jueves, 3 de abril de 2014
Ruiseñor del Adarve 3
No recuerdo que mis padres nos midieran mucho a mis hermanos y a mí. Supongo que ellos tenían claro que no íbamos a ir para jugadores de baloncesto que, más bien al contrario, los tres seríamos recortaditos. Poca falta hacía la vara de medir, durante la infancia bastaba con llegar al pueblo y escuchar a la multitud de chachas cantar a coro o asegurar en solitario lo mucho que habíamos crecido de un verano para otro. Con la adolescencia la cosa cambió, como no había centímetros que celebrar a lo alto, la multitud de chachas, a coro o en solitario, fue festejando el incremento de centímetros que se iba produciendo de forma circular sobre mí cintura.
Sé que muchos padres compran un bonito artilugio en Ikea, con forma de jirafa, por ejemplo, en el que pueden ir apuntando los centímetros que sus hijos crecen cada cierto tiempo. Otros padres, más hippies, pasan de Ikea y eligen un trozo de pared o el marco de una puerta para apuntar, orgullosos, el progreso ascendente de sus hijos.
A Matías ya no le queda una multitud de chachas que, a coro o en solitario, le repita cada verano aquello de "ay que ver lo que ha crecio este niño", y Nathaly y yo todavía no hemos tenido una conversación para debatir en profundidad si compraremos algún artilugio en Ikea, con forma de jirafa, por ejemplo, o si pintaremos en un trozo de la pared o en el marco de la puerta los centímetros que, de a poco, va creciendo Matías. Es de suponer que Matías no será tan alto como sus hermanos, aunque si le sale a mi abuelo Frasquito o a mi tío Pepe lo mismo nos da una sorpresa.
A falta de una multitud de chachas, de un artilugio de Ikea y de la decisión de pintar o no un trozo de pared o el marco de una puerta; tenemos la útil tradición de poner a los niños junto a la estatua de Joselito que preside el balcón del Adarve, en cada regreso a Priego. El método no es científico, muy fiable tampoco, pero las tradiciones son las tradiciones y si miráis en el capítulo: Ruiseñor del Adarve 1 de este cuaderno virtual; se ve fácil, a simple golpe de vista, lo mucho que ha crecido Kevin en estos últimos cinco años.
Esta es la segunda visita de Matías a Joselito, seguro que en la próxima ya se sostiene en pie y, por lo menos, queda al altura del pantalón corto de Joselito. Repetiremos el poco fiable y nada científico método en cada regreso a Priego, y estoy seguro de que al final revelará su indiscutible utilidad: pasados muchos años se podrá ver fácil, a simple golpe de vista, que Erik, Kevin y Matías le sacan varías cabezas al Pequeño Ruiseñor, que, por suerte, al igual que paré de crecer a lo alto también paré de crecer a lo ancho, que mi barba está cada día más blanca y que Nathaly está igual de guapa que siempre, o más.
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