jueves, 12 de febrero de 2015
El Orfanato
La vemos en la noche del jueves, en familia. Nathaly dice que, después de volver a verla, ahora no le gusta tanto (no soporta la interpretación de Belén Rueda o no soporta a Belén Rueda. Intento recordar alguna película en la que le haya gustado y no lo consigo), Kevin dice que vaya película más mala, Erik se ríe y dice que Kevin no ha entendido la película. Kevin sostiene lo contrario. Al final Erik se escaquea y no me aclara si hoy le ha gustado igual, más, o menos que cuando hace meses la vio por primera vez en una hora de clase de español. Lo de ver El Orfanato en clase de español a mí me parece un suceso de lo más extraño.
A mí sí que me gusta tanto o más que cuando la vi por ver primera. Me gusta tanto que envidio el buen hacer o la suerte de Juan Antonio Bayona por haber debutado en el cine con una película que a mí me gusta tanto. Teniendo clarísimo que la escuela cojonuda, la seria, la profesional era el ESCAC, me pregunto por qué no la elegí en mi huida a Barcelona. Siendo justo conmigo mismo he de alegar motivos de tiempo y presupuesto para haber errado en la elección de la escuela de cine que empezaría a materializar mis sueños de cinéfilo de provincias. Pero el caso, si me detengo a pensarlo un poco mejor, es que, tal vez, si hubiese estudiado en la escuela cojonuda, seria y profesional que, sin duda, es el ESCAC; los acontecimientos no me hubiesen llevado a poseer un Goya en la estantería de mi casa, a viajar haciendo documentales, a conocer a Nathaly… Por eso, una vez pensado mejor este asunto y volviendo a reconocer la envidia que me produce ver salir, una detrás de otra, buenas, interesantes, a veces cojonudas películas del ESCAC; me alegro enormemente del cúmulo de decisiones más o menos bien pensadas, más o menos afortunadas, que me han traído hasta este acogedor salón en el que, una noche de jueves, en familia, he vuelto a ver El Orfanato.
Una de las, más bien pocas, cosas claras que saqué de mi no tan cojonuda, seria y profesional escuela de cine es que cuando veo una película la veo con ojos de espectador porque, entre otras cosas, salvo casos excepcionales como Ida, el lenguaje cinematográfico como tal no es brillante en la mayoría de historias fílmicas que consumimos. Por eso en estos capítulos-catálogo que van acumulando películas subjetivamente imprescindibles, más allá de sus valores estrictamente cinematográficos; evito hacer cualquier crítica o análisis que excediese de la agradable charla imaginaria que, en torno a una o dos copas y en un lugar agradable, no muy alejado de esos céntricos cines cordobeses que se extinguieron en mi ausencia; tendría lugar con alguno de los familiares o amigos íntimos que leen estas páginas virtuales.
Como en Córdoba ya no quedan cines en el centro de la ciudad, el precio de las copas aquí es triple y la distancia enorme, me conformo con que los familiares y amigos íntimos que hayan visto El Orfanato me hagan llegar, de una manera u otra, su opinión y así, al menos, el diálogo imaginario se transforma en virtual.
Unos de los últimos libros que leí en 2014 fue Otra vuelta de tuerca de Henry James. La película que se basa en el libro es The Innocents (en España conocida como Suspense). Recuerdo haberla visto una tarde en al Filmoteca de Catalunya. Recuerdo también que critiqué, confío que en silencio, a Amenábar por haber copiado su argumento en Los Otros. He sostenido esta idea, por Dios espero que en silencio, durante todos estos años. Al terminar de leer Otra vuelta de tuerca, empiezo a sospechar que he sido tremendamente injusto con Amenábar. Tengo poco que argumentar en mi propia defensa: dos películas imprescindibles que transcurren en mansiones victorianas y que tienen a niños y fantasmas por protagonistas de sorprendentes finales. Aquí terminan los parecidos. Desconozco que estado de cansancio o enajenación debió conducirme una tarde, durante y a la salida de la Filmoteca de Catalunya, a afirmar estúpidamente, y espero que en silencio, que Amenábar era un copión.
Esta semana las he vuelto a ver una detrás de la otra para poder sostener en voz alta que se trata de dos películas enormes, imprescindibles, y que Alejandro Amenábar creó una magnífica historia original. Mil perdones por todo lo que alguna vez le dije, espero, en silencio.
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