domingo, 15 de marzo de 2015

Nordre Lindeberg gård



     Más allá de los tópicos o de las chorradas con el tópico por único fundamento que en un momento de morriña, de nostalgia, de añoranza, de saudade… Qué bonito, por cierto esta palabra portuguesa que según wikipedia  " es un vocablo de difícil definición incorporado al español empleado en portugués y en gallego, que expresa un sentimiento afectivo primario, próximo a la melancolía, estimulado por la distancia temporal o espacial a algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia. A menudo conlleva el conocimiento reprimido de saber que aquello que se extraña quizás nunca volverá".

Decía que, más allá de las tonterías que uno, que yo, puedo decir en un momento de saudade, todos los lugares y tiempos tienen cosas que admirar y disfrutar. Es indudable que el momento de nuestra infancia en el que habitamos un tiempo y lugar definido siempre será un lugar vivo en nuestra memoria que a los sensibles nos produce, de vez en cuando, ataques de saudade. Esta enfermedad, si se sabe llevar, es más bien benigna, apenas tiene efectos secundarios, pasa bastante desapercibida y, a veces, produce momentos de gran intensidad. Mal llevada te puede convertir en un cascarrabias, un desubicado o un trasnochado. Confío en que no sea mi caso. 
     
     Y, decía todo esto, porque también aquí (Bjørkelangen) y en esta época (2015) se pueden hacer un buen puñado de cosas a pesar del frío, de la lluvia, de la falta de espacios culturales, de la distancia con lo urbano. Me cuenta Nathaly que ella siempre ha sido muy activa con Erik y Kevin, que casi nunca ha pasado un domingo en casa mirando caer la nieve o la lluvia a través de la ventana del salón. Matías, con poco más de un año y medio, probablemente no conserve en el recuerdo ninguno de los momentos que ahora disfruta y que le hacen reír o protestar; pero estoy seguro de que las sensaciones que empieza a acumular le terminarán de dar forma y forjarán su personalidad. Ojalá que cuando Matías sea mayor tenga repentinos e irreprimibles ataques de saudade benigna. Será señal de haber vivido una muy feliz infancia. 

     Escribo, en definitiva, todo esto para dejar constancia de la primera vez que Matías fue a una granja a mirar los animales. Este domingo, después de visitar la tumba de su bisabuela Julia en el cementerio de Lørenskog, hemos ido a pasar la mañana en la 4H gård, para nosotros la granja de los cuatro corazones; un lugar que para Nathaly, Erik y Kevin fue habitual hace años.




     La la granja de los cuatro corazones está en Furuset, entre Lørenskog y Oslo, muy cerca del Ikea que tanto hemos frecuentado en los últimos años. En sus alrededores se mezcla lo rural y lo urbano. Los domingos está abierta al público para que los niños puedan disfrutar viendo de cerca gallinas, pavos, gansos, ovejas, cabras, conejos, carneros, vacos y caballos, y para  que los mayores disfrutemos viendo a las caras que ponen nuestros niños. 
     Desde hace meses a Matías le gusta mucho ver animales en la televisión o el ipad. Verlos en vivo ya es otra cosa. Con las gallinas y los conejos ha reaccionado muy bien: con curiosidad y entusiasmo. El sonido del ganso le ha llamado mucho la atención y no dejaba de acercarse a la reja para verlo de cerca. Con los animales más grandes la reacción ha sido otra: desconfianza y temor. Hasta las ovejas, que tanto le gustan, las ha querido mirar sólo de lejos. 
     Entre tanto mugido, relincho, valido y gritos de infantes; aparece un acento conocido. Un hombre de mediana edad se me acerca y se ofrece a ayudarme buscando la gomita del palito, que uso para llevar la cámara Gopro, que se me ha caído al suelo. Su acento es claramente andaluz. Me cuanta que lleva una pila de años en Noruega, que vive al lado y que su mujer trabaja en una residencia de ancianos cercana. A punto de despedirnos le pregunto de dónde es. Sevillano, contesta. En ese momento el tópico se hace real y Francisco, que así se llama mi paisano, se empeña en contarme el chiste de la gomita. Y es que, aunque suene a tópico, a pesar de los años en Furuset, el paisano Francisco no ha perdido su acento sevillano, su afán por echar una mano, sus ganas de conversación y su afición por los chistes.

     


     Definitivamente, en este momento Matías prefiere mirar a los animales pequeños. Sale al exterior al cuidado de Erik y yo me alejo un poco para hacer algunas fotografías de la granja. Parece ser que con tanto entusiasmo, queriendo ir de un extremo a otro del corral de las gallinas, los pies se le han enredado y ha terminado aterrizando sobre un montón de barro. Matías me ve, mientras estoy distraído con los fotos, y empieza a correr hacía mí para enseñarme que tiene las manos sucias y que se ha hecho un poco de "auuuu" con la caída. De casualidad el objetivo de mi cámara y su mirada se cruzan y consigo estas fotografías que demuestran que Matías se parece mucho a mí en lo molesto que le resulta tener las manos sucias. 






     Erik ya está en la edad en la que se puede confiar la cámara de fotos sin tener miedo de que ésta acabe en el suelo o de decida hacer una foto "de autor" en lugar de una simple foto de familia. Todavía hay que dejárselo listo el diafrágma y el foco, pero ya encuadra correctamente. Me aprovecho de esto para poder salir yo en la foto, igual que en un futuro próximo me aprovecharé de que pueda conducir para, en un paseo por Euskadi, disfrutar de un buen chuletón con su correspondiente barra libre de sidra y txacolí.
   

Kevin, William, Gissella, Teresa, Christian, Nathaly, Matías y Javier. 

     El paseo en carro queda pendiente para una nueva visita a la granja de los 4 corazones. Antes, si Dios quiere, Matías tendrá en el Zoo de Córdoba una nueva oportunidad para ver animales chicos y grandes.



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