Mamá y yo hemos tomado la costumbre de gastar, comprando libros, ediciones de bolsillo, en el aeropuerto; las últimas monedas o billetes pequeños que quedan en los bolsillo en el último día de vacaciones, en los minutos que faltan antes de embarcar rumbo a Bjørkelangen.
En el Prat a mamá le llamo la atención este libro. Yo no había leído nada de Antonio G. Iturbe. La verdad es que ni siquiera conocía su nombre. Fue mamá la que lo compró. Quizá lo empezó a leer en el avión. Pero mamá no tarda en quedarse dormida siempre que sube a un avión. Hasta ese viaje, tú, querido Matías, también te quedabas dormido de inmediato. Sin embargo, en el, viaje de vuelta de este verano ya había suficientes cosas nuevas por ver, tantas que apenas pegaste ojo y apenas dejaste pegar ojo a mamá.
Yo terminé de leer esta historia de, quizá, la biblioteca más pequeña del mundo y su joven bibliotecaria, hace unos meses, poco antes de las vacaciones. No había leído nada de Antonio G. Iturbe, ni siquiera conocía su nombre. Me gustó su libro. Me gusto su forma de contar esta historia, hilvanada con crueles fragmentos de realidad, con nombres terribles: Auschwitz (un lugar terrible en el que una vez estuve y al que alguna vez iremos juntos), Mengele, Höss, Eichmann (hombres que representaron lo peor que se puede esperar de los hombres).
Al final del libro hay una Etapa final que me gustó especialmente y de la que copio ahora estas líneas.
"Habrá quien no comparta esa fascinación por que algunas personas se jugaran la vida para mantener abierta una escuela secreta y una biblioteca clandestina en Auschwitz-Birkenau. Habrá quien piense que es un acto de valentía inútil en un campo de exterminio, cuando hay otras preocupaciones más perentorias: los libros no curan las enfermedades ni pueden utilizarse como armas para doblegar a un ejército de verdugos, no llenan el estómago ni quitan la sed. Es cierto: la cultura no es necesaria para la supervivencia del hombre, únicamente lo es el pan y el agua. Es verdad que con el pan para comer y el agua para beber sobrevive el hombre, pero sólo con eso muere la humanidad entera. Si el hombre no se emociona con la belleza, si no cierra los ojos y pone en marcha los mecanismos de la imaginación, si no es capaz de hacerse preguntas y vislumbrar los límites de su ignorancia, es hombre o mujer, pero no es persona; nada lo distingue de un salmón, una cebra o un buey almizclero".
Por eso, querido Matías todos los tiranos temen los libros, por eso, querido Matías es tan importante que, igual que ahora acabas de aprender a caminar y ya no quieres dejar de dar un pasito tras otro, el día que aprendas a leer, leas y leas y leas más y más y nunca en tu vida dejes de hacerlo.
"En Internet hay toneladas de información sobre Auschwitz, pero la documentación solamente te habla del lugar. Si quieres que un lugar te hable a ti, has de ir allí y quedarte el tiempo suficiente para escuchar lo que tenga que decirte. Para buscar algún vestigio del campo familiar o alguna huella que seguir, viajé hasta Auschwitz. No sólo hacían falta los datos cuantitativos y las fechas, era necesario sentir la vibración de aquel lugar maldito".
Por eso, querido Matías, algún día visitaremos juntos Auschwitz para rezar una oración y no olvidar a veces los hombres son capaces de hacer todo lo peor que puede hacer un hombre. Por eso, querido Matías, le tenía un sincero afecto y cariño a aquel profesor de Historia, D. Germán, al que no le importaban tanto los datos y las fechas.
Si alguno de los familiares o amigos íntimos que lean este capítulo ha leído ya La bibliotecaria de Auschwitz, o, si no habiéndola leído, quizá ni conociendo quién es Antonio G. Iturbe, siente en este momento la necesidad irreprimible de dirigirse a la librería o aeropuerto más cercano y comprarlo; por favor no dejen de comentarme qué les pareció el libro.
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