domingo, 3 de enero de 2016

Indiana Jones



    Cada inicio de año intento que la primera película que veo sea especial o simbólica por algún motivo. Es una especie de ritual cinematográfico para empezar bien el nuevo año. Gracias a Matías, este año he recuperado aquello de ir al cine el día de año nuevo. Después de muchas comidas, visitas y eventos navideños, después también del virus estomacal que fue saltando de uno a otro para terminar el año conmigo afiebrado y arrumbado en el sofá; este fin de semana no tenemos más planes que descansar, ver las primeras películas del año, leer algo, preparar la comida que se quedó en la nevera en nochevieja y mirar por la ventana al verdadero invierno recién llegado.

     Dedico un buen rato a repasar la lista de películas intentando elegir una. Después de un par de repasos sin decidirme, detengo el mando a distancia en Indiana Jones, interrogo a Nathaly con la mirada y espero su respuesta: no está interesada en volver a ver ninguna de las pelis de Indiana, mucho menos dobladas al castellano (única versión de la que ahora mismo dispongo) pero tampoco está muy interesada en ver cualquier otra película. Así pues, y con la perspectiva de un largo fin de semana hogareño por delante, acordamos que yo las iré viendo por orden y a trozos y que ella quizá les eche un ojo mientras pega una cabezadita o va haciendo otras cosas.

     Indiana es, sin duda, una buena elección para empezar cinematográficamente este año. Si no me falla la memoria la primera vez que vi En busca del Arca perdida fue en el autocar camino de Italia. Y, como ocurriera con Star Wars, quedé impresionado por aquella combinación de aventuras, historia, arqueología, Egipto, nazismo… Aquella película quedaba muy por encima de las películas de kun-fú y aventuras que me gustaba ver en vídeo con mi padre y mi tito Francisco: El mono borracho en el ojo del tigre, Conan, Thor o El Señor de las bestias, entre otras.
     Es probable, aunque no puedo asegurarlo, que también viese El templo maldito en ese mismo viaje.  Otro inicio trepidante para una aventura históricamente menos interesante y mucho más sangrienta que la primera.
     La última cruzada sí que la vi en un cine de Córdoba, aunque no puedo asegurarlo probablemente fue en el Alcázar. Sin duda una nueva aventura de Indiana Jones merecía estrenarse en el que fue el  mayor cine de Córdoba antes de que lo trocearan y lo convirtieran en un mediocre multicines. De nuevo con el cristianismo y el nazismo de fondo, y a pesar de verla en pantalla grande, aquella nueva aventura de "Junior" carecía de la magia subjetiva de los 14 años y de un visionado nocturno camino de Italia. Me gusto, obvio, pero ya no me impresionó.
     Y, cuando ya parecía que Harrison Ford no volvería a tomar más su látigo y su sombrero, Spielberg decidió mezclar en una cuarta aventura el mundo Maya, la guerra fría y los alienígenas. El Reino de la calavera de cristal fue la primera película que Nathaly y yo vimos juntos. Fue en El Dorado, un cine de Oslo que durante la ocupación nazi sirvió para las grandes reuniones de los ocupantes y que hoy, al igual que el cine Alcázar de Córdoba, ha dejado de existir. 













     El fin de semana pasa lento, perezoso, y yo vuelvo a disfrutar de estas cuatro películas recordando momentos, lugares y secuencias. Hacía bastante tiempo que no las veía. Matías a ratos juega y a ratos duerme, no presta atención a la pantalla; quizá algún ruido estruendoso le llama la atención pero en seguida vuelve a lo que estaba haciendo. La próxima vez que las vea, quizá en un fin de semana largo y perezoso de apertura de un nuevo año me gustaría que Matías ya estuviese en la edad de quedar impresionado por las aventuras de este héroe viejo y clásico, quizá el mejor de los héroes creados para el cine. 





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