La habitación de Kevin está llena de pósters del Real Madrid, entre ellos destaca uno de CR7, para Kevin Cristiano Ronaldo es, sin duda, el mejor jugador del mundo. La opinión de Kevin es subjetiva, faltaría más, quién puede atreverse a pedirle a un niño de 10 años que emita un juicio objetivo en un asunto tan importante como decidir quién es el mejor futbolista del mundo. Tengo que reconocer que, en este particular, la opinión de Kevin además de subjetiva está muy influenciada por mi propia opinión que, a pesar de la edad, tampoco es, ni quiere ser, objetiva.
Cristiano Ronaldo, el mejor jugador del mundo según Kevin, lleva el número 7 a la espalda, un número que en el Madrid tiene mucha historia y un peso descomunal; tanto que hasta el grandísimo Alfredo Di Stéfano -para mucho que le vieron jugar, objetivamente el mejor jugador de fútbol de la historia- lució este dorsal alguna vez. Yo no nací a tiempo para verle jugar y disfrutar de aquel Real Madrid campeón de campeones, pero tuve la suerte de poder hablar con él en la sala de juntas del Santiago Bernabéu con motivo del programa sobre Kubala que realicé para TV3.
El primer 7 de mi historia es Juanito -Illa, illa, illa Juanito maravilla-. Juanito fue la primera persona en la que yo soñé convertirme de mayor. Cuando la palabra merchandising podía sonar hasta a insulto, mi padre me consiguió una camiseta auténtica -lo oficial tampoco se llevaba entonces- de los alevines del Real Madrid con el 7 de Juanito a la espalda. Mi amigo Martín se pidió el 9 de Santillana y los dos las estrenamos en una calle de Fuente Tójar con una pelota de plástico duro y zapatos de domingo. La felicidad era tan indestructible que el sentido del ridículo apenas podía rozarla.
Juanito era como ese amigo del alma, cargado de defectos menores, pero que es de los tuyos. A Juanito los del Madrid lo adorábamos pero entendíamos que los otros lo odiaran y justo por ese odio de los otros, nosotros lo amábamos más. Juanito era imprevisible y auténtico, era un artista bohemio en su banda, era la expresión de la furia y la locura del arrebato sobre el césped, Juanito era capaz de echarse al Madrid entero a sus espaldas en una mala tarde. A Juanito se le quería jugase como jugase porque se partía el alma en cada jugada. Juanito: humilde y provocador, tierno y feroz, amado y odiado, generoso y pendenciero, de corazón enorme; contradictorio, como todos los hombres.
Juanito se convirtió en un mito, incluso antes de que la muerte le sorprendiera, dormido en el asiento del copiloto, a la vuelta de ver a su Madrid, en el km 161 de la NV camino de Mérida. Cada año se busca un imposible con el convocar su espíritu indomable, cada minuto 7 en el Bernabéu se hace "molto longo" y se rinde un merecido homenaje a un futbolista eterno.
Raúl González Blanco heredó el 7 de Emilio Butragueño y lo agrandó hasta el infinito. Se decía de Raúl que no tenía físico ni velocidad, ni desborde ni regate ni técnica. Cada verano se empeñaban en traer un fichaje de relumbrón que compitiera con él y le robase la titularidad, cada verano los raulistas sufríamos pensando que ese año Raúl, sí o sí, era carne de banquillo, pero cada año, Raúl, se ganaba al entrenador de turno y, ya en la pretemporada, salía vencedor indiscutible en su duelo con el nuevo aspirante a ídolo del Bernabéu. Raúl siguió jugando y marcando goles blancos.
Le sobraba a Raúl casta, orgullo, coraje, dignidad y señorío en el campo -qué pocas, poquísimas veces he visto a Raúl tirarse a la piscina- y le faltaba afán de notoriedad y exhibicionismo. Raúl, un hombre familiar alejado de los flashes que ama el fútbol y al Real Madrid.
He visto jugar a Raúl dos veces en el Camp Nou de Barcelona: la primera ganamos y poco me faltó para saltar al campo desde la línea de banda donde estaba trabajando para una televisión irlandesa y abrazarme a Roberto Carlos y Ronaldo que, con sus goles el 7 de diciembre de 2003, ponían fin a una maldita racha de 20 años sin doblegar al Barça en Liga en el Camp Nou. El año siguiente me tocó trabajar para Al Jazeera, de nuevo a pie de campo, a pocos centímetros de la raya de cal y con la misión de grabar sólo al público, perdimos 3-0 y con lágrimas de rabia, impropias en mi edad, a punto de estallar, grabé a pocos centímetros los rostros de la afición culé celebrando el pitido final. Sentí que allí no éramos un rival deportivo sino un enemigo irreconciliable al que con cada insulto se pretendía insultar a la terrible dictadura que todos los pueblos de España sufrieron durante tantos años y que nada tiene que ver con nuestro escudo y valores. No quise volver al Camp Nou a grabar otro partido del Madrid y entendí de golpe todo el significado que encerraba el gesto, valiente y rabioso de Raúl que, con sólo 22 años, mandó callar a todo el estadio gigante del Barcelona el 13 de octubre de 1999.
Volví a ver a Raúl con motivo de un partido benéfico en el Camp Nou, me lo crucé en el la escalera que da acceso a los vestuarios y, por unos instantes, dejé de ser un profesional de la televisión para volver a ser un niño tímido que mira embobado a su ídolo.
En 2007 vi de nuevo a Raúl, esta vez desde el fondo norte del Santiago Bernabéu, celebrando la liga de Capello y el "clavo ardiendo".
Raúl sobrevivió a "los galácticos" y parecía predestinado a retirarse en el Madrid pero, cuando su casta y generoso derroche empezaron a no bastar en un equipo acomplejado por los éxitos del eterno rival, hizo la maleta y se llevó a su familia a Alemania, para seguir disfrutando del fútbol en un equipo mediano de una ciudad minera. El señor Raúl lo dio todo por una camiseta que no es la suya y conquistó a una afición que no habla su idioma, en el Shalke 04, en Gelsenkirchen, Raúl agrandó su leyenda.
Ayer Raúl volvió a casa y llenó el estadio para un partido homenaje, ayer Casillas le cedió el brazalete y Raúl volvió a ser el gran capitán del Real Madrid, ayer Raúl marcó su último gol con la camiseta de su vida, camiseta que en el descanso le regaló a Cristiano Ronaldo.
Ayer Matías dormía mientras yo vi la primera parte del partido -no me gusta ver a Raúl vistiendo otra camiseta- pero confío en que pronto Matías comparta conmigo muchas tardes de fútbol y un montón de clásicos, el partido del siglo de cada año y la remontada imposible sin la que los madridistas no sabemos vivir, Matías elegirá, el solito y de forma subjetiva, su mejor jugador del mundo, pero seguro que también me pedirá opinión -yo me moría por ver un partido de fútbol junto a mi padre y me hacía tan feliz que también él fuese del Madrid y me hablara de algunos jugadores que yo no conocí-.
Para cuando llegue ese día mi respuesta es tan subjetiva como rotunda: sin ninguna duda Raúl González Blanco es el mejor jugador de la historia, capitán por siempre de mi Real Madrid.
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