Desde pequeño me gusta ver deportes en la televisión. Guardo preciosos recuerdos de estar sentado junto a mi padre viendo partidos de fútbol, de baloncesto, de tenis y madrugando para ver carreras de motos. De pequeño también me gustaba jugar a casi todo: al fútbol, por supuesto; pero también al baloncesto, al balonmano, al tenis, hasta al béisbol jugábamos en mi calle. Ahora sólo los veo por televisión. Lástima. Seguro que Matías consigue sacarme de este letargo deportivo y, a otro ritmo, vuelvo a darle algunas patadas a la pelota.
Uno de los deportes que más disfrutábamos, viendo juntos mi padre y yo, era el ciclismo. Tanto que mi padre se compró una bicicleta de carreras y juntos hacíamos unos cuantos kilómetros en los fines de semana y en las vacaciones de verano. En aquellos primeros años de nuestra afición ciclista las hazañas de Perico Delgado o Indarain eran inimaginables y las de Ocaña y Bahamontes un lustroso pasado, en blanco y negro, que me era ajeno.
Yo debí aficionare al ciclismo en el año 83. Mis primeros recuerdos están asociados al equipo Zor, a Alberto Fernández y Javier Mínguez. Imagino que en mi mentalidad infantil la idea de deporte estaba asociada necesariamente a la de elección y fidelidad a unos símbolos, a unos héroes. No sé en base a qué en el ciclismo me decanté por el equipo Zor y por Alberto Fernández corredor combativo, modesto y de prometedor futuro. En el año 84 Alberto Fernández murió a consecuencia de un accidente de tráfico. Fue la primera vez que fui consciente de que los héroes del deporte son igual de frágiles frente a la vida. Hasta que desapareció seguí siendo del Zor y en el año 86 celebré la victoria de Álvaro Pino en "la Vuelta". Después del Zor sólo seguí a los ciclistas españoles fuesen del equipo que fuesen. Así en el 88 me emocioné junto a mi padre viendo Perico Delgado ganar el Tour de Francia y en el 91 viendo nacer el mito de Indurain.
La Vuelta ciclista a España era, para mi padre y para mí, mucho más que una carrera ciclista de tres semanas. Representaba la posibilidad de asomarnos a los paisajes del Norte, a los Pirineos y los verdes valles de Euskadi, Cantabria y Asturias con su mítica etapa de los Lagos de Enol, vistos desde el helicóptero o desde las motos que acompañaban al pelotón. Soñabamos, mi padre y yo, con visitar algún día esos paisajes y, quizá, poder ver una etapa de "la Vuelta" a pie de carretera.
El 4 de mayo de 1992, mientras mientras el pelotón de "la Vuelta" rodaba desde Lleida a Pla de Beret y yo espera sentado en el sillón, dando alguna cabezadita, a que llegara mi padre y termináramos de ver la etapa juntos; sonó el teléfono y con ese timbrazo abusador se rompieron un montón de sueños, y descubrí que mi padre, mi único héroe de verdad, también era frágil frente a la vida.
Nada fue lo mismo desde aquel día. El ciclismo no fue una excepción. Apenas celebré los siguientes Tours de Indurain. Hasta llegué a aburrirme de verle ganar en París. Y así, entre casos y casos de dopaje, fui perdiendo todo el interés en el ciclismo. Hola la vuelta ciclista a Noruega pasa por mi pueblo. Todavía se me hace un poco raro eso de referirme, hoy, a Bjørkelangen como mi pueblo.
Y aquí estoy, hoy ya definitivamente más padre que hijo, con mi pequeño en los brazos, esperando para ver, por vez primera, una etapa ciclista a pie de carretera. Tantas ganas que teníamos de ver el Norte que la vida me acabó trayendo a habitar un un paisaje mucho más al norte de los verdes valles de Asturias. Feliz de empezar a acostumbrarme a que mi pueblo sea Bjørkelangen.
Ni cinco segundos tardó el pelotón, en una etapa llana, en pasarnos totalmente. Mucho más duró el show previo de coches de policía, de televisión y de radio y motos y más motos que abren camino al paso de los ciclistas. Matías disfrutó viéndolos pasar. Ojalá que le guste ver deportes conmigo, ojalá que le guste el ciclismo. Si así es, reciclaremos antiguos sueños y quizá un día viajemos al Sur para ver, a pie de carretera una etapa de montaña, una subida a los Lagos de Enol o al Col du Tourmalet.
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