Mi primera comida en Barcelona fue en el Burger King de Las Ramblas. Mi, recién conocido, compañero de piso, era adicto a este tipo de comida, a la coca cola y a la televisión. Debí haber prestado más atención a este tipo de detalles y haber iniciado de inmediato la ardua labor de encontrar un nuevo lugar donde vivir.
Aquella primera comida en Burger King también era la primera que hacía en un "burger". En Córdoba acababan de abrir un McDonalds, en el centro comercial de El Arcángel, pero durante mis últimos meses en mi ciudad siempre me negué a comer allí.
Durante casi todo mi primer año en Barcelona, Burger King y McDonalds fueron casi los únicos "restaurantes" que con nuestra tiritante economía, alguna que otra vez, podíamos permitirnos mis compañeros de estudios de cine y yo. La excepción la representaba algún buffet libre a 9 euros al cual alguna vez decidíamos ir, con el falso convencimiento de que llegando a partir de las dos, llenando bien el estómago e intentando alargar la comida hasta durante algo más de dos horas; conseguiríamos ahorrarnos la cena de esa noche. Horas más tarde descubría que era misión imposible engañar al estómago.
En nuestro segundo año de estudios, sin una mejora sustancial de nuestra economía, empezamos a dejar de ser clientes ocasionales de Burger King y McDonalds. No recuerdo si fue alguien de nuestro grupo quien propuso el cambio o si la idea surgió de forma espontánea y coral. El razonamiento fue más o menos el siguiente: las veces que nos juntamos para comer fuera son pocas muy pocas, el precio de un menú burger es de unos siete euros e incluye hamburguesa, patatas fritas pre-congeladas y coca cola, el precio de un menú en un restaurante modesto es de 8 euros e incluye primer plato a elegir, segundo plato a elegir, postre, pan y cerveza o vino: definitivamente el euro de ahorro que suponía comer en un burger las pocas, poquísimas, veces que nos juntábamos para comer fuera no merecía la pena.
Cuando el grupo de estudiantes con aspiraciones de dirigir películas se desintegró, y mi recién adquirida vocación de operador de cámara empezó a dar sus frutos, mejorando suficientemente mi economía; descubrí que en el número 3 del Carrer de Montsió se escondía un restaurante con historia que ofrecía un menú sólo un poco más caro que el de los restaurantes a los que tantas veces había ido en el más transitado y paralelo Carrer Comtal.
Breve Historia de 4Gats
Esta historia comienza en París a finales del siglo XIX. Pere Romeu trabajaba como animador y camarero en el cabaret Le Chat Noir. Seducido por ese ambiente, decidió crear en Barcelona un restaurante parecido. Tenía que ser como una taberna: comida barata y música de piano. Lo apoyaron económicamente algunos amigos, entre otros, Ramon Casas y Santiago Rusiñol.
Els Quatre Gats fue inaugurado el 12 de junio de 1897 en la calle Montsió, en un local situado en un edificio proyectado por el arquitecto Puig i Cadafalch. Llamaba la atención porque era insólito, se podían ver detalles refinados y artísticos combinados con objetos característicos de un hostal tradicional. Era algo más que un «remedo del chat noir» como dijo Rubén Darío, uno de los primeros ilustres visitantes, sino no se habría convertido en un lugar legendario. Todos los que pasaban por Barcelona visitaban el local, sería interminable la larga lista de asiduos. Esperaban algo diferente a una buena comida. Como decía Rusiñol, lo que era esencial era «el alimento del espíritu». Esto pretendía también Pere Romeu, que se sentaba con sus clientes y presidía tertulias en las que «se arreglaba el mundo». También se hacían espectáculos de sombras chinas y de marionetas y para anunciarlos Ramon Casas pintaba carteles siguiendo la moda de la época.
El año 1899, con 17 años, Picasso comenzó a frecuentar el local y realizó su primera exposición en la sala grande. También hizo el cartel que se utilizó como portada del menú de la casa. Por el local también pasaron músicos como Isaac Albéniz y sus amigos Enric Granados y Lluís Millet, arquitectos como Gaudí y dibujantes como Ricard Opisso. Las calles de Barcelona quedaron impregnadas de la bohemia que dejaron y aún hoy se puede respirar el aroma de aquellos que cambiaban impresiones sobre el futuro de su tiempo. Aquellos primeros años, los más luminosos y expresivos, han quedado retenidos en las mesas y ahora están colgados en las paredes. Allí están todos: Picasso, Casas, Opisso, Nonell, Rusiñol…; ellos dan fe de lo que sucedió durante unos años en los que vibró el sentimiento artístico de Barcelona y el de un local lleno de inspiración.
Pero Pere Romeu era un idealista y no un hombre de negocios práctico. Parece ser que si alguien no tenía dinero para pagar la consumición no lo tenía en cuenta ni le hacía lavar los platos. Además, los que pagaban abonaban un precio muy reducido. Así cada día había menos ingresos y se acumulaban más deudas. Hasta que en junio de 1903, cerró la cervecería que había abierto con tanto entusiasmo en 1897. El cierre dejó sorprendidos a todos los barceloneses. Pere Romeu se dedicó a otras actividades como el automovilismo pero continuó siendo pobre hasta su muerte, el año 1908, de tuberculosis. Su amigo, Santiago Rusiñol escribió: «aquel sitio pintoresco, lleno de sueños, que asustaban al menestral; aquellos cuadros de las paredes que las chicas de la casa no podían ir a ver porque les gustaban demasiado; aquella humareda de pipas que emborrachaba de ideas a los parroquianos de la casa; duerme en paz amigo, que te lo mereces. Solo habías hecho el bien, y no tengas pena de marcharte! Nosotros sí que te echaremos de menos, y en tí echaremos de menos una época en la que la fantasía hacía vivir».
Después, el local se convirtió en la sede de la casa del círculo artístico de Sant Lluc, hasta 1936, cuando la guerra civil lo cambió todo. Tuvieron que pasar muchos años para que Els Quatre Gats saliera de su letargo y comenzara de nuevo su camino. A finales de la década de los 70, tres empresarios del ramo de la gastronomía, Pere Moto, Ricard Alsina y Ana Verdaguer, se asociaron para volver a abrir sus puertas, con nuevas propuestas para el ambiente cultural barcelonés.
A partir del año 1989 el empresario Josep Mª Ferré, con renovado entusiasmo, comenzó a dirigir el restaurante y la «Casa Martí», donde está ubicado, fue restaurada el año 1991 en el marco de la campaña «Barcelona posa’t guapa». Actualmente continúan visitando el local personalidades de todos los ámbitos.
Algunos años más tarde, cuando mi bien aprendido oficio de cámara me había llevado a viajar por lugares que nunca imaginé visitar y había mejorado sustancialmente mi economía; pude grabar, en este mítico lugar de la Barcelona modernista, una entrevista que formaba parte del programa El meu Avi dedicado a Santiago Rusiñol. La grabación tuvo lugar en esta sala que preside el cuadro de Ramón Casas: "Ramon Casas y Pere Romeu en un tándem", como fondo para el entrevistado elegí los coloridos ventanales que quedan situados frente al cuadro.
Nathaly y yo hemos convertido en tradición almorzar aquí, al menos una vez, en cada regreso a Barcelona. Durante un año Kevin presumió y le vaciló a su hermano por haber estado comiendo en Els 4 Gats. Al año siguiente Erik pudo acompañarnos y Kevin repitió experiencia.
En esta Navidad recién inaugurada, Nathaly y yo miramos, con algo de nostalgia pero con mucha alegría, el estrecho entarimado que recorre el perímetro de la sala grande; en él están situadas las "mesas para dos" en las que tantas veces hemos compartido menú, intentando probar casi todos los platos a dos cubiertos y abusando un poco del vino de la casa.
La foto de abajo la tomó mi hermano, él y mamá compartieron mesa, mantel y vino con nosotros en este viaje. Fuera de plano queda Matías, quien nos mirará o dormirá en su carrito hasta que tenga edad para sentarse a la mesa con nosotros y sus hermanos.
En cada regreso a Barcelona, seguiremos fieles a nuestra cita con Els 4 Gats y mientras vamos de tiendas o camino de la Catedral, pasaremos un momento por la puerta para ver el menú y reservar mesa para un poco más tarde. Después disfrutaremos de la comida y, quizá, abusemos del vino de la casa. Felices, tremendamente felices, por ocupar una mesa en la planta baja junto a tu carrito o contigo y tus hermanos sentados a la mesa; no podremos evitar que la vista se nos escape alguna vez hacia el entarimado de arriba y recordemos los días en los que todo dio comienzo.
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