Ayer, 5 de noviembre, Matías cumplió cuatro meses. Cada día que pasa descubre cosas nuevas con las que sorprendernos. Esta feliz la mayor parte del día y ha empezado a soltar sus primeras carcajadas. Para él, reírse es abrir la boca todo cuanto puede y clavar sus preciosos ojos chispeantes en los nuestros. Tumbado en el sofá o un su cuna portátil, a veces empieza a hablar sólo, y su soliloquio comienza siendo el canto de un pajarillo y de a poco va cogiendo fuerza y al final, cuando ve nuestras cabezas asomadas encima de la suya, se deshace por alargar las vocales, y con la babita que le llena la boca, consigue unos graciosísimos sonidos burbujeantes.
Hace unos meses Matías era un poco más impaciente con el tema de la comida, y si su primer tímido reclamo era desoído, la cara y el cuello se le ensanchaban como preludio de un llanto inminente. Ahora Matías ya no me hace "marlonbrandos", nunca se enfada, casi nunca llora, es más paciente; y sólo con jugar un poco con él, cantarle y dejar también que él cante o subirlo a nuestras rodillas... es suficiente para que espere su comida unos minutos.
A Matías cada vez le gusta más estar con nosotros, cada vez se siente más parte de esta familia. Acaba de descubrir la mesa, después de mirar un ratito como los demás comemos, empieza a soltar tosecillas o grititos reclamando que lo tomemos y lo sentemos con nosotros a la mesa. Desde su trono, en nuestras rodillas, mira todas nuestras caras y sonríe, después se concentra en las cosas que hay sobre la mesa, intentando descubrir qué será todo aquello que nos vamos llevando a la boca.
En este mes, Matías, ha descubierto los baños de espuma, y también que con sus piececitos puede provocar un tsunami que desborda su bañera, nos moja la ropa y el suelo, y nos hace morirnos de risa.
Empiezan a picarle las encías, suponemos que sus primeros dientes ya están próximos, y en estos días su mejor juguete es cualquier trapo o baberola que pueda llevarse, con ansia, a la boca.
Matías es un bebé feliz que nos llena de felicidad a todos los que estamos junto a él.
Querido Matías, este noviembre que recién empezamos, es el mes que menos le gusta a nuestra amiga Maite. A noviembre le robaron una hora de luz, y es el prólogo lluvioso del duro invierno que nos espera en esta latitud. A noviembre, los centros comerciales intentan robarle su austera personalidad disfrazándolo de una Navidad de destellos multicolores. Quizá nuestra amiga Maite esta en lo cierto y noviembre es un mes triste, pero en este norte ningún mes resiste la comparación con un recuerdo andaluz.
Desde hace tiempo tenía guardada esta "Nana de lluvia" para este mes. La tenía guardada desde antes de saber que el 14 de diciembre Dios o el Universo han tenido a bien hacernos coincidir en lugar y tiempo oportuno con un concierto de Carlos Núñez, la tenía guardada incluso antes de intuir que nos mudaríamos de casa casi por sorpresa. La tenía guardada para este mes sólo por su título.
Hace unos días, cuando cogí el CD de Carlos Núñez, me encontré con que esta nana no es una nana para un niño: "El mismo mar que da la vida es el que se la lleva. Da de comer y come. Realidad delicada y monstruosa... Carlos se encontró en un concierto en Catania (Italia) con varios familiares de marineros muertos en una de tantas tragedias en el mar. Esta canción cuenta una de esas historias. Un amigo de Carlos le trajo esta letra dedicada a los que se quedan en el mar... y a los que se quedan solos en tierra"
Después de leer este párrafo pensé en cambiar la nana que había elegido para celebrar tu cuarto mes.
La melodía es preciosa y la letra una maravilla. La nana es triste, pero sin momentos de tristeza no conoceríamos el valor de la alegría. Este noviembre arranca lluvioso, pero desde las ventanas de nuestra casa nueva no me parece un mes triste.
Tu tío Jose me envía la foto del ramo del día de los difuntos. A tu abuelo no se lo llevó el mar, somos gente de secano, pero su marcha provocó un tsumani en nuestras vidas. Tantos años después y siento que todavía estamos braceando intentando alcanzar no sé bien qué orilla. Me asomo a las ventanas y, llueva, luzca el tímido Sol de este otoño o empiecen a caer los primeros copos de una nieve que apareció, escasa y repentina, hace unas horas; veo a tu abuelo y le cuento que seguimos nadando, señal de que estamos vivos, que te empiezan a picar las encías, pero que a mí mirándote, se me cae más la baba que a ti. Le pido que, aunque el mar no se lo llevara, encienda la luz de un faro próximo y nos ayude a llegar a la orilla. Te miro y te digo, ahora que sólo tienes 4 meses, que escuches la flauta de Carlos Núñez -si Dios quiere el mes que viene le verás tocar en el Gran Teatro de Córdoba- ; te digo que, cuando seas un poco más grande, te explicaré la letra de esta "nana de lluvia" que no es para un niño, y te contaré y te contaré y te contaré de tu abuelo que mientras estuvo con nosotros no permitió que la tristeza atravesase nuestras ventanas.
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