viernes, 8 de enero de 2016

B (Bárcenas)






     Hoy Matías se ha levantado un poco mocoso. Estos últimos días hemos tenido una temperatura de -20 grados y, aunque ha pisado poco la calle. algo le ha afectado. Está mimoso. Quiere que me pase el día con él el sofá viendo La abeja Maya y Tarzán. Después de jugar un rato a perseguirnos por el salón, cambiarle el pañal y limpiarle la nariz cientos de veces me dice que quiere ver Pepa Pig en el iPad. Aprovecho ese ratito para ver yo esta película sobre el llamado "caso Bárcenas".

     Tengo el recuerdo, esta vez sí perfecto y cristalino, de haber querido ser Presidente del Gobierno desde mis años de segundo ciclo de EGB. Mi madre, por desgracia, también tiene este recuerdo perfecto y cristalino y más de una vez me lo echa en cara con ese típico reproche de madre insatisfecha con el presente de sus hijos. El caso es que me recuerdo, perfecta y cristalinamente, partiéndome mi infantil pecho de preadolescente defendiendo a Felipe González frente a algunos de mis compañeros de colegio católico, colegio de modesto y de barrio, pero colegio "de curas" al fin y al cabo.
     En mi etapa de Bachillerato Unificado Polivalente en Salesianos, otro colegio católico, menos modesto y menos de barrio, descubrí, con más sorpresa que espanto, que quedaban grupos de chavales de mi misma edad que lucían orgullosos la bandera franquista en sus carteras y relojes, y para los que no era tan normal ser "facha" como para mí ser "rojo". Mis batallas dialécticas con mis compañeros "los fachas" llegaron a su punto álgido, ante el pasotismo general del resto de compañeros, en una clase de religión en la que el castigo, más que previsible, por referirse a alguien como "el hijo de puta de…" quedó en suspenso porque quien empezó la pelea fue uno de los "fachas" nombrando como tal a Felipe González; a lo que yo respondí, delante del profesor de religión y director del colegio, que si el compañero podía referirse en esos términos al Presindente del Gobierno Español, elegido democráticamente, bien podía yo usar la misma terminología "de barrio" para referirme a todos los "fachas" que todavía quedaban en España. La sangre no llegó al río, el director no nos apuntó en el parte y en el descanso el compañero y yo, de posturas claramente irreconciliables, convenimos que no era necesario continuar con los insultos ni hacer esfuerzo alguno en intentar convencer al otro de las virtudes del llamado "antiguo régimen" o del gobierno socialista del cambio.
     Con el ímpetu de aquellos primeros años de juventud y en aras de un brillante futuro político que, sin duda, debía desembocar en la Moncloa, decidí militar en el Partido Socialista Obrero Español. Mi padre fue el encargado de atemperar un poco ese ímpetu y permitirme la afiliación al PSOE sólo después de cumplir los 18 años. Así pues, con la mayoría de edad recién estrenada, me convertí en militante del "SOE" de pleno derecho. Fueron años de desencanto: no entendí nunca que la "O" de obrero fuese la letra más difusa de las siglas de mi partido, no me llevé bien con los dirigentes de las Juventudes Socialistas de Córdoba (a mi juicio sólo jóvenes sin valor para contradecir al poder que emanaba de un partido cada día menos de izquierdas y más embarrado en corruptelas varias; jóvenes que parecían no aspirar nada más que a ocupar el sillón que los mayores tuvieran a bien cederles), no entendí las luchas por el poder dentro del propio partido, los trapicheos y las puñaladas por la espalda. Llegué a presidir una Asociación Juvenil, dentro del Partido, llamada Pablo Iglesias, asistí a Congresos Provinciales y fui interventor en varios procesos electorales. Mi carrera política empezaba justo cuando yo más dudas tenía y cuando mi ídolo demostraba tener pies de lodo y una X terrible le señalaba por acción u omisión. Dejé de ser "felipista" y, para seguir creyendo en el Partido, me hice "guerrista" sin tenerlo del todo claro. Más empeñado en ser de izquierdas cuanto más veía a mi Partido virar a la derecha. Me ofrecieron condiciones muy favorables para hacer la prestación social sustitutoria por motivos de objeción de conciencia al servicio militar y me invitaron a un viaje de intercambio a Paris para todos los miembros de la Pablo Iglesias a cambio de no armar jaleo durante la conferencia de un diputado sevillano que venía a convencernos de las bondades para los jóvenes de una reforma del mercado laboral daba entrada en nuestra legislación a los contratos basura. En un tradicional perol cordobés con los compañeros y amigos de la asociación juvenil dije que González había traicionado el socialismo y llegué a referirme a él en términos tan poco amistosos y tan "de barrio" como los que años antes había empleado mi compañero "el facha" en una clase de religión. Aquellas palabras mías llegaron, gracias a un mediocre aspirante a poltrona disfrazado de amiguete, a oídos del Secretario General de mi agrupación. Ante su amenaza de abrirme un expediente en Ferraz me referí, muy poco elegantemente por mi parte a su escasa estatura (mira quien fue a hablar) y a su prematura alopecia (mira quien fue a hablar otra vez) y a su ridículo bigotito (de esto sí que no uso). Y así puse punto y final a una incipiente y brillante carrera política que debería, sueños de infancia que recuerdo perfecta y cristalinamente, haber terminado en La Moncloa.

     De aquel tiempo recuerdo también perfectamente a un hombre, Paco Torres, que fue mi mentor y, tal vez, el motivo porque el que no abandoné antes. En él descubrí a un tipo íntegro, capaz de dar un puñetazo en la mesa para defender sus ideas, claramente de izquierdas, para llamar a cada cosa por su nombre, para denunciar los trapicheos, las componendas, el barrizal. Paco, que fue mi amigo en aquel tiempo, no era un político de profesión, su sueldo se lo ganaba trabajando como funcionario en un puesto ganado en oposiciones públicas. Su consejo fue siempre que estudiara, que fuera independiente económicamente, que la política fuese siempre para mí una vocación para ayudar a construir una sociedad próspera más justa y más libre. Al final lo que me decía mi amigo Paco se parecía bastante a lo que me habían dicho algunos amigos curas de los colegios en los que tuve la suerte de estudiar. El día que envié mi carta de renuncia y abandoné el Partido, Paco me dijo: "niño, haz lo que tengas que hacer, lo que te pida el cuerpo y recuerda que socialismo es mucho más que estos cuatro "sociolistos" que mandan ahora".
     A Paco me lo encontré hace un par de años en uno de nuestros regresos a Córdoba. Poco le habían cambiado los años. A los dos se nos notó en la mirada la ilusión que nos hizo el inesperado reencuentro. En pocas palabras nos pusimos al día de las cuatro cosas que de verdad importaban. Quedamos en llamarnos y tomar una cerveza. No lo hicimos. Quizá a los dos nos da pereza recordar las viejas batallas que perdimos y hablar de que, visto como está la cosa, cuanta razón teníamos. Seguro que en algún otro regreso nos volvemos a encontrar y tal vez, a parte de volvernos a poner al día, en cuatro frases, de las cosas que de verdad importan; sacamos tiempo para esa cerveza y para reconocer, ahora sí, cuánto nos dolieron las batallas que perdimos y cuánto nos jode tener casi la certeza de haber perdido la guerra.

     B (Bárcenas) es para mí una película de terror por representar la punta del iceberg de un sistema profundamente corrupto, institucionalizado y hasta bien visto en el seno de los partidos políticos que ostentan el poder sin el más mínimo respeto por sus votantes. La desvergüenza y la mentira ha llegado a tal extremo que los nuevos casos que nos asaltan cada día en el telediario ya ni nos sorprenden.
     Ahora miro la política con curiosidad, sin apasionamiento, como si estuviese en un teatro viendo una ficción; pero deseando que de pronto aparezca un nuevo actor que me sorprenda esta vez para bien,
   
     Película imprescindible con una magistral interpretación de Pedro Casablanc.


           

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