Este cuaderno virtual sigue acumulando retraso. En notas escritas o dictadas al móvil se amontonan capítulos no escritos. El mismo retraso que se va acumulando, cuando el tiempo libre es un bien escaso, en los libros nuevos no leídos. En nuestras estanterías de Ikea, con cada viaje, con cada cumpleaños, se van amontonando nuevos libros que, pacientemente, esperan ser leídos.
Compré este libro mirando sólo el nombre del autor. Reconozco que no le presté mucha atención a la breve sinopsis escrita en las páginas de la revista del Círculo. Mirando la foto de arriba se advierte claramente que el nombre del autor destaca, por tamaño y color, sobre el título del libro. Ese John Boyne en letras grandes y rojas, después de haber disfrutado tanto leyendo El niño con el pijama de Rayas, fue un reclamo perfecto para mí.
Cuando el libro, por fin, llegó a Noruega, volví a leer la sinopsis escrita en su solapa. Esa vez tampoco le presté mucha atención. Coloqué el libro en su estantería, junto a El niño..., y allí lo dejé unos meses, retrasando gustosamente su lectura.
Hace más o menos dos años pensé que ya era el momento de leerlo. Lo saqué de su estantería y esta vez sí leí con atención la breve sinopsis de la solapa. La sinopsis me gustó tanto que decidí que ese no era un buen momento para empezar a leer el libro. No puedo recordar ahora qué andaría haciendo en ese momento dos años atrás, pero imagino estaría liado con el montaje de algún vídeo, liado hasta el punto de necesitar un libro más "fácil" o más corto. El caso es que La casa del propósito especial fue devuelta a la estantería con la esperanza, eso sí, de un pronto regreso a mis manos y de una lectura concentrada.
Imposible recordar cuantos meses pasaron hasta que decidí que ahora sí. Saqué el libro y volví a leer la sinopsis. Satisfecho y feliz por el viaje que me iba a pegar por la Rusia de los Romanov y la Revolución bolchevique, empecé a leer el libro. Creo que no llegué a la tercera página. Los nombres de Zoya y Georgi Danilovich Yáchmenev se me atragantaron, no fui capaz de digerirlos y en aquella primera o segunda página terminó el viaje. El libro fue, de nuevo, devuelto a la estantería; esta vez sin promesa ni fecha de regreso.
Como ya señalé en este cuaderno virtual, hace pocos meses releí El niño con el pijama de rayas, y al llegar al final enlacé, sin pensarlo, su última pagina con la primera de la historia de Zoya y Georgi. Me olvidé de los apellidos, me concentré en los nombres y empecé a viajar. Recuerdo que era de noche, que Nathaly veía algo en la tele, que Matías dormía, Kevin estaba en su dormitorio y Erik tumbado en su sofá. Pasado el segundo capítulo: "El príncipe de Kashin", la lectura empezó a tomar velocidad de crucero y en apenas 4 ó 5 días el viaje llegó a su fin. Fueron 4 ó 5 días hermosos, muy hermosos; sentado al calor de mi chimenea, viendo la nieve en el jardín, pude sentir el frío de los caminos en la Rusia de los Zares.
No me costaría nada hacer un resumen del libro un poco más largo que la sinopsis de la solapa. Pero no quiero quitarle el placer de descubrirlo a futuros lectores. Por cuánto tiempo habitará, de nuevo, el libro en la estantería. Quién sabe. Quizá una tarde cualquiera Nathaly lo rescate, quizá Erik más adelante, tal vez Kevin en unos años o puede que Matías muchos años más tarde. Hasta cuando permanecerá el libro dormido. Quién sabe. Puede que, en algún tiempo más, yo decida hacer de nuevo el mismo viaje. Siempre me gustó regresar a algunos lugares.
Terminado el libro, el nombre de Zoya queda en la memoria para siempre. Queda también el deseo de que Zoya hubiera sobrevivido, de que Zoya, antes de serlo, hubiera sido la niña apasionada, sincera, bondadosa y valiente de esta historia; y que, de haber sobrevivido, siendo ya Zoya, se hubiese convertido en la anciana apasionada, sincera, bondadosa y valiente de esta historia.
Recuerdo perfectamente que terminé el libro una noche. Nathaly buscaba información sobre un medicamento en su Ipad y le daba el pecho a Matías. Erik y Kevin estaban en casa de su padre. Cerré el libro, cogí mi móvil y busqué indicios y pistas de la verdad. Encontré especulaciones, sospechas, mentiras, fraude y un montón de viejas e impresionantes fotografías.
Pocos minutos después de publicar el capítulo El niño con el pijama de rayas, mi amigo Fernando dejaba un mensaje de Whatsapp recomendando La casa del propósito especial. Ni él sabía que yo lo había leído, ni yo sabía que él tenía este libro. Hace unos meses, Matías estaba a punto de llegar, recomendé a Fernando leer Hacia rutas salvajes y dio comiendo un frenético envío de fotos de libros leídos y por leer. En momentos como ese echo de menos esa cervecita apresurada o esa copa de fino y tiempo infinito para poder hablar de los libros que leímos, de los que estamos leyendo y de los que, pacientemente, esperan su turno en las estanterías de casa. Suerte que tenemos Whatsapp.
Desconozco si mi amigo Fernando también deseó que Zoya hubiera sobrevivido; pero sé, el mismo me lo "whatsappeo" que, el mismo día o noche en que terminó el libro, buscó indicios, pistas y viejas fotografías.
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