, Priego y alrededores, mi madre le puso "María Cerezo" a su taller de costura. 

     Cierro paréntesis y continúo con la narración para señalar que Kevin venía preparadísimo para la terrible pregunta: cómo quieres que te lo corte. Nada más pronunciar Juan, el peluquero, estas palabras; Kevin sacó su móvil y le enseñó una fotografía suya con el corte de pelo que él quería. Como Juan es un excelente peluquero, terminada la faena, Kevin quedó más que contento al mirarse en el espejo. Juan se acuerda de Kevin, le cortó el pelo para la boda de mi hermana Rocío. Aquel día le regaló un bote de gomina que, sin saber muy bien cómo, acabó en el bolso del peluquero de mi hermana para gran indignación de Kevin. Juan no sabe esta historia, pero debe suponer que aquel bote estará más que gastado y, como se acuerda de Kevin, le regala un nuevo bote que, esta vez, mantendremos alejado de las manos y bolsos de otros peluqueros.




     Para el bautizo de Vera, Matías tenía unos mechones de pelo larguísimos detrás de las orejas. Visto un vídeo que grabamos en el Hotel Sagrada Familia, con Matías jugando en la cama, tengo que reconocer que esto es absolutamente cierto. El caso es que, como la familia, molestó tanto con el temita de los mechones de pelito que a Matías le caían sobre las orejas, decidimos no cortárselos. 
     En realidad Nathaly y yo no queríamos cortarle el pelo tan pronto a Matías, pero como lo de los mechones era más que evidente, pensamos que lo mejor sería cortárselos y así ya quedaba apañadito para su bautizo y su primera Nochebuena. 
     Para gran satisfacción mía, Matías se cortó sus mechoncitos en mi peluquería de toda la vida. Espero que cuando decidamos cortarle el pelo, de verdad, por primera vez, coincidamos en tiempo oportuno, una mañana en Priego, después de un buen desayuno el el Río y antes de visitar a Joselito, la Fuente del Rey, a la abuela y a la tita Carmen; con Juan en su peluquería. Así, mientras nos pelamos toda la familia, vamos hablando del tiempo, de los olivos, de Priego, de la vida y, quizá, de fútbol.




     En septiembre, Heddy, tía de Nathaly, conoció a Matías en Córdoba. Allí le regaló esta preciosa cajita de filigrana cordobesa para poner en ella sus primeros cabellos y dientes. De estos últimos aún no tenemos ni noticias y falta un buen puñado de años para que empiece a cambiarlos; pero sus primeros cabellos sí que están ya en su cajita de filigrana cordobesa que, junto a otros pequeños tesoros, se guarda en esta bonita lata literaria.





domingo, 6 de abril de 2014

Blossom & Meadow






     El mes pasado, Matías consiguió ponerse en pie, solito, por primera vez. Sus hermanos llevaban dos semanas sin verle y el lunes, cuando regresaron, más que sorprendidos, quedaron asustados al verle  encaramarse, con sus piernecitas todavía muy inestables; al mueble de la tele y a todas la estanterías del salón. Matías ha empezado a perder el interés por los libros que están a ras de suelo, ahora sólo quiere coger los objetos que hay delante de los libros del segundo y hasta del tercer estante. Los cables que cuelgan por detrás de la televisión son su otra gran debilidad. Nathaly y yo ya nos hemos acostumbrado, pero Erik y Kevin sufren cada vez que lo ven queriendo pasarse de una estantería a otra. Fuerza le sobra en brazos y piernas, pero aún le falta un poco de equilibrio para sostenerse en pie sin la ayuda de estar agarrado de algo. Cada día, Matías camina un poco del salón a la cocina y de vuelta al salón; Nathaly o yo lo llevamos agarrado de las manos y él va moviendo los pies con soltura y con mucha alegría cuando se da cuenta de que paso a paso puede ir más rápido incluso que gateando. Hablando de gatear, Matías es todo un experto en este arte, puede recorrer el salón de punto a punto en pocos segundos, sobre todo si sabe que tú vas detrás de él queriendo atraparlo. Otra de las peligrosas habilidades que ha aprendido este último mes ha sido subir hasta el cuarto o quinto peldaño de la escalera, más no le dejamos, que si por él fuera se plantaba arriba del todo.
   
     Ya tenemos establecidas algunas rutinas: Matías suele despertar entre las 7,30 y las 8 de la mañana. Al principio le dejo que vaya abriendo los ojos poco a poco, mientras se da la vuelta e intenta levantar la cabeza, todavía somnoliento. Cuando me ve y me reconoce, se sonríe y yo le doy los buenos días. Jugamos un poco en la cama, levantamos la persiana, miramos cómo luce el día fuera, y si mamá todavía no se ha ido a trabajar, Matías come un poco.
     Recién levantado, Matías es muy paciente, sentado en su sillita me ve desayunar y no protesta. Jugamos un rato en la alfombra del salón, le cambio el pañal y, más o menos, a las 10.30 le doy el biberón de leche materna que Nathaly ha dejado en la nevera antes de irse a trabajar. Si tiene hambre, Matías se lo toma rápido y sin jugar; pero si no tiene mucha hambre empieza a coger la tetina, llena de leche, con sus dedos; entonces da un fuerte tirón que provoca que un chorrito de leche salga disparado y le moje la cara, el pelo, la ropa... yo hago como que me enfado y él se muere de la risa.
     Entre las 11.00 y las 13.00 Matías suele quedarse dormido en casa. Digo "suele" porque algunos días no consigo dormirlo dentro y tengo que vestirlo, con toda su ropa de invierno, y sacarlo a la calle. Ahí sí, con la brisita y el solecito se queda dormido de inmediato. Para conseguir dormirlo en casa, cuando lo consigo, tengo que ponerlo tumbado en su carrito y hacerlo pasar por la puerta del salón hasta la cocina que comunica nuevamente con el salón y así una vuelta tras otra. Haciendo este mini circuito casero mientras le voy tarareando alguna cancioncilla, normalmente consigo que se quede fritito.
     De 13.00 a 14.00 lo llevo a la farmacia para que tome el pecho,  de vuelta a casa suele quedarse dormido otra vez. Como estos días tenemos un bonito Sol primaveral, para no tener que quitarle la ropa, lo dejo dormir en la terraza y yo, mientras, leo un libro que, previsor, he puesto en su bolsa junto a los pañales. Cuando despierta juega un rato con sus hermanos, ellos me lo cuidan mientras yo paso la aspiradora y ordeno un poco. A las 17.15 por fin mamá está en casa. Matías come, juega, salimos a pasear y comemos mientras Matías nos mira desde su sillita. A esta hora, tengo que reconocer que Matías tiene menos paciencia que a primera hora de la mañana. Ya no se conforma con mirarnos, quiere participar, tirar del mantel, tocar nuestros platos..., los "gusanitos"especiales para bebé son indispensables si queremos comer más o menos tranquilos.
     En la cuestión de dormir, Matías es indiscutiblemente un bebé español; antes de las 22.30 no hay forma de meterle en la cama, y algunas noches incluso puede querer saltar un buen rato en la cama y tirarse en planta contra Nathaly y contra mí con la boca muy abierta antes de empezar a quedarse dormido.

     La primera palabra con sentido, o que al menos nosotros interpretamos como algo con sentido, que dice Matías es algo parecido a "mam o masm". Con este monosílabo nos indica que quiere comer, que quiere que lo subamos al sofá con nosotros, normalmente para comer; que quiere agua, que quiere smoothie de mango o uno de esos fantásticos "gusanitos" para bebé.
     Cuando está contento suele repetir y repetir las sílabas pa y ma (papapapapa.... o mamamamama...). Es obvio que ese sonido nos hace mucha ilusión, pero todavía no podemos a interpretar que Matías efectivamente nos está llamando. Lo que sí tiene clarísimo es que su mamá y su papá somos nosotros. Ante cualquier desconocido lo primero que hace es estudiarlo con seriedad, después decide si le dedica una sonrisa o un despecho. Con la barba de su tío Felipe todavía tiene grandes problemas: primero desconfía o se asusta, incluso lloriquea un poco si lo acercamos, poco a poco va sintiendo curiosidad y va acercando la mano para tocarla, cuando se siente seguro empieza a sonreír y jugar con su tío.

     Ayer Matías cumplió nueve meses y seguimos sin noticias de sus dientes. Tampoco es que le hagan falta por ahora, pero nosotros tenemos ganas de ver asomar alguna puntita blanca en su encía. Sin ninguna duda lo que más le gusta a Matías, después de la leche de mamá, por supuesto; es el mango. Para comer cereales, arroz, plátano o cualquier otra fruta es indispensable la compañía del mango.
     Su última habilidad, descubierta un poco prematuramente, es la de succionar. Nathaly le compró una botellita con pajita flexible incorporada, recomendada para bebés a partir de un año; por curiosidad, se la dimos a probar y él, instintivamente, descubrió lo que había que hacer para que el liquido llegase a su boca. Ahora, él solito busca su botella cuando tiene sed, también cuando tienes ganas de jugar; le encanta espurrear agua, smoothie de mango o saliva para llamar la atención. Ésta es su otra gran habilidad descubierta este mes.

     Por fin llegó la primavera y, aunque este invierno ha sido el menos duro que recuerdo en esta latitud, siempre es una alegría ver cómo se van alargando los días y sentir el solecito en la piel. Aprovechando la buena temperatura de la última semana Matías tuvo sus primeros minutos de parque, sus primeros columpios. Está muy pequeño todavía, pero disfrutó esos minutos sintiendo el airecito en la cara y balanceándose fuera de los brazos de papá y mamá por primera vez.




     Hace pocos días estrenamos la primavera y ayer Matías cumplió 9 meses, para celebrarlo escuchamos este tema que puede traducirse por "florecer en la pradera", con el fantástico George Winston al piano.


                                   



jueves, 3 de abril de 2014

Ruiseñor del Adarve 3



     No recuerdo que mis padres nos midieran mucho a mis hermanos y a mí. Supongo que ellos tenían claro que no íbamos a ir para jugadores de baloncesto que, más bien al contrario, los tres seríamos recortaditos. Poca falta hacía la vara de medir, durante la infancia bastaba con llegar al pueblo y escuchar a la multitud de chachas cantar a coro o asegurar en solitario lo mucho que habíamos crecido de un verano para otro. Con la adolescencia la cosa cambió, como no había centímetros que celebrar a lo alto, la multitud de chachas, a coro o en solitario, fue festejando el incremento de centímetros que se iba produciendo de forma circular sobre mí cintura.

     Sé que muchos padres compran un bonito artilugio en Ikea, con forma de jirafa, por ejemplo, en el que pueden ir apuntando los centímetros que sus hijos crecen cada cierto tiempo. Otros padres, más hippies, pasan de Ikea y eligen un trozo de pared o el marco de una puerta para apuntar, orgullosos, el progreso ascendente de sus hijos.

     A Matías ya no le queda una multitud de chachas que, a coro o en solitario, le repita cada verano aquello de "ay que ver lo que ha crecio este niño", y Nathaly y yo todavía no hemos tenido una conversación para debatir en profundidad si compraremos algún artilugio en Ikea, con forma de jirafa, por ejemplo, o si pintaremos en un trozo de la pared o en el marco de la puerta los centímetros que, de a poco, va creciendo Matías. Es de suponer que Matías no será tan alto como sus hermanos, aunque si le sale a mi abuelo Frasquito o a mi tío Pepe lo mismo nos da una sorpresa.

     A falta de una multitud de chachas, de un artilugio de Ikea y de la decisión de pintar o no un trozo de pared o el marco de una puerta; tenemos la útil tradición de poner a los niños junto a la estatua de Joselito que preside el balcón del Adarve, en cada regreso a Priego. El método no es científico, muy fiable tampoco, pero las tradiciones son las tradiciones y si miráis en el capítulo: Ruiseñor del Adarve 1 de este cuaderno virtual; se ve fácil, a simple golpe de vista, lo mucho que ha crecido Kevin en estos últimos cinco años.

     Esta es la segunda visita de Matías a Joselito, seguro que en la próxima ya se sostiene en pie y, por lo menos, queda al altura del pantalón corto de Joselito. Repetiremos el poco fiable y nada científico método en cada regreso a Priego, y estoy seguro de que al final revelará su indiscutible utilidad: pasados muchos años se podrá ver fácil, a simple golpe de vista, que Erik, Kevin y Matías le sacan varías cabezas al Pequeño Ruiseñor, que, por suerte, al igual que paré de crecer a lo alto también paré de crecer a lo ancho, que mi barba está cada día más blanca y que Nathaly está igual de guapa que siempre, o más.




miércoles, 2 de abril de 2014

Discover



     Antes de encontrarnos con Fernando en la puerta del Gran Teatro de Córdoba tenemos que pasar por las siguientes peripecias:
     .- seleccionar la ropa, zapatos y objetos varios que vamos a necesitar durante tres semanas.
     .- conseguir que todo lo seleccionado quepa dentro de las maletas y bolsos de mano reglamentarios.
     .- dormir sólo dos horas.
     .- conseguir que todas la maletas, bolsos de mano reglamentarios y el carrito de Matías, con sus múltiples e indispensables accesorios, quepa en el coche.
     .- conseguir llegar al aeropuerto de Oslo en mitad de la peor tormenta de nieve que recuerdo. Suerte que soy previsor y salgo tres horas antes. Por momentos, en lugar de en mi coche, creía estar junto a Han Solo en el Halcón Milenario a punto de saltar al hiperespacio, y eso que no podía pasar de 60km por hora.
     .- conseguir encontrar un sitio libre en el parking del aeropuerto.
     .- descubrir que nuestro vuelo se va a retrasar dos horas.
     .- atravesar una de la peores turbulencias que recuerdo justo cuando una amable, pero algo lela, azafata me acaba de servir un café y no le ha puesto tapa.
     .- atravesar otra vez una de las peores turbulencias que recuerdo porque al boludo del piloto se le ha ocurrido la idea de volver a subir un poco a ver qué pasa. Y pasa lo que pasa, que las turbulencias siguen ahí y que el avión parece estremecerse y que Nathaly trata de averiguar a dónde se me ha ido la sangre que normalmente da color a mi cara y que yo no para de rezar todo lo que sé.
     .- esperar una hora, haciendo cola, para recoger el coche de alquiler.
     .- conseguir que todas la maletas, bolsos de mano, el carrito de Matías con todos sus accesorios y nosotros mismos quepamos en el coche alquilado.
     .- conducir hasta Córdoba, buscando emisoras de radio que no den sueño, mientras Nathaly, Kevin y Matías duermen a pierna suelta.
     .- conseguir encontrar un aparcamiento en el barrio, con la ayuda de Don Bosco, eso sí.
     .- subir a casa todas la maletas, bolsos de mano reglamentarios y el carrito de Matías, sin olvidar ningún accesorio.
     .- bajar al Tu momento, después de todos los besos y abrazos de mamá y mi hermano, para ver como nuestro Madrid empata en Pamplona y se aleja un poco más del Barça y el Atlético.

     Tengo que reconocer que este último disgusto fue parcialmente compensando gracias a los tremendos bocadillos de calamares y tortilla de patatas que nos metimos, Kevin y yo, entre pecho y espalda. Y es que es verdad aquello de que las penas, con pan, son menos penas.




   
     Pero lo importante es que, unas cuantas horas después de haber empezado con el tetris de las maletas, ya estamos en la puerta del Gran Teatro de Córdoba a punto de encontrarnos con Fernando quien, después de los besos y abrazos, me entrega el libro prometido a raíz de un comentario en este cuaderno virtual: La Virgen del Rocío ya entró en Triana. Mil gracias.




     Qué bonito es el Gran Teatro por fuera y por dentro. Qué alegría que en cada regreso, algún santito o alguna conjugación planetaria tengan a bien que coincidamos en lugar y hora oportuna con un evento irrepetible. Antes de nacer, Matías ya ocupó su lugar en la fila 2 del patio de butacas, un poco escorados a la derecha, en un concierto de Ismael Serrano. Hoy, con Matías ya entre nosotros, y echando de menos a Erik, por precaución (los oídos de Matías quizá son todavía un poco sensibles), ocupamos nuestros asientos en un palco, algo más alejados del escenario.




     Como se puede ver en la foto de arriba, nos gusta llegar al teatro con bastante antelación; ver como, poco a poco, se va llenando el patio de butacas, es, como diría Erik, parte de la magia. 
     Un día de septiembre, en el primer regreso de Matías a Córdoba, mientras mamá estaba en la peluquería, vi colgado en el Gran Teatro, el cartel que anunciaba el concierto de Carlos Núñez. Por suerte, tenía claro en mi cabeza que ese 14 de diciembre, que anunciaba el cartel, era el día en que nosotros, con algunas horas de antelación, volaríamos de Oslo a Málaga. Con Matías durmiendo en su carrito, entré y tuve una conversación muy parecida a ésta con la taquillera:

     - Hola, mira te quería hacer una pregunta.
     - Sí, dime.
     - Es que, verás, tengo un bebé de dos meses (en este momento, estúpidamente, señalo al carro, como si la taquillera pudiera ver a Matías y el hecho de verlo hiciese que diese la respuesta deseada).
     - Es que verás los niños hasta dos años...
     - (En este momento, me temo la respuesta negativa y hago un estúpido intento para intentar convencer a la taquillera). Pero, verás, es que mi niño es muy tranquilo, no da ruido, no molesta...
     - Ya, ya, si lo que te iba a decir es que los niños hasta dos años no pagan.
     - No pagan (repito, estúpidamente una vez más), no pagan, pero... pueden entrar.
     - Sí, claro, pero tienes que tenerlo en brazos, el carrito no puede entrar.
     - No, no, el carrito lo dejo en la calle si hace falta, o me lo traigo en brazos desde casa.
     - No, hombre, no hace falta, el carrito te lo guardamos en una salita hasta que acabe el concierto.
     - Perfecto, magnífico, maravilloso... quedan entradas, verdad. 
     - Uff, un montón, acaba de ponerse a la venta.

     Llegados a este punto salgo un momento y le envío un mensaje a Fernando. Su respuesta inmediata es: sácame un entrada a mí también. 
     Regreso a la taquilla y más feliz que una perdiz compro cuatro entradas. El días del concierto habrá que pasar un poco antes por la taquilla para que nos den una entrada especial para Matías. 




     Comparte palco con nosotros una pareja que rondará los 60 años. No pueden creer que Matías tenga sólo 5 meses, más que por el tamaño por cómo se ha comportado durante todo el concierto. La primera vez que Matías estuvo en un teatro fue en el Lillestrøm Kulturhus viendo Jakten på Juleskurken pero, aunque aquello estuvo muy bien, lo del Gran Teatro y Carlos Núñez son ya palabras mayores. Nathaly y yo confiábamos en que se portase bien, pero tenemos que reconocer que también a nosotros nos ha sorprendido. Al principio ha estado atento, mirando con curiosidad el lugar; con las primeras canciones quería saltar, hasta que poco a poco se ha ido cansando y ha caído rendido en los brazos de mamá. Al final del concierto, Matías volvía a estar en plena forma, saltando sobre las piernas de Nathaly y aprendiendo a aplaudir. La pareja que comparte palco con nosotros, al salir, nos felicita por un bebé tan bueno y tan lindo. Nathaly y yo salimos hoy un poco más anchos del teatro.





     Esta vez no hay medias tintas, no hay "peros", a Nathaly también le ha encantado el concierto. A Kevin le gustó mucho, pero al final se le hizo un poco largo, no tanto como el de Ismael Serrano que ese sí que se le hizo más largo que un día sin pan. Es una pena que Erik no haya podido venir, está en edad del Instituto y no puede faltar tantos días a clase; supongo que este concierto le habría gustado muchísimo.
     Yo estoy contentísimo de que Fernando se haya podido unir a nosotros. Antes del concierto comentamos las veces que hemos visto a Carlos Núñez, recordamos aquella vez en Málaga con The Chieftains y, aunque su música nos sigue gustando y la escuchamos de vez en cuando, dudamos de que esta noche pueda sorprendernos. A mitad de concierto empezamos a pensar que nos equivocamos, con la traca final entramos en estado de euforia y sin "peros" reconocemos que, con la inestimable ayuda del tipo del violín, es el mejor concierto de Carlos Núñez que hemos visto.
     Con todo el teatro en pie y el escenario repleto de público, Fernando nos hace esta foto de familia.




     A la salida nos espera una última sorpresa, Carlos Núñez y el tipo del violín, están en la puerta, firmando discos, saludando y posando sonrientes para las fotos. Fernando, consigue abrirse hueco para inmortalizar este momento. 




     Antes de empezar el concierto ya había comprado este CD. De a poco, de viaje en viaje le voy juntando a Matías un puñado de la música que a mí me emociona. Este disco no podía falta en su, de momento, pequeña discoteca.




     Terminado el concierto hay ganas de hablar, claro, y bien que nos podrían dar las uvas hablando de esto y aquello, como aquella noche de La taberna del irlandés, cuando Fernando y yo, después de unos primeros finos en un lugar extraño frente al callejón de los Infantes de Lara, después de que amablemente nos dijeran eso de "esta y no más" en Bodegas Campos;  terminamos en un local clandestino bebiendo un finito que surgió milagrosamente de algún misterioso lugar bajo la barra y que nos dejó un terrible resaca de recuerdo.
     Hay ganas de hablar, claro que sí, pero nos conformamos con unos montaditos y una cerveza, porque en esta edad, hay más ganas de llegar a casa, darle un beso de buenas noches a Kevin y abrazarnos juntos al pequeño Matías.

     Rescato de youtube este vídeo de la traca final, cuando junto a Carlos, tocaron gaitas cordobesas (y es que después de este concierto uno sale pensando que Dios le dio una gaita a Adán como consuelo por expulsarlo del paraíso, casi, casi, que la gaita fue antes que Adán), cuando un argentino-gibraltareño vestido de Papa Nôel marca el paso junto a una tropa de cordobeses que sigue entusiasmada al tipo del violín.