Recuerdo que, cuando no había leído ninguno de sus cuentos, cuando ni siquiera sabía quién era Oscar Wilde, cuando no había más canales de televisión que la 1 y la 2, cuando la programación infantil era una maravillosa excepción de la que disfrutar en las mañanas de sábado y en los días de vacaciones de Navidad; vi el cuento El Príncipe Feliz en dibujos animados. Eran tiempos muy diferentes a los de hoy: los niños no conocíamos la palabra "tecnología", los dibujos animados siendo sencillos, a veces toscamente dibujados, tenían la virtud de sorprendernos y cautivarnos. No lo teníamos todo, sólo un puñado de cosas a las que teníamos mucho cariño.
Recuerdo que aquel cuento dibujado de aquella estatua de oro de un Príncipe Feliz y aquella golondrina enamorada de un lirio silvestre me sorprendieron y cautivaron. Fue un viaje a un tiempo y un lugar desconocido. Y fue un descubrimiento la moraleja, la enseñanza moral que trasmite el cuento.
En estos tiempos de políticos corruptos y niños que lo tienen todo y lo quieren todo, qué bueno sería ralentizar un poco el tiempo, abandonar el móvil, la play, la pc, el iPad o los cientos de canales que la televisión actual ofrece y recordar aquel sencillo cuento, de tosca animación y hermosas palabras, en el que el alma del Príncipe sólo es feliz cuando se da a los demás.
Dudo que algún familiar o amigo íntimo desconozca este sencillo cuento de Oscar Wilde. Por si acaso, no desvelo el final de la historia. Desde el año pasado intento elegir un libro especial para las fiestas navideñas. Nathaly me regaló este ejemplar de El Príncipe Feliz y otros cuentes de Oscar Wilde y estoy muy feliz de que ésta haya sido mi lectura de esta Navidad. Abajo dejo la versión animada del cuento del año 74 y que yo debí ver a principios de los 80. Cierro y guardo el pequeño libro deseando rescatarlo de la estantería en una futura Navidad cuando a Matías le guste escuchar cuentos antes de coger el sueño.
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