sábado, 23 de agosto de 2014

Futbolín





     Kevin regresó ayer de su paseo de Leirskole. Llegó cansado y afónico. Hoy todavía arrastra el cansancio y parece que tiene un poco de fiebre. Caramelo tras caramelo y te tras te, está combatiendo el dolor de garganta. Su cansancio y su afonía son la prueba de que lo pasó realmente bien.
   
     Hoy empieza La Liga. Es una buena tarde de sábado para ver Futbolín. Mientras Kevin y yo vemos la película en el salón, mamá y tú estáis en la cocina. Mamá te está fabricando una especie de plastilina especial, apta para bebés. El color es verde. No quedaba ni rojo, ni rosa en el Rema. La masa moldeable es el resultado de mezclar unos cuantos ingredientes comestibles y el colorante elegido o el colorante disponible en el Rema en este caso. Y el verde es un color bonito, verdad? Lo primero que has hecho, después de superar la prueba del tacto, ha sido llevártela a la boca. Aunque es comestible, su sabor es muy salado. La idea es jugar con ella, no comérsela. El juego de hoy ha sido bastante simple: mamá y yo te hacemos pelotas y las dejamos en tu mesa, tú las tiras al suelo, nosotros las recogemos y las volvemos a poner en tu mesa, tu las vuelves a tirar al suelo...

     Creo que a Kevin no le ha gustado mucho la película. Puede que sea el cansancio. Puede que no. A veces su cara expresaba un profundo aburrimiento. Se está haciendo mayor. Está en esa edad en la que ya no le interesan las películas de dibujos animados, pero tampoco es recomendable que vea películas muy violentas o de miedo. por ejemplo. La verdad es que últimamente está siendo bastante difícil el asunto de las películas.

     El inicio me pareció interesante, pero si te soy sincero en la primera parte de la película yo también me aburrí un poco. Al final, la cosa se arregla. Un partido de fútbol desigual, con tintes épicos, el rico contra el pobre, David contra Goliat... siempre engancha. Igual no acabo de entender cómo le dio a Campanella (Juan José Campanella es un director de cine Argentino que a mamá y a mí nos gusta mucho) por hacer está película. Probablemente es un enamorado del futbolín. Quizá pasó su infancia jugando. Eso lo justificaría todo.

     No sé, querido Matías, si para cuando tú seas un poco más grande quedarán futbolines. Cuando yo era un niño había un par en los bares del pueblo. Reconozco que era malísimo, pésimo; pero me gustaba jugar contra mi padre. Sabía que se dejaría marcar un par de goles que a mí me pondrían muy feliz. Ahora que pienso esto, me da un poco de vergüenza no haberme dejado yo un par de goles este verano, cuando jugué al futbolín con tus hermanos. La verdad es que se pusieron muy vacilones, pero a mí no me hubiera costado nada hacerme el distraído en un par de pelotas. Ya le dije a mamá, que mi padre, tu abuelo Joaquín, era mejor padre que yo. Quizá es por eso que me gusta recordar mi infancia, para aprender de él. Seguro que la próxima vez que vayamos al Berrocal y juguemos al futbolín gano de otra manera.

     Cuando tenía trece o catorce años ya no era tan malo jugando al futbolín. En aquel tiempo había salones enormes, llamados "Recreativos",  llenos de videojuegos, también enormes comparados con los de ahora; de billares, de mesas de ping pong y de futbolines. Los Recreativo eran uno de nuestros lugares preferidos para pasar las tardes de los viernes. Allí aprendí a jugar, moneda tras moneda. La pareja que gana sigue jugando sin pagar, los que pierden ceden sus mandos a otra pareja y dejan una moneda en la mesa esperando que vuelva a llegar su turno. Cuanto más bueno eras más rato podías jugar sin pagar.
     No sé si en el pueblo quedan futbolines en los bares, hace mucho tiempo que no vamos. En Córdoba no queda ya ninguna sala de recreativos con videojuegos enormes, billares, mesas de ping pong y futbolines.

     A partir de los 15 años, en el Instituto, ya no pasábamos las tardes de los viernes en los Recreativos del Alpargate. Pero en los recreos íbamos a unos más pequeños, con sólo cuatro futbolines, que había frente a Salesianos. Allí el nivel era muy alto. Las partidas se hacían larguísimas. El tiempo alcanzaba para que jugaran sólo un par de parejas. Los demás comíamos pipas, muchas pipas.
     De aquellas partidas en tiempo de recreo me quedó un golpeo fantástico desde el muñeco delantero más alejado de mí. el extremo izquierdo. Se trataba de colocar la bola entre sus piernas, juguetear un poco con ella, quizá pasársela al delantero centro y un par de veces y, cuando notases una bajada de atención en el contrario, pegar un tirón oblicuo, como un latigazo, al palo corto de la portería rival.
     La última vez que recuerdo haber estado jugando "en serio" al futbolín fue durante el rodaje de un corto en un pueblo del Pirineo ilerdense. Fue en invierno. El pueblo era muy pequeño, más o menos como Tójar, pero con menos bares. Quizá no hubiese más que uno y por eso terminamos allí una noche que el rodaje dio una tregua. Había un futbolín, un precioso futbolín enorme y antiguo. Al principio todos lo miramos un poco de reojo. Después de un par de cervezas, alguien se acercó y echó una moneda. En un instante se formaron cuatro o cinco parejas al azar. Yo caí con alguien del equipo de cámara que jugaba muy bien atrás. Aquella noche descubrí que el golpe del extremo izquierdo es como montar en bicicleta: por muchos años que hayan pasado no se olvida. Aquella noche jugamos al menos un par de horas, aquella noche pagamos muy pocas monedas.

     Quizá a tu hermano Kevin le hubiese gustado tener un futbolín en su paseo de Leirskole. Mañana le pregunto. Ojalá que para cuando tú, querido Matías, llegues a poder asomarte al terreno de juego queden futbolines para que podamos jugar juntos. Prometo ser como mi padre, tu abuelo, y dejarme un par de goles sin que se note mucho. Ojalá que para entonces el Berrocal siga abierto y el futbolín siga frente a la barra.

     He disfrutado mucho jugando al futbolín, al de verdad, al grande. Los pequeñitos que venden para jugar en casa son una porquería que no sirve para nada. No creo que alguna vez tengamos una casa tan grande como para tener un futbolín de verdad, de los grandes. Y si alguna vez la tuviéramos, mamá y yo no somos de los de instalar una sala de juegos en casa. Quizá el futbolín corra un serio peligro de extinción, si así fuese y el espacio no fuera un problema y el dinero no fuera otro problema; mirándolo como una antigüedad, como una reliquia de un tiempo feliz;  no estaría mal conservar uno de los de verdad, de los grandes. Pero igual yo soy de los que piensa que el habitat natural de los buenos futbolines son los buenos bares.


 
                           


   

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