jueves, 27 de febrero de 2014

Entre dos aguas.







     El año pasado Paco de Lucía dio un concierto en Oslo. No fuimos a verle. Faltaban más o menos cuatro semanas para que nacieras y, aunque me apetecía mucho verle tocar en directo, no quería que mamá se cansara. Mamá, en realidad, sí que quería ir, supongo que más por mí que por ella. Tratándose de ti y en esas últimas semanas, yo era terriblemente cobarde. Lo único que quería era que fueran pasando las horas, los días, las semanas; y tenerte por fin en nuestros brazos. Además, pensé, seguro que habrá otra oportunidad, seguro que algún santo o alguna conjunción planetaria tendrán a bien que volvamos a coincidir en lugar y fecha oportuno con un concierto de Paco de Lucía.

     Ya no será posible. Ayer, a los 66 años de edad, murió por sorpresa en la otra orilla del Atlántico.
Cuando pasó por Córdoba, yo ya había huido a Barcelona, y cuando pasó por Barcelona mi economía de estudiante a destiempo no daba para pagar la entrada. Y además, siempre pensé que tarde o temprano llegaría la oportunidad de poder verle tocar en directo. Ya no será posible.

     De niño, mis padres intentaron que aprendiera a tocar la guitarra. El mástil parecía enorme y mis dedos, pequeñísimos, luchaban para poder presionar las cuerdas contra los trastes. De mayor, lo volví a intentar. Mis dedos eran un poco más largos pero igual de torpes. No me quedó otra que asumir que, por mucho que lo intentara, ni siquiera llegaría a poder tocar una de esas cancioncillas de iglesia que con tanta facilidad tocaba alguno de mis compañeros de Salesianos. En los pocos meses que duraron las clases de mi segundo intento, apenas aprendí a tocar las primeras notas de este inmortal "Entre dos aguas". Ojalá, querido Matías, que no heredes mi torpeza, ni mi desánimo.


   
                                   




     Le leo a Estrella Morente el siguiente mensaje en Instagram: "Maestro, dígale a mi padre lo mucho que lo quiero. Y que le diga él cuánto lo admiro a usted. Paco de Lucía. Eterno".
     Puedo hacer mío este mensaje sin cambiar ni una palabra. No me cuesta imaginar ese Cielo donde se encuentren Paco y Enrique, se abracen y se cuenten. No me cuesta imaginar que aparezca Camarón y Ravi Shankar y se les una Juan Gómez, Juanito, el futbolista más flamenco que ha parío mare. En ese Cielo eterno en el que no me cuesta creer, imagino también a tu abuelo Joaquín, más tímido, menos flamenco, acercarse para decirle a todos ellos cuánto los sigo admirando. Quizá también Kieslowski aparezca, y espere tranquilamente hasta poder decirle a Paco que no tenía idea de que su trilogía: Azul, Blanco y Rojo fuesen sus películas favoritas.
     Y allá los dejo, en ese cielo eterno en el que no me cuesta creer; presentándose, abrazándose, hablando de sus cosas, de su arte, recordando, tocando y cantando.





   
     


No hay comentarios:

Publicar un comentario