lunes, 22 de septiembre de 2014
Casa de muñecas
Mamá, querido Matías, se acordó a tiempo de la fecha del último Sant Jordi. En Córdoba o Barcelona no habría ningún problema con acordarse en el último minuto. Aquí, en Bjørkelangen, a mamá le toca ser previsora y encargar los libros, en castellano, con al menos una semana de antelación. Así, por correo, entre un puñadito de libros perfectamente elegidos por mamá, llegó esta Casa de muñecas.
A mí me gusta mucho el teatro, a mamá también, pero a mí más. Tanto, que durante un tiempo fui un visitante fiel del Paraíso del Gran Teatro de Córdoba. En su ruta de provincias, no había estreno que llegase a Córdoba para el que yo no tuviese entrada reservada con semanas de antelación. Durante un tiempo guardé los programas de cada una de las obras de teatro que fui a ver. Aquellos programas y cientos de pequeños afiches de películas fueron las primeras víctimas de las mudanzas. Aún así, desde ya, querido Matías, te estoy juntando los programas de las obras de teatro a las que vamos juntos por placer, por trabajo o por las dos cosas al mismo tiempo.
Además de los programas, las mudanzas y el tiempo también borraron de mi memoria alguna de las representaciones a las que asistí. Tanto es así, que después de leer Casa de muñecas no podría asegurarte si alguna vez la vi en un escenario. Tal vez la historia de Nora sólo me sea familiar de oídas, de forma fragmentaria, por ser una de las grandes obras de teatro de la literatura universal.
Siendo como fuere, hace pocos meses, antes del verano, abrí y leí este perfecto regalo de mamá, adentrándome en sus páginas por vez primera. Con pequeñas pausas entre escena y escena, leí todo el libro en un día. Soy de los que piensa que una obra de teatro debe leerse casi en tiempo real, poniendo en nuestra imaginación el escenario, los decorado, el atrezzo y las voces de los actores; imaginándonos a nosotros mismo sentados en el patio de butacas viendo la representación.
Mamá me regaló este libro para que leyese algo de un autor noruego. Aunque Ibsen es mundialmente conocido y yo sabía de él y de Casa de muñecas, hasta ahora no lo había leído. Tú, querido Matías tendrás la suerte de no necesitar una traducción para leerlo. Podría parecer que Nora es un personaje de otra época, que ya no quedan Noras. Falso. La sociedad machista que retrata Casa de muñecas no está tan superada como muchas veces tendemos a creer. Todavía quedan muchas Noras, muchas "Caperucitas" que, sumisas, cumplen sus tareas y piden permiso para todo mientras, como canta Ismael Serrano, las devora el lobo feroz. Puede que al volver la esquina, puede que a miles de kilómetros, en la nuestra o en una cultura diferente; vivan montones de Noras que todavía no se han dado cuenta de que pueden ser libres o que todavía no se han atrevido a serlo.
Yo tuve la suerte de creer en una casa en la que mis padre, tus abuelos, se querían de verdad, se respetaban, se comprendían, se admiraban y trabajaban, cada uno en lo suyo, pero juntos para darnos el mejor hogar posible y que nada nos faltase. Mis padres, tus abuelos, no necesitaron leer a Ibsen, seguro que en sus vidas, en los que les rodeaban conocieron a bastantes muejeres-alondra-ardillita..., mujeres que no llegaron a ser Nora. Seguro que en sus vidas, en los que les rodeaban conocieron a demasiados Torvald.
A tu abuela Matilde también le encanta el teatro. En aquel tiempo, de sólo dos canales de televisión, hubo un programa mítico dedicado al teatro. Se llamaba Estudio 1. Puede que viera, puede que no, puede que lo recuerde, puede que no, esta versión de Casa de muñecas.
Recuerdo que leí Casa de muñecas el mismo día que en Córdoba se estrenaba la obra Los hijos de Kennedy. Mi madre, tu abuela Matilde, no se anduvo lista y se quedó sin entradas. Mira que yo le avisé con tiempo. De haber vivido en Córdoba seguro que teníamos nuestras butacas reservadas desde el mismo día en que me hubiese tropezado con el cartel, paseando por el Boulevard. Probablemente nunca tengamos la ocasión de ver este texto representado, tal vez ni siquiera lleguemos a leerlo alguna vez. Los texto teatrales, salvo algunas excepciones entre las que figura Casa de muñecas, tienen una vida breve. Entre el reparto de Los hijos de Kennedy destacaba la presencia de Maribel Verdú. Ahora recuerdo que fue un viernes cuando leí Casa de muñecas. Lo recuerdo perfectamente porque cerré el libro y pensé que Maribel Verdú habría sido una excelente Nora. Entonces llamé a mi madre, tu abuela Matilde, y me dijo que ya no quedaban entradas.
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