jueves, 3 de octubre de 2013

Ruiseñor del Adarve 2



     En cada regreso a Córdoba, Priego es una parada irrenunciable. Esta es la primera vez que paseamos a Matías por las calles del pueblo más bonito de Córdoba.
     Aunque hemos intentado madrugar, son casi las 11 de la mañana cuando salimos de la Cafetería Río, por delante tenemos un "papeleo", un paseo por el barrio de la Villa, un trago de agua en la Fuente del Rey, mucha familia a la que saludar y una cita ineludible.

     Aprovecho el tiempo que, al parecer, se tarda en fotocopiar un DNI y preparar no sé qué papeles, para ir a cortarme el pelo. A la hora prevista estamos de vuelta y nos pasan a la salita de espera. Matías duerme, Nathaly y mamá ojean viejas revistas y yo no puedo evitar oír la conversación del compañero de espera, de su enfado y la mitad de diálogo, del que es imposible abstraerse, es fácil deducir que en todas las familias cuecen habas y que en todas las familias hay un listo o dos. Si el compañero de espera pudiese escuchar mis pensamientos igual que yo escucho sus gritos...

     Casi dos horas más tarde Matías ya no duerme, las revistas se han acabado y yo tengo ganas de decirle al compañero desconocido que en todas la familias hay por lo menos dos listos y que estoy hasta los mismos de los listos y de estar esperando para echar una firmita. 
     A pocos minutos de la hora de la cervecita y la tapa por fin nos hacen pasar. Mamá y yo entramos a la cueva disfrazada de despacho casi elegante y recibimos un saludo gélido y una orden camuflada de amabilidad: "siéntense, siéntense". En ese momento la palabra se hace sonido gutural apresurado y tengo la sensación de asistir como público invitado al casting para presentar la nueva temporada de Pasapalabra. El trámite queda resuelto en dos minutos y abandonamos la cueva un poco más pobres de lo que entramos. Quiero decirle a mi madre eso de:  "ves, por esto dejé la "carrera", porque no quería terminar siendo "alguien", alguien que mirar sin ver, que oye sin escuchar y que desconoce el placer de la lectura y lo bueno para la salud que es ser amable". Nathaly y Matías están en la sala de espera, los miro, las nubes se disipan y me guardo mis pensamientos. Mi madre en realidad ya lo sabe y, aunque le cueste confesarlo, está orgullosa de que no sea "nadie".

      Al final lo que más me molesta del asunto del papeleo es que hay que forzar el paso para llegar a nuestra cita ineludible. Nuestro amigo siempre tiene todo el tiempo del mundo y su mejor sonrisa en los labios cada vez que Dios y el Universo tienen a bien que coincidamos. Es lo bueno de ser una estatua bajo el Sol de Andalucía, un Sol que hoy está especialmente duro a esta hora de la comida. En su primera visita a Priego, Matías no podía faltar a su cita con Joselito;  la "tonta" tradición familiar que nos inventamos y que ojalá dure muchísimos años, señal de que no somos nadie, no tenemos prisa y seguimos siendo felices, señal, quizá, de que con Erik, Kevin y Matías hicimos un buen trabajo y señal, puede, de que a ellos también les hace ilusión asomarse al balcón del Adarve y saludar al, siempre niño, Joselito.

    


     Cambiamos el "buchito" en la Fuente del Rey por un café con la tita Carmen y la tarde se va alargando y Matías pasando de abrazo en abrazo: repasamos viejas fotografías con su bisabuela, en Tójar le regalan ropita hecha a mano con poca lana y mucho cariño, en el Cañuelo se escapa alguna lágrima y esta vez no soy yo el llorón, en Lucena nos esperan impacientes mis tíos y celebramos que estamos juntos y que podemos hablar y recordamos los tiempos en que yo tenía pocos más años que Matías y se escapa alguna lágrima más, y esta vez tampoco soy yo, y Matías recibe piropos y besos y regalos. El día se alarga hasta el día siguiente y cenamos -invita mi tito Pakisko que recién se jubiló y que pronto será abuelo- y enviamos "whatsapp" y empezamos a preparar el bautizo de Matías y estamos contentos, pero igual echamos en falta a todos los que faltan a la mesa en esta cena de fiesta improvisada. 

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