Día grande, enorme! Gracias a la insistencia de mi hermano, a su amigo Miguel Ángel y a Juana, su madre; el lunes, 16 de septiembre, pasan a Matías por el manto de la Virgen del Rocío.
Día tan grande que los nervios nos hacen olvidar, en casa, tu bolsito con todas tus cosas. Desayunamos en ruta, en la Campana, y llegamos a Sevilla con el tiempo justo para un paseo antes de comer. Lo que más urge es comprarte pañales. Además de los pañales, en el bolso olvidado quedó la ropita con que te íbamos a vestir para presentarte a la Virgen. Una ropa sencilla, que nuestra Madre no lleva esas cosas en cuenta. La abuela Matilde te regala un trajecito para hoy, un trajecito que ya te quedará pequeño pasado mañana. No importa. El traje de hoy, el traje que toca el manto de la Virgen, ni se viste más, ni se lava. El traje de hoy te lo guardaremos con toda la devoción que hasta aquí nos trajo para contarte dentro de unos años como fue tu primer día en la Marisma.
Antes de comer en Los Coloniales, me escapo un segundo y me paso por el FNAC. Te compro la "Edición Vespertina" de "Todo acaba y empieza en ti" y un cómic de Superman. A mitad de camino del Rocío tenemos que parar un momento, el calor es intenso y tú tienes mucha hambre.
Con el tiempo justo llegamos a la Ermita, allí nos esperan Miguel Ángel y Juana. Rápido y en volandas, te cambiamos la camisetita por el trajecito que te regaló la abuela y entramos en la Ermita.
En el interior de la Ermita, nos espera el santero y los padres de una niña que comparten nuestra misma ilusión. En fervoroso silencio subimos, todos, al camarín de la Virgen. Nos colocamos en semicírculo y el santero acciona el mecanismo que nos descubre, en un momento mágico, la espalda de la Virgen.
Mientras el santero pasa a la niña por el manto, hay mil imágenes que se me empiezan a amontonar. Cuando el santero te toma de mis brazos, el amontonamiento es tal que, queriendo rezar una oración, una Salve, soy incapaz de hacerlo. Fugazmente miro a tu mamá, miro a tu padrino, a tu abuela, a nuestros amigos de Almonte, fugazmente porque no quiero que vean que el amontonamiento ya se me ha echo agua en los ojos y amenaza con un desborde inmediato.
Mamá y yo te vemos hecho un huevito en brazos del santero que, lentamente, te va pasando varias veces por el manto de la Señora. Quiero rezar y no rezo, no quiero llorar, pero lloro. Lágrimas de felicidad, por supuesto, lágrimas por tenerte con nosotros y ver que lo que tantas veces soñamos se va cumpliendo. Lloro recordando el tiempo en que parecías llegar y, sin embargo, teníamos que seguir esperando. Lloro recordando aquella salida de la Virgen que, en la pequeña pantalla de un iPad, vimos en directo, tu mamá y yo, en la web de Canal Sur. Lloro recordando cuantas veces en los últimos años me agarré a la reja que está más abajo pidiéndole que llegaras. Lloro sabiendo cuánto ha llorado tu madre y cuánto tu abuela y tus tíos junto a nosotros. Lloro de felicidad recordando aquello que decía Don Bosco, y en lo que yo creía, y creo, con una fe absoluta: "Ella lo ha hecho todo", y lloro pensando en lo que dice mi hermano y tantos, tantísimos rocieros: "La que todo lo puede".
Cuando vuelves a mis brazos, sigo llorando, qué más puedo hacer. Los hombres también lloran, hijo; y no es malo que lloren, sobre todo si es de felicidad.
El momento que hemos vivido queda para nosotros. No hay fotos. Sería una falta de respeto. No son necesarias. La memoria es frágil, pero es un músculo sano que, bien entrenado y con la ayuda de las palabras, se convierte en un amigo tan fiable con la mejor de las fotografías.
Casi toda la familia es rociera y en casa guardamos nuestras medallas y un par de vídeos del momento en el que nos las pusieron. Esta es nuestra fe y así te la iremos contando. Cuando seas un poco más mayor, si tú quieres y cuando tú quieras, si compartes nuestras creencias; estaremos junto a ti el día en que te pongas la medalla. Queremos que ese día sea grande para ti y que lo recuerdes siempre sin necesidad de que nosotros tengamos que contártelo. Y si tú camino es otro, también estaremos acompañándote en la ruta que elijas.
En estos, tus primeros años, tu mamá y yo tenemos que tomar las decisiones más importantes. Cada paso que damos, lo hacemos pensando y volviendo a pensar en lo mejor para ti. Queremos verte feliz y en nuestra vida, Jesús y María, han sido muy importantes y con Ellos de nuestro lado somos felices. Por eso, querido Matías, en su momento decidimos que queríamos bautizarte. Agarrado a la reja, prometí una vez que, cuando llegaras, te bautizaríamos ahí mismo; después mientras tardabas en llegar, no perdí la fe, puse en Sus Manos lo que tuviera que pasar y te liberé de todas las promesas. Tú tito Jose, tu padrino, tuvo toda una noche, todo un camino, para hablar con Ella, seguro que también para echar unas lágrimas y pedirle, y pedirle. En su honor, por él, la promesa sigue viva y el 21 de diciembre a las seis de la tarde te bautizas en el Rocío.
Nos gustaría que ese día que para nosotros es tan, tan grande, todos los familiares y amigos que son y han sido importantes en nuestra vida y que, de alguna manera también lo serán en la tuya; estuviesen junto a nosotros a los pies de la Blanca Paloma.
Antes de regresar a casa, pasamos por Almonte. Es la primera vez que piso sus calles. Quedo sorprendido. El pueblo, indudablemente andaluz, onubense de trazado, me gusta más de lo que esperaba, me recuerda al Moguer de mi infancia y no me cuesta imaginar que aquí puede ser fácil encontrar una felicidad tranquila al atardecer.
Antes de regresar a casa, una nueva visita a la Aldea para dejar fijado tu bautizo. Ya tenemos entregados los papeles. Sólo nos queda pendiente asistir en la Iglesia Católica de Lillestrøm, junto a tu tía Gissella, tu madrina, a los cursillos preceptivos, y llevar el certificado el día del bautizo.
En los primeros días, cuando estabas recién nacido, me costaba dormir, me pasaba las horas mirándote, vigilando tu respiración, tus gestos, cualquier detalle. Cuando, poco a poco, el sueño me iba doblegando, le rezaba a la Virgen y te imaginaba protegido bajo su manto. Cuando estoy despierto La llevo siempre a mi lado, y cuando duermo La dejo al mando, protegiéndote y cuidándote.