Tarde de entre semana. Matías duerme en los brazos de Nathaly. Me preparo un café y, al azar, elijo esta película para pasar el rato, y quién sabe si también para dar una cabezada. Apenas cinco minutos más tarde, cualquier rastro de sueño ha desaparecido, y no por efecto de un café del que tan sólo he bebido un par de sorbos. Un par de secuencias son suficientes para tener claro que esta película me va a gustar, que me va a gustar mucho.
Una hora y trece minutos más tarde, llega este momento: clase de violín, una alumna interrumpe a su compañero y un maravilloso Christopher Walken narra la siguiente anécdota.
Son putas semicorcheas, Steve, deja de exprimirlas.
Chicos si discutís hacedlo con corrección y por favor intentad no centraros en los errores. Con vuestra edad conocí al gran Pau Casals. Estaba tan intimidado que ni podía hablar. Debió de notarlo porque en lugar de charlar, me pidió que tocará. Eligió el preludio de la Suite número 4 de Bach. Me concentré, respiré hondo, empecé, la notas fluían, la música flotaba y fue la peor pieza de toda mi vida. Toqué tan mal que tuve que parar a la mitad.
Bravo, me dijo él, muy bien.
Me pidió que tocara algo más. Una segunda oportunidad, me dije. Nunca había tocado peor.
Maravilloso, espléndido, me alabó.
Y cuando me fui esa noche, me sentía fatal por mi interpretación, pero lo que realmente me molestaba no fue como toqué sino Casals, su insinceridad.
Años después lo vi en París, y yo ya era profesional y tocamos juntos. Nos hicimos amigos y una noche, tomando una copa de vino, le confesé todo lo que pensaba de toda la mierda que me soltó en Los Angeles. Y se enfadó, cambió de actitud, agarró su chelo.
Escuche, me dijo. Y tocó esta frase.
No tocó eso? Su digitización, lo hizo usted y era algo nuevo para mí. Era bueno. Y aquí no atacó este pasaje con un movimiento ascendente así
Casals subrayaba las cosas buenas, las que le gustaban. Él te motivaba. Y el resto dejádselo a los imbéciles, o como queráis llamarlos, que juzgan contando los fallos.
Puedo agradecer, y también debería hacerlo usted, me dijo, por una sola frase singular, por un único momento singular.
Guau, sí, guau, Pau Casals. Un maestro.
En esta película sobre la música, sobre el amor a la música, el trabajo, la profesionalidad, la búsqueda de la perfección y el reconocimiento, la enseñanza, el sacrificio, la enfermedad, el amor, la familia, el desengaño, la traición y la amistad; en esta película que habla de la vida; la secuencia transcrita más arriba, para mí, ya habría merecido el precio de la entrada.
Pocos días después de haber visto la película, leo la noticia de la muerte por sobredosis de Philip Seymour Hoffman. El personaje al que da vida con toda la credibilidad que sólo un gran, grandísimo actor puede dar a sus personajes; es el segundo violinista del cuarteto, un hombre disconforme con su papel y que aspira, después de muchos años de realizar lo que él considera un papel menor; a compartir el puesto de primer violinista. Su aspiración, legítima, pondrá en riesgo su matrimonio, su autoestima y la vida del cuarteto.
Su muerte, como todas las muertes tempranas, como todas las muertes a destiempo, como todas las muertes accidentales, como todas las muertes causadas por la droga; es estúpida. Su muerte deja huérfanos a un puñado de buenos personajes a los que otros darán una vida una vida mucho más vulgar en la pantalla. No puedo dejar de preguntarme qué lleva a una persona normal (no pienso que cualquier gran actor sea nada más y nada menos que una persona normal, con la suerte o la desgracia de tener mucho más de todo que la mayoría de las personas normales ) a autodestruirse. No puedo dejar de pensar que a veces resulta perfecto ser sólo el segundo violinista.
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