jueves, 27 de febrero de 2014

Entre dos aguas.







     El año pasado Paco de Lucía dio un concierto en Oslo. No fuimos a verle. Faltaban más o menos cuatro semanas para que nacieras y, aunque me apetecía mucho verle tocar en directo, no quería que mamá se cansara. Mamá, en realidad, sí que quería ir, supongo que más por mí que por ella. Tratándose de ti y en esas últimas semanas, yo era terriblemente cobarde. Lo único que quería era que fueran pasando las horas, los días, las semanas; y tenerte por fin en nuestros brazos. Además, pensé, seguro que habrá otra oportunidad, seguro que algún santo o alguna conjunción planetaria tendrán a bien que volvamos a coincidir en lugar y fecha oportuno con un concierto de Paco de Lucía.

     Ya no será posible. Ayer, a los 66 años de edad, murió por sorpresa en la otra orilla del Atlántico.
Cuando pasó por Córdoba, yo ya había huido a Barcelona, y cuando pasó por Barcelona mi economía de estudiante a destiempo no daba para pagar la entrada. Y además, siempre pensé que tarde o temprano llegaría la oportunidad de poder verle tocar en directo. Ya no será posible.

     De niño, mis padres intentaron que aprendiera a tocar la guitarra. El mástil parecía enorme y mis dedos, pequeñísimos, luchaban para poder presionar las cuerdas contra los trastes. De mayor, lo volví a intentar. Mis dedos eran un poco más largos pero igual de torpes. No me quedó otra que asumir que, por mucho que lo intentara, ni siquiera llegaría a poder tocar una de esas cancioncillas de iglesia que con tanta facilidad tocaba alguno de mis compañeros de Salesianos. En los pocos meses que duraron las clases de mi segundo intento, apenas aprendí a tocar las primeras notas de este inmortal "Entre dos aguas". Ojalá, querido Matías, que no heredes mi torpeza, ni mi desánimo.


   
                                   




     Le leo a Estrella Morente el siguiente mensaje en Instagram: "Maestro, dígale a mi padre lo mucho que lo quiero. Y que le diga él cuánto lo admiro a usted. Paco de Lucía. Eterno".
     Puedo hacer mío este mensaje sin cambiar ni una palabra. No me cuesta imaginar ese Cielo donde se encuentren Paco y Enrique, se abracen y se cuenten. No me cuesta imaginar que aparezca Camarón y Ravi Shankar y se les una Juan Gómez, Juanito, el futbolista más flamenco que ha parío mare. En ese Cielo eterno en el que no me cuesta creer, imagino también a tu abuelo Joaquín, más tímido, menos flamenco, acercarse para decirle a todos ellos cuánto los sigo admirando. Quizá también Kieslowski aparezca, y espere tranquilamente hasta poder decirle a Paco que no tenía idea de que su trilogía: Azul, Blanco y Rojo fuesen sus películas favoritas.
     Y allá los dejo, en ese cielo eterno en el que no me cuesta creer; presentándose, abrazándose, hablando de sus cosas, de su arte, recordando, tocando y cantando.





   
     


miércoles, 26 de febrero de 2014

Por el mar corren las liebres...


Domingo 23-F

     Tengo el móvil cargándose y no veo los mensajes de whatsapp de Fernando

Quillo t estas perdiendo l dl 23f (22:22)

Esto n puede ser verdad (22:22)

M parece imposible q tanta gente supiese esto y nunca supiese nada (22:23)

Jeje. Lo sabia (22:26)

     Termino de ver el programa Operación Palace, sorprendido, algo confuso y bastante decepcionado. Recojo mi móvil. Leo los mensajes de Fernando. Le contesto.

Niño lo he visto (22:32)

Los primeros diez min he dicho coño coño coño (22:33)

Después he dicho Mentira (23:33)

Ayer vi Argo (22:33)


     Casualmente había visto la promo del programa, y admirando el trabajo de Jordi Evolé en Salvados, estaba ansioso por ver qué nuevos datos habría descubierto, qué nueva información sobre el 23-F saldría esta noche a la luz.

     A pesar de la ganas de ver el programa, llego tarde al inicio. Matías ha elegido esta noche de 23-F, en la que todo un hemiciclo de señorías se tiró al suelo, a excepción de Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo; para ponerse de pie, apoyándose en su Tiny, él solito por primera vez.

     Engancho el programa un poco a contrapie y veo a gente importante diciendo algo que me pone los pelos de punta, veo a Vestrynge, a Leguina, a Ansón, a Mayor Zaragoza... hablan con seguridad, con mucha seguridad. Lo que cuentan tiene la fuerza de provocar el mayor terremoto institucional y político que pueda imaginar, lo que cuentan parece increíble, pero esta gente no puede estar mintiendo, verdad?
     Cuando escucho que Alfonso Guerra quiso imponer a Manolo Summers como director de la ficción del Golpe, lo tengo claro: es mentira. Todo esto es mentira.
     Sabiendo ya que todo es un falso documental, un "fake", me sorprende ver a Gabilondo, a Rojas Marcos, a Alcaraz... Me relajo en el sofá y, Ipad en mano, lo sigo viendo hasta el final, con la curiosidad de saber a dónde nos quieren conducir, intentando encontrarle un sentido a toda esta mentira.

     Termina el programa y apago el Ipad, no me interesa el debate de después. Veo los mensajes de Fernando. Le contesto. Pienso que ayer vimos Argo.




     Y Argo es la historia de una mentira. La película está basada en hechos reales. La mentira, más allá de los pocos o muchos cambios que Hollywood haya introducido, se produjo en el año 79. El agente de la CIA Tony Méndez idea un plan, inventa una mentira para rescatar a 6 diplomáticos estadounidenses durante la crisis de los rehenes en Irán. Fugado y exiliado en Estados Unidos el Sha, con la llegada del Ayatollah Khomeini al poder en Irán; el 4 de noviembre de 1979 militares y revolucionarios iraníes asaltan la embajada estadounidenses y toman 52 rehenes. En mitad del caos 6 funcionarios de la embajada consiguen huir y refugiarse en la casa el embajador de Canadá. El arriesgado plan de Tony Mendez consistía en hacerse pasar por un equipo de rodaje canadiense que está buscando localizaciones en Irán para una película de Ciencia Ficción. Para que la mentira funcione es imprescindible que todo lo que tiene que ver con la película, que nunca se va rodar, parezca auténtico. La mentira, perfectamente disfrazada de verdad, funciona y los 6 funcionarios consiguen escapara del país junto a Tony Méndez.

     El fin es rescatar a 6 personas y el medio es una mentira. En este caso, y más allá de otras muchas consideraciones políticas que tienen que ver con la injerencia de Estados Unidos en los asuntos y las miserias de un montón de países; y con el mantenimiento en sus cargos, su opulencia y su tiranía de un montón de villanos que esclavizan a su pueblo con la ayuda o el beneplácito de la Casa Blanca; casi todos coincidiremos en que el fin, la vida de 6 personas, justifica el medio, la mentira.

   

                            



    Y pienso en Argo, porque al igual que esta operación clasificada durante algún tiempo, Operación Palace es una mentira muy bien contada, una mentira que tiene a su disposición casi todos los medios técnicos y humanos de que puede disponer un programa de televisión para conseguir su objetivo.
     El problema es que en después de ver Operación Palace hasta el final, como claramente se nos indicaba en al promo a todos los espectadores, a mí no me queda nada claro cuál es el objetivo.

     Se preguntaba en la promo si una mentira puede explicar una verdad. Rotundamente NO, la mentira nunca puede explicar la verdad, porque, además de ser antagónicas, el objetivo de la mentira es siempre ocultar, enmascarar, enterrar la verdad.
     Se dice que hurgando un poco en esta mentira se podrían encontrar algunas verdades. El problema es que la mentira acude a la cita con el espectador completamente disfrazada de verdad: con un guión impecable, con una estética documental cojonuda, con un elenco impresionante de profesionales respetadísimos disfrazados de actores amateurs. Depende del interés, de lo fantasioso de cada uno, de lo crédulo o no que se sea,  del conocimiento previo que cada espectador tenga de la historia en general y de la historia del 23-f en particular; el disfraz tan bien cosido, se termina por deshilachar antes o después. Y la mentira resulta tan burda que es difícil confiar en que entre tanta falsedad se pueda ocultar alguna verdad menor.

     Si algún espectador muy crédulo, ha mordido el anzuelo hasta el final, llegados a esta secuencia no cabe duda del calibre de la tomadura de pelo que acaba de sufrir.




     Confesada la mentira por los actores del telefilm, abierto el precioso envoltorio en el que me la han servido, descubro con bastante decepción que no hay nada en su interior. Me fastidia haber perdido este rato que podría haber dedicado a seguir leyendo Saber perder de David Trueba.
     Porque si se trataba de un experimento, el resultado es fracaso, y además me jode que experimenten conmigo.
     Porque si se trataba de buscar la verdad o contar una parte de la verdad, el resultado es fracaso porque la mentira nunca puede ayudar a descubrir la verdad o una parte de ella.
     Porque si se trataba de hacernos pasar un rato divertido, la verdad es que yo no le he encontrado la gracia. Quizá esto mismo contado por los Morancos o explicado por er Manu era pa partirse el culo. Pero, así, disfrazado de seriedad, la verdad es que yo no pillo el punto.
   
     Pero si se trataba de conseguir audiencia el resultado del experimento, del juego televisivo, de la mentira; es un rotundo éxito. Mi opinión es que es un rotundo éxito por el merecidísimo prestigio que se  ha ganado Jordi Evolé con su personal manera de hacer y decir las cosas, y con su impecable trayectoria periodística. En mi primer trabajo profesional fui cámara de Jordi y de él sólo podría contar cosas buenas. Es un tipo simpático, atrevido, valiente, profesional y buena gente. Seguro que el Salvados del próximo domingo vuelve a ser cojonudo.

     El año pasado por estas fechas, releí el magnífico libro de Javier Cercas, Anatomía de un instante. La primera vez leí apresurado, devorando páginas, deseoso de descubrir, fascinado por lo que Javier Cercas contaba no como una verdad, no como lo que pasó; pero sí como algo que podría haber pasado. Javier Cercas si trata en su libro a sus lectores como personas inteligentes, Javier Cercas se documenta hasta donde es posible y no inventa. Javier Cercas analiza a los personajes de aquel momento dramático, los ubica dentro de su historia particular y disecciona magistralmente el momento. Javier Cercas no miente, no se apoya en una mentira para darle forma a su interpretación de lo que permanece oculto. Javier Cercas no necesita excusarse, ni pedir disculpas porque debajo de su interpretación de lo que permanece oculto hay un trabajo exhaustivo y mucho de verdad latente.
     La segunda vez que leí Anatomía de un instante, lo hice sin prisa, deteniéndome a degustar las palabras, disfrutando el estilo, leyendo algún párrafo en voz alta para escuchar la sonoridad de la prosa de Javier Cercas.

     Es probable que otro de los factores que explican el récord de audiencia sea que los españoles estamos mucho más interesados por nuestra historia de lo que algunos creen. Ojalá que el año que viene o el próximo o el siguiente, con motivo de otro cumpleaños del Golpe, los que poseen la respuesta verdadera a los últimos interrogantes de aquello que Javier Cercas llama "la placenta del Golpe", los que guardan en su memoria el puñado de pequeñas verdades que explica el porqué y el quiénes más y quiénes menos del Golpe ; se decidan de una vez a contar la verdad. Ojalá que el año que viene o el próximo o el siguiente, con motivo de otro cumpleaños del Golpe, la televisión o el cine se decidan a tratar a los espectadores como personas interesadas en su historia, como personas inteligentes.


     Esta noche de aniversario del 23-f Matías ha decidido que era un buen momento para ponerse en pie él solito, apoyado en su Tiny, por primera vez. El año que viene, para estas fechas, confío en que haga un poco más de frío y que, bien abrigados, podamos salir a dar un paseo por el bosque. Tal y como están las cosas, quizá no nos sorprenda ver como un banco de sardinas corre por el monte.

domingo, 23 de febrero de 2014

Sagardi



     Comer por tener hambre es, igual que dormir por tener sueño o beber por tener sed, obviamente una necesidad, algo imprescindible para cualquier ser vivo; algo que todo ser humano debería tener asegurado. En Andalucía, sin embargo, muchas veces comemos sin tener hambre, dormimos sin tener sueño y bebemos sin tener sed. En Andalucía hemos convertido en arte la necesidad imprescindible. Nos gusta salir de picoteo, a tapear, a tomar algo, de cervecitas, de copas..., y nos gusta hacer todo esto fuera de casa porque necesitamos la presencia de los otros, del resto, de los amigos y hasta de los desconocidos para que este beber y comer sea mucho más que una necesidad física. Así, al alimento y la bebida, se une la conversación; la charlita, la risa sana, el chisme sin malaje, el pique futbolero y los recuerdos. Apretados, codo a codo en una barra, rodeados de mesitas atestadas, apiñados y a gritos nos contamos nuestras cosas y, comiendo y bebiendo, nos sentimos más felices, más vivos, más humanos.
Y trabajar, trabajamos, vaya que si trabajamos, que como dijo el otro día er Manu "nosotros tenemos toas las catedrales terminás". 
      Pero después de trabajar o a mitad de jornada partida o comercial, después del tapeo con la familia y amigos o de la copa con el tiempo justo y una sola, pero sin prisa, con el colega, el vecino o el amigo de la infancia; el andaluz disfruta del arte heredado de dormirse sin cansancio y cargadito de sueños. A este arte tan criticado como envidiado por los que no tienen la gracia de disfrutarlo, se le conoce por siesta; y por Dios que el tiempo y los malajes no nos la arrebaten, que si no nos va como debiera no es por culpa de la siesta, ni de la tapa, ni de la copa, ni por falta de ganas de trabajar. Nos va como nos va por culpa de tanto chorizo y maleante, y si todavía somos capaces de sobrevivir a tanta injusticia y desvergüenza es porque la tapa, la copa, la siesta y la vida no nos la quita naide.

 Después de viajar a Euskadi en varias ocasiones, reconozco y admiro en el pueblo vasco una forma de entender la amistad, la comida y las tradiciones muy parecida a la andaluza. Los vascos, además, han sabido exportar el arte de su tapeo: sus pintxos.





     En el barrio del Born, al carrer de l´Argenteria, a pocos pasos de Santa María del Mar; hay una taberna del grupo Sagardi que para Nathaly y para mí se ha convertido en una parada fija en cada regreso. A veces es una parada inicial, antes de pasar por la Vinya del Senyor o el Can Paixano, a veces una parada final para sólo un par de pintxos antes de coger el metro camino de casa para comer o cenar; a veces la paradita se alarga y el par de pintxos se multiplica con ayuda de la sidra y el txacoli.

      En cualquier caso, sea la hora que sea, siempre que paseamos buscando la parada en el Sagardi del Born, encontramos la barra bien surtida de pintxos fríos y calientes, rebanadas de pan de barra o medias mini txapatas sobre las que los ingredientes se disponen con abundancia y variedad multicolor: los clásicos de jamón y tortilla de patatas (el preferido de Kevin), el de ensalada de cangrejo (que no puedo dejar de pedir), el de queso de cabra (el favorito de Nathaly) y la voz del camarero anunciando que acaba de salir una bandeja de pintxos de croqueta (la perdición de Erik). Repetir pintxo, probar uno nuevo, el último, contar los palillos y despedirse hasta el próximo regreso.

     Como Nathaly nunca recuerda si le gusta más la sidra o el txacoli y yo tengo clarísimo que los dos me gustan, siempre empezamos pidiendo uno de cada, y después de probarlos Nathaly siempre termina pasándome la copa de txacoli. En el próximo regreso, en la próxima parada en Sagardi, seguro volverá a tener dudas y le dará una nueva oportunidad al txacoli antes de volver a comprobar que la sidra le gusta más.



     Tenemos pendiente un viaje juntos por el Norte, tenemos pendiente pasear por el casco antiguo de Donosti y hatarnos de hacer paradas y probar pintxos. A Matías, desde pocas horas después de su nacimiento, cuando con los ojillos todavía a medio abrir me miraba abrazado a mí en la cama; le tengo prometido un chuletón vasco en un asador de pueblo, como en el que yo comí mientras grababa el programa Campeonísimos sobre la competición de bueyes de arrastre. Un asador donde te sirvan un trozo enorme de carne al punto. jugosa, sabrosa, sobre un plato de caliente donde termina de hacerse mientras vas comiendo, un asador con su pan de pueblo, con sus patatas del terreno y su barril de sidra con barra libre y a escanciar por uno mismo. Un asador lleno de buena gente dispuesta siempre a charlar con el forastero, contarle un par de anécdotas, invitarlo a un txikito de cerveza o una sidra y terminar la fiesta con un par de apuestas y unas risas. 

     Seguro antes de viajar a Donosti, o recorrer Euskadi y algo más de las tierras que baña el Cantábrico, regresaremos a Barcelona y pararemos en el Sagardi del Born para que Matías se empiece a entrenar en el arte de disfrutar de unos buenos pintxos.




jueves, 20 de febrero de 2014

Pina



     No sé, ni a cuento de qué ni en mitad de cuál conversación, mi amigo Fernando hizo alusión, y me trajo a la memoria unos años a los que él se vino a referir como "el tiempo en el que éramos cultos". No recuerdo qué le dije, pero confío en no haber sido tan estúpido como para contestarle qué seguimos siendo cultos. Qué coño vamos a ser cultos, ni lo somos ni, en realidad, lo hemos pretendido nunca.
     Es verdad que tuvimos la suerte de que, sin ser hijos de grandes e ilustradas familias; nuestros padres  se esmeraron por darnos la mejor educación posible y no escatimaron una peseta a la hora de poner libros en nuestras manos.
     El montón de, cómics primero y libros después, que mis padres me fueron regalando, sumado al lento transcurrir del tiempo en los veranos tojeños, me convirtieron de por vida en un amante de los libros. Tanto que recuerdo haberle soltado a una prima una barbaridad porque no conocía a Julio Verne. Yo era un poco bruto en aquellos años de infancia, pero lo de ser un niño y no conocer a Julio Verne algún castigo debería tener, no?

     Durante el intento de engañarme a mí mismo y sacar la carrera de Derecho por pura insistencia, y recurriendo a la lectura, que no estudio, de los apuntes en la última noche, a una oración a destiempo y a la suerte de que pregunten los poco, lo único que sé; dispuse de tiempo, de mucho tiempo y de la economía justa para seguir comprando libros y leerlos, para ir al teatro con la entrada más barata, y abusar de la filmoteca y las sesiones matinales y golfas del Arcángel.
     No sé si en el desánimo por los estudios coincidimos Fernando y yo, pero, además del tiempo y la economía parecida de que disfrutábamos en ciudades distintas; había algo en lo que, no tengo duda, éramos iguales: la curiosidad. Éramos terriblemente curiosos, queríamos conocer cosas nuevas, escuchar nuevas músicas, ver películas antiguas y descubrir nuevos directores, nuevas formas. Sabíamos de sobra que había tantas, tantas cosas que se nos escapaban, que nunca alardeamos de ser "cultos", simplemente disfrutábamos cuando llegaba el viernes y nos juntábamos en mi casa. Fernando siempre llegaba de Sevilla  con alguna película que comentar, siempre con una nueva música que compartir. No éramos cultos, qué coño íbamos a ser cultos, pero la verdad es que éramos terriblemente curiosos; lo triste es que a nuestro alrededor no había mucha gente con la que compartir nuestra curiosidad, nuestro asombro y nuestra admiración por los escritores, los músicos y los cineastas a los que regalábamos nuestra escasa economía y nuestras horas en la madrugada.

     La semana pasada Nathaly volvió al trabajo. Matías y yo pasamos juntos toda la mañana y parte de la tarde. Demasiadas veces he oído decir que un niño te roba el tiempo. No es verdad. Matías me ha regalado tiempo. Tengo un montón de horas durante el día en las que sólo tengo que cuidarlo, acompañarlo, mirarlo, tratar de ir enseñándole algunas cosillas y algunas gracias, cantarle, bailar con él y quererle mucho. Ahora me sobra tiempo cada día para ver alguna película. Lo normal es que Matías la empiece a mirar conmigo o que juegue en la alfombra un rato antes de caer rendido. Mientras duerme, yo termino la película y todavía me alcanza para leer un rato.






    Gracias a la curiosidad que mantengo intacta, al tiempo que me regala Matías cada día y a Wim Wenders, he descubierto a Pina Bausch. No tengo duda de que, aunque no la hubiéramos conocido, si hubiese llevado alguna de sus coreografías a Córdoba, por pura curiosidad, por las ganas de descubrir, de no perdernos casi nada... hubiésemos acudido a la danza. De seguro habríamos salido asombrados, felices y con ganas de tomar un par de finos.

      Ojalá que alguien vuelva a poner en escena alguna de sus coreografías, y que los planetas o los santos tengan a bien que esto suceda en tiempo y lugar oportuno, y que Nathaly y yo podamos acudir, por ejemplo, al Opera en Oslo o al Gran Teatro en Córdoba. Por si acaso esto no sucede, habrá que agradecerle a Wim Wenders haber creado esta película.


 
                                




miércoles, 19 de febrero de 2014

Bembì



     Más o menos por estas fechas, hace algunos años, mamá y yo compartimos nuestra primera cena juntos en este restaurante. Como anfitrión, me tocaba a mí elegir el lugar. Imagino que mamá debió contarme algo que me hiciese pensar que este restaurante hindú le gustaría. 
     Acerté, le gustó el lugar, la decoración, la comida y el vino, una fantástica botella de vino de Rueda, que por aquello de la primera vez, quedó a medias. Para compensar aquel primer despilfarro,  recién llegado a Noruega pedí una botella del mismo vino. Fracaso. Al vino le hace mal el viaje al norte y su sabor es diferente. 





     En cada regreso a Barcelona intentamos pasar por los lugares de siempre y también descubrir algunos nuevos. Nunca habíamos vuelto al Bembi.
      La semana antes de que nacieras, solos en casa, nerviosos y sin mucho que hacer, mamá y yo nos dimos un atracón de Masterchef. En un fin de semana vimos todos los programas en la web de TVE y el martes, cómodamente instalados en nuestro salón y con la pantalla del ordenador a tamaño completo, vimos la final en directo. Pepe y Jordi, los jueces, nos conquistaron de inmediato. La idea originaria, la sorpresa que tenía preparada para mamá, era ir al Abac, el restaurante de Jordi Cruz en Barcelona; pero la economía se estrechó, y teniendo en cuenta la Navidad que nos esperaba, decidimos posponer ese lujo gastronómico.

     El Bembi, mucho más asequible y mucho más simbólico para nosotros, fue el mejor sustituto que se me ocurrió. Ha pasado ya más de un año desde la última vez que estuvimos en Barcelona, las calles de  L´Eixample, todas tan simétricas, tan paralelas, tan parecidas que empiezan a confundirme. Por fin, después de un par de vueltas, y ante la posibilidad de que el Bembi no haya sobrevivido a la crisis; decidimos dar de lado a la intuición y al "creo que era por aquí" o al "tiene que ser en esta calle, una manzana más allá". El 3G y Google Maps acuden al rescate para certificar que estaba caminando por la paralela y que me había pasado cuatro calles.

     Por suerte el local no está lleno y, aunque venimos sin reserva, podemos pasar. Nada ha cambiado en estos años. Misma decoración, misma carta, y juraría que hasta el camarero, bajito y amable, que nos atiende es el mismo que nos atendió la primera vez.
     Igual que aquella primera vez pedimos el Menú Purab, un menú degustación que, al igual que aquella primera vez, llena mucho más de lo que parece. Esta vez no pedimos botella de vino.





Menú Purab

ENTRANTES

SAMUDRI RATTAN
Vieira a la plancha con hinojo sobre una suave salsa de azafrán con aroma de ajo
MURGH LAL TIKKA / Pollo tikka al tandoor
Jugosas porciones de pollo con un toque de comino, cocinadas al horno de barro hasta la perfección
MAKAI PALAK PAKORA / Delicias de espinacas
Medallones de espinacas, acelgas y maíz
LUCKNOWI SEEKH / Cordero Seekh Kebab
Brocheta de cordero suavemente especiada y asada al tandoor




 PLATOS PRINCIPALES

CORDERO ROGANJOSH
Estofado de cordero al curry con jengibre, tomate y chiles de Cachemira
CHICKEN TIKKA MASALA
Pollo asado al tandoor cocinado en nuestra propia salsa masala
KONKAN PRAWN CURRY
gambas cocidos a fuego lento en una salsa de tomate condimentada con aromáticas especias tostadas y coco
SAAG PANEER
Queso fresco casero con crema de espinacas


ACOMPAÑAMIENTOS
RAITA - ensalada de yogur con sabor a comino
ZAFRANI PULAO - aromático arroz Basmati con azafrán
NAAN - pan clásico de la India






POSTRE
Aam Ka Meetha
Suave y cremoso pudin de mango y requesón servido con trocos de mango Alphonso caramelizado




     Todos los platos están ricos, sólo el naan ya justificaría la visita (como buen andaluz, no me pesa reconocer que tengo devoción por el pan en cualquiera de sus formas); pero el postre estaba tan bueno que, cuando quise darme cuenta, ya no quedaba para la foto. 

    Puedo entender que en cualquier restaurante el metre se eche a temblar si ve entrar una pareja con un carrito enorme y un bebé de pocos meses. En tu caso, querido Matías, el temor es injustificado, mamá y yo estamos maravillados de lo bien que te portas y de lo fácil que es llevarte a cualquier lado. 





En la web del restaurante acabo de descubrir que...

"Bembi" es una palabra utilizada en Bombay (India) que significa ombligo, es la unión entre el bebé y la madre, la conexión entre lo que existe y lo que no. Con este mismo objetivo, Bembì pretende ser un enlace entre India y Barcelona.

En Bembì
, auténticas 
recetas indias se preparan con pasión y modernidad, ofreciendo un estilo propio. Una experiencia culinaria única en la ciudad que le permitirá viajar a India, sin moverse de Barcelona.



martes, 18 de febrero de 2014

El último concierto







     Tarde de entre semana.  Matías duerme en los brazos de Nathaly. Me preparo un café y, al azar, elijo esta película para pasar el rato, y quién sabe si también para dar una cabezada. Apenas cinco minutos más tarde, cualquier rastro de sueño ha desaparecido, y no por efecto de un café del que tan sólo he bebido un par de sorbos. Un par de secuencias son suficientes para tener claro que esta película me va a gustar, que me va a gustar mucho. 

     Una hora y trece minutos más tarde, llega este momento: clase de violín, una alumna interrumpe a su compañero y un maravilloso Christopher Walken narra la siguiente anécdota.


     Son putas semicorcheas, Steve, deja de exprimirlas. 

     Chicos si discutís hacedlo con corrección y por favor intentad no centraros en los errores. Con vuestra edad conocí al gran Pau Casals. Estaba tan intimidado que ni podía hablar. Debió de notarlo porque en lugar de charlar, me pidió que tocará. Eligió el preludio de la Suite número 4 de Bach. Me concentré, respiré hondo, empecé, la notas fluían, la música flotaba y fue la peor pieza de toda mi vida. Toqué tan mal que tuve que parar a la mitad. 
     Bravo, me dijo él, muy bien. 
     Me pidió que tocara algo más. Una segunda oportunidad, me dije. Nunca había tocado peor.
     Maravilloso, espléndido, me alabó. 
     Y cuando me fui esa noche, me sentía fatal por mi interpretación, pero lo que realmente me molestaba no fue como toqué sino Casals, su insinceridad. 
     Años después lo vi en París, y yo ya era profesional y tocamos juntos. Nos hicimos amigos y una noche, tomando una copa de vino, le confesé todo lo que pensaba de toda la mierda que me soltó en Los Angeles. Y se enfadó, cambió de actitud, agarró su chelo. 
     Escuche, me dijo. Y tocó esta frase. 

     No tocó eso? Su digitización, lo hizo usted y era algo nuevo para mí. Era bueno. Y aquí no atacó este pasaje con un movimiento ascendente así

     Casals subrayaba las cosas buenas, las que le gustaban. Él te motivaba. Y el resto dejádselo a los imbéciles, o como queráis llamarlos, que juzgan contando los fallos. 
     Puedo agradecer, y también debería hacerlo usted, me dijo,  por una sola frase singular, por un único momento singular.
     Guau, sí, guau, Pau Casals. Un maestro. 


     En esta película sobre la música, sobre el amor a la música, el trabajo, la profesionalidad, la búsqueda de la perfección y el reconocimiento, la enseñanza, el sacrificio, la enfermedad,  el amor, la familia, el desengaño, la traición y la amistad; en esta película que habla de la vida; la secuencia transcrita más arriba, para mí, ya habría merecido el precio de la entrada. 



                                  


      Pocos días después de haber visto la película, leo la noticia de la muerte por sobredosis de Philip Seymour Hoffman. El personaje al que da vida con toda la credibilidad que sólo un gran, grandísimo actor puede dar a sus personajes; es el segundo violinista del cuarteto, un hombre disconforme con su papel y que aspira, después de muchos años de realizar lo que él considera un papel menor;  a compartir el puesto de primer violinista. Su aspiración, legítima, pondrá en riesgo su matrimonio, su autoestima y la vida del cuarteto.

     Su muerte, como todas las muertes tempranas, como todas las muertes a destiempo, como todas las muertes accidentales, como todas las muertes causadas por la droga; es estúpida. Su muerte deja huérfanos a un puñado de buenos personajes a los que otros darán una vida una vida mucho más vulgar en la pantalla. No puedo dejar de preguntarme qué lleva a una persona normal (no pienso que cualquier gran actor sea nada más y nada menos que una persona normal, con la suerte o la desgracia de tener mucho más de todo que la mayoría de las personas normales ) a autodestruirse. No puedo dejar de pensar que a veces resulta perfecto ser sólo el segundo violinista.






lunes, 17 de febrero de 2014

4 Gats



     Mi primera comida en Barcelona fue en el Burger King de Las Ramblas. Mi, recién conocido, compañero de piso, era adicto a este tipo de comida, a la coca cola y a la televisión. Debí haber prestado más atención a este tipo de detalles y haber iniciado de inmediato la ardua labor de encontrar un nuevo lugar donde vivir.

     Aquella primera comida en Burger King también era la primera que hacía en un "burger". En Córdoba acababan de abrir un McDonalds, en el centro comercial de El Arcángel, pero durante mis últimos meses en mi ciudad siempre me negué a comer allí.
     Durante casi todo mi primer año en Barcelona, Burger King y McDonalds fueron casi los únicos "restaurantes" que con nuestra tiritante economía, alguna que otra vez, podíamos permitirnos mis compañeros de estudios de cine y yo.  La excepción la representaba algún buffet libre a 9 euros al cual alguna vez decidíamos ir, con el falso convencimiento de que llegando a partir de las dos, llenando bien el estómago e intentando alargar la comida hasta durante algo más de dos horas; conseguiríamos ahorrarnos la cena de esa noche. Horas más tarde descubría que era misión imposible engañar al estómago.

     En nuestro segundo año de estudios, sin una mejora sustancial de nuestra economía, empezamos a dejar de ser clientes ocasionales de Burger King y McDonalds. No recuerdo si fue alguien de nuestro grupo quien propuso el cambio o si la idea surgió de forma espontánea y coral. El razonamiento fue más o menos el siguiente: las veces que nos juntamos para comer fuera son pocas muy pocas, el precio de un menú burger es de unos siete euros e incluye hamburguesa, patatas fritas pre-congeladas y coca cola, el precio de un menú en un restaurante modesto es de 8 euros e incluye primer plato a elegir, segundo plato a elegir, postre, pan y cerveza o vino: definitivamente el euro de ahorro que suponía comer en un burger las pocas, poquísimas, veces que nos juntábamos para comer fuera no merecía la pena.

     Cuando el grupo de estudiantes con aspiraciones de dirigir películas se desintegró, y mi recién adquirida vocación de operador de cámara empezó a dar sus frutos, mejorando suficientemente mi economía; descubrí que en el número 3 del Carrer de Montsió se escondía un restaurante con historia que ofrecía un menú sólo un poco más caro que el de los restaurantes a los que tantas veces había ido en el más transitado y paralelo Carrer Comtal.

   





Breve Historia de 4Gats

Esta historia comienza en París a finales del siglo XIX. Pere Romeu trabajaba como animador y camarero en el cabaret Le Chat Noir. Seducido por ese ambiente, decidió crear en Barcelona un restaurante parecido. Tenía que ser como una taberna: comida barata y música de piano. Lo apoyaron económicamente algunos amigos, entre otros, Ramon Casas y Santiago Rusiñol.
Els Quatre Gats fue inaugurado el 12 de junio de 1897 en la calle Montsió, en un local situado en un edificio proyectado por el arquitecto Puig i Cadafalch. Llamaba la atención porque era insólito, se podían ver detalles refinados y artísticos combinados con objetos característicos de un hostal tradicional. Era algo más que un «remedo del chat noir» como dijo Rubén Darío, uno de los primeros ilustres visitantes, sino no se habría convertido en un lugar legendario. Todos los que pasaban por Barcelona visitaban el local, sería interminable la larga lista de asiduos. Esperaban algo diferente a una buena comida. Como decía Rusiñol, lo que era esencial era «el alimento del espíritu». Esto pretendía también Pere Romeu, que se sentaba con sus clientes y presidía tertulias en las que «se arreglaba el mundo». También se hacían espectáculos de sombras chinas y de marionetas y para anunciarlos Ramon Casas pintaba carteles siguiendo la moda de la época.
El año 1899, con 17 años, Picasso comenzó a frecuentar el local y realizó su primera exposición en la sala grande. También hizo el cartel que se utilizó como portada del menú de la casa. Por el local también pasaron músicos como Isaac Albéniz y sus amigos Enric Granados y Lluís Millet, arquitectos como  Gaudí y dibujantes como Ricard Opisso. Las calles de Barcelona quedaron impregnadas de la bohemia que dejaron y aún hoy se puede respirar el aroma de aquellos que cambiaban impresiones sobre el futuro de su tiempo. Aquellos primeros años, los más luminosos y expresivos, han quedado retenidos en las mesas y ahora están colgados en las paredes. Allí están todos: Picasso, Casas, Opisso, Nonell, Rusiñol…; ellos dan fe de lo que sucedió durante unos años en los que vibró el sentimiento artístico de Barcelona y el de un local lleno de inspiración.
Pero Pere Romeu era un idealista y no un hombre de negocios práctico. Parece ser que si alguien no tenía dinero para pagar la consumición no lo tenía en cuenta ni le hacía lavar los platos. Además, los que pagaban abonaban un precio muy reducido. Así cada día había menos ingresos y se acumulaban más deudas. Hasta que en junio de 1903, cerró la cervecería que había abierto con tanto entusiasmo en 1897. El cierre dejó sorprendidos a todos los barceloneses. Pere Romeu se dedicó a otras actividades como el automovilismo pero continuó siendo pobre hasta su muerte, el año 1908, de tuberculosis. Su amigo, Santiago Rusiñol escribió: «aquel sitio pintoresco, lleno de sueños, que asustaban al menestral; aquellos cuadros de las paredes que las chicas de la casa no podían ir a ver porque les gustaban demasiado; aquella humareda de pipas que emborrachaba de ideas a los parroquianos de la casa; duerme en paz amigo, que te lo mereces. Solo habías hecho el bien, y no tengas pena de marcharte! Nosotros sí que te echaremos de menos, y en tí echaremos de menos una época en la que la fantasía hacía vivir».
Después, el local se convirtió en la sede de la casa del círculo artístico de Sant Lluc, hasta 1936, cuando la guerra civil lo cambió todo. Tuvieron que pasar muchos años para que Els Quatre Gats saliera de su letargo y comenzara de nuevo su camino. A finales de la década de los 70, tres empresarios del ramo de la gastronomía, Pere Moto, Ricard Alsina y Ana Verdaguer, se asociaron para volver a abrir sus puertas, con nuevas propuestas para el ambiente cultural barcelonés.
A partir del año 1989 el empresario Josep Mª Ferré, con renovado entusiasmo, comenzó a dirigir el restaurante y la «Casa Martí», donde está ubicado, fue restaurada el año 1991 en el marco de la campaña «Barcelona posa’t guapa». Actualmente continúan visitando el local personalidades de todos los ámbitos.





     Algunos años más tarde, cuando mi bien aprendido oficio de cámara me había llevado a viajar por lugares que nunca imaginé visitar y había mejorado sustancialmente mi economía; pude grabar, en este mítico lugar de la Barcelona modernista,  una entrevista que formaba parte del programa El meu Avi dedicado a Santiago Rusiñol. La grabación tuvo lugar en esta sala que preside el cuadro de Ramón Casas: "Ramon Casas y Pere Romeu en un tándem", como fondo para el entrevistado elegí los coloridos ventanales que quedan situados frente al cuadro. 






     A pesar de su historia y de su fama internacional, Els 4 Gats continúa ofreciendo un menú de mediodía para todos los públicos y a un precio asequible. "Cuina casolana" ( que bien podría traducirse por cocina de raíz tradicional y sabores caseros ) con algunos toques de cocina más contemporánea y creativa. La ensalada con queso de cabra y vinagreta de mango,  y las lentejas de toda vida con su morcilla y su chorizo que probamos en nuestra última visita son un claro ejemplo.








     Nathaly y yo hemos convertido en tradición almorzar aquí, al menos una vez, en cada regreso a Barcelona. Durante un año Kevin presumió y le vaciló a su hermano por haber estado comiendo en Els 4 Gats. Al año siguiente Erik pudo acompañarnos y Kevin repitió experiencia.





     En esta Navidad recién inaugurada, Nathaly y yo miramos, con algo de nostalgia pero con mucha alegría, el estrecho entarimado que recorre el perímetro de la sala grande; en él están situadas las "mesas para dos" en las que tantas veces hemos compartido menú, intentando probar casi todos los platos a dos cubiertos y abusando un poco del vino de la casa. 
     La foto de abajo la tomó mi hermano, él y mamá compartieron mesa, mantel y vino con nosotros en este viaje. Fuera de plano queda Matías, quien nos mirará o dormirá en su carrito hasta que tenga edad para sentarse a la mesa con nosotros y sus hermanos. 





     En cada regreso a Barcelona, seguiremos fieles a nuestra cita con Els 4 Gats y mientras vamos de tiendas o camino de la Catedral, pasaremos un momento por la puerta para ver el menú y reservar mesa para un poco más tarde. Después disfrutaremos de la comida y, quizá, abusemos del vino de la casa. Felices, tremendamente felices, por ocupar una mesa en la planta baja junto a tu carrito o contigo y tus hermanos sentados a la mesa; no podremos evitar que la vista se nos escape alguna vez hacia el entarimado de arriba y recordemos los días en los que todo dio comienzo.








sábado, 15 de febrero de 2014

Cuento de Navidad



     Recuerdo haber visto, de pequeño, un buen puñado de versiones de Cuento de Navidad. La mayoría eran diferentes adaptaciones en dibujos animados, pero también recuerdo algún Mr. Scrooge de carne y hueso. Lo normal es que cada Navidad alguna cadena de televisión programase alguna de las versiones de la obra de Dickens. Puedo recordarme, sentado frente al televisor, viendo como el endurecido corazón de Mr. Scrooge termina por ablandarse con la visita de los fantasmas de la Navidades del pasado, del presente y del futuro. Recuerdo incluso que, ya en plena adolescencia, no podía evitar detenerme frente a la tele si, pasando canales, descubría, siempre en fechas cercanas a la Nochebuena; alguna versión de Cuento de Navidad. Hasta la adolescencia, las Navidades siempre fueron las felices Navidades que revivía el Fantasma de la Navidad del pasado; hasta la adolescencia podía sentir que eso que llamaban el espíritu navideño realmente estaba presente. Después apareció un fantasma en el futuro, de la felicidad de las Navidades del pasado sólo quedó el recuerdo, el espíritu navideño desapareció y, tal vez, me transformé en un pequeño y joven Mr. Scrooge sin ilusión por la Navidad.

     Lo más vergonzoso es que tengo que reconocer que hasta hace pocas semanas no había leído el libro de Dickens. No recuerdo si fue para un cumpleaños, un día del libro o, quizá,  una Navidad, cuando Nathaly me regaló esta modesta edición del cuento de Dickens. Con la ilusión recuperada, con Matías sentado a junto a mí en el avión que nos lleva a Barcelona para el bautizo de Vera, con muchas ganas de que, con el aterrizaje, dé comienzo nuestra primera Navidad juntos; empiezo a leer, por primera vez, este Cuento de Navidad.

     Mi modesta edición comienza con esta introducción:

     "Que las bendiciones recaigan sobre su bondadoso corazón..., puede estar seguro de que con esta pequeña publicación ha hecho más el bien, ha fomentado más sentimientos caritativos y ha impulsado más actos positivos de beneficencia que los que se pueden atribuir a todos los púlpitos y confesionarios de la cristiandad desde las Navidades de 1842 ." Lord Jeffrey a Charles Dickens tras la publicación de Villancico en prosa. 
     Todos los años salen a la luz innumerables escritos condenados a una efímera existencia. Poco importa que encabecen las listas de "más vendidos" o reciban premios y unánimes críticas elogiosas: las páginas de las antologías literarias están sembradas de sepulturas con epitafios impresos en letra pequeña, donde yacen para siempre autores y personajes que un día conocieron la fama y hoy no tienen otro valor que el meramente histórico. Pocas, muy pocas creaciones, consiguen atravesar el tupido tamiz del tiempo, impermeable siempre a cualquier forma del arte que no presente a las generaciones posteriores, de manera claramente identificable, la permanente huella digital del hombre. A punto de cumplirse los ciento veinte años de su fallecimiento, Charles Dickens sigue vivo. 
     
 



     Pasó ésta, tu primera Navidad, y  el fantasma de las Navidades del pasado sólo apareció un instante. El breve momento de un villancico mal entonado nos advierte de que las Navidades que fueron ya no volverán. Con tanto pensar en el pasado, el presente me pilla desenfocado y fuera de juego. Termina la Navidad, regresamos a casa, termino el libro de Dickens y tengo una conversación con una versión mucho menos sombría del fantasma de las Navidades que vendrán. Le cuento que haré todo lo posible porque tus Navidades estén lo más alejadas posible de los centros comerciales, le digo que intentaré que sea tradición leerte primero y leer todos juntos después el Cuento de Navidad de Dickens, le aseguro que haré todo lo posible porque en nuestra casa celebremos más, mucho más, muchísimo más el nacimiento del niño Jesús que la visita de un simpático gordito que deja regalos y le prometo que haré lo posible por enseñarte que tan importante es dar como recibir. El fantasma de las Navidades que vendrán me sonríe antes de esfumarse educadamente, y en el rastro de magia que deja imagino unas Navidades con más palabras, abrazos, besos y música que llamativos envoltorios.


     El año pasado Skedsmo Amatørteater presentó en "Scrooge" en Lillestrøm. Mamás, tus hermanos y yo estuvimos cuatro días viendo y grabando la obra. Después de editarla, conservo una copia que veremos, junto a otras adaptaciones en dibujos animados o con actores de carne y hueso, en las Navidades que están por venir. Ojalá te guste tanto como nos gustó a nosotros.



                         



     Aunque el año que viene leeremos la modesta edición que mamá me regaló en un cumpleaños, un día del libro o, tal vez, una Navidad; buscaré una preciosa edición con la pasta dura, por supuesto; puede que con ilustraciones, quizá una edición de segunda mano con algo de antigüedad e historia para añadirlo a la modesta biblioteca que mamá y yo hemos empezado a seleccionar para ti.






lunes, 10 de febrero de 2014

Cómo no me va gustar el baloncesto.



     Soy del Madrid casi desde que tengo uso de razón. Podría contarte un par de hechos de la infancia que quizá me decantaran hacia el color blanco, pero en realidad no me parecen relevantes, tengo el convencimiento "ronceril" de que un madridista ya nace con su corazoncito latiendo al son del Hala Madrid.

     Cuando tu abuelo tuvo la certeza de que mi madridismo no era una cuestión de moda o una fiebre pasajera, empezó a traerme pequeños tesoros que poco a poco iba recolectando de entre sus compañeros de trabajo y amistades. Hoy hay tiendas enteras dedicadas sólo a la venta de camisetas y objetos de todo tipo relacionados con el Madrid, hoy es facilísimo tener mil fotos, leer, escuchar y ver las entrevistas de los jugadores o los partidos. Mi tiempo de niño, querido Matías, fue muy diferente. Mi padre me consiguió un banderín del Real Madrid y un pequeño cuaderno con la firma de algunos jugadores. Guardé aquellos tesoros durante mucho tiempo y siempre los miré con gran cariño. El desorden que provocó su ausencia o, quizá, alguna mudanza los extravió; puede incluso que algún día aparezcan en alguna caja olvidada para que tú los tengas.

     Éramos una familia sencilla y las cosas sencillas nos hacían felices. Uno de los regalos de tu abuelo que más disfruté fue una simple cinta de radiocasete regrabada por un compañero de trabajo suyo que poseía el vinilo original. La cinta, de un transparente tintado de azul oscuro, y en la que con mi letra de niño, escribí en mayúscula con un rotulador rojo un sencillo "R. Madrid"; contenía el testimonio de varios socios, jugadores y entrenadores, además del himno, el único que teníamos entonces: el de las mocitas madrileñas. Tendría más o menos doce años y me gustaba escuchar y escuchar aquella cinta.

     Había un socio de toda la vida, un señor mayor, de apellido Chicote, que relataba emocionado como había sido del Madrid desde siempre y hablaba de Bernabéu con fervor. Tengo grabada una frase de aquel viejo socio: "yo sigo al Madrid a todas partes, ahora hasta lo sigo en baloncesto, que por cierto hace poco fui a Rusia y les ganamos a los rusos, la primera vez que los rusos perdían en su campo".

     Un clásico de nuestra Navidad era el torneo de baloncesto que organizaba el Real Madrid en esas fechas tan entrañables. Era un torneo cuadrangular y se invitaba a tres de los mejores equipos de Europa. A la hora del partido, tu abuelo y yo teníamos la silla y la televisión reservada en el diminuto salón de la casa de Tójar o en el Bar de Tomás.

     Dice mi amigo Fernando, y las cifras de la audiencias parecen darle la razón, que el baloncesto no está de moda, que ya casi nadie lo ve. Qué pena! A mí me gusta, me entusiasma en realidad,  y confío en que tú compartas mi entusiasmo dentro de pocos años. Imagino que nos sentaremos frente al ordenador -única posibilidad de ver un partido del Madrid en Noruega- y, mientras se presentan los equipos o aprovechando algún tiempo muerto, te contaré las batallas que en mi tiempo lidiaron los Corbalán, López Iturriaga, Rullán, Romay, Fernando Martín, Petrovic, Sabonis, Arlaukas, Chechu Viriukov, Llorente, Laso, Herreros...

     Ayer, con tus siete meses,  te senté un ratito junto a mí al inicio del partido. Final de la Copa del Rey contra el eterno rival, el FCB Barcelona. Llegábamos a la final con una hoja de ruta inmaculada: ningún equipo en España nos ha ganado este año. El equipo saltó a la cancha con la vitola de favorito y todos los madridistas del baloncesto deseábamos ver jugar al "Chacho", a Rudy, a Mirotic, a Llul..., deseábamos verlos tumbar al Barcelona con el juego rápido y espectacular que Pablo Laso le ha inculcado a este equipo que tiene pinta de hacer historia.
     El Barcelona plantó cara desde el inicio y llevó el guión de la final a su terreno: juego lento y dura batalla en los tableros. El partido caminó igualado hasta los minutos finales. La máxima ventaja obtenida en cada bando era sólo +4. A dos minutos del final el Madrid consiguió abrir brecha y con un +7 parecía todo decidido. Una falta personal de Felipe Reyes, bastante discutible, hizo que el Barcelona
se colocase a tan sólo dos puntos a falta de 30 segundos para el final. El "Chacho", uno de los mejores, uno de los más grandes, uno de los pocos que sabe hacer magia en una cancha de baloncesto, tiene la bola y de manera incomprensible comete un error y la entrega al rival. Canasta y tiro libre adicional. Si encestaba el tiro libre el Barcelona se pondría un punto arriba a falta de sólo ocho segundos. Lo normal sería que Pablo Laso pida tiempo libre y prepare una jugada de pizarra a vida o muerte.
     Llegados a este punto dramático del partido, ya llevaba yo varios minutos paseando arriba y abajo, nervioso y barruntándome lo peor. Es lo que tienen las rachas, tantos partido ganados consecutivamente para terminar perdiendo cuando y contra quien más duele. Mamá hacía wafles y tú estabas sentado junto a Erik, ajeno a ésta, tu primera Final de una Copa del Rey de Baloncesto.

     Los vídeos que siguen explican mucho mejor que yo, que pasó a partir del punto en el que dejé la historia unas líneas más arriba.



                                






     Cómo no me a gustar el baloncesto. No puedo imaginar que a ti no te guste cuando tengas 6 ó 7 años. Confío en que las audiencias se recuperen, este Madrid de Pablo Laso haga historia y este maravilloso grupo de jugadores siga jugando un puñado de años más para que tú y yo podamos sentarnos frente al ordenador y saltar y gritar y aplaudirles y ponernos nerviosos y al final...














     Hasta ahora no he conseguido que a mamá y tus hermanos les guste el baloncesto y eso que he puesto todo mi empeño. Ellos prometen preparar algo rico para cuando termine el partido.



domingo, 9 de febrero de 2014

Noche de Goyas



     Ésta es noche de Goyas. Hace poco más de diez años en una noche como ésta, estábamos atacados de los nervios y deseando y deseando y deseando todavía más que nos dieran el Goya al Mejor Cortometraje Documental.
     Antes y después de aquella noche, cuando no sospechaba que algún día estaría ocupando una butaca en la gala, atacado de los nervios, y ahora que desde esta lejanía no sé si el futuro me reserva alguna noche más de Goyas en la que viajar a Madrid; he sido siempre fiel a la Gala televisada.

     Hoy, si internet no me juega una mala pasada, no será una excepción. En la última semana he podido ver un par de las películas favoritas y hoy desperté con ilusión por ver una nueva Gala. Encendí el ordenador para ver el resumen del partido del Madrid ayer, y me encontré con la noticia de la muerte de mi compañero de butaca aquella Noche de Goyas. Hace muchos años que no sé nada de Joan, pero la noticia me golpea con dureza. Leo que Joan Soler murió ayer. Leo que en verano se le había diagnosticado un cáncer de páncreas. La última vez que vi a Joan fue en Barcelona en el acto en el que recogimos un premio de UNICEF. Al salir tomamos una cerveza y hablamos de los proyectos en los que andaba cada uno. También recordamos los días en Nepal. Hablé con él por última vez poco antes de venirme a Noruega. Fue por teléfono. Me llamo para ofrecerme la posibilidad de hacer una copia perfecta de nuestro Goya. El nuestro, el de aquella Noche de Goyas se lo quedó la Escuela, o la Productora, o el Director de la Escuela y de la Productora. Esté donde esté nuestro Goya, me pregunto qué contará de él quien lo tenga.

     Conocí a Joan en el CECC, dirigí la fotografía de su corto y de un spot para el Festival de Cine Negro de Manresa, su pueblo. Poco después nos embarcamos juntos en la aventura de Los Niños del Nepal. La noche de nuestro Goya, paseamos juntos por Madrid, sufrimos juntos y al final nos abrazamos y casi lloramos juntos. Después cada uno siguió su camino: yo trabajé para televisión y él fundó una productora con la que volvió a conseguir una nominación dos años más tarde y con la que consiguió hacer una película documental vinculada a la Fundación Vicente Ferrer en la India.

     Después de Nepal nos distanciamos, pero tengo un buen recuerdo de nuestra última cerveza juntos, de nuestra última conversación. La noticia de su muerte me coge por sorpresa, me deja dolido y trae a mi cabeza un puñado de momentos que vivimos juntos. Minutos antes de leer la terrible noticia, estaba en la terraza haciendo la foto del Goya que gracias a él adorna el salón de mi casa.

   




     Tu mamá, querido Matías, descubrió hace tiempo un fragmento-resumen de esto que escribí hace tiempo. Esta noche de Goyas pensaba ver la Gala, sin más y, tal vez, en los próximos días comentaría alguna de las películas. La terrible noticia de la muerte de Joan recupera esta historia de la que te iré contando y contando conforme vayan pasando los años. Quizá algún día viajemos juntos a Nepal buscando a Deependra.
     

Los niños de Nepal.

   En el verano de 1999 un equipo formado por 4 personas salimos del aeropuerto del Prat, en Barcelona, con destino Katmandú. En Nepal nos esperaba un miembro del equipo que ayudaría en labores de producción y que a tal efecto había marchado unos días antes.   El objetivo era intentar hacer un documental con el escaso dinero que habíamos conseguido del Ministerio de Cultura en forma de subvención a cortometraje documental. Apenas acabábamos de terminar unos estudios que supuestamente nos titulaban como directores de cine. Todo el proyecto nació de una casualidad. El hermano de Joan Soler, codirector conmigo del documental, había adoptado una niña nepalí el verano anterior. En los más de dos meses que estuvo en Katmandú trabó amistad con una profesora catalana, Vicky Subirana, más comúnmente conocida como Vicky Sherpa, que dirigía dos colegios dedicados a la educación de niños y niñas provenientes de familias con dificultades económicas.

   En Barcelona, aprovechando una de sus visitas, tuvimos una entrevista con Vicky. Ella nos contó de su labor en Nepal, de su intento por ofrecer a los niños más desfavorecidos de aquel recóndito e ignorado país una educación tan completa como la que nosotros podríamos ofrecer a nuestros hijos en este “primer mundo”. De aquella entrevista surgió un primer boceto de proyecto documental. En aquel proyecto que, con pocas esperanzas de éxito, enviamos a subvención al Ministerio; queríamos contar la historia de Vicky y centrarnos en un par de niños de la Escuela Daleki que ella misma nos propuso.

   En el mes de mayo nos llegó la noticia de que el Ministerio de Educación y Cultura nos había concedido parte de la subvención solicitada. Aquella cantidad, escasa pero suficiente, ponía en marcha una rudimentaria preproducción que prácticamente consistía sólo en mentalizarnos de que volaríamos a Katmandú en el mes de agosto y en intentar coordinar con Vicky las fechas en las que ella tendría tiempo para poder grabar con nosotros.

   En nuestra primera visita a Deleki School, dos días después de haber aterrizado en Katmandú, nos dimos cuenta de algo que ya sospechábamos; no habíamos dejado de ser un grupo de estudiantes, unos aficionados. Nos encontrábamos perdidos en aquel país y para colmo los niños que Vicky había propuesto como protagonistas del documental, y sobre los que habíamos basado el proyecto, eran niños con los que, por las discapacidades físicas y psíquicas que sufrían, no nos podíamos relacionar.

    El día había tenido un comienzo duro. No sabíamos cómo dejar atrás la certeza de estar perdidos y comenzar a pensar qué íbamos a grabar. Pensamos que lo más lógico era programar una entrevista con Vicky y así al menos tener la sensación de hacer algo. Aquella entrevista por suerte nunca se tuvo que utilizar. Aquel mismo día jugando al fútbol en el patio y chapurreando inglés conocimos unos niños tan normales y tan extraordinarios como aquellos niños a los que hacía algunos años había dado clases de recuperación en Fuente Tójar, un pequeño pueblo de Córdoba. Sanjif, Norbu, Sayles, Loxmi, Sanjana, Pemba y sus amigos eran niños alegres de familias pobres en un país pobre. Nos contaron un poco de sus familias, de sus juegos, nos hicieron mil preguntas y sobre todo nos dejaron entrever algunos de sus sueños. Sin saberlo habíamos comenzado el documental. Qué haces cuando has pasado un par de días rodeado de estos niños, jugando con ellos, creando, a veces sin quererlo y otras veces siendo muy consciente de ello, ilusiones y expectativas que sabes que puede que no se cumplan. Además hay que decidir que sólo algunos pueden ser protagonistas del documental. Es duro, no difícil, duro.
   Anita fue un caso excepcional dentro del grupo de Daleki. Ella pertenece a la casta de los intocables. Vivía en una barriada de chabolas, a las afueras de Katmandú que fuimos a visitar por expreso deseo de Vicky. Quería que de alguna forma contáramos la historia de estos marginados. Con Anita no podíamos hablar directamente. Era muy pequeña y no hablaba inglés, sólo nos sonreía y a escondidas nos pedía algo de dinero. Los intocables no podían ir a ningún colegio de Nepal, sólo en Daleki, después de hacer entender a la familia que los niños no podían ser carne de calle para pedir limosna a   los turistas; eran admitidos y tratados como iguales. El barrio de chabolas donde vivían junto a un río del que extraían arena para la construcción, se llamaba Tilganga. Hoy no existe. Se supone que todas las familias regresaron a la India, de donde procedían. No sabemos nada de Anita, no sabemos si aquellas primeras letras que le vimos escribir le sirvieron para algo.

   Sanjif  de mayor quería ser médico. Loxmi, su hermana menor, no tenía claro que quería ser, se conformaba con querer ayudar porque no podía hacer otra cosa, a los niños más pobres que ellos. Norbu había huido junto a su familia del Tibet y ahora vivía con el miedo de perderlos. Sus padres tenían un pequeño bar en Bouda, un barrio budista de Katmandú, allí servían chang, especie de cerveza de arroz, que fabricaban ellos mismos de forma ilegal. A Norbu lo único que le unía con los niños de la calle era el miedo a la policía.

    Intentamos grabar un poco de la vida de estos niños. Fuimos a sus casas, precedidos de regalos en forma de caja de alimentos. Sobrevivimos al te con leche de búfalo y al chang y de forma casi milagrosa no metimos la pata hasta la descortesía y conseguimos que los familiares de estos niños que ya no conservaban su sonrisa y sus sueños, se dejaran filmar.

   Sanjif y Norbu eran niños acostumbrados a tratar con voluntarios y creo que siempre pensaron que nosotros también lo éramos. No sé hasta que punto eran conscientes de que estábamos intentando hacer una pequeña película con ellos. Grabar en Daleki, incluso en sus casas resulto más fácil de lo esperado. Los niños no actuaban, hacían lo de cada día y de vez en cuando se sonreían entre ellos o dedicaban una sonrisa a la cámara. Estaban contentos porque su popularidad había crecido en la escuela y se sentían importantes cuando entrábamos a alguna de sus clases para grabarlos, también cuando le decían a sus amigos que ayer estuvimos en su casa.

    Con ellos era muy fácil hablar, pero cómo se le hace una entrevista a un niño de once años. Decidimos, con el permiso de sus padres y de Vicky, invitarlos un día a desayunar en nuestro hotel y después ir con ellos al centro de Katmandú. Allí, alejados del resto de sus compañeros intentaríamos grabar las entrevistas en algún lugar tranquilo. Esa misma noche se planteo la primera discusión moral en el equipo. Hasta ese momento por las noches hablábamos de cómo grabar esto o aquello, qué secuencia sería interesante hacer con cada niño y empezábamos a valorar seriamente la posibilidad de incluir en el documental la fundación de Toni Aguilar que acababa de inaugurar una casa de acogida para un grupo de niñas; pero aquella noche teníamos un problema más importante. Queríamos regalar algo a los niños y no teníamos nada claro si comprar cometas para toda la escuela o regalar un carrenbol (juego muy popular en Nepal) a Sanjif y Norbú y una muñeca a Loxmi. Seguramente nos equivocamos, o no, quién puede saberlo. Al final optamos por pedirles a nuestros niños que entendieran que no éramos ricos y que nos guardasen el secreto. Les compramos sus juegos y los estrenamos con ellos después de desayunar leche de búfalo con cereales. Al final del rodaje el presupuesto también alcanzó para regalar una cometa a cada niño de la escuela. 

    En el turístico centro de Katmandú fue más difícil de lo esperado encontrar un lugar tranquilo. Los niños no estaban acostumbrados a pasear por allí y tenían mucho miedo. Esto nos desconcertó. Veían peligros en cada esquina y pensaban que cualquier joven o niño que nos miraba lo hacía con el deseo de robarnos a la que nos descuidásemos un instante. Finalmente conseguimos hacer las entrevistas a Sanjif y Loxmi en la terraza de un pequeño restaurante en Durball Square, por tarde fuimos a dejar a Norbu en su casa en Bouda y, casi anocheciendo,  lo entrevistamos en la terraza del bar de sus padres.

   Por suerte en la escuela no nos enseñaron a entrevistar. De haber sido así hubiésemos tenido pánico ante la cantidad de normas que nos saltábamos en aquellas entrevistas. Para empezar yo no sé nepalí y quería que los niños hablasen su propio idioma aún a riesgo de no saber qué me estaban contestando. A mi lado estaba Sudan, un coordinador de Daleki Schooll que después de cada pregunta me hacía algún gesto con la cabeza para tranquilizarme y decirme que el niño había contestado lo que le preguntaba. Habíamos pasado mucho tiempo juntos, habíamos comido juntos, había conocido a sus padres, sus hermanos, sus casas, habíamos jugado al baloncesto, había intentado que se hiciesen del Real Madrid y ahora me tocaba confiar en ellos, mirarles a los ojos mientras me contestaban y pensar que dijesen lo que dijesen sería interesante porque sus miradas eran sinceras.

    Al traducir lo que Norbu nos contó en aquel simulacro de entrevista empezamos a entender muchas cosas. Había un abismo entre los niños de Daleki y los niños de la calle. En Katmandú había una realidad mucho más dura. Los niños de Daleki podían sentirse unos privilegiados comparados con los cientos de niños que viven en la calle, duermen en los templos y sólo tienen a sus amigos para sobrevivir y el pegamento o la marihuana para soñar. No estaba previsto grabar más historias y mucho menos de niños de la calle. Ni teníamos experiencia ni, sinceramente, nos veíamos capaces. Tras hablar varias noches de la posibilidad de cambiar el documental decidimos intentarlo. Si salía bien lo dejaríamos, si no el documental se reduciría a Daleki Schooll.

     Es un tópico decir que la despedida fue dura. A Norbu se le cayeron un par de lágrimas y nosotros hacíamos esfuerzos por no llorar. Pero mi peor momento en Daleki fue unos días antes de despedirnos cuando Sanjana, una niña que habíamos descartado para grabar con ella, se me acercó y me preguntó cuándo iríamos a su casa.

    Tal y como Norbu nos había contado, en el centro de Katmandú vivían cientos de niños, formando distintos grupos, que vivían de lo que sacaban a los turistas occidentales, que dormían en templos y que en su mayoría estaban enganchados al pegamento y la marihuana. Uno de estos niños era Viki.

   Nuestro jefe de producción había conocido a Viki en los días previos al rodaje. Me habló de él. Era un niño de una inteligencia sorprendente: hablaba inglés a la perfección y francés, italiano, castellano y catalán lo suficientemente bien como para mantener una conversación con cualquier turista que necesitase un niño-guía para recorrer la ciudad. Decidimos conocerlo y tras varios días buscándolo, un día se presento rodeado de amigos y con una camiseta de Figo en el bar en que tomábamos un te. Qué me tirase al suelo a adorar la camiseta del jugador blanco – imposible disimular mi pasión por el Real Madrid – le desconcertó momentáneamente. Se mostró mucho más tímido de lo que en realidad era. Estuvimos hablando un rato de lo que intentábamos hacer en Nepal y de qué aunque la verdad era que no conocíamos la vida de los niños de la calle, nos gustaría mucho poder seguirlo un par de días grabándolo y ver si sería posible incluirlo en el documental. Viki nos dijo que sí y quedamos para una semana más tarde, cuando hubiéramos finalizado la grabación con los niños de Daleki Schooll.

    En medio de todo esto la mitad del equipo enfermamos por comer algo en mal estado y estuvimos un par de días con cuarenta de fiebre en la cama. Viki se enteró de mi enfermedad y me envió como regalo la camiseta de Figo con la que le conocí. Aquél detalle me hizo pensar que todo aquello que nos habían contado de la rebeldía y la imposibilidad de confiar en estos niños de la calle era más un mito producido por la desconfianza y el desconocimiento que otra cosa. Pero las cosas no suelen ser ni blanco ni negro como descubriría unos días más tarde,  cuando una vez decidido cambiar definitivamente el documental que figuraba en el proyecto subvencionado por el Ministerio, comenzamos a grabar con Viki en las calles y templos más turísticos de Katmandú.

     La primera mañana de grabación con Viki no comenzó bien. No se presentó. Habíamos quedado dos días antes en vernos por la mañana tomar un te y hablar de lo que haríamos esos días que le estuviésemos siguiendo. Por nuestra parte habíamos decidido que el hecho de rodar en la calle aconsejaba ser los menos posibles de equipo y Joan que se sentía menos cómodo con los niños de la calle, decidió no venir. Esperamos en vano dos horas. Veíamos a sus amigos dar vueltas por la plaza donde habíamos quedado, pero ni rastro de Viki. Preguntamos por él, pero sus amigos no sabían donde estaba. Finalmente intentamos dejarle un recado con uno de sus compañeros, pero éste nos dijo que esperásemos unos minutos. Iría a buscarlo. Cinco minutos después apareció con Viki al fondo de la plaza. Con mirada pícara Viki nos dijo que se había olvidado. Realmente estaba dejando claro quien mandaba. Con Viki y su amigo fuimos a Pasupatinat, el lugar donde incineran los muertos. El propuso ir allí. No le gustaba que lo grabásemos cerca de su entorno. Aquel día Viki jugó con nosotros. Nos hizo de guía turístico pero no estaba interesado en hablar de su vida. Con la compañía de su amigo se sentía protegido y seguro. Aquella noche discutimos sobre si merecía la pena seguir grabando e invertir un tiempo que quizá no nos sobraba en una historia donde por primera vez en nuestra estancia en Katmandú nos habíamos topado con un niño que parecía no querer colaborar.

    A la mañana siguiente a mí me toco hacer el papel de malo. Viki se volvió a presentar tarde, aunque esta vez no fue necesario enviar a nadie a buscarlo. Los dos solos fuimos a tomar un te y le expliqué que si no quería hacerlo no había problema. Nadie lo obligaba. Podíamos seguir siendo amigos. Lo que no podíamos hacer era grabar si él no tenía interés. A Viki le gustaba ser protagonista – yo jugaba con esa ventaja, tengo que reconocerlo – y en seguida me dijo que no. Sí que estaba interesado, pero había un gran problema, era el tercer día que su amigos mayores lo veían rodeado de turistas y llegaba a casa sin nada. Eso sería difícil de explicar. Todo el día paseando turistas – él no quería decirles que hacíamos una película, y supongo que ni él mismo acababa de creer que estos turistas con una cámara “de juguete” hiciesen algo parecido a las películas de Bolliwood que a veces iba a ver al cine- y por la noche no tenía nada en los bolsillos. Viki me dijo que sus amigos pensarían que se había vuelto egoísta y avaricioso y terminarían por echarlo del grupo. ¿Estaba intentando hacerme una especie de chantaje?

     Decidimos que parte de lo que pedía era justo. Nosotros en sus circunstancias también pensaríamos sacar lo máximo posible de los turistas, y nosotros para él seguro no éramos otra cosa. Al día siguiente le dije que no podíamos darle dinero en metálico. En nuestro mundo había una serie de leyes que prohibían el trabajo de los niños,  precisamente para defender sus derechos. Debió pensar que hablaba chino, pero aceptó que dejásemos dinero depositado en un bar cercano para que él y sus amigos pudiesen ir a comer.

    Durante los primeros días Viki cumplió con su parte del contrato. Él nos contaba lo que solía hacer y nosotros le decíamos qué cosas nos interesaba grabar. A pesar de eso todavía no quería hablar mucho de su vida. Recorríamos las calles siguiéndolo esperando que algún turista no reaccionara mal ante la cámara y poder así tener una secuencia espontánea. Fuimos a comer varias veces con sus amigos, en esos momentos era donde Viki se mostraba más incómodo. Sus amigos se hacían los gallitos y hablaban sin ningún pudor de las pastillas que consumían, de sus ganas de pertenecer a alguna de las mafias de la ciudad, que teóricamente se dedican a la explotación de estos niños para conseguir dinero, y de su odio a la policía, que les golpeaba y quitaba el dinero que ellos ganaban. Viki era más comedido en sus palabras.

    Dudo que Vicky llegara nunca a confiar en mí, pero al menos un día empezó a tomarme en serio. Empezó por dejarme grabar el truco de la leche. Ya no se trataba sólo de seguirlo con la cámara, se trataba de ficcionar algo que el hace cada día. Le pedía que actuara. No estaba convencido, sobre todo porque pensaba que enseñar el truco le perjudicaría si realmente estábamos haciendo una película y los turistas veían qué pasaba con la leche después de comprarla. No sé realmente porque aceptó, pero el caso es que pudimos grabar esa secuencia, en la que Vicky y su amigo timan a unas turistas holandesas pidiéndoles que les compren una caja de leche en polvo – que después revenderán por la mitad de su valor a mismo tendero – para una hermanita enferma que no existía. Me gustaría pensar que Viki había aceptado hacer aquél teatrillo mudo porque se había acostumbrado a nosotros y le caíamos bien, pero también pienso que además nunca pensó que el documental ese que decíamos hacer fuese verdad.

   Sólo nos quedaba hacer una entrevista con él. Era algo que siempre habíamos ido posponiendo. Yo no sabía muy bien como enfrentarme con Viki. Era con diferencia el niño más inteligiente que había conocido y nuestros lazos afectivos no eran lo suficientemente fuertes. Por deseo suyo hicimos la entrevista en la terraza de nuestro hotel y en inglés. Por si acaso al final aquello sí que era una película, mejor que pocos pudieran saber lo que decía. En la entrevista Viki fue más sincero de lo que yo en un principio esperaba. Me hablo de su familia, de la vida en la calle, de la mafia, de su rabia y sobre todo de sus amigos. Viki quería parecer distinto a típico niño de la calle, decía no estar enganchado a ninguna droga y quería estudiar, pero al mismo tiempo tenía miedo a ser distinto dentro de su entorno. No quería que los demás le viesen como un bicho raro, era y quería seguir siendo un líder para su grupo y no un desertor. Quería recibir ayuda, pero mantener su independencia. Quería estudiar, pero no ir a la escuela. Por primera vez en su corta vida se sentía cómodo perteneciendo a un grupo y no quería perder esa sensación de precaria seguridad.
    Aquella tarde con la lluvia de fondo, admiré a aquel niño y me sentí un privilegiado por poder vivir ese momento. Un abrazo sustituyó las palabras para dar las gracias a Viki por aquella hora de compartir con nosotros sus esperanzas.
  
   Deependra también había sido un niño de la calle. Había sido un líder. También había sido un niño golpeado por las mafias. Toni Aguilar lo había rescatado una noche de debajo de unos cartones. Nos contaba Toni que apenas parecía un niño entre tanta mugre que llevaba encima. Lo llevo a su hotel, y junto a su hija María lo baño y le dieron de comer. En los días que le quedaban en Katmandú, Toni intentó escolarizarlo y dejar una suma de dinero en un lugar donde Deependra pudiera acudir a comer y lavarse cuando lo necesitase. Deependra sólo hizo uso de vez en cuando de estas dos últimas cosas y tras unos días de ir a la escuela la abandonó definitivamente.

    Justo antes de llegar nosotros a Katmandú, Deependra se había vuelto a encontrar con Toni. Le condujo a una pequeña casa en una barriada de las afueras. Toni vio horrorizado como, en un pequeño cuarto de apenas cuatro metros cuadrados, ocupados por dos camas y una pequeña cocina de queroseno; se agolpaban ocho niñas de entre ocho y doce años. Era la familia de Deependra. Su hermana mayor, Rita, y una amiga de ésta, Kamala, de dieciocho años eran las que los cuidaban. En ese momento estaban trabajando.

    Deependra ahora sí quería ir a la escuela. Ahora si quería la ayuda que antes había rechazado. En ese tiempo había estado trabajando para algunas mafias, pidiendo y ocasionalmente robando a los turistas. Se había llevado muchos golpes los días que no podía conseguir el dinero que le pedían. Ahora por su bien y el de las niñas que tenía a su cargo, quería cambiar de vida.

   Toni alquiló para ellos una casa y aquella casa, Kumary House, - la casa de las princesas – se convirtió en el germen de lo que hoy es una maravillosa fundación que hoy ha escolarizado, dado trabajo y una segunda oportunidad a más de cien personas.

    Fue en aquella casa con un pequeño patio donde los vimos por primera vez. Estaban bañándose en una pileta de hormigón al aire libre. Con un fuelle hacían salir el agua a chorros, llenaban cubos y se los iban arrojando unos a otros. Nos miraban curiosos y divertidos. No pude evitar sacar la cámara y comenzar a grabar aquella secuencia festiva. En aquél momento aún no sabíamos que la historia de Deependra sería la historia que cerrara nuestro documental y que aquella secuencia espontánea y feliz tendría de fondo una hermosísima y triste música, compuesta por Ernesto Briceño. Fuimos conociendo una a una a las niñas y a Deependra. Ellas se abrazaban a nosotros y sonreían. Cotilleaban en nepalí entre ellas y se mostraban fascinadas por nuestras cámaras de fotos. Todas querían posar y hacer fotos. Deependra cumplía perfectamente con su papel de chico del grupo y se mostraba algo más distante.

    Mientras grabábamos en Daleki Schooll, intentábamos sacar tiempo cada día para visitar Kumary House. Habíamos encontrado un hogar en Katmandú. Rita, hermana mayor de Deependra se mostraba muy orgullosa cuando elogiábamos su arroz con dalbah y las niñas se empeñaban en enseñarnos a bailar danzas nepalíes. El radio casette constituía una de sus posesiones más apreciadas. No puedo imaginar aquella casa sin música. En aquel mes vivimos con ellos sus primeras clases, alguna película en el cine, muchas comidas y bailes. Sufrimos cuando a Sita le pego un profesor en clase por no saberse la lección y hubo que cambiar de colegio, pero sobre todo empezamos a pensar que tras algunas reacciones de Deependra había algo que no acababa de ir bien.

   Con tiempo, una pelota, un baño en la calle y mucho chapurrear inglés, Deependra y yo nos hicimos amigos. Algún día tendré que cumplir la promesa de llevarle a visitar las montañas que ni él ni yo hemos visto. Al igual que Viky, Deependra no tenía mucho interés en hablar de su vida en la calle. Se le veía feliz a ratos. En aquella casa seguía siendo un líder para las niñas, pero le faltaba aire. A veces, caminando por las calles de Katmandú, vi en él miradas furtivas hacia los niños que corrían tras los turistas.

    Antes de empezar a grabar con ellos, - no hicieron falta muchas reuniones, a esas alturas todos teníamos claro que había que grabar aquella historia. Ya decidiríamos en Barcelona cómo organizar el material – le conté a Deependra lo que estábamos haciendo y que me gustaría mucho poder contar su historia y la de las niñas. Estábamos los dos en una habitación de la casa y él después de asegurarse que nadie podía oírnos, me pidió poder hacerme él también algunas preguntas. Quería saber si en España había niños como él. Le dije que de alguna manera sí. Entonces me preguntó por qué habíamos ido a grabarlos a ellos si eso mismo podíamos haberlo hecho aquí. La verdad es que no supe contestarle. Le dije que ocurrieron una serie de casualidades que nos habían llevado allí. Esa era la verdad. Aquél niño acababa de darme una lección en toda regla.

    En los días siguientes grabamos todo lo que iba ocurriendo en la casa. Pensamos que Rita ocupase, junto a Deependra y toni, un lugar primordial en la historia, ya que ella era la persona que se encargaba de cuidarlos, de hacer de madre con dieciocho años de aquél grupo de niños. Grabamos una entrevista con ella y la acompañamos al mercado. El día que teníamos que entrevistar a Deependra, Toni nos dijo que ni el niño ni Rita querían salir en el documental. Fue un duro golpe. No pensábamos ya en el documental. Me agobiaba pensar en qué podría haberle fallado a aquél niño. Estuvimos hablando al día siguiente. A Rita - que a su edad en Nepal era toda una mujer – los vecinos le habían criticado que estuviese todo el día con hombres occidentales. Ese era el motivo de que no quisiese grabar más con nosotros en el exterior. Respetamos su decisión sin un solo comentario. Por suerte ella continúo alegrándonos con su sonrisa y sus bailes.

    Deependra estaba raro. Yo podía intuir que el niño no acababa de ser feliz. Un día me dijo que cuando subiésemos a Monkey Temple, si queríamos podíamos hacerle la entrevista. Sólo había dos condiciones: que las niñas de la casa no estuviesen cerca y que aunque él hablaba inglés perfectamente, me contestaría en nepalí. Le dije que estaba de acuerdo, no tenía otra opción.

   Mientras Toni, las niñas y parte del equipo corrían asombrados entre los monos y los monjes; Deependra me iba contando que había estado enganchado al pegamento y a la marihuana, que había robado, que lo había pasado muy mal y que ahora era feliz. Que quería ser como Toni y en el futuro ayudar a los niños como él, pero que tenía que obligarse cada mañana para no volver a la calle. Todo esto sólo pude saberlo cuando conseguí un traductor de Nepalí. Era la primera vez que Deependra me hablaba así de claro. Antes o no quería hablar del tema o me había contado una versión mucho más suave. Amparado en su idioma se confesó con nosotros. Cuando, ya en Barcelona hicimos las traducciones, meses después de haber grabado aquella entrevista; Deependra había vuelto a la calle. Era algo que siempre sentimos como una amenaza. Un anochecer yendo de Kumary House a nuestro hotel, se produjo de repente una de aquellas escenas confusas de coches, motos y viandantes que eran tan habituales en las calles de Katmandú. La grabé por pura intuición y mientras estaba en el centro de tanto ruido de motos y coches que se detenían frente a mí o me pasaban por los lados, pensaba en Deependra. No sé porqué pero sabía que aquella sería la secuencia final de nuestro documental.

    Pocos días más tarde cuando bajamos de un avión en Pakistán, comenté con Antonia, nuestra productora que en el montaje sería fiel a todo lo que habíamos vivido, que contaría que “pagamos” a Viki por salir en el documental y que sinceramente no tenía claro si teníamos un documental o simplemente un conjunto de maravillosos recuerdos filmados. Antonia me dijo que si ponía que de alguna manera habíamos pagado, aunque fuese en forma de comida, UNICEF se nos tiraría encima y en cuanto a lo de que puede que no tuviéramos documental, que confiaba en mí para sacar algo de ese material. La verdad es que siempre tuve muchas dudas durante el montaje, pero al final me decidí a contar las cosas que nos pasaron y a olvidarme de todo lo que se tenía o no que hacer en un documental –cosas que en realidad nadie me había enseñado a hacer-. UNICEF no se nos tiró encima, nos dio un premio y aquello que no sabíamos si era o no un documental terminó estrenándose en los cines y ganando un Goya. Aquellos niños de Daleki, Viki y sus amigos, Deependra y todas las niñas de Kumary House nos habían dado mucho, muchísmo más de lo que nosotros les habíamos dejado a ellos. Ojalá que el destino algún día nos brinde la oportunidad de reencontrarnos.