Ni en mis mejores tiempos de estudiante se me dio bien el asunto de las fechas. Tenía que hacer siempre un esfuerzo de última noche para conseguir memorizar las imprescindibles para el examen de turno. Son apenas un puñado de fechas familiares y no más de dos o tres fechas históricas las que consigo tener presentes. Y siendo febrero el mes más corto del calendario es, sin embargo, el que reúne la mayor cantidad de fechas que soy capaz de recordar puntualmente: el 12 es el cumpleaños de mi hermano, el 14 el de mi padre, el 28 el día de Andalucía y el 23 el aniversario de la intentona golpista del 81.
A diferencia de nuestra mal llamada Guerra Civil, de la que apenas obtuve información por vía familiar o escolar, del 23-f conservo recuerdos de infancia y un puñado de lecturas, datos y vivencias de compañeros de trabajo que lo han convertido para mí en un tema apasionante. Tanto, que empieza ser costumbre que le dedique un capítulo anual en este cuaderno.
Venía a sostener el bueno de Pereira algo así como que una buena necrológica no puede improvisarse, que para que la síntesis de una vida, en no más de cuarenta líneas, tenga la calidad y el rigor que se precisa; es necesario escribirla en vida del futuro difunto, aunque el sujeto goce de buena salud en el momento de la redacción. Sostenía el bueno de Pereira, al menos para los casos relacionados con la cultura, que llegado el, tan inevitable como triste, día de la defunción de un poeta llegaba, también, el momento de sacar del cajón la precisa necrológica y añadirle las dos últimas líneas. Algo así, creo recordar, venía a sostener el bueno de Pereira.
El 23 de marzo de 2014 falleció Adolfo Suárez. Por tal motivo, recuerdo que aquella misma noche estuve a punto de comenzar a escribir un capítulo en este cuaderno. Recuerdo también que el recuerdo del bueno de Pereira me hizo desistir de la idea de improvisar aquel capítulo.
La política empezó a interesarme con el "Felipismo" ya instalado en el poder y, en aquellos mediados de los 80 Adolfo Suárez era ya un moribundo en esa nueva escena. Poco o casi nada sabía de aquel político al que mi madre reconoce haber votado porque le gustaba su cara y del que recuerdo su gesto serio, su mirada triste y su desigual lucha en el Congreso de los Diputados.
La manera que elijo para conmemorar el 23-f y recordar a Suárez en esta tarde de domingo, 22 de febrero de 2015, es volver a ver El General de la Rovere de Rossillini. Lo poco que conozco de Adolfo Suárez se lo debo a Javier Cercas y su fantástica Anatomía de un instante. Javier Cercas hace mención en su libro de un editorial publicado en el El País el 18 de febrero de 1981. En aquel artículo se comparaba a Suárez con el general De la Rovere o más bien con Emmanuele Bardone, el caradura impostor que pacta con los nazis asumir en prisión la identidad del héroe y patriota De la Rovere. Se titulaba el artículo "Adiós, Suárez, adiós" y le reprochaba a Suárez, con mucha dureza, casi toda su labor al frente del Gobierno. Tan sólo le concedía el mérito de haber traicionado al franquismo "como un general De la Rovere convencido y transmutado en su papel de defensor de la democracia" El editorial, durísimo, se cerraba con esta otra sentencia: "El general De la Rovere murió fusilado y Suárez se ha ido deprisa y corriendo, con un sinfín de amarguras y con muy pocas agallas".
Se pregunta, Javier Cercas, si Suárez conocía la película de Rossellini. Supone que, siendo Suárez una gran aficionado al cine: "de joven había sido un asiduo espectador de sesiones dobles, y ya de presidente era rara la semana en que no veía más de una de las películas que su mayordomo Pepe Higueras conseguía a través de Televisión Española y proyectaba en 16 mm en un salón de la Moncloa" lo más probable es que sí la hubiese visto. Piensa, Javier Cercas, con toda lógica que es probable que Suárez leyese el editorial de El País. Afirma que "si lo hizo, debió sentir una humillación profunda, porque nada podía humillar tanto al antiguo gallito falangista como ser acusado de cobarde, y pocas cosas pudieron satisfacerlo más que demostrar cinco días después que la acusación era falsa".
Copio aquí el fragmento de la entrevista que el poeta y periodista peruano Pedro Escribano le hizo a Javier Cercas en Lima el domingo 30 de marzo de 2014, pocos días después de la muerte de Adolfo Suárez.
ANATOMÍA DE SUÁREZ
Acaba de morir Adolfo Suárez, usted no le tuvo simpatía.
Hay en muchos de mis libros intentos de comprender. Comprender no es justificar, creo que es quizá el deber que tenemos todos, intentar de entender los motivos. No le tenía simpatía inicialmente, pero finalmente le tengo mucha. Creo que lo que se ha montado en España ahora con su muerte es un poco obsceno… escribiré sobre eso, no quería escribir antes, pero en vista de lo que ha ocurrido que es un poco obsceno. Y eso que afortunadamente estoy en Lima, si estuviese en España estaría más enfadado probablemente.
¿Cree que lo están utilizando?
Hombre, de una manera obscena, todo el mundo. Es como si agarrasen trozos del cadáver… es terrible. Supongo que es normal, o sea, no se puede esperar mucho (risas).
¿Qué le impresiona de lo que dicen?
Todo el mundo está usándolo, es lógico. Están usando el cadáver, lo están llevando a su terreno de manera obscena, diciendo mentiras, falsedades, obscenidades, utilizándolo. La gente que más contribuyó a su caída de una manera brutal ahora se deshace en elogios de él sin siquiera callarse o pedir disculpas. Un espectáculo, realmente, un poco bochornoso.
Para usted escribir una novela o un libro es tratar de responderse…
No, es tratar de formular las preguntas de la manera más compleja posible.
¿Y la novela es la respuesta?
Sí, pero no es nunca una respuesta clara, taxativa, sino una respuesta ambigua, contradictoria, esencialmente irónica, pero no un sí o un no.
Y en Anatomía de un instante, ¿cuál era esa posible respuesta?
La pregunta era por qué un tipo se queda sentado en su escaño de presidente cuando le están disparando, cuando hay balas, ¿por qué hace eso? Esa es la pregunta. Y la respuesta es… hay que leer el libro, son 400 páginas (risas). La respuesta es que ese gesto…formulemos la pregunta de otra manera, hay un frase de Borges que está en el libro, “la vida de un hombre por larga y complicada que sea, al final se resume en un momento, el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. Es una cita y bueno pues, ese momento es el momento en que Suárez supo quién era, ese momento.
Entonces lo aprovechó
Eso no lo sabía él. Es el momento en que él supo quién era y en que todo el país supo quién era. Es decir, el momento en que se funda la democracia en España.
Y él nace como gran figura.
No, no es verdad, en aquel momento no.
¿La escena de que no tuvo miedo a las balas acaso no correspondea un héroe?
Discúlpame, pero debo decir que en aquel momento no fue así. Cuando ocurrió, la gente le despreció todavía más, esto ha sido muy reciente y, discúlpame, creo que mi libro ha contribuido en algo a eso (risas).
¿No es el héroe?
Es completamente falso. He leído estos días en los periódicos más importantes: “y en aquel momento Suárez, su figura quedó consagrada para siempre y el pueblo español estuvo siempre agradecido”, es una mentira de una obscenidad escandalosa, nadie le agradeció ¡nada, nunca nada! Al año siguiente se presentó con un partido a las elecciones, ¿sabes cuántos diputados sacó? ¡Dos diputados en el puto parlamento! ¡Es una mentira horrible, nadie le agradeció nada!
Y arriesgó la vida.
¡Y arriesgó la puta vida! Nadie se lo agradeció, nada, en absoluto. Es una mentira total.
¿Nadie se acuerda de eso ahora?
Nadie se acuerda de eso, nadie, nadie se lo agradeció, al contrario, se vio cómo una cosa gestera, de un político gestero, como una pose, nadie dijo nada, nadie, ¡nadie! Es mentira.
Y al final, ¿Suárez llegó a ser más que una pose?
Por supuesto, es el héroe de la traición, esa es mi tesis fundamental en ese libro. El artículo que voy a escribir, a propósito de todo esto, es así: Suárez es el héroe de la traición, es un oxímoron, como matrimonio feliz, una contradicción tremenda. Estamos acostumbrados a pensar en la lealtad como una virtud y lo es, pero hay momentos en la vida de los países, de las colectividades y las personas, en que es más honesto, más valiente, más virtuosa la traición que la lealtad. Y el término de la dictadura en España es exactamente uno de esos momentos, Suárez era el hombre del franquismo, era el hombre de los franquistas. Cuando fue elegido por el rey para ser presidente del gobierno, los demócratas se horrorizaron y tenían razón, era el puto secretario general del partido fascista, era un arribista del franquismo y todos los franquistas lo celebraron porque era joven, kennedyano, guapo, seductor, sonriente, era el que iba a hacer que el franquismo durase 20 años más. Y en menos de un año, los jodió a todos y cambió una puta dictadura por una puta democracia y mató al fascismo, mató al franquismo y nunca se lo perdonaron. Y siempre fue un traidor.
Entonces fue una traición al servicio de una buena causa.
Eso es. Fue un hombre que traicionó a un pasado equivocado para construir un futuro acertado. Y gracias a esa traición en España existe una democracia, para eso hace falta mucho coraje.
Disfruto volviendo a ver esta película imprescindible, obra maestra como casi todas las de Rossellini.
Disfruto todavía por poder enseñársela a Nathaly (lo del cine en soledad por hermoso que pueda parecer, la verdad es que no lo mismo). Y disfruto recordando lo que Javier Cercas escribía de Adolfo Suárez. Quizá toda su Anatomía de un instante es una necrológica a gran escala para algunos de los personajes que deseándolo o no se convirtieron en héroes en ese justo instante. Imagino al bueno de Pereira disfrutando de la lectura de esta necrológica, por supuesto imposible de publicar en la página cultural del Lisboa.
Como siempre son bienvenidas las opiniones de los familiares y amigos íntimos que lean este capítulo y hayan visto El general De la Rovere, leído a Javier Cercas o pensado un instante en la figura de Adolfo Suárez.
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