lunes, 25 de mayo de 2015

Carmena / Colau



     Quizá, porque la mía fue la primera generación en 36 años que disfrutó de una infancia en libertad, puede que porque el pesado yugo del franquismo todavía pesaba sobre el cuello y la memoria de nuestros mayores, o tal vez porque la palabra "cambio" era todavía una palabra nueva e ilusionante; recuerdo perfectamente en el patio de mi colegio trinitario los niños hablábamos de política. Y la política ha sido una de las cosas en mi vida en las que he sido auténticamente precoz.

     Sin ser vecino de Madrid, recuerdo la figura, emblemática, de Tierno Galván como la del "alcalde-profesor", hombre culto y de mundo, madrileño y socialista que fue capaz de conseguir ser alcalde de Madrid durante dos mandatos: el primero, en 1979, gracias a un pacto con el PCE; y el segundo, en 1983, con una histórica mayoría absoluta. El 19 de enero de 1986 falleció Tierno Galván siendo todavía alcalde. Madrid, colapsada, le despidió en una multitudinaria manifestación de agradecimiento y afecto.




     La primera imagen que conservo de Pasqual Maragall es del día 17 de octubre de 1986. Se corresponde con la adjudicación de los Juegos Olímpicos del 92 a Barcelona. Desde 1983 hasta 1995 Pascual Maragall fue el triunfal alcalde de Barcelona. A mi llegada a Barcelona, pocos años después, ya había dejado el cargo y se postulaba como candidato a la Generalitat.
     Durante la grabación de los capítulos de la serie El meu avi dedicados a Pere Calders y Josep Pla coincidí con su hija Airy Maragall, una muy buena redactora y una excelente compañera. Fue durante el rodaje de uno de ellos (no recuerdo de cual) cuando tuve la oportunidad de saludar a Pasqual Maragall durante un desayuno en su masía. Era ya, en aquel momento, el Molt Honorable President de la Generalitat de Catalunya.
     Interesado en sus años como alcalde, compré y leí el libro: "La gota malaya: Pasqual Maragall, la obstinación y el poder". El pasaje que más me llamó la atención en esta biografía no autorizada, de los periodistas Luis Mauri y Lluís Uría, fue el relato de como Pasqual Maragall llevó una tarde a una niña a su colegio. Se cuenta en el libro que de vez en cuando el joven alcalde decidía pasar la noche en casa de algún vecino desconocido de algún barrio de Barcelona. Era su manera de tomarle el pulso a la realidad de su ciudad y a las necesidades, anhelos y demandas de sus vecinos. En una de estas visitas improvisadas, después de dormir en el sofá (si no me falla la memoria) y antes de despedirse de la familia, una de las hijas de los dueños de la casa regresó llorando del colegio. Sus amigos la habían acusado de mentirosa por querer convencerlos de que el Alcalde de Barcelona había pasado la noche en su casa. Pasqual Maragall retrasó un poco su agenda y decidió llevar él mismo, por la tarde, a la niña al colegio. Allí con el afectuoso saludo de despedida, la chiquilla quedó feliz y desagraviada ante sus incrédulos compañeros.
   




     En mi penúltima visita a Córdoba, el verano pasado, me encontré casualmente con un antiguo compañero de estudios. Los escasos minutos en los que intentamos resumir cómo nos va la vida dieron para que me confesara que ahora anda metido en política. Molesto con la situación actual, convencido de que su opción era la mejor, se le veía ilusionado. Decía que algo tiene que cambiar. Del viaje que hace poco inició mi antiguo compañero de estudios, hace ya mucho años que yo regresé. Quedé defraudado y molesto con "el cambio" y me fui dando un portazo, sabiendo que había perdido cualquier interés en volver. 

      Y, sin embargo, claro que la política me sigue interesando. Y ayer seguí, con la misma intensidad que seguí los minutos finales de la final de Lisboa, los resultados electorales que, de a poco se iban actualizando y que modificaban en mayor o menor medida el mapa político de mi país. Madrid y Barcelona se erigieron como lo que son: las dos ciudades más importantes de España y en ellas, tan parecidas y tan antagónicas a veces, se libraron las batallas más espectaculares. 

     Pocas horas después de conocer los resultados definitivos, se da por casi seguro que Manuela Carmena y Ada Colau serán las alcaldesas de Madrid y Barcelona. Y yo, aunque alejado de mi país, de Madrid y de Barcelona, de la política… me alegro un montón. Y tanto que me alegro. Recuerdo aquel final de canción de Ismael Serrano: "Que el destino no parió la miseria en la que duermes. Nació de las voluntades de mil hombres y mujeres. Que nada está escrito para siempre". Me alegro de que la voluntad de miles de hombres y mujeres vaya a hacer alcaldesas a Carmena y Colau, mujeres con las manos limpias y en cuya boca la palabra "cambio" vuelve a sonar decente, limpia, ilusionante.

     Ojalá que los próximos días confirmen los pronósticos, ojalá que pasen la escoba y sus manos sigan limpias, ojalá que la palabra "cambio" siga sonando bien, ojalá que cumplan y convenzan y se ganen el afecto de sus vecinos. Ojalá que nunca las vea en los cócteles con los que agasaja y emborracha el capital, ni sentadas en los palcos de los grandes equipos de fútbol de Madrid y Barcelona. 














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