Es domingo y, como casi todo los domingos, desayunamos panecillos con mantequilla y salmón mientras en Canal Sur radio escuchamos a Pepe Da Rosa y su Calle de enmedio. El acento y la gracia andaluza hacen más llevaderos los domingos noruegos.
Lo más probable es que este sea nuestro último desayuno de domingo en esta casa de Ileflaen, y por eso tal vez sea un buen momento para empezar una lista con los mejores desayunos de mi mundo particular.
Una lista que no tiene orden de ranking, y que espero vaya creciendo en los próximos años y que nos alcance para conocer un mundo de sabores a primera hora de la mañana.
1.- La torta de frutas de San Pedro (Córdoba)
Desde que nos mudamos al barrio de San Lorenzo, y después de una búsqueda exhaustiva, la cafetería San Pedro se convirtió en el lugar favorito de mi madre para desayunar, y como yo disfrutaba acompañándola y soy casi más de dulce que de salado; en poco tiempo esta cafetería también fue mi preferida.
Ahora ya es un clásico de nuestras visitas a Córdoba, y cuando se va acercando la fecha del viaje, la boca se nos empieza a hacer agua pensando en el desayuno que nos espera. El primer desayuno en Córdoba siempre es en San Pedro. Nathaly que sí o sí es más de salado que de dulce prefiere el mollete con aceite, jamón y tomate; pero yo, que en realidad soy más de dulce, sin el casi que se me escapó más arriba; me pido la espectacular torta de frutas de San Pedro (nada que ver con el "snekker", o como se diga, que venden en Barcelona).
La torta de frutas de San Pedro es generosa en frutas escarchadas y tiene el corazón de cabello de ángel, la cocción es perfecta: el bollo está esponjoso, con un toque crujiente y un poco regado. Maravilloso. El cortadito es intenso, muy amargo, con el sabor inconfundible del café en Córdoba.
2.- Los domingos, el Jeringo de oro
En Córdoba un domingo no es domingo sin un buen cartucho de jeringos, y digo jeringos, que no churros o porras, que aunque todos sean una masa frita, no son lo mismo, como bien me dijo la señora del Jeringo de Oro.
El jeringo es tan genuinamente cordobés como el flamenquín o el salmorejo, y la denominación sólo se usa en Córdoba y algunos pueblos de la provincia. La masa es más densa y elástica que la de los churros o las porras y su forma es un lazo círcular completo.
Frente al cine Delicias a unos metros de la Iglesia de San Lorenzo está el Jeringo de Oro y el paseito tempranero del domingo merece la pena porque los jeringos están hechos sin prisa, con mucho cariño y uno tiene la oportunidad de charlar un rato de la vida en Noruega, por ejemplo.
Tengo que reconocer que además de dulce, también soy bastante de masa frita. Pero como sigo siendo más de dulce, lo que ya es la repanocha es mojar los jeringos en miel de caña de frigiliana. Qué maravilla!
El último Domingo de Ramos se me ocurrió enviar a Erik a comprar los jeringos para desayunar. Le di 20 euros y el pobre se presentó con dos bolsas enormes y cara de no entender nada. Cuántos jeringos teníamos que comer cada uno o en cuánto tiempo teníamos que dar cuanta de tal brutalidad de encargo. Con los precios noruegos es fácil perder la perspectiva y olvidar que los jeringos son tan buenos como baratos.
3.- Mollete con aceite y tomate de mi pueblo en la cafetería Rio de Priego.
Otro clásico. Si vamos a Priego hay que desayunar en el Río sea la hora que sea. Al Río la crisis no le afecta y llegues a la hora que llegues es obligatorio esperar un rato hasta conseguir una mesa. A Nathaly lo de esperar no le hace demasiada gracia y menos aún cuando ve que nadie en la cafetería, mayoritariamente ocupada por mujeres de mediana edad muy, pero que muy emperifolladas cualquier día de la semana; parece tener prisa por clausurar la tertulia y dejar libre la mesa.
Si Nathaly tuviese mis recuerdos, le sería mucho más fácil entender que poder desayunar en el Río, aunque sólo sea una vez al año, para mí es un pequeño viaje de regreso a una infancia muy feliz en la que muchos, muchos sábados, en Priego empezaban con un desayuno en el Río.
A pesar de mi amor por lo dulce en este caso hago una excepción. El mollete de mi pueblo (Priego, Tójar, qué más da) con aceite y tomate de mi pueblo es sencillamente lo mejor del mundo mundial porque tiene el sabor de mi infancia, un sabor que nunca podré encontrar en ningún otro lugar.
4.- Cualquier desayuno en ruta.
El lugar es lo de menos, y es un crimen salir de casa ya desayunado. En cualquier viaje bien planificado tiene que haber tiempo para una paradita, en algún lugar de la ruta, para el desayuno. Los lugares de carretera desconocidos son como aquella caja de bombones de Forrest Gump, hasta que uno no pasa de la puerta, a veces hasta que no le llega el plato a la barra, es imposible saber si hemos triunfado o "si maldita la idea del que se le ocurrió parar aquí en lugar de unos kilómetros antes cuando pasamos por un sitio que...", o "unos kilómetros después, que total tanta, tanta hambre digo yo que no habría, donde hay un sitio que conozco y que..."; aunque sólo sea por poder estirar un poco el tiempo y sentir que no somos esclavos de la prisa ya merece la pena arriesgarse y probar un bombón desconocido.
A pocos kilómetros de Málaga no hay peligro de errar: un buen mollete de Antequera con un aceite que bien podría ser de mi pueblo y tomate del tiempo y lugar. Tan sencillo como bueno.
De a poco espero que esta lista se vaya haciendo más y más grande, señal de que no hemos perdido la capacidad de asombrarnos y señal de que seguimos viajando de vez en cuando y descubriendo nuevos lugares y gentes.
Aquí o allí los mejores desayunos son siempre desayunos compartidos, desayunos en familia, ruidosos, desordenados, plagados de recuerdos y sueños.
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