Antes de encontrarnos con Fernando en la puerta del Gran Teatro de Córdoba tenemos que pasar por las siguientes peripecias:
.- seleccionar la ropa, zapatos y objetos varios que vamos a necesitar durante tres semanas.
.- conseguir que todo lo seleccionado quepa dentro de las maletas y bolsos de mano reglamentarios.
.- dormir sólo dos horas.
.- conseguir que todas la maletas, bolsos de mano reglamentarios y el carrito de Matías, con sus múltiples e indispensables accesorios, quepa en el coche.
.- conseguir llegar al aeropuerto de Oslo en mitad de la peor tormenta de nieve que recuerdo. Suerte que soy previsor y salgo tres horas antes. Por momentos, en lugar de en mi coche, creía estar junto a Han Solo en el Halcón Milenario a punto de saltar al hiperespacio, y eso que no podía pasar de 60km por hora.
.- conseguir encontrar un sitio libre en el parking del aeropuerto.
.- descubrir que nuestro vuelo se va a retrasar dos horas.
.- atravesar una de la peores turbulencias que recuerdo justo cuando una amable, pero algo lela, azafata me acaba de servir un café y no le ha puesto tapa.
.- atravesar otra vez una de las peores turbulencias que recuerdo porque al boludo del piloto se le ha ocurrido la idea de volver a subir un poco a ver qué pasa. Y pasa lo que pasa, que las turbulencias siguen ahí y que el avión parece estremecerse y que Nathaly trata de averiguar a dónde se me ha ido la sangre que normalmente da color a mi cara y que yo no para de rezar todo lo que sé.
.- esperar una hora, haciendo cola, para recoger el coche de alquiler.
.- conseguir que todas la maletas, bolsos de mano, el carrito de Matías con todos sus accesorios y nosotros mismos quepamos en el coche alquilado.
.- conducir hasta Córdoba, buscando emisoras de radio que no den sueño, mientras Nathaly, Kevin y Matías duermen a pierna suelta.
.- conseguir encontrar un aparcamiento en el barrio, con la ayuda de Don Bosco, eso sí.
.- subir a casa todas la maletas, bolsos de mano reglamentarios y el carrito de Matías, sin olvidar ningún accesorio.
.- bajar al Tu momento, después de todos los besos y abrazos de mamá y mi hermano, para ver como nuestro Madrid empata en Pamplona y se aleja un poco más del Barça y el Atlético.
Tengo que reconocer que este último disgusto fue parcialmente compensando gracias a los tremendos bocadillos de calamares y tortilla de patatas que nos metimos, Kevin y yo, entre pecho y espalda. Y es que es verdad aquello de que las penas, con pan, son menos penas.
Pero lo importante es que, unas cuantas horas después de haber empezado con el tetris de las maletas, ya estamos en la puerta del Gran Teatro de Córdoba a punto de encontrarnos con Fernando quien, después de los besos y abrazos, me entrega el libro prometido a raíz de un comentario en este cuaderno virtual: La Virgen del Rocío ya entró en Triana. Mil gracias.
Qué bonito es el Gran Teatro por fuera y por dentro. Qué alegría que en cada regreso, algún santito o alguna conjugación planetaria tengan a bien que coincidamos en lugar y hora oportuna con un evento irrepetible. Antes de nacer, Matías ya ocupó su lugar en la fila 2 del patio de butacas, un poco escorados a la derecha, en un concierto de Ismael Serrano. Hoy, con Matías ya entre nosotros, y echando de menos a Erik, por precaución (los oídos de Matías quizá son todavía un poco sensibles), ocupamos nuestros asientos en un palco, algo más alejados del escenario.
Un día de septiembre, en el primer regreso de Matías a Córdoba, mientras mamá estaba en la peluquería, vi colgado en el Gran Teatro, el cartel que anunciaba el concierto de Carlos Núñez. Por suerte, tenía claro en mi cabeza que ese 14 de diciembre, que anunciaba el cartel, era el día en que nosotros, con algunas horas de antelación, volaríamos de Oslo a Málaga. Con Matías durmiendo en su carrito, entré y tuve una conversación muy parecida a ésta con la taquillera:
- Hola, mira te quería hacer una pregunta.
- Sí, dime.
- Es que, verás, tengo un bebé de dos meses (en este momento, estúpidamente, señalo al carro, como si la taquillera pudiera ver a Matías y el hecho de verlo hiciese que diese la respuesta deseada).
- Es que verás los niños hasta dos años...
- (En este momento, me temo la respuesta negativa y hago un estúpido intento para intentar convencer a la taquillera). Pero, verás, es que mi niño es muy tranquilo, no da ruido, no molesta...
- Ya, ya, si lo que te iba a decir es que los niños hasta dos años no pagan.
- No pagan (repito, estúpidamente una vez más), no pagan, pero... pueden entrar.
- Sí, claro, pero tienes que tenerlo en brazos, el carrito no puede entrar.
- No, no, el carrito lo dejo en la calle si hace falta, o me lo traigo en brazos desde casa.
- No, hombre, no hace falta, el carrito te lo guardamos en una salita hasta que acabe el concierto.
- Perfecto, magnífico, maravilloso... quedan entradas, verdad.
- Uff, un montón, acaba de ponerse a la venta.
Llegados a este punto salgo un momento y le envío un mensaje a Fernando. Su respuesta inmediata es: sácame un entrada a mí también.
Regreso a la taquilla y más feliz que una perdiz compro cuatro entradas. El días del concierto habrá que pasar un poco antes por la taquilla para que nos den una entrada especial para Matías.
Comparte palco con nosotros una pareja que rondará los 60 años. No pueden creer que Matías tenga sólo 5 meses, más que por el tamaño por cómo se ha comportado durante todo el concierto. La primera vez que Matías estuvo en un teatro fue en el Lillestrøm Kulturhus viendo Jakten på Juleskurken pero, aunque aquello estuvo muy bien, lo del Gran Teatro y Carlos Núñez son ya palabras mayores. Nathaly y yo confiábamos en que se portase bien, pero tenemos que reconocer que también a nosotros nos ha sorprendido. Al principio ha estado atento, mirando con curiosidad el lugar; con las primeras canciones quería saltar, hasta que poco a poco se ha ido cansando y ha caído rendido en los brazos de mamá. Al final del concierto, Matías volvía a estar en plena forma, saltando sobre las piernas de Nathaly y aprendiendo a aplaudir. La pareja que comparte palco con nosotros, al salir, nos felicita por un bebé tan bueno y tan lindo. Nathaly y yo salimos hoy un poco más anchos del teatro.
Esta vez no hay medias tintas, no hay "peros", a Nathaly también le ha encantado el concierto. A Kevin le gustó mucho, pero al final se le hizo un poco largo, no tanto como el de Ismael Serrano que ese sí que se le hizo más largo que un día sin pan. Es una pena que Erik no haya podido venir, está en edad del Instituto y no puede faltar tantos días a clase; supongo que este concierto le habría gustado muchísimo.
Yo estoy contentísimo de que Fernando se haya podido unir a nosotros. Antes del concierto comentamos las veces que hemos visto a Carlos Núñez, recordamos aquella vez en Málaga con The Chieftains y, aunque su música nos sigue gustando y la escuchamos de vez en cuando, dudamos de que esta noche pueda sorprendernos. A mitad de concierto empezamos a pensar que nos equivocamos, con la traca final entramos en estado de euforia y sin "peros" reconocemos que, con la inestimable ayuda del tipo del violín, es el mejor concierto de Carlos Núñez que hemos visto.
Con todo el teatro en pie y el escenario repleto de público, Fernando nos hace esta foto de familia.
A la salida nos espera una última sorpresa, Carlos Núñez y el tipo del violín, están en la puerta, firmando discos, saludando y posando sonrientes para las fotos. Fernando, consigue abrirse hueco para inmortalizar este momento.
Antes de empezar el concierto ya había comprado este CD. De a poco, de viaje en viaje le voy juntando a Matías un puñado de la música que a mí me emociona. Este disco no podía falta en su, de momento, pequeña discoteca.
Terminado el concierto hay ganas de hablar, claro, y bien que nos podrían dar las uvas hablando de esto y aquello, como aquella noche de La taberna del irlandés, cuando Fernando y yo, después de unos primeros finos en un lugar extraño frente al callejón de los Infantes de Lara, después de que amablemente nos dijeran eso de "esta y no más" en Bodegas Campos; terminamos en un local clandestino bebiendo un finito que surgió milagrosamente de algún misterioso lugar bajo la barra y que nos dejó un terrible resaca de recuerdo.
Hay ganas de hablar, claro que sí, pero nos conformamos con unos montaditos y una cerveza, porque en esta edad, hay más ganas de llegar a casa, darle un beso de buenas noches a Kevin y abrazarnos juntos al pequeño Matías.
Rescato de youtube este vídeo de la traca final, cuando junto a Carlos, tocaron gaitas cordobesas (y es que después de este concierto uno sale pensando que Dios le dio una gaita a Adán como consuelo por expulsarlo del paraíso, casi, casi, que la gaita fue antes que Adán), cuando un argentino-gibraltareño vestido de Papa Nôel marca el paso junto a una tropa de cordobeses que sigue entusiasmada al tipo del violín.
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