Quim, Vera, y Matías entre ellos dos, son los nuevos miembros de nuestra pequeña gran familia española (hispano-chilena con un toquecito noruego en mi caso). Con Matías me estreno como padre y con Quim y Vera como tío. Siempre he pensado que los padres son para sus hijos algo así como los dueños del Olimpo, los tíos vendrían a ser los dioses menores que habitan ese Olimpo que yo me imaginaba de pequeño.
Una tarde terrible descubrí que mi padre, vuestro abuelo, queridos Quim y Vera y también el tuyo querido Matías, no compartía con los dioses el don de la inmortalidad. Pero tanto él como vuestra abuela Matilde fueron para mi y mis hermanos nuestros dioses particulares, los que nunca nos fallaron, los que conseguían que todo fuera fácil, los que no dudaban en acometer pequeños y grandes sacrificios por vernos felices y por hacer de nosotros buenas personas. Papá y mamá, vuestros abuelo y abuela heredaron la grandeza de los dioses. En aquel pequeño Olimpo de pueblo que yo imaginaba, vivía también un montón de dioses menores: habitaban mi pequeño santuario las chachas de mi madre, parecían eternas en su vejez tan bien conservada, tan igual de verano a verano; también algún chacho, siempre de menos palabras. Mamá, vuestra abuela, sólo tuvo un hermano que nació y murió antes de que ella viniera al mundo. Tenía, a cambio, más de una decena de primos hermanos. Sus primos siempre fueron para mí "los titos". Papá, vuestro abuelo, era el segundo hijo de una familia de 8 hermanos. Todavía no he conocido a nadie que quiera tanto a sus hermanos como mi padre, él supo ser el mejor de los hijos, el mejor de los hermanos y el mejor padre que pueda imaginar. Sus hermanos eran los dioses menores más importantes que habitaban mi pequeño Olimpo infantil.
Con los años, poco a poco, a veces casi sin darnos cuenta, a veces de golpe, a menudo con la erosión suave que va dejando la lluvia y una vez con la furia de un tsumani; a mi pequeño Olimpo infantil se le fue desconchando la pintura y le nacieron grietas en los pilares. Papá, vuestro abuelo, era grande, enorme, bueno, pero no inmortal. A algunos dioses menores se los llevó una edad más corriente para morir, para algunos la distancia resultó insalvable en el día a día, y a otros una ola de capitalismo salvaje los borró de nuestro futuro. Y pese a todo, el pequeño Olimpo infantil sigue en pie, se asienta en el recuerdo, lo habitan los dioses menores que siempre estuvieron y que todavía siguen ahí, demostrándonos su cariño en la distancia, en el reencuentro y en los mensaje de whatsapp. Titos, titas, gracias por acompañarme todos estos años.
Mi pequeño Olimpo infantil sigue vivo porque mamá, vuestra abuela, sigue siendo grande, enorme, buena, imprescindible, necesaria cada segundo. De sobra sé que no es inmortal, por eso le pido cada día al Dios y los Santos que habitan por encima de mi pequeño Olimpo infantil que le regalen a mamá, a vuestra abuela, muchos, muchos años de vida.
Ahora que ando estrenándome como papá y como tío me gustaría ser para Matías un papá bueno, grande y enorme como lo fue el mío, y para Quim y Vera ser un diosito menor como lo fueron para mí alguno de mis tíos. No soy inmortal, por supuesto, pero ojalá les dure muchos años (tengo oficialmente solicitados 42 más) y ojalá que, a pesar de la distancia, esté presente en su día a día, y ojalá que ninguna ola de capitalismo feroz o cualquier otro pecado capital me borre de su futuro.
Como soy primerizo en esta aventura de ser tío, me he escrito un decálogo:
1.- Recordar siempre, siempre, siempre que Quim y Vera tienen a su papá y mamá, que son ellos los que toman las grandes decisiones, que Nathaly y yo somos sólo diositos menores.
2.- No comparar. Por favor, por Dios, por todos los Santos, que no se me ocurra nunca preguntar con aparente inocencia cargada, en realidad, de cierta malicia, por las notas, por la estatura, por las clases de solfeo, por las clases de chino mandarín, con el objetivo de comparar a Matías con sus primos.
3.- Alegrarme por cada pequeño éxito, por cada pequeña conquista de mis dos sobrinitos.
4.- Intentar ayudar a papá y mamá con algo que yo sepa, con algo en lo que yo tengo otra experiencia; pero sin ser un hermano-cuñado terriblemente "pesao"
5.- Respetar la personalidad de las dos personitas.
6.- No manipular emocionalmente. Ejemplo práctico: yo soy madridista, muy, muy madridista, pero prometo no hacer nada de nada para que a Quim y Vera les guste el fútbol y mucho menos para que sean del Madrid. Que les guste lo que les de la gana y que sean del equipo que quieran. Faltaría más.
7.- No hacerles sufrir. Esto parece obvio, pero pondré otro ejemplo práctico para explicarme. Una vez vi un partido de fútbol, un partido de mi Madrid, junto a mi padre y mi tío. Semifinales de Champions contra el Milán. La noche prometía, yo era feliz por el partido y porque estaba con mi padre y mi tío. El Madrid perdío 5-0, una terrible catástrofe en aquel momento de mi infancia. Mi tío no supo entender que aquello, de verdad, era una catástrofe para un niño.
8.- Decirles la verdad. Vamos, tratarlos siempre como personitas primero, y después como personas inteligentes. Hablar y hablar, hablar mucho con ellos, contarles de mi vida, de mis libros, de mis películas, de mis recuerdos, y preguntarles por su vida, por sus aficiones, por sus amigos, por sus juegos...
9.- Quererlos. Quererlos mucho, quererlos como la parte imprescindible, la parte urgentemente necesaria de nuestra familia que son. En sus ojos, en sus sonrisas, en su personalidad habrá un montón de cosas que me recordará a mis padres y otro montón que me recordará a mi hermanita, la niña que tantos años dio sentido a todo lo que yo hacía, la mujer que hoy sigue manteniendo la sonrisa cuando a los demás se nos agria un poco la mirada.
Me quedé corto con lo del decálogo. Leches, me falta uno...
10.- Como les van a comprar un montón de ropa, un montón de juguetes, sus titos de Noruega les regalaremos un libro en cada cumpleaños y añadiremos otro en su carta a los Reyes Magos.
En esta época de redes sociales, teléfonos inteligentes y amigos multimedia, confío en que Quim, Vera y Matías encuentren siempre un momento para usar medios un poco más arcaicos: confío en que disfruten de una tarde de playa y se harten de correr por la arena y se nieguen a abandonar el agua aunque estén tiritando de frío y tengas los dedos con textura de garbanzo. Me gustaría que cuando se vayan haciendo mayores alguna vez hagan algo tan revolucionario como escribirse una carta. Me gustaría que usen el teléfono para hablar porque están lejos y no para jugar cuando están cerca. Deseo que sean tan buenos primos como hermanos. Al final parte de mi éxito como padre y como tío consiste en eso: que Matías quiera a sus primos, que quiera pasar tiempo con ellos, que esté por encima de equipos de fútbol, que sepa ser él y comprender cómo son sus primos, que ni la distancia ni las olas de la vida los mantenga alejados.
Me he estrenado tarde como papá y como tío. No hay planes de darle un nuevo hermano a Erik, Kevin y Matías, aunque si Dios quiere uno nunca puede decir que no. Sobrinos que vengan cuantos más mejor, cada uno es una alegría diferente, y además en casa tenemos un tito que aún tiene que estrenarse como papá.
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