Mis padres me contaron que, de pequeño, viví en Nerja unos meses. Por desgracia de aquel tiempo no me queda ninguna fotografía, ningún recuerdo. Menos pequeño, pero todavía niño, volvimos a Nerja varias veces en vacaciones. Por impulso salimos una madrugada de Tójar en compañía de mi tío Francisco, mi tía Rafi y mi primo Francisco Javier -no consigo recordar si mi primo Antonio estaba ya o no-, y, con todos los hoteles y apartamentos ocupados, terminamos en casa de Dolores y Edelmira, quienes nos acogieron en su casa, en su patio, en sus comidas y en sus charlas como si fuésemos de su familia. Todos los buenos días que pasamos aquel verano en Nerja terminaban con una noche de "cinquillo". Nos lo pasamos tan bien en Nerja, casa de nuestras "viejas" que repetimos dos veranos más.
Desde entonces Nerja fue algo así como mi pueblo de playa, el único lugar que hubiésemos considerado si hubiésemos tenido el presupuesto y las ganas de tener un apartamentito en la playa. Cuando pienso en mi hermana siempre me viene a la cabeza aquella vieja fotografía del verano que pasamos en Nerja con mis tíos. Es la mejor fotografía de mi hermana cuando empezaba a dejar de ser un bebé. En mi memoria guardo la imagen de esa fotografía junto a un puñado de buenos recuerdos
Yo quería enseñarle a Nathaly y a los críos los lugares que para mí han sido importantes, aunque lo fueran en un tiempo lejano, en el que ni imaginábamos que, sin andar buscándonos, andábamos para encontrarnos. Unos días antes de nuestra boda, con Erik recién aterrizado de su primer viaje de avión en solitario, pasamos unos días en Nerja. Quedan un buen puñado de recuerdos y la mejor fotografía que he hecho de Kevin. Está saliendo del agua y es la primera fotografía en la que se ve que poco a poco está dejando de ser niño pequeño.
Por todo esto, y muchas más cosas con las que no es momento de alargarme, para mí era muy importante que Nerja fuese el primer pueblo de vacaciones de Matías.
Nos alojamos tres días en un pequeño apartamento de la Calle Iglesia, mi madre nos acompaña y también recuerda los días que hace cuarenta años - según el tango son el doble de nada y cuántas cosas buenas y malas nos pasaron en mitad de esa nada doble - pasamos aquí y se empeña en buscar la casa donde vivimos y enseñármela, aunque yo no pueda recordar nada de aquel primer tiempo; también se empeña en ir a la casa de Dolores y Edelmira y ella consigue ubicarla a la primera, cosa que yo, pasando por esa puerta varias veces hace dos años, no fui capaz de hacer. Nathaly y yo recordamos que en el Sevillano y en la Taberna comimos muy, muy bien hace dos años y repetimos y repetimos cada almuerzo y cena de este nuevo viaje y al final los camareros ya nos conocen y nos invitan a alguna copita, algún bomboncito y vamos charlando de acá y de allá.
Cada vez que pasamos por la papelera que hay en una encrucijada junto al Balcón de Europa, nos reímos pensando que Erik y Kevin se liaron bastante en su primer paseo en solitario y que aquella papelera fue su fallido punto de referencia.
Fernando se acerca desde Marbella para conocer a Matías y cenamos juntos en la Taberna recordando inevitablemente nuestros tiempos de Salesianos y nuestras músicas y películas, celebrando que un año más podemos volver a encontrarnos aunque sólo sea por unas horas.
El último día, regresando de un paseo muy tempranero por la playa de Burriana, mamá no puede reprimir su deseo de tocar a la puerta de Edelmira. Dolores, su madre, murió hace pocos años, pero Edelmira sigue recordando con mucho cariño a "los cordobeses", el mismo cariño con el que nosotros recordamos aquellas noches de "cinquillo" con nuestras "viejas".
Matías todavía no puede bañarse en el mar pero sí ha podido pasar su primera tarde en la playa.
El año que viene queremos volver los cinco y poder salir temprano de casa y asomarnos al Balcón de Europa y bajar a Calahonda y bañarnos y jugar con Matías en la arena y acercarme con Erik y Kevin a ver la faena de los pescadores y comer un menú en el Sevillano y echarnos una siesta o bajar a la playa el Salón y arreglarnos y salir a pasear por el Balcón de Europa y hacernos fotos y comer un helado y quizá nos acompañen las abuelas, jubiladas o no, y los titos y primos y terminar cenando en la Taberna, donde Kevin sostiene contra viento y marea que se comen las mejores almejas del mundo... y mientras va pasando el día pensaré que estaría bien que algún fin de semana, cuando estemos en nuestra casa rodeada de nieve, hagamos un maratón de Verano Azul.
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