sábado, 27 de septiembre de 2014

Beautiful Girls



     Durante un tiempo, querido Matías, tuve la suerte de poder ir al cine 4 ó 5 veces a la semana. Fueron años poco felices, años en los que viví contando y contándome piadosas mentiras que, en el estado de letargo en que me encontraba, logré creerme sin mucha dificultad. Alguno podrá decir que la penumbra de las salas de cine facilitó y dilató mi letargo; yo, intentando ser sincero conmigo mismo,  soy más de la opinión de que fueron las películas las que consiguieron despertarme.
     Durante ese tiempo, aunque había conseguido convencer a tu abuela Matilde de que nos abonásemos a Canal+, no me gustaba ver películas en la televisión. Comparada con el cine, la pantalla me parecía ridículamente pequeña; comparado con el cine, el salón de casa era como una discoteca de ruidos a todo volumen. La utilidad del "plus" quedaba reducida a la grabación masiva de películas en cintas VHS y a velocidad LP para que en una cinta de cuatro horas entrasen cuatro películas. Ahora es fácil decir: cuánto plástico desperdiciado; pero en aquel tiempo los discos duros para conectar directamente a la televisión eran algo inimaginable. Grababa películas y las almacenaba sin verlas. Grababa sobre todo clásicos, películas que no había visto y que había que ver, películas con la etiqueta de imprescindibles; las grababa pero no las veía porque confiaba en que, en algún momento, las programaría la Filmoteca de Andalucía y así podría verlas, por primera vez para mí,  en la pantalla enorme de la sala Val del Omar de la Filmoteca de Andalucía.

      El salón de nuestra casa de Bjørkelangen es más tranquilo que el salón de la casa de la abuela en Córdoba y la televisión es considerablemente grande; por supuesto no es como una pantalla de cine, pero comparada con la televisión cuadrada de hace veinte años resulta enorme. Además, el cine más cercano está en Lillestrøm, a media hora de casa en coche, y el precio es realmente caro. Ahora, querido Matías, voy poco, muy poco al cine; casi todas la películas que veo: las muy malas, las malas, las regulares, las buenas y las imprescindibles, las veo en el salón de casa.




     Hace un par de semanas, en una de nuestras mañanas juntos, volví a ver una película de aquellos días de cine y poco más. Para mí es una de las imprescindibles. Un brillante retrato generacional donde ellas más que "beautiful girls" son chicas inteligentes. Ellos, por contra, son más bien torpes; tan torpes como lo era yo cuando buscaba refugio y respuestas en la oscuridad de los cines de Córdoba. 

     Desde hace tiempo le dedico algunas capítulos de este cuaderno virtual a algunas películas. Los motivos: el miedo a que un fallo en la memoria las borre de mi recuerdo y el deseo de compartir contigo, querido Matías los recuerdos de quien fui mientras me iba haciendo y los recuerdos de los años que tienen que ir pasando hasta que podamos sentarnos juntos en el sofá de este tranquilo salón de Bjørkelangen, apagar las luces, encender un par de velas y la pantalla de una nueva televisión, quizá inimaginable hoy, para ver alguna de las películas imprescindibles que de a poco iré anotando en este cuaderno. 



                                      

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