Antes de Navidad, antes del bautizo de Matías, Kevin y yo necesitábamos un corte de pelo. Mi plan, urdido desde nuestro anterior regreso a Priego en el mes de septiembre, era esperar hasta este nuevo regreso para pasarnos una mañana por mi peluquería de toda la vida, para que allí nos dejaran bien apañaditos para el bautizo de Matías y la Nochebuena.
Como a mí me queda más bien poquísimo pelo, no me supone ningún sacrificio esperar unos meses. El caso de Kevin es un poco diferente, él sí que tiene buen pelo de niño y buen pelo chileno; un pelo, además, que crece rápido, rápido. Reconozco que me costó un poco convencerlo de que la Peluquería Ballesteros de Priego era el mejor lugar posible para quedar bien, bien apañadito, para el bautizo de Matías y la Nochebuena. Al final, entre ir unas semanas antes a una peluquería turca o iraní en Lillestrøm o esperar unas semanitas para cortarse el pelo en Priego, Kevin terminó por elegir la segunda opción.
En realidad, tengo que confesar que había una tercera opción. Lo que de verdad quería Kevin era pelarse nada más bajarse del avión. Quería llegar a Córdoba y pelarse, antes de ver el partido del Madrid o antes del concierto de Carlos Núñez, en la peluquería "Demode". Yo había prometido llevarlo, si la peluquería estaba abierta, ese mismo sábado por la tarde, antes del partido del Madrid o antes del concierto de Carlos Núñez. Pero los sucesivos retrasos que fuimos sufriendo en el vuelo y recogida de coche no hicieron posible esta tercera opción.
En honor a la verdad, tengo que decir que Kevin aceptó sin problemas aplazar su corte de pelo hasta el lunes.
Como confesé en un capítulo anterior de este cuaderno virtual, no sabía el nombre de mi peluquero de toda la vida, tampoco sabía el nombre de su hijo, mi peluquero de ahora; y me daba rabia no habérselo preguntado en septiembre. Ahora ya sé que padre e hijo se llaman Juan y que en Priego tienen el apodo de "los gorriones". Juan, el hijo, además de decirme su nombre y su apodo, me cuenta que su padre sigue bien, que los pies lo dirigen cada mañana a la peluquería; me cuenta que tiene fotos antiguas, de cuando ni yo había nacido, porque ésta es una de las peluquerías más antiguas de Priego. Quizá un día me envía esas fotos y escribimos otro capítulo en este cuaderno.
Llegados a este punto tengo que hacer un paréntesis en la narración para señalar que esto de los apodos es algo muy común en los pueblos de la comarca. Lo de los apodos puede ser un poco como una lotería que siempre toca pero que no siempre te toca uno bueno. Algunos que ahora me vienen a la memoria son: gordo, torrenno, pelusa, pulguillas... En la lotería del dinero nunca sacamos premio, pero en la lotería de los apodos no podemos quejarnos: a mi abuelo Agustín se le conocía como Agustín el del cerezo y mi madre era la cerecilla; mi abuelo Frasquito era el electrecista y mi padre, el hijo del electrecista. En honor y recuerdo de esta tradición de Tójar, Priego y alrededores, mi madre le puso "María Cerezo" a su taller de costura.
Cierro paréntesis y continúo con la narración para señalar que Kevin venía preparadísimo para la terrible pregunta: cómo quieres que te lo corte. Nada más pronunciar Juan, el peluquero, estas palabras; Kevin sacó su móvil y le enseñó una fotografía suya con el corte de pelo que él quería. Como Juan es un excelente peluquero, terminada la faena, Kevin quedó más que contento al mirarse en el espejo. Juan se acuerda de Kevin, le cortó el pelo para la boda de mi hermana Rocío. Aquel día le regaló un bote de gomina que, sin saber muy bien cómo, acabó en el bolso del peluquero de mi hermana para gran indignación de Kevin. Juan no sabe esta historia, pero debe suponer que aquel bote estará más que gastado y, como se acuerda de Kevin, le regala un nuevo bote que, esta vez, mantendremos alejado de las manos y bolsos de otros peluqueros.
Para el bautizo de Vera, Matías tenía unos mechones de pelo larguísimos detrás de las orejas. Visto un vídeo que grabamos en el Hotel Sagrada Familia, con Matías jugando en la cama, tengo que reconocer que esto es absolutamente cierto. El caso es que, como la familia, molestó tanto con el temita de los mechones de pelito que a Matías le caían sobre las orejas, decidimos no cortárselos.
En realidad Nathaly y yo no queríamos cortarle el pelo tan pronto a Matías, pero como lo de los mechones era más que evidente, pensamos que lo mejor sería cortárselos y así ya quedaba apañadito para su bautizo y su primera Nochebuena.
Para gran satisfacción mía, Matías se cortó sus mechoncitos en mi peluquería de toda la vida. Espero que cuando decidamos cortarle el pelo, de verdad, por primera vez, coincidamos en tiempo oportuno, una mañana en Priego, después de un buen desayuno el el Río y antes de visitar a Joselito, la Fuente del Rey, a la abuela y a la tita Carmen; con Juan en su peluquería. Así, mientras nos pelamos toda la familia, vamos hablando del tiempo, de los olivos, de Priego, de la vida y, quizá, de fútbol.
En septiembre, Heddy, tía de Nathaly, conoció a Matías en Córdoba. Allí le regaló esta preciosa cajita de filigrana cordobesa para poner en ella sus primeros cabellos y dientes. De estos últimos aún no tenemos ni noticias y falta un buen puñado de años para que empiece a cambiarlos; pero sus primeros cabellos sí que están ya en su cajita de filigrana cordobesa que, junto a otros pequeños tesoros, se guarda en esta bonita lata literaria.
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