Poco antes de que naciera Matías, mi amigo Fernando y yo estuvimos unos días enviándonos por whatsapp fotos de los libros que estábamos leyendo o que íbamos a leer próximamente. Entre foto y foto se nos coló alguna pregunta, alguna recomendación y algún recuerdo.
Estos mensajes instantáneos me dejan un sabor agridulce: agradezco poder compartir, aunque sea instantáneamente y en pocas palabras el poso que me dejó un libro; pero me fastidia que esta distancia enorme no nos permita regresar a aquellas tardes de viernes en las que Fernando regresaba de Sevilla cargado de Bandas Sonoras y le echaba un vistazo a la colección de libros "Círculo de Lectores" que yo iba juntando. Esa enorme distancia convierte en un "este está bien" o un "a mí me gustó bastante" lo que podría haber sido una buena conversación junto a un café o una copa de fino.
Recuerdo que una ociosa mañana de domingo, antes de la llegada de Matías, a propósito de la recomendación de "Into the wild" de John Krakauer, Fernando me comentó que se le hacía muy difícil leer un libro si ya había visto la película y viceversa. No es mi caso. Desde los tiempos en los que el cine fue mi primera huída, me gustaba la idea de leer un libro y después ver la película, o viceversa. Reconozco que en la mayoría de los casos, si la lectura del libro precedía a la película, el resultado de ésta solía ser decepcionante. A pesar de ello, sigo viendo adaptaciones de libros que leí y comprando libros de películas que vi.
Desde esta enorme distancia, mantengo mi suscripción al Círculo de Lectores. Cada dos meses ojeo el catálogo digital y envío mi pedido bimestral por mail. Unas semanas más tarde mi agente del Círculo, le deja los libros a mi hermana, y ella me los guarda hasta que nos encontremos en Córdoba o Barcelona. Sucede que a veces, cuando, por fin, recibo mis libros, he olvidado cuáles había comprado. Alguna vez, incluso, olvido porqué compré alguno de ellos. Así sucedió con La Delicadeza.
La primera vez que lo tuve en mis manos, antes de quitarle el plástico protector, me pregunté si realmente yo había pedido ese libro. Nombre del autor, desconocido. Portada, poco sugerente. Título...
Como no recordaba si lo había pedido o no y tampoco es fácil reclamar desde esta enorme distancia, lo coloqué en la estantería de los libros solitarios (no tengo ningún libro más de ese mismo autor, y tampoco tiene acomodo entre libros siguen una misma temática). Poco tiempo después, buscando un libro no muy denso, me doy cuenta de que ese título, La Delicadeza, me suena de algo. Recuerdo un cartel de una película, la cara de Audrey Tautou en primer plano y de perfil. Pienso que probablemente sí que pedí este libro. De momento no lo leo. Elijo "Tú y yo" de Niccolo Ammaniti.
Con Matías ya entre nosotros, y después de un montón de semanas sin tiempo para leer, necesito encontrar otro libro no demasiado largo, no demasiado complicado. Es el momento de La Delicadeza.
A pesar de que todavía no tengo mucho tiempo ocioso, lo termino en tres días. Es un libro ligero, fácil de leer, escrito con un lenguaje cercano que huye de la pomposidad. La historia, es una increíble historia de amor, de dos amores en realidad, narrada alternando la voz de varios de sus protagonistas, personajes increíbles que rozan lo sublime y lo ridículo, y que hacen que la novela funcione, que me atrape, que me crea su historia, que por momentos tenga ganas de llorar y que muchas veces me ría en el sofá. Si esta enorme distancia no fuese tan enorme, y me pudiese tomar un café o un fino con mi amigo Fernando, se lo recomendaría; y si por aquellas casualidades de la vida, ya lo hubiese leído, sin ánimo de ejercer de críticos de nada, sería un gusto alargar el café o pedir una segunda copa de fino y compartir opiniones.
Pocos días después de terminar el libro, veo la película: decepción. Ya no me creo esta increíble historia de amor, a ratos no tengo ganas de llorar, ya no me río, a ratos me muevo irritado en el sofá.
Me preguntó porqué no han buscado un rostro nuevo para Nathalie, un rostro que nunca será el que miles de lectores hemos imaginado para ella, pero que al menos no será la cara de Amélie, con los gestos y la forma de hablar de Amélie. En la película Nathalie no roza lo sublime y más de un personaje está hundido en lo ridículo.
Pobre François, pobre Nathalie, pobre historia de amor inmortal resumida en una secuencia de ridículas fotografía dando la vuelta al mundo.
El plano secuencia final de la película me sorprende, es casi lo único que me gusta, es casi lo único que me recuerda al libro.
Termina la película y busco información sobre el director: sorpresa. Escritor y director son la misma persona: glups. Para ser exactos, el escritor escribió en solitario y el director dirigió a dúo con su hermano. Escribir es difícil, escribir bien es muy difícil, conseguir emocionar escribiendo es terriblemente difícil. David Foenkinos me emocionó con su novela.
Cuando estudiaba, dirigí sólo un cortometraje, pero hice la fotografía de más de 20. Dirigir una obra de ficción es muy, muy difícil, dirigir bien es terriblemente difícil, conseguir emocionar, conseguir una obra de arte es una proeza al alcance de muy pocos. No pertenezco a ese selecto grupo, por eso empecé a hacer documentales.
No puedo evitar preguntarme qué pensaría David, el escritor, cuando lápiz en mano, mutilaba su propia obra, redactando el guión de la película; qué imagen le devolvería cualquier espejo del set de rodaje, a David, el escritor, cuando se mirase en él entre toma y toma. Dirigir una película es una aventura llena de peligros para la autoestima. Sólo el hecho de llegar vivo al último día de rodaje es suficiente para ganarse mi sincero aplauso. Pero pienso que David, el escritor, quizá piense que David, el director, y su hermano, quizá debieron ceder la novela a otro director o tal vez debieron darse mucho, mucho más tiempo, antes de convertir las palabras en unas imágenes que a mí no me emocionaron.
David Foenkinos. |
Si mi amigo Fernando, o mi amigo David, que compartió clases de cine conmigo, hubiesen visto la película y leído el libro, el café podría alargarse o las copas multiplicarse; en el caso, claro está, de que esta distancia enorme no fuese tan enorme. Si bien es verdad que, a pesar de la distancia, pocos minutos después de escribir que sería bastante difícil conseguir un ejemplar de "La Virgen del Rocío entró en Triana", mi amigo Fernando me envió un whatsapp diciéndome que acababa de encontrarme varias ediciones de segunda mano. Sentados en el Gran Teatro, antes de que empiece el Concierto de Carlos Núñez, podré echarle un vistazo al libro que, quizás, gracias a la distancia fue tan fácil de conseguir.
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