Día 24. Amanece un día feo, no desapacible, la temperatura no es demasiado baja (7 grados) y la lluvia es un chirimiri que apenas molesta, pero el día está feo
Mamá se va a la farmacia y Matías y yo nos quedamos viendo una producción musical, quizá de los años 70, quizá de un país de la Europa del Este, del cuento del lobo y las cabritas. Nathaly, antes de salir para la farmacia, nos dice que es un clásico de las Navidades noruegas que veremos cada 24 de diciembre en NRK (el equivalente a TVE-1).
Terminado el cuento, la programación especial del día 24 continúa con un concierto de coros de niños en una espectacular iglesia, supongo que del norte de Noruega. Matías se aburre pronto y me pide ver Gru y los Minions. Cuando termina la película tengo el tiempo justo para ponerle su trajecito noruego y llevarlo a misa. La operación deviene mucho más complicada de lo esperado porque, con el día tan feo que nos muestra la ventana del salón, a Matías no le apetece nada salir a la calle. Con bastante esfuerzo consigo terminar de vestirlo y sentarlo en el coche.
La lluvia es un poco más intensa cuando llegamos a la iglesia. En el interior saludo a Dag, el padre de un amigo de Erik y uno de los protagonistas de mi documental, y busco un lugar de fácil huída en el caso de que Matías no tenga el día tranquilo. Mis temores se confirman y después de unos minutos de calma, supongo que por lo imponente del lugar, por el sonido de las campanas y por la primera canción; Matías decide que él también puede chillar al tiempo que la sacerdote habla, querer correr por el alfombrado pasillo de la iglesia del pueblo, tirarse al suelo o quitarme, arrugar y empezar a romper el papelito donde vienen escritas las respuestas, los salmos y las canciones; sin el cual cualquier intento mío por seguir la misa es absolutamente inútil. No queda más remedio que una elegante retirada. Sin embargo, en la puerta somos interceptados por varios conocidos que nos sonríen y que se acercan con libros infantiles, un leoncito de juguete y lápices de colores para que Matías se entretenga jugando en el suelo y yo pueda continuar en la iglesia. Gran problema: el famoso papelito ha quedado abandonado en el banco del que salimos en elegante retirada. Al terminar la misa nos acercamos a mirar el Belén. Fuera sigue lloviendo. Varios conocidos me dicen que tengo un niño fantástico. Aunque hoy se portó regular tirando a mal, les sonrío y les digo que estoy de acuerdo con ellos. Un hombre, desconocido, se me acerca, me saluda efusivamente, me cuenta que fue misionero en África y que tiene un montón de nietos. Estoy muy feliz de haberle entendido todo y haberle podido decir un par de cosas en Noruego.
Al regresar a casa, Nathaly y los niños ya nos están esperando. Tenemos tiempo suficiente para descansar un rato, ducharnos y vestirnos con tranquilidad antes de ir a casa de Gissella pero, al final como es normal, el tiempo se nos hecha encima y después de hacer nuestro tradicional "posado de Navidad" salimos con siete minutos de retraso sobre el horario previsto.
Exactamente con los mismos minutos de retraso con los que salimos, llegamos a casa de Gissella después de conducir una hora en una tarde-noche de poco frío para la época, sin nieve y con una fina lluvia que apenas molesta.
En casa de Gissella está todo listo. La decoración navideña abunda y el árbol termina inundado de paquetes de brillantes colores. Gløgg de aperitivo y para cenar las más típica "julemat" posible: ribbe y pinnekjøtt acompañadas de sus correspondientes salsas y patatas cocidas, de postre arroz con leche y un surtido de galletas y pastas noruegas animado por la compañía de algunos mantecados y barritas de turrón duro que Teresa y Gissella trajeron de Murcia. Mi única aportación a esta cena de Nochebuena es una botella de dos litros de un correcto vino italiano que se queda sin abrir porque a nadie le apetece vino para cenar y yo odio beber solo.
El momento "entrega de regalos" abre un extenso paréntesis entre los momentos "cena" y "postres". Matías, el invitado más pequeño, es hoy, junto a Kevin y William, el encargado de entregar los paquetes. Y Matías cumple con su función divinamente: se acerca al árbol de Navidad, selecciona un paquete y se lo entrega a Kevin y William, ellos le indican quien es el destinatario y Matías se lo acerca y permanece a su lado (a veces incluso intenta echar una mano en el proceso de desenvolver las elaborados y llamativos envoltorios); y termina soltando un expresivo "uhhhhhh" cuando, por fin, el contenido es liberado y el destinatario muestra orgulloso su regalo. Y obviamente, Matías es el más feliz y el más orgulloso mostrando sus regalos cuando le toca su turno: un piano para tocar con los pies, varios Minions, una mochila (también de los Minions) y un peluche de Fantorangen
Yo, que no tengo la costumbre, ni la tradición, ni me hace especial gracia lo de los regalos en Nochebuena; tengo que reconocer que este año he salido muy bien parado: una bonita camisa, un bonito jersey, una fantástica "Minipimer", y una maravillosa sartén profesional en la que no se pega nada de nada. Pero el mejor regalo de la noche, sin duda, fue la sorpresa que, escrita en unos nuevos y elegantes calcetines grises, me dio Nathaly: el 24 de enero viajamos a Córdoba por una semana completa. También escrito en unos nuevos y elegantes calcetines, esta vez negros, me llegó un segundo regalo: un abono a La Liga en Viasat sport por 6 meses. Este segundo regalo, por motivos que más abajo señalaré y ajenos totalmente a la voluntad de Nathaly, se vio frustrado dos días después.
Justo es señalar que, en el extenso paréntesis que abrió en la noche el momento "entrega de regalos", Nathaly decidió acompañarme y, por fin, la enorme botella de un correcto vino italiano fue abierta y pude disfrutar de un par de copas antes de irnos a dormir.
A la mañana siguiente, Nathaly, Matías, Teresa y yo, acostumbrados a no dormir más allá de las 8 de la mañana, somos los primeros en despertar. Poco a poco vamos invadiendo un salón lleno de colchones y familiares menos acostumbrados a madrugar también en día festivo, hasta conseguir hacernos un hueco en el sofá, provocar la huída sonámbula de unos pocos hacia los dormitorios que hemos dejado libres, y empezar a preparar el desayuno.
El día de Navidad es típico en Noruega comer los restos de la cena de Nochebuena para desayunar. Yo opto por una modesta tostada con mantequilla y mi café. El desayuno transcurre perezoso, de a poco se van sumando niños a la mesa hasta que, cerca de las doce del mediodía, lo damos por concluido y empezamos con la operación de recolectar regalos y abrigos, cargarlo todo en el coche, despedirnos, agradecer la invitación, las atenciones, la comida y los regalos, y poner, en una soleada mañana de Navidad, rumbo a Bjørkelangen.
Es tradicional en Noruega encontrar al despertar el regalo que el "Nisse" dejó en el salón mientras dormíamos la noche de Nochebuena. Nuestro "Nisse" ha sido bueno con todos y a todos nos ha dejado regalos. El más espectacular ha sido el tractor que le ha dejado a Matías. Un tractor precioso pero con un manual de montaje bastante confuso que sólo Nathaly ha sido capaz de interpretar correctamente mientras yo me dedicaba a preparar un nuevo festín de la más tradicional "julemat" noruega.
El día 26 amanece frío pero con un Sol precioso. Apetece salir a disfrutarlo y estrenar los regalos.
Tenía previsto empezar a disfrutar de mi suscripción a Viasat sport hoy mismo pero, tras comprobar ayer que los canales no están sintonizados automáticamente como le dijeron a Nathaly y después de que hoy llamáramos a Viasat, hemos recibido la mala noticia y la disculpa correspondiente porque el empleado que le vendió a Nathaly la suscripción desconocía que nuestro pueblo no está en la frecuencia apta para recibir la señal.
El domingo 27 celebramos la última gran comida familiar de estas Navidades. Waleska y Terje tienen por costumbre invitar a toda la familia a su casa para entregar los regalos pendientes y volver a comer "julemat" (en esta ocasión aparecen algunas innovaciones en forma de ensaladas que ayudan a hacer más digerible el hartazgo de "ribbe" que ya evidenciamos en este momento de las fiestas navideñas). Hoy Matías ya no es el más pequeño de la fiesta. Tiene un primo segundo de apenas dos meses al que, después de mirarlo un momento y tomarnos de las manos a Nathaly y a mí para dejar claro que somos sus padres; no termina prestando mucha atención. Somos más y los niños han crecido, la enorme mesa de Waleska y Terje se está empezando a quedar pequeña.
Entre unas cosas y otras el último acto de esta Navidad se fue retrasando hasta la noche de hoy, miércoles 30 de diciembre. Durante los ocho años que llevo ya viendo en Bjørkelangen sólo he podido pasar una Navidad y media en Córdoba. La entera fue hace dos años con motivo del bautizo de Matías. La media fue hace algunos años más: el día 24 de diciembre a primera hora de la mañana Nathaly y yo dábamos una cabezadita en el aeropuerto de Gardemoen esperando la salida de nuestro avión con destino a Bruselas. Durante días habíamos sufrido viendo como un furibundo temporal de frío y nieve provocaba la cancelación de multitud de vuelos con destinos de centro Europa. Sería más o menos las 6 de la mañana cuando empezábamos a respirar tranquilos después de facturar nuestro equipaje y ver en la puerta de nuestro avión que el vuelo estaba anunciado para la hora prevista. Faltando poco más de media hora para embarcar se anunció por megafonía que debíamos desandar el camino y volver al mostrador de facturación donde recibiríamos más información. De golpe toda la ilusión y los planes que había hecho para esa Nochebuena de regreso a casa se estrellaron contra el suelo helado de un aeropuerto. Pasamos horas haciendo cola ante el mostrador de Bruselas Airlines hasta que llegó nuestro turno y la opción que nos ofrecían para llegar a Málaga pasaba por Berlín y tenía como hora prevista de llegada alrededor de las doce de la madrugada. Llamé a mi hermano para preguntarle sí podría venir a recogernos. Me contestó que por supuesto y que no importaba que celebraríamos la Nochebuena a partir de las dos de la mañana. Nathaly intentó buscar otras alternativas y en la SAS nos advirtieron de que tomar la opción que nos daba Bruselas Airlines significaría, sin duda, pasar la noche en Berlín porque ellos estaban seguros de que desde el Aeropuerto de Berlín no estaban despegando aviones ya que el problema era la falta del líquido anticongelante imprescindible para volar en estas fechas. La SAS podía ofrecernos un vuelo para ese mismo día, directo a Málaga, pero sólo tenían asientos libres en clase Business y el precio era sensatamente inasumible. Por momentos pensé que el viaje se había terminado antes de empezar y reconozco que me puse a llorar. Finalmente Nathaly consiguió billetes para el día siguiente con la compañía Norwegian a un precio razonable. Cansados, muy cansados, regresamos a casa, dormimos un rato en el sofá y tuvimos una modesta cena de Nochebuena los dos solos. Esa noche vimos la película Feliz Navidad. A la mañana siguiente volábamos a Málaga para celebrar una cena de Nochebuena en el día de Navidad.
Por el recuerdo de aquella Navidad y porque la película cuenta un episodio real de la Primera Guerra Mundial, el tema que durante los últimos meses he estado estudiando "por libre" quería cerrar con ella el ciclo de cine navideño de este año. Erik estaba interesado en verla pero al final no encontramos el momento para hacerlo juntos (cosas del tener novia, estudios, trabajo y dos casas).
Hoy he vuelto a llorar con alguna de sus escenas: en parte por el recuerdo de aquella odisea en el aeropuerto de Gardemoen y en parte por el dolor que causa saber lo estúpidos y crueles que llegan a ser los poderosos y todo lo bueno que tiene en común la mayoría de buena gente que habita este planeta y como la universalidad de sus sentimientos, todo lo que nos une, todo lo que nos hace esencialmente iguales no es capaz de imponerse al egoísmo económico, al ansia de poder, al afán de conquista y al orgullo patriotero de unos pocos, los menos, los más poderosos.
Película imprescindible que seguro más de un familiar o amigo íntimo ha visto.
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