Hoy el día ha amanecido lluvioso. Estaba previsto, pero igual, sabiendo de lo imprevisible de este clima, uno se acuesta pensando que quizá amanezca con un Sol espléndido. Para nada. Todo lo contrario. Amanece con una lluvia abundante y pertinaz.
Con media hora de retraso sobre el horario previsto (cambios de última hora de camisa, de zapatos, de chaquetas y de pañales) salimos con dirección Flateby. La lluvia, que se empeña en acompañarnos todo el camino, nos regala unos minutos de tregua a la llegada a la Enebakk kirke. Llegamos de los últimos, hasta los familiares que tienen fama de llegar siempre tarde se nos han adelantado esta vez. Tenemos que aparcar bastante retirados de la iglesia, motivo suficiente para agradecer al cielo la contención que nos permite llegar a la iglesia moderadamente secos.
Me detengo para grabar un poco para el vídeo familiar de hoy. La entrada a la iglesia, por una puerta muy estrecha excavada entre los enormes muros del templo, es caótica. Nathaly, Erik, Kevin y Matías me esperan en las últimas filas y, tras un primer golpe de vista, pensamos que no quedan asientos libres. Por suerte, un amable señor nos conduce hasta las primeras filas. En ellas los asientos más cercanos al pasillo están reservados para los confirmantes, pero el resto puede ser ocupado por los familiares. Es nuestro caso. Kevin, Matías, Erik, yo y Nathaly quedamos sentados en ese orden desde la recia pared blanca del ala derecha de la iglesia. Estamos apretados. Mientras intento, sin éxito, quitarme el abrigo, compruebo que toda la iglesia es un caos de gente intentando encontrar un hueco para sentarse. En mitad del caos nos percatamos de la ausencia de Gissella y Teresa. Mi "yo" competitivo se alegra de no haber sido el último en llegar mientras mi "yo" racional intenta encontrar un motivo para este casi alarmante retraso de la madre y abuela del confirmante Christian. Aparecen por fin y vienen a sentarse junto a nosotros. Ahora sí que estamos apretados. La situación, sobre todo para el pobre Kevin: embutido contra la pared y debajo del púlpito, es casi claustrofóbica. La dureza y rectitud de los asientos hace deseable, casi imprescindible una ceremonia corta, breve, concreta y concisa.
Con la situación, por fin, bajo control, cuando todos han encontrado su lugar en esta iglesia terriblemente incómoda para estas ocasiones multitudinarias; entran los confirmantes. Christian es de los primeros y, casualmente, queda ubicado en una de las dos plazas que nuestro banco tenía reservadas para los protagonistas. Después de los primeros minutos ya tengo claro que de ceremonia corta, breve, concreta y concisa, nada de nada. Erik hace lo posible para que Matías esté entretenido y no sea un nuevo factor de caos en el orden recién establecido entre los enormes muros de esta incómoda iglesia.
Una catequista, quizá de vocación "pelín" frustrada, se empeña en amenizar la ceremonia con su voz. Gran amante de los musicales, imagino, pone todo su afán en ejercer de solista, pasillo arriba, pasillo abajo, miradita a la derecha, miradita a la izquierda; alargando y alargando la ceremonia y con ello nuestra incomodidad e inquietud. Desconocemos cuánto rato más podrán aguantarán nuestras espaldas, los hombros de Kevin y la paciencia de Matías.
Casi por sorpresa, llega el momento esperado: los confirmantes se ponen de pie y se dirigen hacia una pequeña abertura, gemela de la entrada, que da acceso al altar. Lo curioso de la situación es que, por el diseño de la iglesia, el momento capital del acontecimiento de hoy queda oculto a los ojos de la mayoría de familiares y amigos íntimos que han tenido a bien abarrotar la iglesia, fastidiarse la espalda y ser involuntarios espectadores del "Tú sí que vales" particular de la catequista.
A la salida, el cielo, quién sabe si provocado por tanta desafinación, no concedió una segunda pausa. Me tocó una carrerita hasta el coche para evitar que el resto de la familia quedara hecho una sopa.
Media hora más tarde llegamos al Thon Hotel Arena de Lillestrøm. La lluvia dejó de ser un inconveniente y las incomodidades desaparecieron: una sala espaciosa, cómodas sillas y comida rica y abundante. Si hay que poner un "pero", pero sólo uno, tengo que decir que la temperatura estaba un poco alta. Lo que sumado al empeño que Erik y yo pusimos en no dar nuestro brazo a torcer ante la lógica de Nathaly: "por qué no os quitáis las chaquetas de una vez?"; provocó que superásemos con creces el consumo recomendado de botellines de pepsi cola.
Como es habitual en las confirmaciones noruegas la comida fue amenizada con canciones, discursos, vídeos de fotos, y hasta con la aparición del cuerpo de música al que pertenece Christian. Justo es señalar que alguno de los números musicales resultaron gratamente ingeniosos gracias a la utilización de globos, sillas y bombas de confeti.
En realidad tengo que confesar un segundo (y esta vez sí que último) "pero". Este debido a mi, todavía, bajo nivel de comprensión del idioma y costumbres noruegas, y a la falta de información y coordinación con la hermana de Nathaly. Yo manejaba la información privilegiada de que Gissella se había pasada buena parte de la madrugada anterior haciendo tartas. No el cocinarlas y sí el transportarlas al hotel fue lo que motivó el retraso de Gissella y Teresa. Aprovechando lo del vídeo familiar y con la excusa de hacer unos planitos de la comida, nada más entré en el comedor me acerqué a la zona de las tartas para calcular el hueco que era necesario dejar en el estómago para la hora del postre. Siendo absolutamente sincero tengo que confesar que la visión de las tres tartas que. junto a dos pudines y una fuente de frutas, poblaban la mesa de los postres; me resultó bastante decepcionante. La realidad de una trata de chocolate de gran extensión pero algo flaquita y escasamente decorada, y dos tartas de gelatina de fresa rodeadas con nata; chocaban frontalmente con todo lo que yo había imaginado que Gissella elaboraría para la confirmación de Christian. Por culpa de la decepcionante tarta de chocolate abusé de las gambas, el salmón y la carne, y por culpa del calor, como ya he reconocido anteriormente, abusé de la pepsi. No obstante y a pesar de dichos abusos, llegado el momento en el que el padre de Christian anunció que quedaba abierto el momento postres y café; no dudé en servirme una generosa porción de la tarta de chocolate. La tarta, que no estaba del todo mal de sabor, sí que estaba seca y dura. Erik, sentado frente a mí, y con una porción más o menos igual de generosa, cruzó una inmediata mirada de "coño, qué está dura la tarta y anda que no nos hemos puesto un buen trozo". Imposible que esa tarta pasara por la garganta sin ayuda de un nuevo botellín de pepsi.
Llegados a este punto, no dudé en preguntar a Teresa cómo Gissella había podido cometer esa aberración pastelera. La respuesta fue lógica y esclarecedora: "esa tarta no la ha hecho Gissella, las suyas vienen después".
Cómo que después? Cuándo es después? Resulta que una cosa es la hora del postre y otra la hora de las tartas. El resultado de esta confusión fue que cuando llegaron las espectaculares tartas de Gissella mi estómago estaba a punto de estallar. Conseguí forzarlo un poco más y al menos pude probar un trocito insignificante de la "playstationtarta". Riquísima. Después de dejar constancia de mi amarga protesta, convine con Gissella en que para la próxima ocasión se hacía justo y necesario el empleo de un código de señales que me mantuviese alejado mi goloso instinto de postres previos a la traca final.
Disfrutamos de una buena celebración, nos reímos bastante, nos hartamos de comer y beber, Matías corrió, corrió y corrió se tiró al suelo, se subió a las sillas, probó la sandía, se hartó de sandía, se comió un helado y se dedicó a tener intervenciones destacadas en el "momento discursos".
De vuelta a casa, sale el Sol y presagiamos un buen domingo.
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