Hará ya cerca de 10 años que fui cámara del programa de TV3, producido por Media 3.14, El Meu Avi. Uno de los capítulos fue el de
Josep Pla, una ombra en el paisatge. Lo realizaba mi amigo, y a la postre mentor, Uri García; la redactora era Airy Maragall. Tengo el recuerdo de un rodaje relajado, sin prisas, sin estridencias, casi de amigos. No sabría decir si fue a finales de primavera o a principios de otoño. No era verano. Recuerdo que nos bañamos en Calella. No había muchos turistas. El agua estaba fría. Recuerdo un paseo en globo por el Ampurdá. Debieron ser dos pero, a la hora de levantar de nuevo el vuelo, sopló la tramuntana y amenazó con llevarnos hasta Mallorca. Los "globeros" apagaron el quemador, recogieron la envoltura y cargaron la barquilla en su 4x4. Después, entre risas, nos obligaron a un desayuno pantagruélico en un restaurante de Llofriu. Recuerdo que la secuencia estrella, la que abría y cerraba el programa, la grabamos una noche, húmeda y fría, en la playa de Pals. Sobre una sábana blanca, sostenida por ceferinos, proyectábamos imágenes de Josep Pla. En la secuencia final, el viento volaba la tela y descubríamos las olas, brillantes a la luz de un HMI de 2000W, rompiendo en una orilla oscura. Recuerdo el Mas Pla, su chimenea, sus ventanales. Recuerdo que antes de empezar el rodaje, hojeé y leí las primeras páginas del
Quadern gris y quedé impresionado por su prosa aparentemente fácil, pero tan sonora, tan brillante en las descripciones. Recuerdo que quise comprar el libro, en catalán, por supuesto. La única edición que encontré era demasiado cara
para mí en un tiempo en que el trabajo y el parón compartían el mes a tiempos casi iguales. Quadern gris, de Josep Pla, en catalán, por supuesto, sigue siendo un libro pendiente.
Por si algún familiar o amigo íntimo tiene la curiosidad de ver el programa o al menos esa primera y última secuencia que tanto nos costó sacar adelante en la playa de Pals; aquí dejo un enlace a TV3, donde puede verse.
Josep Pla, una ombra en el paisatge - Televisió de Catalunya
Hace unos años, viviendo ya en Noruega, mi madre se encargó de comprarme los libros que, agrupados en diferentes colecciones, fue sacando a la venta el diario El Público. Una de esas colecciones se llamó
Biblioteca de la República, en ella se incluía este libro de Josep Pla. Hace pocas semanas, ya de vuelta de las vacaciones decidí leerlo. No encuentro en él la prosa que recuerdo haber ojeado y leído en las primeras páginas de un
Quadern gris propiedad de Media 3.14. Lo que encuentro es un dietario, la crónica de un tiempo en Madrid en que la decadencia de la Monarquía provocó la llegada de una, a veces, improvisada República.
Ejerce, un joven Josep Pla, de periodista, de cronista de un tiempo tan confuso como ilusionante. Su visión es, la mayoría de las veces, irónica y lúcida; la visión de un catalán en Madrid, de un pagés del Ampurdá en la Corte, una Corte que se derrumba. Josep Pla se limita a narrar lo que va viendo en Madrid, las reuniones a las que asiste, encuentros con otros catalanes que ahora aspiran a un puesto en el nuevo gobierno republicano o a una embajada en la deseada Europa. Apenas hay juicios de valor, apenas hay opinión más allá del desagrado que al joven Pla le producen algunas de las costumbres de la capital. Sin embargo, se desprende de su ironía, de su neutralidad, un indisimulable aire de desconfianza o pesimismo.
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Josep Pla en 1917 |
Le escucho el otro día, a un niño de once años, en un programa de Telecinco que el problema de España es el bajo nivel cultural de sus políticos. Algo tan obvio que hasta un niño de 11 años se ha dado cuenta. El escaso, escasísimo nivel cultural de la mayoría de los políticos españoles es inversamente proporcional a su desmesurada ambición de dinero y popularidad. A las pocas luces, al nulo uso de la lógica, a la falta de conocimiento de la historia y a la desmedida ambición por lucrarse y buscar una buena poltrona en el palco de un estadio de fútbol; sólo hay que añadir una notoria desafección y desinterés por el trabajo para entender el porque de la crisis que asfixia a miles de familias españolas. Clase política en decadencia que provoca el nacimiento de algo nuevo, algo quizá improvisado, algo ilusionante.
Dos líderes cada día más valorados por la gente de la calle: Pablo Iglesias y Oriol Junqueras. De Pablo Iglesias sólo conozco su imagen televisiva, su capacidad docente y parte de su discurso. Con Oriol Junqueras compartí días de rodaje en un programa para Barcelona Televisión: Barcelona sota el franquisme. Al inicio de cada programa sacábamos una foto a la calle y Oriol Junqueras, el profesor de historia, contaba a los ciudadanos que habían acudido a la llamada de producción o que tenían a bien detenerse delante de la fotografía de dos metros y medio; todo lo que había detrás de aquella captura, en blanco y negro, de un momento de la historia. Después en plató, compartía con Manuel Campo Vidal los primeros minutos de programa y tenía una sección dedicada a los sucesos de la época a la que estaba dedicada cada programa de los nueve que hicimos.
Fui el director de Barcelona sota el franquisme y antes y después de instalar la fotografía en el lugar elegido siempre tuve tiempo para hablar unos minutos con Oriol Junqueras, el profesor de historia y, creo, que ya por aquel tiempo alcalde de su pueblo. No le conocí como político. De él puedo decir que es un hombre inteligente, con sentido común, maestro de historia y amante de su tierra: Catalunya. A mí, que soy andaluz y que nunca tuve conflicto entre mi bandera andaluza y mi bandera española; nunca me ocultó su deseo, su confianza, casi su certeza de que algún día, más pronto que tarde y sin remedio, Catalunya sería un estado independiente. Hablábamos en catalán, los dos, y tengo un muy grato recuerdo de aquellos momentos.
Rescato esta vieja fotografía de una alumna del Observatorio de cine que trabajaba como becaria en el programa. Es significativo ver en la foto elegida para aquel programa un grupo de personas ejerciendo su indiscutible derecho al voto.
Ojalá que los políticos Pablo Iglesias y Oriol Junqueras no se olviden del maestro que fueron o siguen siendo, ojalá que no olviden las lecciones de historia. Ojalá que sepan, con los votos de la gente, construir algo nuevo, algo ilusionante. Ojalá que no defrauden a las buenas gentes de Catalunya y España, que buscan algo nuevo, algo tremendamente ilusionante porque están tremendamente cansadas de tanto político de cortas luces, nulo sentido común, desconocedor de la historia y con una ambición desmedida.