En la madrugada del lunes, Nathaly empezó a sentirse mal. Pasó toda la noche vomitando y durante el día apenas tuvo fuerzas para beber algún líquido. Matías y yo pasamos el día en el salón. A media tarde Nathaly empezó a bajar la escalera y Matías se dio cuenta de que mamá no había ido al trabajo. Me miró sorprendido y exclamó interrogativo: mama min? El martes por la noche Matías vomitó poco después de acostarnos. Nathaly, todavía en proceso de recuperación, y yo nos temimos una noche larga. Por suerte no se cumplieron nuestros pronósticos y a la mañana siguiente Matías parecía estar perfecto. Igualmente, por precaución, decidimos no llevarle a la guardería. El miércoles, Nathaly regresó al trabajo y Matías y yo pasamos el día comprando los ingredientes que faltaba para el fantástico menú de Nochevieja que llevaba días pensando.
Sin embargo, como dice el dicho: uno propone y Dios dispone. A partir de las 3 de la mañana empecé a sentirme mal: acidez y presión en el estómago, fuerte dolor de cabeza y fiebre, debilidad y falta de apetito. Pasé todo el día tirado en el sofá y nuestra cena de Nochevieja se fue al carajo. A partir de las 10 de la noche empecé a sentirme un poco mejor y al menos pudimos comernos las uvas (lo único que comí en todo el día) retransmitidas por el chef Alberto Chicote desde la Puerta del Sol de Madrid. Matías vio los fuegos artificiales desde la ventana del salón y poco más tarde nos fuimos a dormir.
Sin embargo, como dice el dicho: uno propone y Dios dispone. A partir de las 3 de la mañana empecé a sentirme mal: acidez y presión en el estómago, fuerte dolor de cabeza y fiebre, debilidad y falta de apetito. Pasé todo el día tirado en el sofá y nuestra cena de Nochevieja se fue al carajo. A partir de las 10 de la noche empecé a sentirme un poco mejor y al menos pudimos comernos las uvas (lo único que comí en todo el día) retransmitidas por el chef Alberto Chicote desde la Puerta del Sol de Madrid. Matías vio los fuegos artificiales desde la ventana del salón y poco más tarde nos fuimos a dormir.
El día uno de enero del año pasado el paisaje era muy parecido al de este 2016 recién estrenado. El año pasado encendí el ordenador al despertar y empecé a escribir un capítulo de este cuaderno:
Amanece este primer día del año con un paisaje menos blanco que el que ayer despidió 2014, el año, dicen, más cálido de la historia. Los fuegos artificiales que anoche poblaron el cielo de Bjørkelangen iluminaban el paisaje monocromo que nos dejaron las bajas temperaturas y las nevadas de los últimos días del año, ya pasado. Amanece con uno o dos grados de temperatura que nos dejan un paisaje moteado de blancos y marrones en el que el blanco de la nieve deja de ser, por unas horas o por unos días, el protagonista único de las vistas que disfruto desde esta ventana a la que me asomo cuando escribo.
El resto del capítulo iba a ir referido a mis deseos o mis buenos propósitos o mis retos personales para el año entrante. El resto de habitantes y huéspedes de la casa se fue despertando poco a poco, y con el tercer o cuarto lavavajillas, el desayuno, la pereza y la barbacoa de salchichas en la terraza; el primer propósito: no dejar más capítulos pendientes en este cuaderno virtual, se fue al traste. Quizá por ello el resto de pequeños grandes propósitos también fueron incumplidos durante 2015. Así pues para este 2016 tengo la misma lista de buenas intenciones que tuve para el 2015: aprender a comunicarme y entender noruego; perder algo de peso y escribir algo más que estos capítulos, un puñado de cuentos para empezar, por ejemplo. Ahora que han quedado por escrito y que no empiezo el año sumando más capítulos en espera, si no al contrario, empezando a recuperar algunos de los que quedaron esbozados; confío en empezar 2017 con una nueva lista, quizá más ambiciosa, de deseos, buenos propósitos o retos personales.
El caso es que este día 1 de enero de 2016 el paisaje vuelve a estar moteado de morones y blancos, la temperatura es de sólo -2 grados y yo me encuentro mucho, mucho mejor. Ayer los ingredientes para la cena se quedaron en el refrigerador, pero hoy podemos utilizar las entradas de cine que ya habíamos comprado hace unos días.
En Córdoba solía celebrar el 1 de enero acudiendo al Concierto de Año Nuevo en el Gran Teatro. Para los próximos años es una buena alternativa celebrarlo llevando a Matías al cien en Lillestrøm. Matías ha ido mucho al teatro, acompañándome en mi trabajo las más de las veces, también a varios conciertos y bastante a los cines de verano de Córdoba y Garrucha; pero hoy es su primera vez en un cine de los que en Córdoba llamábamos "de invierno".
Matías ha disfrutado desde el primer momento en que ha pisado el cine: ha corrido sorprendido mirando todos los afiches que anuncian los próximos estrenos y elegido todas las chucherías posibles para meter en su bolsa. También se ha empeñado en entregar él mismo su entrada. Ha bajado despacito las escaleras, acostumbrando su visión a la penumbra propia de los cines, y ha exclamado "ohhh" cuando ha visto la enorme sala llena de asientos por poco tiempo vacíos. Después de encontrar nuestras butacas, Nathaly le ha explicado que la gran pantalla era como una tele grande. Hemos querido sentarlo entre nosotros pero él ha preferido ir pasando de las rodillas de uno a otro. Hay que comprender que para él esta es su primera vez, y todas las primeras veces suelen inspirar algo de temor, algo de vértigo cuanto menos.
Matías se ha portado muy bien. No se ha dormido ni un segundo y ha prestado atención a todo lo que la gran pantalla le mostraba. Ha salido encantado de la película hablándonos, en su peculiar enredo de idiomas, del mono, el pato y el queso. Por el pasillo de salida Matías se para ante cada afiche que promete una buena película para él. Quizá la siguiente sea en Córdoba.
Aquí dejo el trailer de este muy buena película noruega que es un pequeño milagro en la producción actual.
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