viernes, 12 de diciembre de 2014

El Hobbit: "La Batalla de los Cinco Ejércitos"



     He olvidado el título de la película, ni siquiera soy capaz de recordar alguna imagen, sin embargo; sí que recuerdo perfectamente la ilusión, la expectación con la que acudí al modesto local que la Asociación de vecinos de mi barrio tenía junto al Pasaje de los Delineantes para ver una película proyectada en una sábana arrugada y rodeado de un montón de chiquillos amontonados lo más cerca posible de la sábana que colgaba de la pared del fondo. Aunque haya olvidado la película, conservo vivo el recuerdo mágico del momento en el que se apagaron los fluorescentes del local y la luz del proyector hizo cobrar vida a la sábana arrugada que, esa tarde de cine de barrio, ejercía de pantalla.





     Hace mucho tiempo, quizá demasiado, que no voy al cine. Aquí es caro, el más cercano lo tenemos a algo más de 30 kilómetros y la televisión de salón es bastante grande. Ayer, sin embargo, decidí llevar a Erik y Kevin a ver la última entrega de El Hobbit. Cada dos semanas llega al pueblo un cine portátil en sesión doble: una película infantil a las 18.00 y una no infantil a las 20.00. La Navidad está cerca. La noche es intensamente oscura.  Matías duerme.
     Hace unos años llevé a Kevin a una de estas sesiones de cine. En el gimnasio del colegio vimos Gru, mi villano favorito. Desde entonces no habíamos vuelto. El recuerdo de la mala calidad de imagen y de la incomodidad de las sillas nos había desmotivado para repetir la experiencia.
     Sin embargo, porque la Navidad está cerca, porque es El Hobbit, porque está bien que Nathaly y Matías se queden tranquilitos en casa en esta noche intensamente oscura, porque las películas ya no se proyectan en el viejo gimnasio, y porque también está bien que yo y los dos mayores hagamos algo juntos; ayer decidimos darle una nueva oportunidad a este cien portátil de pueblo.

     La entrada cuesta lo mismo que la de un cine en Lillestrøm u Oslo. La película, ahora, se proyecta en la sala multiusos del nuevo centro comercial de Bjørkelangen. Erik Kevin y yo somos los únicos espectadores. Quizá sea porque la Navidad está muy cerca y porque la noche es intensamente oscura. Faltan unos minutos para que empiece la película (esa manía mía por llegar demasiado temprano a los sitios) y me viene a la mente el recuerdo de una vieja sábana arrugada y en un modesto local de una Asociación de vecinos junto al Pasaje de los Delineantes. Se apagan las luces, se enciende el nuevo proyector digital y resulta que la calidad de imagen y sonido es brutal. Si no fuese porque los asientos continúan siendo algo incómodos, no echaría de menos nada de lo que pueda ofrecer un cine de Lillestrøm u Oslo.


                             


 
   
     Termina la película y la Navidad está una horas más cerca. La noche sigue siendo igual de intensamente oscura, pero ahora se añade al paisaje una ligera niebla a ras de suelo. De la nueva trilogía ésta ha sido la que más me ha gustado. Pero nada que ver con cómo esperaba el estreno en Barcelona de El Señor de los Anillos. Llegamos a casa y Matías sigue dormido. Yo pienso en cuál de las dos trilogías le pondré primero cuando sea un poco mayor y los orcos no le den miedo.



                               



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