Desde que empezamos a preparar este primer viaje de Matías a Córdoba, esta fue siempre una cita ineludible. Llevamos dos años pasando toda la Semana Santa en Córdoba y la última vez nos acompañaron Erik y Kevin, y también Matías, aunque él todavía estaba dentro de la barriguita de mamá.
Los dos años disfrutamos mucho viendo los pasos y, en más de una ocasión, nos emocionamos. Para Erik fue una novedad ver tanta, tantísima, gente en la calle todo el día, y Kevin se vistió de nazareno, pero una lluvia inoportuna impidió que procesionara. De Matías sólo podemos intuir algunas cosas: pensamos que le gusta escuchar la música de las bandas que acompañan a los pasos. Era escuchar alguna marcha y ponerse a patear tan contento. Fue llegar el Domingo de Resurrección y quedarse mucho más tranquilo, tanto que incluso una tarde nos dejó un poco preocupados. Poco después de la medianoche, pasaba bajo nuestro balcón un paso entoldado que iba camino del cocherón, donde permanecerá hasta que los costaleros se vuelvan a calzar las zapatillas, y ceñir la faja, y ajustar el costal para los ensayos de la Semana Santa venidera. Para intentar calmar nuestros nervios, salimos al balcón. Fue oír la voz del capataz y Matías empezar a decir aquí estoy yo.
A poco que se parezca a su tito, Matías hará todas las cábalas posibles para ver cuando nos toca Semana Santa en Córdoba. El 14 de septiembre, Matías apenas pasaba de los 2 meses y no conservará recuerdo del primer Vía Crucis Magno que tiene lugar en Córdoba. Nathaly y yo le contaremos dónde estuvo y porqué para nosotros esta era una cita ineludible.
Tenemos silla reservada en Carrera Oficial, así que salimos un poco tarde de casa pero confiados. Al llegar a la Cruz del Rastro, el embotellamiento humano es tan desmesurado que me entra un poco de miedo y llego a pensar que, tal vez, lo mejor es darse la vuelta y de camino a casa ver algún paso y nada más. Yo tomo a Matías en brazos, Nathaly se hace cargo del carrito y mi madre, entradas en mano y con la ayuda de un guardia de seguridad, nos abre paso. Detrás de la valla de acceso a Carrera Oficial, se puede caminar con tranquilidad y Matías regresa a su carrito. Nos llama la atención que no se vean sillas, incluso oímos el comentario de alguna señora que, extrañada como nosotros, se pregunta si no habremos pagado por un metro cuadrado en la calle.
Después de caminar un poco por fin vemos aparecer las dichosas sillas. Lo de la línea recta es algo puramente indicativo que las filas de sillas se niegan a respetar. Cuando llegamos al primer sector, comprendemos a primera vista que en aquel amontonamiento de sillas es imposible encajar el carrito de Matías, incluso para colocar nuestras piernas, tendremos serias dificultades. Un amable señor de Barcelona, al que yo tomo por maño, se ofrece amablemente a echarle un ojo a nuestro carrito, que queda abandonado junto a un naranjo, unas filas más atrás.
Una vez que conseguimos contorsionar nuestras piernas hasta hacer que quepan entre nuestra segunda fila y la primera, recibimos en la nariz el olor inconfundible de un cigarro. La mujer que tenemos delante, acompañada de su hijos, es una chimenea humana que, compinchada con la inoportuna dirección del viento, nos está haciendo tragar las, más o menos, mil sustancias tóxicas que contiene el veneno que ella se está metiendo en los pulmones, y que tan generosamente nos está regalando a todos los que la rodeamos. Como no estamos dispuestos a que Matías respire ese tufo, me giro y le ofrezco un ventajoso cambio de silla al señor de Barcelona y su acompañante. Ellos aceptan el cambio encantados, y mi madre no tiene problema en sacrificar un poco de salud por poder ver a las imágenes desde su segunda fila. Se queda acompañada por los dos señores de Barcelona -un poco más tarde se confesaran "capillitas" de toda la vida a pesar de su catalanidad- y nosotros nos vamos a la última fila.
El día anterior el diario Córdoba publicó que estaban vendidas todas las sillas, sin embargo yo miro a derecha e izquierda y veo que hay un montón de gente que, o va a llegar tarde o se ha dado la vuelta en la Cruz del Rastro; considerando una misión imposible acceder a su silla.
Para que podamos tener el carrito de Matías junto a nosotros, una familia se corre un poquito a la derecha y nos deja dos sillas junto al acceso. En eso, un señor de unos 60 años, camisa abierta y look de cansadísimo, que ha visto nuestra última maniobra con las sillas, nos pregunta si nuestro sector es el de ese color. No lo dudo. Le digo que sí. Yo que leche sé de qué color es nuestro sector y además qué importa habiendo tantas sillas vacías.
Al poco llegan un par de señoras mayores. Ellas tampoco tienen idea de dónde está su sector y, viendo tanta silla vacía y considerando que ya está a punto de llegar la primera imagen, deciden sentarse aquí mismo. El señor cansado les niega el paso porque qué pasa si a última hora viene todo el mundo, y entre todo ese mundo el propietario legítimo de la papeleta de silla que ellas quieren ocupar, qué pasa entonces, eh, que la culpa es del currante. Él lo siente mucho pero no pueden pasar. A mí me da igual estar de pie que sentado y además sospecho que tarde o temprano Matías querrá brazos y que lo pasee por la ribera del río. Les cedo mi asiento, que el señor cansado tiene por legítimo, y Nathaly discretamente se echa a un lado para liberar otro asiento.
Como estoy de pie, el señor cansado empieza a hablarme. Eso es lo bonito de Córdoba, lo fácil que es que un desconocido empiece a hablarte. El hombre está cansado porque lleva más de 12 horas montando sillas y en cuanto pase el último paso tiene que empezar a recoger, y todo por 70 euros de mierda. Ingenuamente le pregunto por las horas extras. Está tan cansado que ni le da la risa. Un tercer desconocido se nos une, y después el hijo del hombre cansado que es fontanero, pero que hoy también está con lo de las sillas. Entre paso y paso, entre señal de la cruz y oración, entre pañal y brazos de Matías, ponemos a caer de un burro al Gobierno, a la Junta, al Ayuntamiento, al Obispado, a los jefes y a los "chupapatas", y lástima que después ellos tengan tantas sillas que recoger y el tercer desconocido y yo, un poco de prisa, que para Matías esto ya no son horas; que si no, nos íbamos a tomar unas cervecitas a la salud de tanto canalla como hay suelto.
Las señoras que acompañan a Nathaly resulta que son de Cabra - un pueblo cercano a Tójar y Priego - y resulta también que conocieron a mi tío Rufino y a mi chacha Encarna. Hay que ver lo pequeño que es mundo, lo diminuta que es Córdoba y lo hermoso que está Matías. Por cierto que, a estas señoras egabrenses, todavía les debemos una postal de Noruega.
Así, con el paso del Resucitado, el primer Vía Crucis Magno de Córdoba llega a su fin. Y yo que ya venía con toda la fe en Jesús, salgo con mucha más fe en el hombre de la que traía. Y me alegro de que en Córdoba sea tan fácil empezar una conversación, aunque sea para criticar a los de arriba, aunque luego no hagamos nada, aunque sólo sea hablar por hablar. En estos tristes días de aplicaciones móviles en teléfonos inteligentes, poder hablarle a la cara a otro ser humano ya es bastante.
Querido Matías, parece que va a ser difícil que el año que viene podamos regresar en Semana Santa. Si finalmente no puede ser, espero que podamos hacerlo pronto, y que puedas salir de nazareno con la Borriquita. Mamá y yo pensamos que te gustará, y pensamos que es importante que nuestro pueblo siga fiel a sus tradiciones, aunque a veces venga un estúpido reportero alemán a intentar poner a la gente sencilla en ridículo.
Lo del próximo Vía Crucis, creo que tú sí podrás verlo, pero mamá y yo probablemente no estemos o no estemos para aglomeraciones o quizá, viendo como estaban las calles, los hoteles, las pensiones, los bares... deciden adelantarlo, y así no nos pilla tan viejos, tan viejos, y podemos alquilarnos una silla o un metro cuadrado en la Carrera Oficial, en el sector del color que más te guste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario