viernes, 28 de marzo de 2014

El niño con el pijama de rayas



     Temo no equivocarme si sostengo que la juventud, hoy y en general, lee poco; al menos lee pocos libros. Erik, con sus jovencísimos 16 años no es una excepción. Por eso me sorprendió cuando llegó a casa un día, contándome que acababa de leer un libro en la escuela, que lo había leído en muy poco tiempo, que no era muy largo, la verdad sea dicha; y que le había gustado muchísimo. Después de atinar con la traducción, me acerqué a la estantería y saqué El niño con el pijama de rayas. Ahora el sorprendido fue Erik, al ver que yo también había leído su libro y que además lo teníamos en casa.

    Estoy seguro, bueno, casi seguro, de que los niños, hoy y en general, casi no leen. Kevin es una excepción. Desde los 7 años ha leído casi todas las noches un buen rato, antes de quedarse dormido. A veces, noches de viernes o sábado, ha leído hasta pasadas las doce; a veces, noches víspera de colegio, ha pedido poder leer un par de páginas más antes de tener que apagar la luz. Kevin leyó El niño del pijama de rayas unos cuentos años antes de lo que algunos recomendarían. Le gustó leerlo y comprendió la historia. Su profesor, sorprendido, sólo pudo felicitarlo.
      Ahora, con sus todavía 11 años de niño, Kevin lee menos, anda un poco distraído con su iphone, su ipad mini, su portátil... demasiados rivales tecnológicos para la humildes páginas de un libro. 

     Quería empezar este capítulo con un resumen del libro, escrito por Erik y Kevin. Me interesaba saber qué recordaban, qué se les había quedado fijado en la memoria y cómo lo contaban. Me interesa que empiecen a escribir porque, temo no equivocarme si sostengo, que los jóvenes y los niños, hoy y en general, no escriben. Erik y Kevin no son una excepción. Las cosas que recuerdan del libro, mezcladas con las cosas que recuerdan de la película me las han contado en la cena y así, si quiero, las puedo escribo yo. 

     La semana que viene quedaré con Erik a la salida del instituto, iremos juntos a la biblioteca y buscaremos un libro, corto, entretenido, interesante y en noruego. La semana que viene intentaré sacar un poco más de tiempo y subir al cuarto de Kevin, antes de que llegue la hora de apagar la luz, para terminarle de leerle el libro de Los Cinco que dejamos sin acabar antes de la mudanza. 
    






     A mí sí que me apetece volver a releer esta pequeña-enorme historia de John Boyne. Es la tercera vez que lo leo y podría hacer un buen resumen. Pero comparado con el resumen que podrían haber hecho Erik y Kevin, el que puedo hacer yo me parece muy poco interesante. Lo mejor es que me lo ahorre de escribir, no por pereza, y mis familiares y amigos íntimos no pierdan tiempo en leer mi poco interesante resumen de un libro que, supongo, la mayoría ya habrá leído. Sí no lo han hecho, deberían correr a la librería más cercana, comprarlo y empezar a leerlo hoy mismo.

    Aunque, en realidad, supongo que todos los familiares y amigos íntimos que leen este cuaderno virtual, ya habrán leído El niño con el pijama de rayas, por si alguno no lo hubiera hecho todavía y en un arrebato decidiese salir corriendo a la librería más cercana, comprarlo y empezar a leerlo hoy mismo, y por si a alguno de los familiares y amigos íntimos que leen este cuaderno virtual y no han leído El niño con el pijama de rayas es muy sensible y no le gustan las historias tristes; debo advertirles que esta es una historia muy triste y que, además, esta triste historia de Bruno y Shmuel, capítulo tristísimo de uno de los periodos más tristes, oscuros, enfermos y malignos de la historia de Europa, acaba mal. Coincidiendo con la última página no hay un rayo de esperanza, no hay final feliz ni nada que se le parezca, sólo un final triste y demoledor.

     En las primeras páginas, Bruno se pregunta por el trabajo de su padre. Bruno tiene claro a qué se dedican los padres de sus amigos: un carnicero, vende carne; un carpintero, hace muebles; pero Bruno no sabe cuál es el oficio de su padre. Bruno sabe que su padre viste un elegante uniforme, pero no sabe en qué consiste su trabajo y, además, nadie tiene tiempo y ganas de explicárselo o, quizá, es que nadie quiera o sepa explicar el trabajo del elegante padre de Bruno.
     Después de releer estas primeras páginas, pienso algo en lo que no había reparado antes. Qué les habrán contado a sus hijos personajes como Urdangarín o Bárcenas. Porque, no tengo miedo de afirmar que los niños y los jóvenes tienen una curiosidad infinita y una de las cosas qué más les interesa es saber a qué se dedican sus padres. A los niños les gusta correr al colegio y decir aquello de mi padre es bombero, apaga incendios y ayuda a la gente, el mío cocinero, cocina unos platos riquísimos y tiene un bar en...; pero imagino lo triste que tiene que ser para un niño eso de llegar al colegio y decir mi padre es banquero, hace que crezca el dinero de los que más tienen, él mismo gana mucho dinero, y hace que los que menos tienen tengan cada vez menos; mi padre es político, no hace nada, pero habla y grita mucho y viaja un montón y gana bastante dinero y el que le sobra lo pone en unos sobres y lo reparte con sus colegas, mi padre dice que tiene una fundación..., uff, terrible, no, no, sin duda es mejor que los hijos de estos personajes, heridos de ambición, no tengan que pasar la vergüenza de tener que explicar a qué se dedican sus padres. Les basta con saber que sus papás visten trajes elegantes, total, parece que las mamás de estos niños inocentes también desconocen a lo que se dedican sus maridos.

     La historia de Bruno se pone triste cuando su elegante padre asciende y con el ascenso llega un traje más elegante y una mudanza a un lugar horrible. Bruno ni siquiera tiene tiempo de despedirse de sus tres mejores amigos para toda la vida. Lástima que los hijos tengan que pagar el coste de los trajes elegantes, de las brillantes carreras y del tiempo-oro de sus padres.




     Yo estuve en Auschwitz, era el director de fotografía de un documental sobre Violeta Friedman, una niña que pudo sobrevivir al horror. Rodamos en primavera, el Sol era intenso, el aire limpio, los colores brillantes. Aunque vi las alambradas, los barracones, las literas apiñadas, las vías del tren, las cámaras del gas, los hornos, la enorme chimenea, las maletas, las gafas, los cabellos; aunque vi todos los restos de la tragedia, con aquel Sol intenso, aquel aire limpio, con los colores brillantes de la primavera era difícil pensar que en realidad toda aquella maldad, todo aquel espanto había sido posible, que no era sólo la triste historia de un momento tritísimo que un buen novelista imaginó.



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