jueves, 6 de marzo de 2014

Linus i Svingen



     Ayer Matías cumplió ocho meses. Este ha sido el primer mes en el que él y yo nos quedamos solos en casa. Mamá se va a trabajar a la farmacia y sus hermanos al colegio. Matías suele despertarse entre las 8 y las 9. Salvo que haya mucho barullo o que escuche un ruido fuerte, no suele despertarse de golpe. Empieza con algún sonidito que a veces parece una queja y a veces una risa suave. De a poco va cambiando de posición y liberándose del nórdico. Si de verdad hemos entrado en la fase de despertar, cualquier intento de volver a cubrirlo terminará en fracaso. Poco a poco Matías va abriendo los ojos y cuando me descubre a su lado sonríe y a mí se me cae la baba. Le gusta quedarse un rato jugando en la cama antes de que bajemos a la cocina. En una de estar mañanas de juego Matías se ha descubierto en el espejo. Parece que le gusta lo que ve.




     Nuestra rutina comienza con un ratito de juego en la alfombra del salón. Matías no suele hacer pis por la noche y este momento de juego nos sirve para hacer tiempo mientras se hace necesario el primer cambio de pañal del día. Una vez cambiadito, Matías me mira, mientras desayuno, sentado en su silla. Mamá siempre me deja una reserva de leche en la nevera. La caliento, lo justo, al baño maría. A Matías no le gusta la leche caliente. La gran novedad de este mes es que Matías ya es capaz de beber del biberón. Al principio, como tiene un poco de hambre, traga con avidez y un poco de impaciencia, pero conforme va quedando satisfecho le gusta coger el biberón él solito, y terminárselo sin prisa, bebiendo de forma intermitente, golpeando el biberón, con mucho ritmo, con la mano derecha, riéndose a carcajadas de vez en cuando; sobre todo cuando aprieta la tetina con sus deditos y le sale un chorrito de leche que cae en la nariz, los ojos y el pelo.





     Lo que no hemos conseguido es que le gusten los potitos. Da igual los ingredientes, el espesor, que tengan más o menos tropezones, la temperatura... Todos los intentos han comenzado con una cara de lo más chistosa, han seguido con un echar la cabeza para atrás acompañado de un abrir la boca y empujar con la lengua las molestas gachas, y han terminado con un tajante cerrar de boca. Puede que el problema sea la cuchara. No el tipo de cuchara, los hemos probado todos, sino la forma, el concepto de cuchara en sí. 
     Por suerte hemos conseguido que tome smoothie de frutas -directamente a la boca-, de cualquier sabor y a ser posible ligeramente fríos;  y una especie de gusanitos de toda la vida, pero adaptados para bebés. Vamos, un poco mas grandes.





     El gran momentazo de este mes ha sido cuando, coincidiendo con el aniversario del 23-f, y mientras yo me disponía a ver lo que terminó siendo un timo de programa; Matías tuvo a bien ponerse de pie por primera vez el solito.
     Aquella primera vez su "Tiny" le sirvió de apoyo, ahora ya utiliza los distintos niveles de las estanterías para ponerse de pie y de paso sacar algunos libros. De momento la mesa de la televisión todavía le da un poco de respeto. Se acerca a ella, pone las dos manos en su superficie -el otro día ya consiguió barrerme un disco duro-, se pone de rodillas, inicia el intento de ponerse de pie; pero a mitad de camino algo le frena y decide volver a sentarse. Seguro que el mes que viene la mesa de la televisión dejará de ser una zona segura.



 

 
 
      En un programa de Campeonísimos, Karlos Arguiñano terminaba contando que una vez en Jerez, una señora se le había acercado y le había dicho que él no podía ser vasco, que tenía que ser andalú, andalú; él le contestaba que no, que qué le iba a hacer, que era vasco. Y Matías es noruego, ha nacido en Noruega y va a vivir en Noruega.
     Hoy hemos ido a ver a Kevin interpretar magníficamente el papel del poderoso Thor en una función escolar. Es tradición que cuando se llega a la Sexta clase, los niños representen una función sobre la mitología escandinava. Es la primera vez que Matías ha estado en la escuela de sus hermanos, y por mucho que a mí me hubiera gustado un colegio salesiano para él,  ésta misma será su escuela; y cuando llegue a la Sexta clase le tocará hacer de Odin, o de un vikingo, o de un príncipe de Jotunheim.

     Si Dios quiere, me gustaría estar en el patio de mi colegio el próximo 24 de mayo. Quisiera decirle a Matías, aunque no me entienda, que Ella lo ha hecho todo, y seguro que mientras le cuento se me caen dos lagrimones más grandes que el "poli" del colegio. Si volvemos a casa para el 24 de mayo habrán pasado ya más de cuatro meses desde nuestro último regreso. En sus primeros seis meses, Matías viajó a Córdoba, a Nerja, a Sevilla, al Rocío, a Barcelona, y otra vez Córdoba y El Rocío y Sevilla. Un ritmo imposible de mantener. Ojalá el 24 podamos estar recorriendo el barrio junto a María Auxiliadora, ojalá que veamos casi todo el Mundial junto a una playa de Cádiz o en Córdoba, antes de irnos al cine de verano; pero es seguro que nunca podremos regresar tantas veces como queramos. Es seguro que dentro de poco Matías escuchará mucho más noruego que andaluz, por mucho que cada fin de semana desayunemos en "La Calle de en medio" de Canal Sur.

     Por eso elijo esta canción de Odd Nordstoga para celebrar tu octavo mes. En nuestro primer trabajo importante en Noruega, mamá y yo le grabamos en la Domkirke de Oslo. Y tengo que reconocerte que me gustó mucho.



                              



     Pero igual que le dijo aquella jerezana a Karlos Arguiñano, yo le digo a mi niño que él también es andalú. Y, viéndole con el arte que da palmitas, quién me lo va a discutir.







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