martes, 6 de mayo de 2014

Sjusjøen


   
     Salimos un poco más tarde de lo previsto y el día está algo lluvioso. Este año no hay viaje a mi Semana Santa andaluza, no hubo Domingo de Ramos esperando a la Borriquita y no habrá Madrugá en Sevilla. El Miércoles de Pasión se cerró con un carrerón de Bale y un triunfo. Hoy, jueves,  ponemos rumbo a unas vacaciones de Pascua diferentes, cuatro días en Sjusjøen en una cabaña, una Påske a la noruega que nos recibe este Jueves Santo con un día frío y neblinoso.




     El frío y la neblina desaparecen nada más pisar el interior de la cabaña. Terje y Waleska tienen el fuego encendido y la cabaña tiene todas las comodidades imaginables. El lugar y la compañía son perfectos para disfrutar de una Semana Santa diferente: más de un metro de nieve en la calle, buena comida, chucherías y chocolate por kilos y películas de zombies y Poirot.

   

     El segundo día en Sjusjøen amanece con un Sol espléndido que nos acompañará ya durante todas las vacaciones. Aunque el metro de nieve que tenemos en la puerta parezca indicar otra cosa, a partir de hoy resulta innecesario encender la chimenea.




     Martin, Erik, Kevin y Stefan, pueden dormir hasta tarde y cuando despiertan están de buen ánimo para posar delante de mi cámara. De vez en cuando hasta dejan a un lado los múltiples dispositivos móviles que se han traído y nos acompañan a pasear bajo este fantástico Sol primaveral.
     Matías está feliz de estar rodeado de tanta gente, esta feliz de poder jugar con sus hermanos y primos y de tener su nueva silla de IKEA que le permite estar más cómodo y más cerca de la mesa (ahora ya no tenemos miedo de que tire del mantel y arrample con todo). Todos estamos pendientes de sus carreras por el suelo, de sus subidas a la mesa chica, y de sus reclamos a la hora de la comida para que le pongamos miguitas de pan en la bandeja de su silla. Bien protegido del frío y del Sol, acostumbrado ya a sus gafas, se duerme de inmediato cada vez que salimos a pasear.

   


     A la vuelta del paseo es tiempo de preparar un aperitivo y tomarlo tranquilamente en la terraza. No falta el vino, la cerveza o el café para acompañarlo. Aunque Matías parece querer ayudar a preparar la cena, tenemos que reconocer que el mérito de lo fantásticamente bien que hemos comido lo tienen Waleska y Nathaly, que hasta consiguieron multiplicar el escaso pescado que llevamos para el Viernes Santo. Lo de la falta de pescado se debió a un malentendido que hizo que llevásemos la mitad de pescado y el doble de cordero. Por cierto, qué maravilla de pierna, asada con sus hierbitas y sus patatitas al horno SIN mahonesa. Y después de las cenas pantagruélicas más vino, más cerveza y más chuches y chocolate. Tampoco está tan mal esta Semana Santa a la noruega, ahora que lo pienso.




     Los días pasan rápido, pero alcanzan para mucho. Hacemos un poco de turismo y damos largos paseos hasta descubrir un bar en lo alto de la montaña. Terje y todos los críos se atreven con la sauna como Dios manda, con salida y revolcón por la nieve incluidos. Como las fotos van quedando bien los críos le cogen gusto a eso de posar y todos reclaman copia de la foto para subirla a su Facebook o Instagram.

      Precisamente la valla de madera en la que posan en la foto de abajo, me convirtió, sin lugar a dudas, en el ganador del premio a la mejor anécdota del viaje. Debo reconocer que el premio también podría llamarse el premio a la caída más tonta, o a la pasada de frenada más estrepitosa. El caso es que me dio por emular a mi madre en aquello de hacer piruetas a destiempo, y durante un rato me sentí orgulloso de poder sentarme en la valla de un brinco y sin usar las manos. Sobre todo me sentía orgulloso porque los críos, tantísimos años más jóvenes y con tantísimos kilos de menos no eran capaces de hacerlo. Los mayores finalmente lo consiguieron y volvieron al interior de la cabaña y  a sus dispositivos móviles. Mientras Kevin y Stefan lo intentaban una y otra vez, a mí me dio por hacer una última exhibición. Terje, que no me había visto saltar hasta entonces, me ofreció una ayuda que yo rehusé con algo así como "pero que me estás contando...". Puse tanto ímpetu en el salto que me pasé de frenada y a partir de ahí controlar todos mis kilos y mis años de más fue misión imposible; de manera que mis huesos y kilos fueron a dar en el suelo al otro lado de la valla. Como por suerte no me rompí nada y Nathaly no vio la caída, después de un primer momento de susto general (imposible olvidar la cara de Terje y los gritos de Kevin) el descojone fue apoteósico. La caída no está grabada, pero sí las risas y un último salto, para recomponer mi orgullo magullado, que esta vez no acabó en fracaso. Para alivio de los familiares y amigos íntimos y sobre todo mi madre, que leen este cuaderno virtual, sostengo que la caída, pese a su espectacularidad, no dejé secuela alguna y que, en el momento en que esto escribo, estoy en plena forma, deseando empezar a patear pelotas con Kevin y Matías en el jardín.




     El resumen es que pasamos unos días estupendos en los que disfrutamos del Sol, de la nieve, de los largos paseos, de la comida, del vino y la cerveza y de los kilos de chuches y chocolate que nos metimos en el cuerpo; pero lo mejor de todo, sin duda, fue la compañía. Muchas, muchas gracias, tusen, tusen takk Terje og Waleska por invitarnos.




   
 Y dicho todo esto debo añadir que en uno, dos o tres años me gustaría regresar por Semana Santa a Córdoba y salir el Domingo de Ramos con mi niño de la mano, siguiendo a la Borriquita con su Jesús triunfante desde y hasta San Lorenzo y pasando por la puerta de mi casa. Terje, Waleska, estáis invitados a la mejor Semana Santa del mundo, la de mi Andalucía.  Prometo que no faltará el potaje de bacalao, el fino de Montilla, la cervecita fresquita y las pipas.


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