lunes, 4 de noviembre de 2013

Camino del Rocio






     La televisión en color llegó a casa con un poco de retraso y gracias a una coincidencia: el día antes de que se emitiese el último capítulo de la serie Raices, nuestra antigua televisión en blanco y negro se averió sin posibilidad de un arreglo rápido. La nueva televisión llegó a casa pocas horas antes del comienzo del esperado capítulo final de la historia de Kunta Kinte.
     El vídeo también llegó a nuestra casa con un poco de retraso, pero no recuerdo ninguna coincidencia o circunstancia especial que propiciase su llegada. Lo que sí recuerdo perfectamente es que fue Camino del Rocío la película que lo estrenó.

     A mediados de los 80, en plena guerra entre los sistemas VHS, 2000 y Beta, mis padres acertaron, por pura casualidad, eligiendo un vídeo AKAI del sistema que se acabaría imponiendo pocos meses más tarde y de un tamaño enciclopédico, impensable para estos días donde tanto gusta lo extraplano.

     Con el vídeo en casa, la siguiente cuestión era hacerse socio de un videoclub. Mis padres eligieron el Videoclub Córdoba que no estaba muy lejos de casa y que tenía una gran cantidad de películas para elegir.
     A principios de los 80, la cercanía y la cantidad eran cuestiones importantes porque el sistema de alquiler consistía en comprar una película,  y abonar una cuota mensual que dada derecho a intercambiar tu película todos los días de la semana, excepto los domingos y fiestas de guardar. Y como todo lo que se estrena se estrena con unas ganas desmedidas, el paseo diario al videoclub, para conseguir una nueva película que había que ver sí o sí ese mismo día o noche o madrugada, se convirtió en una rutina ineludible.

     Entre todo el extenso repertorio de géneros y cintas que llenaban las estanterías del videoclub Córdoba, mis padres eligieron Camino del Rocío, y aquella primera noche de simulacro de cine en casa, sin cortes publicitarios y con el poder de detener y repetir que otorga el mando a distancia; toda la familia fue feliz sentada frente a la tele.

     Vinieron después infinidad de paseos al videoclub para cambiar de película. A mediados de los 80,
Conan, Ator, El Señor de las Bestias y cosas por el estilo hacían furor. También había una amplia sección de películas "verdes" con acento italiano y estanterías llenas de "españoladas". Cuando mi tio Francisco nos visitaba siempre cogíamos alguna de artes marciales, de aquellas de "El mono borracho contra...", y las veíamos juntos a una hora inaudita, antes de que él y mi tía Rafi regresaran a Montilla. Eran días felices, inocentes, días en los que era fácil soñar con un futuro todavía mejor que aquella libertad, y bonanza económica de clase media, recién estrenadas.

     Por ser la primera, y porque recordarla era recordar aquellos días de mediados de los 80, Camino del Rocío es para nosotros una película especial. Tanto que, pasados unos 20 años desde aquella primera vez que la vi, la puse para estrenar el apartamento de alquiler en el que hemos vivido los últimos cuatro años y medio, la casa a la que llegó Matías. En estos días hemos terminado una nueva mudanza. Estrenamos casa y esta vez también estrenamos hipoteca. En esta casa nuestra -y del banco- queremos pasar muchos años -ojalá que la próxima mudanza tarde y cuando llegué nos mude mucho más al sur-, queremos seguir ni más ni menos que como hasta ahora, y por eso un 28 de octubre -justo el día que se cumplen cinco años desde que aterricé en Noruega para quedarme- volvemos a estrenar un salón viendo Camino del Rocío.
 

 "CAMINO DEL ROCÍO" (1966) 

Dirigida en 1966 por Rafael Gil, es un drama musical protagonizado por Carmen Sevilla, Francisco Rabal y Arturo Fernández. Completan el reparto Guillermo Marín, Julia Caba Alba, María Luisa Ponte, Conchita Goyanes y Sancho Gracia.

Narra la historia de Esperanza (Carmen Sevilla) que está enamorada de Alberto (Arturo Fernández), un señorito rico y juerguista. Don Fernando (Guillermo Marín), el padre de Esperanza, no está dispuesto a consentir que se case con un sinverguenza como Alberto. José Antonio (Francisco Rabal), arrendatario de una finca de don Fernando, también esta enamorado de Esperanza pero no se atreve a competir con Alberto. La cosas cambian cundo el padre de ella, tiene un grave enfrentamiento con la madre de él.


     Buscando información, descubro que la película es una adaptación cinematográfica de la novela "La Virgen del Rocío ya entró en Triana", comenzada por Alejandro Pérez Lugín y terminada por José Andrés Vázquez.
     Sospecho que va a ser difícil encontrar este libro, pero esta Navidad preguntaré en la librería Luque. Si no hay suerte, lo intentaré cuando visitemos Sevilla.

     Más allá de la historia, costumbrismo andaluz con todos sus tópicos, y más allá de la dirección, la fotografía, el guión... me quedo con las secuencias documentales que recogen fielmente cómo era la Feria y El Rocío a mediados de los 60. Imágenes de un "Camino" que no ha cambiado tanto, un "Camino" que espero caminar completo desde Córdoba, junto a mi familia, algún día, un "Camino" 2014 en el que seguro pasaré alguna velá y caminaré sólo algunos tramos -Matías es muy pequeño para 9 días de peregrinación y a mí me cuesta horrores separarme unas horas de él- hasta llegar a Su Hermita.

     Cuando empecé a escribir este diario discontinuo, me prometí intentar no hablar mal de nadie. Hasta ahora creo que casi lo he conseguido, pero es que hay veces que...
     Leo algunas frases, para mí desafortunadas, ridículas y fachas, de Arturo Fernández, y me da una pena. Joder, qué pena. Porque me caía bien, me caía muy bien. Con mi madre y Nathaly fui a verlo al teatro, en Barcelona, el año pasado y me harte de reír. El caso es que leo lo que ha dicho últimamente y me entra la duda: se creyó el papel que lleva tantos años interpretando o nunca interpretó un papel y siempre hizo de sí mismo. Es que eso que ha dicho de que nunca haría de mendigo porque eso se puede pegar... Qué pena, de verdad, qué pena.
     Suerte que Arturo Fernández nunca leerá estás líneas y así casi que sigo cumpliendo con aquello de no hablar mal de nadie. Pero, ojalá que un buen director, uno de los buenos de verdad, que no andamos sobrados, pero unos cuantos sí que tenemos; le dé un papel en las antípodas de su trayectoria al que todavía sigo considerando un muy buen actor.

     


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