miércoles, 5 de febrero de 2014

El niño que miraba el mar







     Matías cumple hoy su séptimo mes. Este cinco de febrero se presenta con menos nieve, con bastante menos frío de lo habitual para este tiempo y lugar. Estos últimos días no hemos necesitado encender la chimenea.
     Matías está aprendiendo a controlar su cuerpo, continúa haciendo la "croqueta" por toda la alfombra, deseando escapar de su límite bermellón y alcanzar las tablas de pino del suelo; en ellas, Matías se desliza con gran agilidad de espaldas y en espiral hasta acabar debajo del alguno de los sofás o bajo el  mueble de la tele. En ocasiones Matías alcanza el límite norte de la alfombra y se acerca peligrosamente a las estanterías de libros. Es el momento de levantarse rápido del sofá y tomarlo en brazos antes de que se dé un buen golpe con los cantos de la librería. Ya no es suficiente con desplazar a un lado la mesita que ocupaba el centro de su alfombra, Matías se mueve ya tan rápido que hemos tenido que ponerla entre los dos sofás y la puerta de la terraza.
     En estos últimos días Matías ha aprendido a ponerse de rodillas, intenta gatear pero todavía no domina la técnica y en la mayoría de los casos, después de tomar impulso y volver a tomar impulso y volver a tomar impulso; acaba lanzándose en plancha. Suerte que la alfombra es lo suficientemente mullida.
     Llevado por el entusiasmo que le provoca escapar del límite bermellón, Matías ya se ha dado un par de "cocos" con las tablas de pino del suelo. La primera vez, miró extrañado, como intentando recordar qué era el dolor; después lloró unos segundos y al poco ya estaba calmado en mis brazos. Los siguientes "cocos" no produjeron en él más que unos segundos de silencio antes de volver a darse la vuelta o empezar a reír al vernos a nosotros tratar de quitarle importancia al coscorrón.

     La semana que viene Nathaly empieza a trabajar y Matías se queda conmigo en casa. En los próximos tres meses mi oficio es cuidarle y aprender noruego. Veremos las Olimpiadas, veremos películas, escucharemos música, pasearemos por el pueblo y haremos frecuentes visitas a la farmacia en busca de comida y un beso de mamá.
     La principal preocupación de Nathaly es precisamente la comida. Desde hace dos semanas estamos empezando a darle papillas y fruta para que se vaya acostumbrando a comer. De momento el resultado es un fracaso absoluto. Hemos insistido tanto con la lactancia materna que ahora Matías no quiere otra cosa que no sea "su leche". Lo Hemos intentado con papillas caseras probando diferentes tipos de harina ecológica, con y sin gluten; con manzana molida, plátano molido y hasta con miguitas de pan. El resultado siempre es el mismo: Matías nos mira con cara de "pero esto qué es", después sonríe, y cuando parece que se lo ha tragado y tenemos otra cucharada lista, abre la boca y va dejando salir la papilla, la fruta molida o el pan.
     Hoy hemos probado con un potito ecológico, de esos que se supone que les deberían pirrar a todos los bebés. El resultado ha sido aún más catastrófico. No parece que el problema sean los sabores sino la técnica de Matías, más bien su falta de técnica con la cuchara o el biberón. Porque esa es otra: no hay quien le meta un biberón en la boca. Sólo parece ir acostumbrándose a tomar agua en uno de esos vasitos especiales para bebé, algo es algo.
     Yo no estoy preocupado, y mira que eso es difícil. Matías está creciendo sano,  fuerte y feliz,  y toma el mejor alimento posible; tiempo tendrá de probar y comer otras cosas. Mientras, a mí no me cuesta nada dar todos los viajes a la farmacia que sean necesarios.

     La otra gran novedad de estos últimos días es que Matías ya puede sentarse. Conseguimos una sillita de segunda mano que puede plegarse y le sirve también de escritorio. Ahora Matías se sienta a mi lado un ratito cuando estoy montando, nos mira hacer la comida y se sienta con nosotros a la mesa. Tiene dos cintas rojas atadas a su sillita, de una cuelga una cucharita y de la otra su Sophie. Mordisqueándolas y mirándonos, dando grititos de vez en cuando y siendo siempre el centro de atención; nos acompaña en cada comida.


     Sé, querido Matías, que aunque ya has visto el mar, todavía no estás en el tiempo de detenerte, y detenerlo todo, para mirarlo; y que la canción de este mes no es una nana. El caso es que el pasado 24 de enero, Luis Eduardo Aute dio un concierto en el Gran Teatro. A pesar de que algún buen amigo tiene dudas sobre el hilo de voz que le queda a Luis Eduardo, sin duda alguna por escuchar el más insignificante de sus susurros habría merecido la pena el precio de la entrada. Si el 24 de enero hubiésemos estado en Córdoba, hubiésemos aplaudido cada canción, cada frase, cada susurro y cada eco desde el patio de butacas del Gran Teatro.

     Poco antes de que nacieras ya escuchábamos esta canción, y durante tus primeros meses de vida más de una mañana despertaste con este niño que miraba el mar. Cuando pasen unos años, en cualquier regreso a Andalucía, nos daremos un paseo para mirar el mar, y mientras pienso en el niño que fui, intentando descubrir hasta que punto me acabé convirtiendo en su verdugo; me moriré de ganas por averiguar qué estás pensando tú, mi pequeño, sentado frente a la inmensidad del mar, frente a la inmensidad de tu futuro. Antes, mientras y después escucharemos al Aute de la voz clara, al que cantó mano a mano con Silvio y al del hilo de una voz profunda y preciosa.


 
                               






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