A veces, querido Matías, por la mañana, mientras juegas a traerme cosas, a desordenar los dvds, a corretear por el salón, pongo una película. Miro que no sea violenta y que no sea una de las que puede que le gusten a mamá. A veces, como en este caso, vuelvo a ver una que ya he visto antes.
Una noche, hace meses, vimos Aquí y allá. Una de estas mañanas contigo, querido Matías, buscando qué ver en la carpeta de la A, paso por este título. Lo recuerdo. Recuerdo haber visto la película, pero soy capaz de recordar ninguna imagen. Durante un par de días me resisto a volver a verla. Intento buscar en mi memoria y recuperar alguna secuencia. Sin éxito, una de estas mañanas contigo, querido Matías, vuelvo a verla. Secuencia a secuencia voy recuperando las imágenes y los diálogos perdidos. La película parece extremadamente sencilla, quizá es por eso que con ella sufrí un pequeño ataque de amnesia; y es en su aparente sencillez donde habita su grandeza. Narrada con pulso tranquilo, mirada serena, de planos largos, sostenidos, de diálogos en apariencia improvisados, de silencios capaces de decirlo todo, Aquí y allá, la película que casi olvido, es una pequeña obra maestra.
Cuenta la película, la pequeña historia de un hombre sencillo, obligado a emigrar y dejar a su familia durante un tiempo para procurarles un futuro mejor. La película arranca con un regreso y se cierra con una nueva despedida. En medio queda la ilusión de la llegada, el reencuentro, el intento por hacer de lo cotidiano algo extraordinario, el sueño de montar una banda, la esperanza de quedarse y ver crecer a sus hijas, juegos sencillos, pequeñas alegrías; en medio queda también la dificultad de la vida aquí y el dolor de la vida allá, quedan un puñado de sueños rotos y una cancioncilla para el recuerdo. Gente sencilla que no quiere ser pobre y perder lo poco, lo suficiente que consiguieron con gran esfuerzo; pero mucho menos ambicionan o desean ser ricos.
Grabando un documental en Marruecos, en Larache concretamente, conocí a un chico de unos 16 años que trabajaba en un bar. Limpiaba y servía te desde la primera hora de la mañana hasta más o menos las diez de la noche. En algún rato perdido, de poca clientela en el bar, salía un momento y compraba comida para su madre enferma. Después de cerrar el bar, cenaba con su madre y se jugaba al fútbol hasta la madrugada. Dormía poco, muy poco y trabajaba con ese horario infernal de lunes a domingo. Tenía, el chico, un tío en Suiza quien le había asegurada que, si conseguía llegar hasta allí, en el acto estaría jugando en un equipo de fútbol profesional. Viajar a Suiza era su sueño y su obsesión. Soñaba con salir de aquí y triunfar allá. Soñaba con regresar, triunfador, y sacar también a su madre de su aquí. Antes de irnos de Larache le regalamos algunas camisetas del FC Barcelona para que pudiera venderlas y conseguir así algo de dinero extra. Siento no haber reconocido su rostro en algún resumen, de algún partido de alguna liga europea.
Para mí, imprescindible. Si algún familiar o amigo íntimo ha visto Aquí y allá, le agradezco comparta conmigo sus impresiones.
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