Mi nota en el examen de historia de la prueba de Selectividad es un 2. Este resultado es algo anormal, teniendo en cuenta que la historia me gusta y me interesa y que en otras asignaturas de la misma prueba saqué varios 9'5. Concretamente esa fue mi puntuación en el examen de Historia del Arte. La diferencia entre un examen y otro no fue de gusto o interés, tampoco de capacidad o tiempo de estudio; la diferencia estuvo marcada por la forma en la que nos prepararon para afrontar esos dos exámenes.
Ya habrá tiempo para escribir unas líneas hablando de Arte y recordando a mi magnífico profesor de Salesianos, D. Juan Manuel Palma. Pero ahora le toca el turno a la Historia.
Como decía unas líneas más arriba, siempre me ha interesado la Historia. En la EGB la asignatura de Historia es obviamente algo muy básico y el programa final siempre queda a medias. Al menos en mi época nunca se llegaba al final del libro en octavo, nunca se hablaba de la Guerra Civil española, de la Revolución Rusa o de las dos Guerras Mundiales.
Yo suponía que en el Instituto la cosa cambiaría. De hecho pensaba que en primero de BUP continuaríamos el guión de la Historia que habíamos interrumpido en octavo de EGB, y mi mayor preocupación era saber si nos saltaríamos las partes del libro de octavo que se suponía ya habíamos debido estudiar. En ese caso tendría un pequeño problema. Cuando, a principios de septiembre compré los libros de todas las asignaturas, no esperaba que el libro de Historia empezase en la Prehistoria y que llegase poco más allá del período árabe en la Península Ibérica. Empezar de nuevo otra vez, pero en esta ocasión a un nivel menos básico.
En tercero de BUP, tengo que reconocer que se me atragantó un poco la Historia de España. Tal sucesión de reyes a cada cual más enfermo o más inútil. Nunca supe poner en un correcto orden cronológico aquella letanía de nombres reales. Ese año tampoco pudimos llegar al final del libro, con la salida de Alfonso XIII, triste de él, hacía el exilio se nos agotó el tiempo. En clase, algunos, no pudimos disfrutar de la proclamación de la II República.
Cuando, a principios de septiembre, compré los libros de COU, tenía el temor de encontrarme de nuevo en la Prehistoria al abrir el libro de Historia. Temor sin fundamento esta vez. El grueso libro de Historia de COU llevaba por título en gruesas letras también: Historia Contemporánea. Ojeando el libro se podían ver capítulos dedicados a la Revolución Rusa, a las dos Guerras Mundiales, a Vietnam e incluso a la Revolución Cubana. El prometedor inicio de curso no tuvo continuidad y la asignatura terminó muriendo en las trincheras de la I Guerra Mundial. Sin rastro de la II República Española y la Guerra Civil y con apenas un esbozo de la II Guerra Mundial.
Pocos días después de terminado el examen de Selectividad, cuando aún estaba esperando recibir la nota; me crucé en el patio del colegio con el profesor de la asignatura. Me preguntó, ansioso, por las preguntas que habían caído en el examen. No pude mentirle en exceso y le comenté que no esperaba un gran resultado. Permaneció unos segundos en silencio y después de una, imagino, profunda reflexión, elaboró una complicada teoría según la cual, con lo que habíamos aprendido en clase y echándole un poco de lógica e imaginación, no deberíamos haber tenido problema en contestar las preguntas del examen. Según él las fechas exactas, por ejemplo, no era algo importante. Me preguntó por las respuestas que yo había dado. Se las intenté reproducir. Me dijo que estaban cargadas de lógica e imaginación. Quizá se convenció a sí mismo de que yo obtendría un buen resultado. Yo continué siendo pesimista.
Mi profesor de Historia en COU era don Germán, un sacerdote Salesiano, al que cariñosamente habíamos apodado Don Pimpón. Era un buen hombre y no dudo de que en otro curso, sin un examen de Selectividad acechando a comienzos de verano, hubiera sido un buen profesor. A pesar de la hora y media que pasé intentando combatir la ausencia de fechas y fronteras con lógica e imaginación, a pesar del 2 que me gané en el examen; le tengo cariño a D. Germán. Aquel 2 me bajó un poco la media, pero todavía iba sobradísimo para entrar en la Facultad de Derecho.
Le tengo cariño a D. Germán porque realmente intentó hacer de la Historia una asignatura interesante para los que no tenían interés en ella. Quizá fue por eso por lo que invirtió tanto tiempo en la Revolución Rusa, quizá por eso no le dio importancia a las fechas, los mapas y las fronteras. Decía, don Germán, que lo importante a la hora de fabricar una mesa es que tenga un tablero y cuatro patas, que las cuatro patas asienten bien y resistan, los adornos vienen después y suelen ser innecesarios. Qué cada uno se haga la mesa más bonita o más fea, pero que tenga cuatro patas y asienten bien. Esa mesa, imaginaria y básica, era todo cuanto debíamos retener, el resto se podía rellenar con una buena dosis de lógica e imaginación. Don Germán se adelantó a su tiempo. Mucho antes de que apareciese IKEA y sus manuales de instrucciones para montar una mesa básica, D. German, nos permitió usar en sus exámenes un esquema básico para conseguir un aprobado por los pelos.
Tal vez, a pesar del fracaso colectivo en Selectividad, consiguiese D. Germán parte de su objetivo. Quizá aquellos que no tenían interés en la Historia, recuerden todavía, 22 años más tarde, el esquema básico de la Revolución Rusa y de la I Guerra Mundial.
Le tengo sincero cariño a D. Germán porque además de lo de la mesa, solía contarnos parte de su historia personal. Hijo de un ferroviario, rodeado de muchos hermanos y viviendo con gran sencillez en su infancia y juventud. Nos contaba, D. Germán y los ojos se le iluminaban y parecía volver a ser un chiquillo, que el mejor regalo que le pudo hacer su padre fue la posibilidad de subir al tren usando unos bonos gratis y viajar y viajar y aprender viajando.
Muchas gracias, querido D. Germán, por el esfuerzo y la dedicación, por el entusiasmo, por sus historias y por la Historia básica que a todos nos enseñó.
Con el tiempo he reconocido que la culpa de aquel 2 en el examen de Historia de Selectividad no la tuvo D. Germán. Con 18 año tenía la capacidad para haber construido una mesa mucho mejor. La única responsabilidad de D. Germán fue no habérmela exigido. Pero su responsabilidad en esta cuestión es mucho menor que la mía.
Sea como fuere, el caso es que con 42 años tengo un gran desorden histórico en mi cabeza. Todavía no soy capaz de poner en orden cronológico la letanía de nombres reales que mal gobernaron España. He ido rellenando como he podido los huecos que los años de colegio e instituto dejaron en blanco o no se atrevieron a nombrar. Llegó, por fin, la II República y en cuanto al asunto de las diferentes guerras tengo una idea básica pero firme del quiénes y el porqué las provocaron. Tengo también la idea clara de que los libros de Historia, escritos en su mayoría por los vencedores, no pueden ocultar la terrible tragedia que cada guerra representa. Es imposible enterrar el cifras, en fechas, en conquistas, mapas y fronteras todo el sufrimiento que soportaron los nombres que no aparecen en los libros de Historia.
Quizá por todo esto que acabo de escribir me gustan tanto las novelas históricas. Con algunas fechas exactas, un poco de lógica y algo de imaginación algunos autores consiguen contarnos la verdad de la Historia.
Este Quedaos en la trinchera y después corred de John Boyne no ha tenido que pasar apenas por la estantería. Junto a Una arruga en el tiempo, encontró un hueco en la maleta de mi hermana y viajó de Barcelona a Córdoba y de Córdoba a Bjørkelangen. Lo he leído casi de un tirón aprovechando los últimos días de Sol de este corto verano noruego.
La historia de Alfie tiene lugar en Inglaterrra, algunos años antes de la historia de Bruno. La historia de Alfie, al igual que la de Bruno, tiene relación con la historia de sus padres. La historia de Alfie, como la de Bruno, es triste, pero su final no es tan sombrío. Lo peor de la historia de Alfie es saber que su historia y tantas otras historias que tal vez no encontraron un autor con suficiente lógica e imaginación para darles luz, no sirvió para evitar la terrible historia de Bruno.
Gran libro que cierro con cariño, libro que no dudaré en recomendar a Erik y Kevin y que intentaré guardar a salvo de mudanzas y termitas hasta que Matías tenga edad para leerlo.
Si alguno de los familiares y amigos íntimos que lean este capítulo, también ha leído la historia de Alfie, por favor, no dude en compartir sus impresiones.
Las novelas de John Boyne no han rellenado las lagunas que dejaron las clases de Historia. La confusión o la ausencia de fechas sigue presente y todavía soy incapaz de dibujar el mapa de los avances y retrocesos en cualquiera de la dos Grandes Guerras. Pero gracias a las novelas de John Boyne he podido viajar al Londres de la Primera Guerra Mundial, a los últimos años de la Rusia del Zar, a Berlín y a Auschwitz. Gracias a sus novelas he podido ver con claridad el mapa básico de los básicos sentimientos humanos.
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